La tripulación estaba compuesta por el capitán, un contramaestre, tres marineros, un mecánico y un cocinero. Rosa -nuestra protagonista- es una mujer de unos 35 años, morena, muy, pero que muy bien proporcionada: con unos pechos hermosos, erguidos y, sobre todo, unos muslos redondeados, llenos, lisos; que partían de un culo verdaderamente hermoso, respingón, que llamaba muchísimo la atención cuando Rosa se ponía uno de aquellos vestidos ceñidos que hacía que los hombres se olvidasen de todo y centrasen sus miradas llenas de deseo hacia aquella parte del cuerpo de Rosa.
Rosa era admirada y, al mismo tiempo, envidiada por las mujeres. En su vida profesional era Ilustrísima señora, claro.
Con su toga en el Juzgado y siempre cuidando su imagen de gran señora, aunque con toga y todo se podía fácilmente advertir sus formas y su porte al andar. Rosa encendía pasiones allí donde se encontrase.
Su esposo lo sabía. La conocía bien y sabía que teniendo esa mujer con él y en el ambiente en el que se movían ambos, era conveniente adoptar una postura con cierta dosis de tolerancia, aunque era demasiado celoso para tener la mujer que tenía, lo que le hacía sufrir en muchas ocasiones.
Él no había tenido nunca constancia de que su mujer le hubiese engañado con otro, aunque no podía evitar intuirlo, obviamente.
El simple hecho de hallarse en aquel barco con sus lujosas instalaciones ya hacía sentirse bien y Rosa tenía la intuición de que aquel viaje iba a tener para ella un significado distinto a los anteriores en avión o en coche.
Nada más haberse instalado en su camarote se puso un bikini tipo tanga que había comprado expresamente para aquella ocasión, se cubrió la cintura con un pareo casi transparente y se dirigió a cubierta. Se desentendió prácticamente con un saludo de los demás compañeros de viaje que estaban tomando unos aperitivos y se alejó a la proa a tomar el sol. Se deshizo de la parte superior del bikini y sacó el tubo de la crema protectora que comenzó a extenderse por muslos, cara y pecho. En aquel momento sintió que alguien la estaba mirando. Se giró ligeramente y allí estaba el marinero mirándola.
Tenía un aspecto hercúleo, con fuertes brazos tatuados, torso amplio y musculoso y el vientre liso. Él la había estado mirando con un descaro ofensivo y no pudo evitar sentirse violenta por la dirección de las miradas del marinero que apuntaban directamente a sus pechos. Ella, sin embargo, no dejó de aplicarse lentamente la crema en los muslos y cuando llegó a los pechos se recreó intencionadamente en los pezones. Le atraía aquel tipo.
Era consciente de que estaba poniéndole caliente. El marinero decidió abandonar lo que estaba haciendo y desapareció. Rosa se tumbó al sol con los muslos abiertos, pensando en aquel hombre. Al rato escuchó que Rodrigo la llamaba: «¿quieres tomar un refresco» Acudió a la mesa donde estaba el grupo de compañeros de viaje y tras mantener con ellos unas breves palabras se marchó con su vaso a pasear por el barco. En una de las zonas de babor se detuvo a contemplar el horizonte.
Se apoyó en la barandilla, dejó el vaso en el suelo y se inclinó ligeramente. Al poco tiempo se sintió observada, se giró y allí estaba de nuevo el mismo hombre mirándola con más descaro, si cabe, que antes. Esta vez recorría con su ardiente mirada todo el cuerpo de Rosa. Ella vio cómo se mordía el labio inferior con gesto lascivo. Se dijo que para descarada ella. Decidió apoyarse con los codos en la barandilla dándole la cara y haciendo movimientos con el muslo derecho, al tiempo que le miraba fijamente y le ofrecía una sonrisa desafiante. Él dio un paso hacia delante y Rosa se asustó y se alejó con paso rápido hacia unas escalerillas que daban acceso a la cubierta superior. Cuando comenzaba a ascender notó una mano caliente que le sujetaba el tobillo.
Era él mirándola de abajo arriba recorriendo con mirada lasciva sus muslos, su culo, sus caderas, su espalda y sus ojos. Le recorrió una sensación de calor extraño por sus venas y le espetó: «¿qué hace usted? ¡suélteme!» Con voz grave y lenta pronunciación él le dijo: «vengo observándole desde que entró en el barco y me tiene usted loco» Mientras decía esto su mano derecha había ascendido lentamente desde el tobillo hasta por encima de la rodilla y había aproximado su pecho al muslo derecho de ella.
Su cara estaba a la altura de los riñones de Rosa y ella podía sentir su aliento en sus nalgas. «por favor, déjeme» le dijo ella tímidamente. «A un hombre como yo no se le puede provocar así, señora» Él ya había sujetado la barandilla izquierda y con su mano derecha iba recorriendo el muslo derecho de Rosa: Primero por la parte posterior has el nacimiento del culo y luego por la parte interior, que la recorría en movimientos de arriba abajo al tiempo que le decía: «llevo sin probar hembra desde hace más de tres meses y yo no soy hombre acostumbrado a hacerme pajas. Cuando tengo delante a una hembra como usted no me limito a mirarla, me la follo y a otra cosa, mariposa. ¿ha entendido usted bien, señora? ¡me la follo! Ella se apercibió de que aquél era un hombre rudo con escasa educación, pero en aquel momento se sentía atrapada como en una tela de araña sin poder moverse.
Los movimientos de la ardiente mano de aquel hombre le estaban excitando muchísimo. No le dio tiempo a pensar nada más. Aquel marinero le había metido la mano por detrás entre los muslos y le estaba acariciando violentamente el coño. Había separado la tirilla del tanga y asía todo el coño con la mano. Deslizó todo el brazo hacia el vientre de Rosa y lo movía de atrás hacia delante rozando todo el coño de Rosa. Eso la enloqueció.
Mientras le palpaba la parte interior de los muslos y el coño con el roce de su musculoso y velloso brazo le iba susurrando al oído: «Está usted buenísima y no voy a desaprovechar la ocasión. No diga nada porque yo lo negaré todo. Además, usted es una señora muy importante y no querrá tener problemas, ¿verdad? Rodeándola con los brazos finalizó: «No se arrepentirá de nada, señora». Sin bajar de las escaleras se puso a su altura y le arrimó sus ya duras partes al culo de Rosa. Ella notó excitadísima cómo él iba restregándole por las nalgas aquel bulto que le hinchaba el pantalón, al tiempo que la había tomado por sus pechos apretujándoselos, acariciándoselos y jugueteando con sus pezones.
Le puso los dedos en la boca y le susurró al oído: «te voy a follar de tal forma que no lo vas a olvidar nunca» El calentón de Rosa iba en aumento. Le faltaba la respiración. Él la sujetó fuertemente, la bajó de las escalerillas y la metió en una cabina para los mecánicos situada justo debajo de la escalerilla. Encendido de deseo, la giró con sus brazos y la apoyó contra la pared sujetándole los brazos en alto. Recorrió con mirada lasciva su boca y sus pechos. Ella aspiró su aliento, tocó los labios con la punta de su lengua y, poco a poco enardecida, la deslizó más adentro.
Aquel beso infundía tal calor a sus venas que hubo de agarrarse a su cuello para no desmayarse, al tiempo que levantaba su muslo izquierdo y abrazaba con él el cuerpo de aquel macho que la estaba excitando sobremanera. Todo ocurrió rápidamente. Él continuó besándole la boca, comiéndosela ardorosamente, chupándole la lengua, mordiéndole el cuello de izquierda a derecha a la vez que le sujetaba los glúteos y la atraía hacia sí restregándole aquel miembro descomunalmente tieso que pugnaba por salir del pantalón. Rosa lo sentía tan vivo que notaba cómo su coño ardía y chorreaba de placer.
Aquel hombre la cogió violentamente y la colocó encima de una mesa de carpintero llena de gomaespuma. Le sujetó los brazos y comenzó a comerle los pechos con pasión. Los suspiros y jadeos de ambos se entremezclaban. Le volvía loca que le mordisquearan y chuparan los pechos de aquella forma. Su placer crecía. Aquel rudo marinero la estaba transportando a otra galaxia. Comenzó a besarle el vientre y los costados diciéndole: «te voy a comer el coño» ¿sabes cuánto tiempo hace que no veo un coño? ¿eh? ¿eh? al tiempo que le quitaba violentamente el tanga. Le abrió los muslos y comenzó a morderlos y a besarlos ardorosamente por su cara interna hasta que aproximó su boca a aquel órgano abierto, rojo, húmero, hambriento y tembloroso. Metió de golpe todo el coño en su boca como si quisiera tragárselo. Lo chupó como un poseso, frotando con la lengua el excitadísimo clítoris de Rosa.
Ella arqueó su cuerpo y su cabeza giraba de un lado a otro por el placer que le producía aquella violenta y excitante comida de coño. Sus gemidos y gritos excitaron todavía más al marinero que le sujetó con ambas manos los glúteos y los muslos y seguía pasándole la lengua por el coño. De pronto, dando un gran rugido, aquel macho se irguió, se bajó sus ligeros pantalones blancos con rapidez, se quitó los calzoncillos azules y mostrando un gran pene erecto, descapullado, con un glande rojo y goteante, le dijo balbuceando de excitación: «te voy a follar» «te voy a meter un polvo como no lo habrás visto en tu vida» ¡¡ diooos….. diooooos….!! Suavemente, pero con rapidez, aquel desbocado marinero le introdujo la mitad del pene en el coño de Rosa: » ¡ dioooooos… dioooos…!» gritaba muy excitado. Ella ya no podía más y enloquecida por el placer le gritó: ¡¡ fóllame, cabrón, fóllame, fóllame, fóllame!! Al tiempo que él la embestía con su miembro metiéndoselo todo hasta la raíz.
La hinchazón y el frotamiento de aquel músculo que le penetraba le prestaban un frenesí erótico que le hacía agitarse como una posesa. Los dos cuerpos se agitaron de forma convulsiva y ambos de desvanecieron en medio del exceso de su placer. Se desbordaban los conductos espermáticos. Suspiros, rugidos, murmullos de éxtasis apagándose en besos, mordiscos, apretones y palabras ininteligibles que parecían provenir del demonio del placer.
Allí permanecieron unos minutos extasiados. Rosa de vez en cuando emitía un sonido mezcla de rugido y llanto. Él no paraba de murmurar: ¡diooos…. dioooos!. Él se vistió rápidamente ya modo de despedida le dijo a Rosa: ¡estás como Dios! No te vuelvas a cruzar en mi camino porque no respondería de mis actos. Me importa una mierda lo que pueda pasarme».
Rosa permaneció allí tendida un rato sintiendo algunos espasmos de placer. Juntó los muslos y los frotaba, lo cual le causaba restos de placer. ¡Qué polvo le había metido aquel cabrón ! Lo que más le había excitado fue la forma en que le comía las tetas. Nunca nadie se las había mordido ni chupado de aquella manera. ¡ aquel analfabeto ! ¡ a ella, a una magistrada ! ¡Toda una señora! ¡Ilustrísima señora! Algo no funciona bien en este mundo.
Cuando Rosa regresa a la mesa del grupo de compañeros de viaje no puede ocultar unos pómulos rojos y hermosos, y los restos de excitación no pasaron desapercibidos para una de las dos señoras que allí estaban. Rodrigo, el esposo de Rosa, le pregunta: ¿dónde te has metido? ¡¡Hay -dijo ella- este barco es tan grande y bonito que me he dedicado a recorrerlo todo!! Ha sido agotador, oye».
Después de comer todos se fueron a descansar a sus habitaciones y Rosa se marchó a la ducha. Cuando regresó a la cama Rodrigo la esperaba con no ocultos deseos. Rosa llevaba una muy ligera pieza de lencería que destacaba toda su hermosura. Rodrigo no era un hombre muy ardoroso precisamente, pero cumplía de vez en cuando y le gustaba el arte del amor.
Cuando Rosa se echó en la cama, su marido se le aproximó y le mordió una oreja diciéndole: «¡estás espléndida!, menuda envidia te tienen esas dos. No paran de mirarte y hacerse comentarios. Están envenenadas de envidia. Y si no, ellos. Se les van los ojos mirándote el culo. Deben estar pegándose más pajas a salud tuya que un escolar. ¡Ven aquí, Rosa, ven, ven!. Le puso un muslo sobre ella y comenzó a frotar su pene contra los muslos de su mujer. Se estaba poniendo caliente y le palpaba muslos y pechos. Ella se sintió obligada complacerle, pero le picaba el coño y los pechos le dolían un poco por la fogosidad de su marinero follador.
Rodrigo se puso tan caliente que comenzó a frotarse contra el vientre de Rosa que para terminar con aquella situación y conociendo bien a su marido, tomó la iniciativa y se propuso acabar cuanto antes. Besó a su marido en la boca con lascivia, como a él le gustaba, de ese modo él pensaba que a ella también le apetecía. Rosa le chupó los pezones lo cual le ponía la polla en muy buen estado y luego le palpó los testículos y el pene con toda la mano, frotando sin parar y hablándole al oído como a él le gustaba y le ponía a cien. «¿cómo está mi maridito, cómo le gusta que su nena le ponga caliente! ¿eh, eh, eh? Acercó su boca al grande y comenzó a lamerlo al tiempo que agitaba suavemente el miembro erecto de Rodrigo.
Sabía ella muy bien que aquello no duraría mucho, así que se introdujo toda la polla en la boca y comenzó a chuparla y a frotarla con los labios y las manos. Simultáneamente iba emitiendo los sonidos que a su marido le volvían loco. Cuando ella quiso acabar, tomó la crema de las manos que tenía sobre la mesilla, se puso una buena dosis en la palma de su mano derecha y la aplicó al pene de Rodrigo que estaba a punto de estallar. Eso le volvía loco.
Agitándolo de arriba abajo con suavidad y diciéndole al oído, al tiempo que le mordía y chupaba los pezones «¡cómo le gusta a mi maridito que le dé gustito! ¿eh, eh, eh? Y aquella verga erecta comenzó a escupir semen como si se tratase de un géiser: ¡¡ aaaah, aaaah, aaaah, qué bien…, qué bien…, ooooh, oooh…! Se quedó allí tendido en total relajación y durmiendo profundamente. Así era su vida de esposa. Su mano derecha tenía dos tareas fundamentales: firmar sentencias y darle placer a su maridito.
Dos días habían pasado desde aquella excitante aventura con aquel rudo marinero. No le había vuelto a ver desde entonces. Lo había intentado, pero sin hacer preguntas, claro, para no dar a entender a la gente algo no deseado. Pero la fortuna quiso que, por casualidad, paseando por el pasillo de la tripulación escuchase a unos marineros hablar de alguien al que llamaban Emilio.
Por eliminación, Rosa supo que se trataba de su macho follador. Siguió escuchándolos y pudo averiguar que su camarote era el 3B. Sintió entonces una necesidad irreprimible de dirigirse allí y corriendo el riesgo de que alguien la viera, se plantó delante de aquella puerta y la golpeó con los nudillos dos veces. Pasados unos segundos allí estaba él, erguido, recién afeitado y con el torso desnudo. Se miraron y él, cogiéndola por el brazo izquierdo la atrajo hacia el interior. La abrazó violentamente, besándola en la boca.
Su lengua hizo vibrar a Rosa. Aquel bruto le proporcionaba en dos segundos más placer que su marido en un mes. Cuando la hubo besado y palpado el culo ella se soltó bruscamente y le dijo: ¡estás loco, loco, loco…! Él la escuchaba riendo: La loca es usted, señora. Loca de gusto, de gozar de que la folle otra vez. ¿eh, eh,eh? se acercaba hacia ella. Rosa llevaba puesto un vestido muy corto que permitía admirar aquellas piernas largas morenas y sus muslos tan apetecibles, La abertura del escote del desmangado verde oliva dejaba a la vista parte de sus hermosos senos.
Emilio, que así parecía llamarse el marinero, supo a qué venía aquella mujer a su camarote. Se le acercó poco a poco y ella hacía como que retrocedía hasta que él la tomó por los hombros, los acarició, los besó, recorrió con su boca el cuello de Rosa, acariciándole la cabeza, revolviéndole el largo cabello, desplazando las manos hacia las nalgas, que sobó y apretó hasta que ella, dando un salto, se subió a sus brazos abrazándolo con los muslos y rodeando su cuello con sus brazos.
Le besó con fiero deseo, agitando su cuerpo contra el de él. Surgieron de ambos, gemidos, rugidos, lamentos y una serie de sonidos que sólo una mezcla de pasión, placer y violencia es capaz de degenerar. Fueron así moviéndose de una parte a otra del camarote; unas veces contra la pared, otras contra un armario. Se besaban, chupaban y mordían como posesos. Ella se separó de él y le empujó contra la cama tumbándolo. Sin quitarse el vestido, se desprendió de las bragas y se colocó encima de él haciendo coincidir su coño con la boca del marinero.
Él la tomó por las nalgas al tiempo que con su lengua abría los labios de la vagina y la comía con fruición. Ella se movía convulsivamente, abrió más las piernas. Él le metió la lengua tanto como podía. Sus movimientos se aceleraron y su respiración fue haciéndose cada vez más espasmódica, de modo que cuando tomó el clítoris entre sus labios, lo chupó al tiempo que le metía y sacaba el dedo índice en el coño. Sus movimientos se hicieron más violentos y de pronto ella comenzó a gritar: ¡aaaah…, aaaah… aaaah! Se retiró súbitamente muy agitada y comenzó a besar en la boca al marinero.
Lo hacía con avidez y diciéndole: «¡eres un hijo de puta, cabrón. ¡Me vuelves loca, Emilio, me vuelves loca!» entonces él la cogió en vilo y la puso de pie frente a una mesilla que daba a una gran escotilla, la obligó a apoyar los brazos en la mesilla y le dijo: mira el mar, mira el mar, puta, que eres una puta. Tienes el mejor culo que he visto jamás y te voy a follar como les gusta a las tías como tú. ¡agáchate y levanta el culo! Como ya se ha dicho, Rosa tenía un trasero que era la envidia de todas las mujeres y objeto de excitación de los hombres. El marinero se arrodilló detrás de ella y comenzó a besar, chupar y morder aquellas nalgas tan excitantes.
Ella jadeaba de placer mientras aquel rudo macho le lamía el agujero del culo y el coño, al tiempo que emitía sonidos más propios de un animal en celo que de una persona. Cuando la excitación del hombre llegó a su máxima cota, introdujo la punta de la polla en el coño de Rosa desde atrás y ella sintió una embestida brutal que la envolvió en temblores de placer por la violencia del empuje.
Él le decía. ¿qué te creías, que iba a darte por el culo? Eso es de maricas. A una hembra salida como tú hay que follarla como se merece: por el coño» Y volvió a embestirla con tres fuertes sacudidas al tiempo que la cogía por los pechos desde atrás, manoseándolos y, atrayéndola hacia sí, le mordía el cuello, los hombros y le metía los dedos índice y corazón en la boca. Ella los chupaba y gemía de placer. Aquel rudo marinero follador la estaba volviendo loca de gozo. ¿te gusta, eeeh?, puta, que eres una puta.
Dime que te gusta. Vamos.. dime que te folle. Diciendo esto la iba follando a fuertes empujones con el erecto y venoso pene en la vagina. Rosa estaba henchida de placer. El deslizamiento de aquel vergajo ardiente dentro de su coño le producía unos espasmos incontrolables. ¡dime que te gusta, puta! Volvía a rugir aquel semental. ¡¡Dioooos, dioooos, dioooos!! Ella sabía que él estaba a punto de eyacular y presa de grandes espasmos comenzó a acompasar las embestidas de aquel animal con movimientos envolventes y de vaivén con el culo, lo cual provocó en aquel tremendo follador unas embestidas más rápidas que desembocaron en el orgasmo de ella con gritos y rugidos salidos de su garganta enloquecida por el placer. ¡Dioooos, dioooos..! gritaba él. Rosa juntó súbitamente sus muslos oprimiendo así la polla de su follador embravecido y encendido de placer.
La presión de las nalgas y el coño en su polla hicieron que aquel bestial amante eyaculase con una presión similar a la de una manguera de agua recién abierta. Se corrieron como locos. El marinero la sujetó por las caderas, la oprimió contra sí y le mordió el cuello y las mejillas con rugidos de placer incontenido. ¡Diooos, diooos… uhmmmm,uhmmmm, dioooos! ¡Qué buena estás!. Le cogía los pechos, se los manoseaba y apretaba mordiéndole el cuello, hombros y mejillas enrojecidas por el sofoco placentero, manteniendo la polla entre los muslos, medio fuera de la cavidad vaginal.
Ella apenas podía respirar. Sus pechos subían y bajaban con espasmos de placer y continuaba sintiendo en su vagina el ardiente líquido espermático fruto de la bestial eyaculación de aquel tipo. Él se separó de golpe sin parar de decir: ¡Diooos, diooos, qué polvo! Se dejó caer en la cama exhausto. Pasado un buen rato, Rosa se dirigió al cuarto de baño y se encerró. En ese momento llamaron suavemente a la puerta: Emilio, ¿va todo bien? Abrió la puerta y allí estaba su compañero y amigo Marcos, el cocinero, al que tomó del brazo y le hizo entrar pidiéndole con gestos que guardase completo silencio. Emilio entró en el aseo y acariciando a Rosa en los hombros y costados le decía: ¿Quieres que juguemos un poco más? Seguro que tienes más ganas, ¿eh, eh? simultáneamente le iba vendando los ojos con una gran servilleta que le había quitado al cocinero.
La palpaba los pechos, le metía los dedos en la boca acariciándole los labios. Te voy a follar otra vez. No vas a olvidar este viaje. Fue sacándola del cuarto de baño y la dejó sentada en la cama al tiempo que le hacía de nuevo gestos a Marcos para que guardase el más absoluto silencio. El cocinero no daba crédito a lo que pasaba pero al ver a aquella tía tan impresionante con aquel vestido verde tan corto y aquellos muslos y aquellas tetas… empezó a comprender lo que su amigo le estaba ofreciendo. Emilio susurraba a Rosa: ¡qué buena estás! ¿Verdad que el gilipollas de tu maridito nunca te folla así? Te voy a follar otra vez pero, esta vez, en silencio. Le hizo un gesto inequívoco a Marcos para que aprovechase la ocasión.
El cocinero, con un bulto entre las piernas que denotaba una clara excitación, se aproximó a Rosa, se arrodilló ante ella y comenzó a palparle los muslos, desde las rodillas hasta la cintura, subiendo poco a poco. No podía evitar su respiración acelerada. Ella, al sentirse palpada en la parte interna de los muslos comenzó a recuperar la excitación. Sus manos se adelantaron y tocaron los brazos de Marcos que estaba acariciándole los pezones. El cocinero se puso de pie nervioso y muy excitado.
Ella le cogió por la cintura y le pasó las manos por la bragueta, notando un gran bulto. Pero para evitar que Rosa siguiera tocando a Marcos y se apercibiera de la situación, Emilio la acostó en la cama y la ató al cabezal por las muñecas. El espectáculo que Marcos veía le volvió loco de deseo. Rosa estaba con el vestido verde subido casi hasta la cintura, mostrando aquellos muslos capaces de enloquecer a cualquiera. Movía las piernas de derecha a izquierda y giraba la cabeza de un lado a otro, esperando ser poseída otra vez. Marcos se sentó en la cama, se quitó la camiseta y al pantalón y comenzó a palparle los muslos, el vientre y los pechos.
Ella iba jadeando cada vez más, lo que hizo que Marcos perdiese el control y echándose encima de ella le arrancó el vestido de golpe y comenzó a morderle las tetas y lamerle los pezones como si estuviese hambriento. No pudo detenerse y le separó los muslos a la Ilustrísima señora y sin interrupción le introdujo de golpe con un gran empujón todo un gran pedazo de polla que no utilizaba así desde hacía más de seis meses. Ella levantó los muslos y los separó al máximo aguantando las tremendas embestidas de aquel semental, creyendo que era el mismo macho que la había poseído anteriormente.
Ello la excitó aún más y aumentando la elevación de los muslos ofreció a Marcos toda la amplitud de su candente y húmedo coño. Los rugidos de Marcos se mezclaban con los gritos de Rosa. Las caderas de Marcos subían y bajaban cada vez más rápido. De vez en cuando mantenía la polla entera dentro de la vagina y hacía giros con las caderas como si quisiera atornillar a aquella hermosa hembra que cada vez gritaba más. Con toda la polla dentro, Marcos se detenía y le mordía los pechos y besaba su boca con ardor incontenible. Ella le mordía las mejillas, los brazos, los hombros.
Entonces, Emilio sacó su navaja y cortó las cuerdas que mantenían atadas las manos de Rosa cuyos brazos corrieron a apretujar la cabeza de Marcos, besándolo y mordiéndolo apasionadamente, sintiéndose penetrada violentamente, suspirando y estremeciéndose de placer a cada sacudida del pene del cocinero. Ella subía y bajaba los muslos por los costados de Marcos hasta que, de pronto, echó violentamente la cabeza hacia atrás con un sonido gutural más atribuible a un animal hembra que a una mujer, al tiempo que alcanzaba su segundo orgasmo, tal vez éste mucho más violento que el anterior y arqueaba la espalda en una explosión de auténtico y violento orgasmo. El cocinero aceleró sus embestidas al máximo y dando un gran alarido se corrió como una bestia dentro de aquella vagina tan caliente y ardorosa.
A todo esto, mientras tanto, Emilio se había bebido media botella de whisky y reía y reía. Los dos amantes quedaron exhaustos, él sobre ella en la cama. Rosa aún no había abierto los ojos, pero escuchaba las risas de Emilio y el jadeo del hombre que tenía encima y que tan violentamente la había hecho feliz, follándola de aquella manera. No dijo nada.
No era necesario. Todo estaba muy claro. Se lavó, se vistió y se marchó a su camarote. Se sentía muy satisfecha. Era en aquellos momentos una mujer feliz.
Amada por su marido, envidiada y respetada por los amigos y, sobre todo, una mujer bien follada, pero que muy bien follada. Era, pues, así, una Ilustrísima señora bien follada.