Era 1976. Yo era aún muy joven y no tenía experiencia con las mujeres. Las veía pasar con sus yines ajustados que dibujaban las redondeces de sus culos o con sus minifaldas brevísimas exhibiendo las piernas que subían hacia el vértice desconocido que no podía siquiera imaginar. Sus blusas apenas dejaban suponer el volumen de sus tetas.
Esto bastaba para hacer hervir mis ya efervescentes hormonas. Con mucha frecuencia (incluso varias veces al día) me masturbaba en el baño o en mi cuarto, y descansaba de momento de esa carga sexual que me inundaba a diario.
Por esos días vivía con la familia una sobrina, un par de años mayor que yo. Había venido a hacer trámites para iniciar sus estudios universitarios.
Era una chica muy hermosa. Yo la miraba con mucho disimulo, pues temía que les dijera algo a mis padres. Además, se veía muy pudorosa y yo temía quedar mal con toda la familia.
Nuestro trato era el de un par de primos que poco se conocían. Una tarde me encontraba solo en la casa. Mis hermanos estaban en la universidad, mi padre en su oficina y mi madre visitando a su hermana. Todos, en lugares distantes de la ciudad. Neyla, que así se llamaba la prima, había ido a una entrevista en la universidad.
Yo había visto ese día a una chica en minifalda con unas piernas hermosas. Llevaba una blusa con los botones superiores abiertos de manera que, desde mi lugar en el bus, podía ver una buena porción de sus tetas. Con el movimiento del bus se agitaban rebotaban suavemente sostenidas en un brasier que dejaba una buena porción al descubierto.
Así que llegué a la casa con la sangre hirviendo. Fui a mi cuarto y me senté en la silla frente al escritorio. Bajé mi pantalón hasta los tobillos, me senté y me dispuse a aliviar mi carga.
Tan pronto me agarré la verga tuve una erección muy fuerte. Comencé a masturbarme, como siempre lo hacía, de una manera muy simple, propia de mi edad. Mi mano apretaba la verga, subía y bajaba a todo lo largo.
Cerraba los ojos por momentos para imaginar el cuerpo que había visto pero sin las ropas que lo cubrían. De repente escuché un ruido, volteé a mirar y casi me infarto al ver muy cerca de mí a Neyla.
Sus ojos me miraban asombrados, pero sus labios tenían una leve sonrisa. En ese breve instante que duró un siglo, yo sentí que la sangre se agolpaba en mi rostro.
Traté de levantarme con el fin de subir mi pantalón al tiempo que exclamaba algo. Sentí que comenzaba a perder la erección.
Pero, de inmediato, Neyla cruzó el índice sobre sus labios mandándome callar mientras con la otra mano me empujó impidiendo que me incorporara del todo. “Primo, ¿le puedo ayudar?” Yo no podía creer que ella me preguntara eso y no supe qué responder. Neyla entonces llevó su mano y la pasó por mis huevas y mi mientras con su otra mano me tapaba la boca. “Tranquilo primo, déjeme yo le ayudo”.
Aunque me encontraba muy avergonzado, también me había vuelto a excitar. Ella dejó de pasar sus manos y agarró mi verga para continuar el trabajo que yo había interrumpido. Me miraba fijamente mientras sonreía.
Su mano no tenía prisa como la mía cada vez que me hacía la paja. Neyla pasó su mirada a la mano que me masturbaba. “Mira cómo lo hago”. Yo obedecí. Aquella visión me enardeció más. Sin previo aviso sus movimientos se hicieron veloces por unos segundos.
Luego volvió al ritmo inicial. Me miraba, sonreía, miraba su mano y jadeaba levemente. Volvió al ritmo frenético por otros segundos. La sensación era más poderosa de las que yo mismo me había proporcionado tantas veces.
Al cabo de pocos minutos yo trataba de ahogar mis gemidos y me agitaba. Esta vez no detuvo su ritmo veloz. Sabía que yo no soportaría mucho más. Entonces sentí que comenzaba a derramarme como si me desangraba por la verga.
Expulsaba mi leche espesa, caliente y abundante con fuerza. Algunas gotas saltaron mientras que los chorros principales iban cubriendo el dorso de su mano.
Volvió al ritmo lento asegurándose de no detenerse hasta tanto viera que no salía nada más. Cuando esto sucedió me apretó con mayor presión, pero si mover su mano. Me miró, sonrió. “¿Te gustó?” Aturdido aún, le respondí que sí. “Cuando necesites, me avisas”. Y salió sin darme tiempo a responder.