Capítulo 2
Perla comenzó a desnudarse lentamente, dándole un espectáculo privado a los chicos. Su broncíneo cuerpo brillaba intensamente a la luz de la luna nueva, como si se tratara de un lienzo impresionista. Al quitarse la blusa, se la lanzó coqueta a ellos.
Aparte de bronceada, era una chica algo baja y robusta, de torso corto y busto generoso, que ahora lucía al aire con sus pezones enhiestos, como dos torres de marfil; tenía rizos voluminosos y cara ancha, pero de rasgos suaves.
Matías le pidió a Andrés que se dejara la toga. Andrés parecía efectivamente un mancebo griego de camino hacia la academia de Aristóteles.
Andrés y Matías, ya sin el traje de bestia, se besaban en aquel momento, sus lenguas luchaban por el control y sus manos recorrían ansiosas sus cuerpos, deteniéndose, por supuesto, en sus enhiestas entrepiernas. Andrés tomó luego la blusa y empezó a aspirar profundamente su aroma al torso de Perla; Matías fue el afortunado en atrapar los jeans de la chica e hizo bandera con ellos.
Matías comenzó a masturbar a Andrés y a chuparle las tetillas; Andrés gemía bajito y estaba tan concentrado en las sensaciones provocadas por Matías, que apenas reparó en las bragas de Perla aterrizando sobre su cabello.Matías tomó las bragas y les dio una profunda olfateada ¿Qué se creía? ¿Un sabueso? Pero lo cierto era que, por más inverosímil que resultara, Matías quería captar algún aroma al clítoris o los labios de Perla.
—No te desesperes— lo tranquilizó Perla —. Ya me lo olerás y comerás todo lo que quieras.
Matías dirigió su cara hacía el pubis de Andrés y comenzó a hacerle una felación; el balano de Andrés era pequeño y sabía a sal y a esmegma. Esto era el cielo para Matías, que siempre decía que no le gustaban los balanos insípidos.
La quietud de la noche los envolvía. El canto de los grillos y el ulular de los búhos se unían en una perfecta sinfonía nocturna.
Perla comenzó entonces a acariciarse los pezones con las yemas de los pulgares y de allí bajaba lentamente por todo su cuerpo hasta los muslos y luego subiendo hacia su entrepierna, mientras bailaba al compás de un pop suave que reproducía en su mente.
Matías y Andrés continuaban explorándose, Matías se colocó a cuatro patas de espalda a Andrés y a Perla; Andrés le comenzó a acariciar el. Aunque; aunque el de Andrés era el que se llevaba la palma, el trasero de Matías no estaba nada mal, era también redondo y firme, con una delgada línea de vello en medio. Matías gimió ligeramente al sentir los dedos de Andrés presionando contra su entrada.
Perla se separó los labios buscando su clítoris y empezó a masajearlo suavemente. Fue hasta una pequeña roca, cercana, casi en frente de la que ocupaban los chicos y se sentó allí para continuar con sus maniobras. Andrés la contemplaba goloso, mientras hundía sus dedos en el recto de Matías, que se movía en un rítmico vaivén.
—¡Ahhhhh! ¡Ohhhhh!
Aquellos eran los únicos sonidos que se escuchaban en aquel momento en el bosque de abetos. Si temían algo de miedo aquellos chicos, no lo demostraban en ;absoluto, su excitación era más poderosa que su temor. Contrario al miedo, la soledad de aquel ambiente forestal nocturno, añadía una carga erótica adicional a la que ya llevaban.
Matías estaba tan excitado con los dedos de Andrés jugando con su recto, que tardó bastante en reparar en la vulva de Perla a un palmo de su cara,, por supuesto no sintió el momento en que esta se incorporó desde la piedra. Se acercó aún más, lo suficiente como para que Matías alcanzara su clítoris con su lengua.
Perla sentía la lengua caliente y algo áspera de Matías en lo más íntimo de su ser y cada vez que la lengua de aquel malvado rozaba su diminuto piercing, Perla experimentaba una excitación adicional. Sus gemidos se escuchaban ahora como gritos de las banshees en la oscuridad y soledad de aquel bosque. Matías disfrutaba los labios y el clítoris de Perla con tanto gusto, que apenas notó cuando Andrés sustituyó los dedos por su lengua en su entrada.
Los tres gemían como posesos y estaban empezando a sudar, a pesar de lo fresco de la noche. Sus resuellos se estrellaban sobre sus pieles desnudas.
Perla se colocó de espaldas a la gran roca y adoptó una excitante posición de lordosis, ofreciéndole a Matías la alucinante vista de su intróito. Este vaciló un poco.
—¿Qué esperas, bobo?— ofreciéndole? —lo apremiaba Perla.
Matías se puso en posición detrás de Perla, rozándole con su balano la hendidura, lo cual le arrancó a Perla un gemido. Cuando la chica sintió el enhiesto mástil de Matías penetrando en su rajita, ya no pudo contenerse más; pobre del chiquillo que estuviese durmiendo con sus padres en alguna cabaña cerca de allí, creería que había un aquelarre en el bosque.
Mientras Perla se abandonaba a sus instintos con la polla de Matías dentro;sintió, Andrés le rozaba la cola a su amigo con su balano. Matías emitió un sonido gutural al sentir el tronco de Andrés abrirse paso en su recto.
Los tres se movían rítmicamente al compás de su propio deseo. Eran jóvenes, libres y estaban en un bosque solitario en la noche, bajo la luna nueva.¿Qué más se podía pedir?
Sus gemidos iban en crescendo hasta que llegaron casi juntos a la culminación de sus ansias. Entonces permanecieron un rato así, abrazándose y recostados uno del otro, hasta que su excitación y el ritmo de sus latidos cediera lo suficiente.
Húmedos por dentro, Matías y Perla se separaron finalmente,nueva.; Andrés retrocedió un poco para salirse del recto de Matías. Perla se escurría algunas gotas de semen.
—¿Qué puntuación creen que nos darán por el corto de ustedes dos? —inquirió Perla al recuperar el aliento.
—¿Y crees que merezcamos siquiera ser evaluados? —respondió incrédulo Andrés, mientras se vestía—. Tendremos suerte si no nos descalifican en la bienal.
—Editaremos el video, bobo—le recordó Perla.
Hubo algunas risas discretas.
Una ardilla bajó de un árbol cercano y se acercó tímida a ellos; Perla intentó acariciarla y el pequeño mamífero corrió raudo de vuelta a su refugio.
—¡Vámonos de aquí! Se pone algo tétrico —pidió Matías, colocándose la playera.
—No pensabas así hace unos minutos— comentó Perla.
Matías le hizo una mueca.
—Aparqué a unos doscientos metros —anunció Perla, ya vestida.
Y los tres se fueron de allí tan en silencio como llegaron. ¿Qué dirían las plantas y los animales del bosque de lo que había pasado allí hace unos minutos?