Capítulo 2
- Me dejé follar por mi hijo – Historia de Andrea
- Asistente y amante de mi hijo – Historia de Laura
Gracias Laura por darme el honor de plasmar tu historia en este relato.
Asistente y amante de mi hijo – Historia de Laura
Todo empezó cuando mi hijo de 20 años tuvo un accidente haciendo descenso en bicicleta, por los cerros de acá de la ciudad donde vivimos. Resultado de eso, tuvo que estar 2 meses con las manos inmovilizadas por las fracturas en sus muñecas.
En ese tiempo yo tenía 48 años y trataba de mantenerme en forma, siendo un mujer normal, un poco delgada, un poco culona, tetas promedio (aunque no pequeñas) y un rostro normal. Siempre han dicho que soy bonita, me he sentido en confianza y segura con mi aspecto casi toda mi vida.
Nunca note alguna fijación de carácter sexual por parte de mi hijo hacía mi. Como tampoco yo había tenido alguna fantasia con el incesto. Lo que les voy a relatar es una cadena de hechos que se fueron dando de forma fortuita, al comienzo, y luego de forma natural.
Como les comenté mi hijo tuvo ese accidente y al quedar inmovilizado de sus manos tuve que ayudarlo en todo. Desde su higiene, hasta a comer, incluso a vestirse. Esto generó que tuviéramos que empezar a organizarnos en cómo hacer cada una de sus actividades.
Una de las cosas que empezó a marcar el camino hacia lo que ya les comentaba es que los acontecimientos obligaron a que tuviera que verlo desnudo. Y claro, hacía mucho que no lo veía desnudo. Me encontré con un hombre ya crecido, en todo aspecto. Obviamente me refiero a su pene, que sin ser una descomunal verga de mandingo. Era de una envergadura no menor, quizás más que la de su padre.
Por temas prácticos decidimos que lo bañaría cada 2 días, y la rutina era que básicamente es que envolvía sus vendajes con bolsas plásticas para que no se mojaran y se metía en la ducha. Yo lo enjabonaba con una esponja. Incluyendo sus partes íntimas.
Más allá de lo incómodo que podía resultar al principio, podíamos hacer el trámite, aparentemente, con normalidad y sin hacer ademanes del asunto. La cosa empezó a cambiar en la segunda semana, en que noté que su miembro se ponía cada vez más duro con el lavado. Al principio lo asumí como algo normal, pero luego de varios días sus erecciones se hacían más frecuentes. Ya para la tercera semana su miembro se ponía duro apenas lo tocaba con la esponja, y aunque no se podría decir que era una erección completa, las dimensiones que alcanzaba eran considerables.
Ambos disimulamos como que nada había pasado, sin embargo era imposible no darse cuenta.
– Al parecer te gusta que te bañe mamá – no se porque le dije eso, pero que la situación ya estaba llegando a inquietarme demasiado.
– Mamá lo siento no puedo controlarlo.
– Tranquilo hijo, es normal… supongo.
– No se que tan normal sea que se pare cuando tu mamá te baña… jajaja – risa nerviosa.
Luego de eso hubo un silencio incómodo que duró un par de minutos. Por mientras se había dado vuelta dándome la espalda.
– Llevas como 3 semanas desde el accidente… no has podido… no sé… tu sabes.
– ¿Qué cosa?
– Eso pues… aliviarte.
– jajajaja ¿Tú qué crees?
Otra vez silencio incómodo. Se dio vuelta colocando frente a mí su cosa parada, con su glande semi cubierto.
– Quizás pueda llamar a alguna amiga tuya para que te venga a ver…
– Mamá, sabes que terminé hace rato con Claudia.
– ¿y no tienes a una amiguita con ventaja?
– No… no me ha ido muy bien con eso.
Otro silencio.
La verdad es que me daba un poco pena su situación. Y no lo que dije a continuación, no lo pensé a conciencia.
– Si tu quieres… Solo si tu quieres… te podría ayudar…
Nos miramos a los ojos. En otro silencio incómodo.
Mis ojos se escaparon buscando su miembro. Aún estaba erecto.
– Date vuelta – le ordene.
El solo lo hizo. Quedando mirando la pared del baño. Llevé mi mano derecha en búsqueda de su miembro, y lo envolví con mis dedos. Estaba duro, grande y caliente. Comencé a meneársela.
Empecé con un ritmo suave, y fui aumentando poco a poco. Ya llevaba tiempo que no hacía algo así. Se lo había hecho muchas veces a mi marido, pero desde un tiempo a la fecha, no me daba el ánimo para tocarlo.
Al rato se la estaba frotando rápidamente y mi hijo gemía entregado a mis caricias. Vea cómo apretaba el culo alternadamente acompasando con las jaladas que le estaba dando a su mástil gigante.
Aunque en ese momento pensaba que lo hacía casi de forma asistencial, sin deseo, solo para ayudarlo. Debo reconocer que cosas empezaron a pasar en mi interior.
Él acabó con abundantes disparos que se estrellaron en la pared del baño.
Estuvo quieto unos segundos después de que solté su pene.
– Gracias mamá – dijo sin mirarme a la cara cuando se dio vuelta, seguramente por vergüenza.
– De nada hijo, pero este debe ser secreto.
– Si tranquila…
– Si necesitas ayuda nuevamente… mientras no puedas hacerlo tú… pídemelo.
– Está bien mamá… gracias. – aun con un tono avergonzado y mirando el suelo.
Luego de terminado todo, vestido el niño. Entre al baño para ducharme, tenía la ropa mojada por el agua que rebotaba de la ducha. Y me di cuenta de algo que no había notado. Mi pijama era delgado y un color claro, con lo mojado se traslucen mis pezones. En ese momento lo entendí. Somos humanos de carne y hueso, y sumado a la escasez por la cual estaba pasando mi hijo. Para cualquier hombre, tener a una mujer tocandote y un buen par de tetas saltando delante tuyo, debe ser muy estimulante.
Pero eso en vez de complicarme, me gustó. A tal punto que me sentí excitada. Y termine masturbándome en la ducha.
2 días después, le tocaba ducha de nuevo. me puse una polera de tirantes blanca. Esperando calentarlo más. Pero sin aparentar mucho y con total normalidad le bajé los pantalones del pijama quedando en cuclillas delante de él. Lo había notado un poco ansioso y ahi descubrí porque. Su pene saltó como un resorte apenas lo libere de su prisión.
Segui actuando como si nada pasara y le dije que entrara a la ducha. Comencé a enjabonar su pecho bajando lentamente con la esponja, hasta su barriga y luego a dureza. La enjabone completa de arriba a abajo unas 2 o 3 veces para luego pasar a sus huevos.
Sin decirle nada, ni mirarlo, tome su verga y proseguí a masturbarlo, sentía mis tetas mojadas, las mire y la polera que llevaba se traslucía mostrando mis pezones, como lo había planeado, así que exageré el movimiento para que tiernas copa C bailaran ante la vista de mi hijo.
No pasaron más de 2 minutos.
– Mamá… me vengo…
– Ay no tengo papel ni nada – finjí torpeza y acerque mis tetas a su pene casi posando su glande entre estas.
Disparó abundantes descargas de semen entre gemidos y jadeos. Me sentí tan caliente y deseada que casi tuve un orgasmo al sentir su caliente leche tocar mi piel.
Repetimos la misma dinámica los próximos días de ducha. Claro que ya después espezabamos con nuestro juego sexual incluso antes de largar el agua de la ducha.
El siguiente paso en toda esta cadena de acontecimientos lo dio mi hijo. Un dia despues de almuerzo se me acercó en la cocina, desde atrás.
– Mamá… – me dijo suavemente al oído.
– Si dime – volteandome.
– ¿Crees que hoy después que se vaya papá… – mi marido estaba en el estar o en el baño en ese momento – podrías ayudarme con… masturbarme?… Estoy un poco ansioso y como hoy no fuimos al baño.
– Si yo creo que podríamos… – tratando de ocultar mi entusiasmo – ¿te parece que me esperes en tu dormitorio? Cuando se vaya tu papá y termine de ordenar, voy para allá.
– Ok.
La verdad es que apenas se fue Jorge, tuve que contenerme para no llegar corriendo al cuarto de mi hijo. Esperé unos eternos 5 minutos por si volvía a buscar algo.
Abrí la puerta de su dormitorio con un rollo de papel higiénico en mi mano. Él estaba acostado de espaldas en su cama. Se notaba una carpa en su pantalón de buzo.
– Perdón, tu papá no se iba nunca y tenía que terminar de ordenar.
– Con las manos así como las tengo no me queda otra que esperar… aunque casi te voy a buscar… jajaja
– Así que estás un poco ansioso ah… te recuerdo que estas atenciones son solo porque no puedes usar tus manos…
– Me siento con suerte. A pesar del accidente.
– Mmm… ¿en serio? – sentándome junto a su cadera, mirándolo a la cara – ¿Y por qué tan suertudo? – empecé a tocar su pene por sobre el pantalón con la palma de mi mano derecha abierta, haciendo leves movimientos circulares, y luego a lo largo de su dureza.
– Porque estoy recibiendo la mejor atención que podría recibir mamá.
Tire de su pantalón boxer para liberar a su miembro. Estaba durísimo, parado y hermoso. Lo tomé con mi mano, y tirando de su forro descubrí su hinchado glande.
Yo hervía por dentro, mi sexo palpitaba deseoso. Entendí que ya no había vuelta atrás, que lo deseaba, pero no podía. No debía seguir con esto. Pero no sabía cómo detenerme. Quería besarlo, mamarlo, meterlo dentro mio. No debía, no se hace. Una madre no debe tener sexo con su hijo, pensaba.
Y luego de todo ese remolino en mi cabeza. Ahí seguia yo, masturbandolo frenéticamente, el gemia descontrolado, jadeando y tensando su cuerpo. Pronto acabaría, lo sentía venir.
– Mamá… mamá… me vengo.
Tome el trozo de papel que tenía listo para su cometido y lo puse directamente en su glande para recibir su corrida. Casi hipnotizada viendo como vaciaba su semen disparo tras disparo.
– Bien, labor cumplida – dije disimulando entereza.
Limpie su pene y le ayude con su boxer, y pantalón.
– Espero te haya servido para relajarte.
– No sabes cuánto mamá.
Salí muy digna de su dormitorio, pero luego caminé muy rápido al baño. Me encerré, baje mis calzones y me toqué. Me masturbe intensamente, no fue necesario mucho tiempo. Acabe en un gran orgasmo, del que solo tuve que contener mis gemidos.
Esa noche necesitaba hacer el amor con mi marido. Pero el se durmió temprano. Otro hecho mas que contribuyo en esta secuencia de acontecimientos que me pusieron a la deriva hacia el incesto.
Me había puesto una camisola muy sexy, de satin, color rojo con bordes con encaje, muy escotada de tirantes, que apenas me cubría el culo, y bajo esta unos calzones semi-transparentes del mismo juego. La verdad es que con un suave bamboleo de mis lolas era suficiente para que estas se escaparan. Y fue así como fui a despertar a mi hijo y lo lleve al baño.
Su mirada lo delató, le gusto mucho como me veía. Y lo confirmé, estaba erecto desde antes de llegar al baño. Conversábamos cualquier cosa, solo le respondía con lo primero que se me ocurría, y seguramente él estaba igual.
Estaba caliente, necesitaba ser deseada, y desear. Y esa sensación la encontraba con mi hijo.
Apenas entramos al baño, sin preguntarle, le bajé el pantalón pijama quedando arrodillada delante de él. Su verga hermosa y grande salto a pocos centímetros de mi cara. La agarré con mi mano derecha y descubrí su glande. El delicioso aroma de su miembro invadió mis vías. Me encantó sentirme así de caliente.
Comencé a meneársela a un ritmo suave, pero exagerando los movimientos de manera que mis tetas bailaran ante sus ojos. Sentí su verga muy dura y potente recibiendo mis caricias. Al poco andar empezó a coordinar empeñones de su cadera con mi tirones en su forro, como si me estuviera follando mi mano.
Uno de los tirantes se soltó de mi hombro ampliando mi escote y mostrando mas piel de mis pechos.
– Mamá estas hermosa – dijo de sorpresa, no lo esperaba y me gustó escucharlo.
– Lo dices por que estás caliente…
– No mamá, lo digo en serio, te ves… mmmm… – se le escapó un gemido.
– Creo que lo que te gusta son mis tetas – moví bruscamente para que cayera el otro tirante.
– Uy… si mamá tus tetas son fantásticas.
La suave tela estaba apunto de caer y descubrir mis duros pezones.
– ¿Quieres que mamá enseñe las tetas?
– Si, muestramelas.
– ¿Te quieres correr en las tetas de mamá?
– Si… por favor.
Su verga palpitaba en mi mano. Baje un poco el ritmo para prolongar un poco el momento. Con mi mano libre tiré la tela de mi camisola para que cayera a mi cintura y mostrarle mis tetas en toda su expresión.
– Uff… mamá eres fantástica esto se siente de lo mejor.
Fue tanta la excitación, el deseo, de ambos, que no pude aguantar más y en vez de esperar estar sola para masturbarme llevé la mano con la que me había descubierto las tetas, a mi sexo para masturbarme.
Me senté en el wc para estar más arriba y que su verga quedara a la altura de mis tetas. Mientras estimulaba mi clítoris, masturbaba a mi hijo rozando su glande con senos. Dibujaba figuras con su crayón en mi piel, recorría mis tetas de pezón a pezón.
– Mamá ya me corro.
– Hazlo hijo… hazlo en las tetas de mamá. – ansiosa de que lo hiciera.
Mi sexo estaba mojado en extremo y yo no paraba de tocarme frenéticamente buscando correrme como queria, deseaba hace rato, como me lo merecía.
Puse su verga apuntando a mi pecho entre mis tetas, y a los pocos segundos su herramienta empezó a convulsionar para liberar sus enormes descargas de ese preciado semen.
Me corrí apenas el primer de sus chorros toco mi piel. Fue un orgasmo tan fuerte que perdí la noción de cuanto descargó sobre mi.
Luego de correrse, literalmente se desplomó sobre mí, sus testículos entre mis senos y su pene sobre mi pecho. También gocé ese cálido contacto.
Recuperando el aliento y aún caliente volví a tomar su verga, todavía dura, y esparcí su corrida en mi pecho con esta. El solo jadeaba mirándome con gusto.
– Creo que nos ducharemos juntos. – parándome y dejando caer mi camisola y calzones. Quedando completamente desnuda frente a él.
– Gracias mamá.
– De nada hijo, sabes que solo quiero que te sientas bien y te recuperes.
– Pero esto es más que eso.
– Lo sé, y será nuestro secreto para que lo disfrutemos juntos.
– Y que…
– Ya entra la ducha. – no lo dejé hablar más.
Volvimos a la normalidad, almorzamos los 3 juntos. Mi hijo y yo actuamos como es de esperarse según lo moralmente aceptado para una madre e hijo. A pesar de que en mi interior ardía con su presencia.
Aunque nuestras miradas se cruzaban furtivamente, y estaba más risueña de lo acostumbrado a sus bromas y comentarios, supimos mantener la compostura.
Pero eso solo duró hasta el momento que me encontró sola en la cocina.
Ese día, después de nuestra sesión y posterior ducha me vestí. Pero lo hice pensando en él, para provocarlo, me puse unas calzas color piel muy ajustadas sobre un calzon invisible del mismo tono, de esos delgados sin costura, y arriba solo un sueter de hilo, sin sostén. Por lo que mis bubis debieron haber bailado frente a sus ojos toda la mañana, de seguro las notó, no así mi esposo, pero eso no me importaba. Por lo que, cuando me encontró en la cocina debería haber llevado una buena dosis de calentura entre sus piernas, con laque misma que se me arrimo al culo por sorpresa mientras ordenaba unas cosas en el mueble, semi agachada. Salté del susto al tacto, pero luego me relajé y lo dejé hacer.
– ¿Necesitas que te ayude con algo?, hijo.
– Necesito ir al baño, ¿me ayudas?.
– Ok. Espérame allá, termino esto y voy.
– Gracias mamá.
Se me apretó el estómago. Mi marido aún estaba en casa, tenía claro que debía controlarme.
El me estaba esperando en el baño. Le dije que se parara frente al WC y baje sus pantalones para sacar su pene. Estaba erecto.
– ¿Cómo se supone que apuntaremos al wc con esta cosa dura? – le pregunté complicada, casi riéndome.
– Espera deja acomodarme – dio un pequeño paso hacia atrás y luego se inclinó hacia adelante. Yo apunte con su arma al agua y empezó a mear un mega chorro de orina.
Se que la situación era extraña, estar ahí sujetando su miembro duro y grande disparando un tremendo chorro de orina que resonaba fuertemente cuando chocaba en el agua. No pude ser indiferente a tanta energía masculina. Suena sucio, pero era muy estimulante.
Tuve que contenerme de no empezar a masturbarlo o de agacharme y mamarselo, que desde ya hace días estaba teniendo el impulso.
– Me pregunto que te tiene tan entusiasmado – dije una vez guardado su aparato.
– Yo creo que lo sabes – mirando coquetamente a mis ojos. Mi vagina se mojaba.
– Mmm… no se me ocurre fijate – tratando de hacerme la graciosa.
– Creo que necesitaré tu ayuda para otra cosa. – yo estaba ansiosa porque me lo pidiera pronto.
– Pero… tu papá está ahí – murmurando.
– Tranqui. Cuando se vaya.
– Ok… Otra cosa.
– Dime.
– ¿Por qué estás sin sostén?
– Lo notaste… – me alegré – ¿Por qué crees?
– Imposible no hacerlo, se te mueven muy rico cuando caminas… ¿puedo verlas? – Acercándose. Me encantaba, me sentía tan deseada.
– No… no ahora no – Puse mi mano en su pecho, conteniéndolo, conteniendome – Más tarde.
– ¿Lo prometes?
– Si.
Cuando despedí a marido, mi hijo ya me estaba esperando en su dormitorio. Lo encontré recostado en su cama, esperándome con su pantalón de buzo acusando su buen bulto.
– ¿Ya se fue? – pregunto a penas al verme.
– Si, se acaba de ir – caminando coquetamente hasta pararme frente a él, a los pies de la cama – Me vas a decir ahora en que necesitas que te ayude.
Sonrió.
– 2 cosas… la primera es que hace mucho calor acá, ¿no tienes calor?
– Uy… si demasiado – sobreactuando – creo que lo soluciona de inmediato.
Comencé a tirar mi sueter desde la tela que cubría mis pechos, haciendo que el borde elastizado inferior de este subiera lentamente descubriendo mi piel, hasta llegar a la parte inferior de mis tetas. Ahí me detuve un instante a mirar sus ojos ansiosos, me encantó verlo tan expectante. Seguí tirando de la tela haciendo se levantarán levemente mis senos hasta llegar al punto de caer libres y expuestos a su tierna mirada.
– Son hermosas mamá.
– ¿No están algo caídas por la edad? – moviéndose lateralmente, luciendolas.
– Se ven deliciosas, ¿crees que podría probarlas?
– ¿Quieres volver a mamar de ellas?
– Si, ponlas en mi cara.
Me subí a la cama gateando sin dejar de sonreír mirándolo a los ojos. Él no perdía detalle de mis tetas colgando y moviéndose de lado a lado.
Me senté sobre él, lo monté con ropa. Y puse mis tetas en su cara. Ayudándome con mis manos colocando mis pezones en su boca. El los mamaba suavemente, se sentía deliciosos y estaba gozándolo mucho, casi instintivamente empecé a frotar mi sexo sobre su dureza. Él metía su cara entre mis senos lamiendoles con desesperación. Ya estábamos acompasando el escarceo de nuestros sexos.
Me detuve antes de hacerlo acabar. Retrocedí hasta quedar de rodilla entre sus piernas abiertas. Baje su pantalón junto con su calzoncillo. Su verga emergió estoica casi como un obelisco de carne.
Lo primero que hice fue agarrarlo y descubrir su rojo glande. La posición era incómoda y la situación lo ameritaba, además de la poca distancia que estaba de mi cara. Sin pensar más, lo envolví con mis labios y después comencé a mamarlo. Primero saboree cada centímetro de su ardiente carne, en unas mamadas lentas y profundas. Pero luego me entregué a mamarlo con deseo, con hambre de verga que llevaba acumulada. Era delicioso y caliente, amé el gusto del pene de mi hijo.
– Mamá eres fantástica – lo escuchaba entre gemidos.
Lo sacaba para respirar un poco y lamerlo en su extensión, desde su escroto hasta su glande, sin perder detalle de su suavidad, pliegues y frenillo.
Sujetándolo desde su base me concentré en lamer chupar y engullir, los primeros 10 o 12 cm desde su glande con un ritmo intenso.
Junto con darle la mejor mamada de su vida, como me lo confesó después, aproveche de tocarme, auto complacerme.
Tal como lo había hecho en la mañana, pero esta vez con su miembro en mi boca.
Las yemas de mis dedos índice y medio, frotaban en círculos a mi clítoris, mientras mamaba su rica verga, entrando y saliendo de mi boca, acogida por mi lengua que la acariciaba suavemente.
– Me vengo, mamá… me vengo.
Lo saque de mi boca y seguí con mi mano.
– Acaba en mis tetas – puse su virilidad entre mis senos y segui meneandola hasta acabar.
Cuando sentí nuevamente su leche sobre mi piel, terminé por correrme yo. Sus disparos llegaron a mis tetas y mi cara. Y luego de dejar soltar los borbotones semen volví mamarlo para saborear la corrida de mi amado hijo. Goce un buen instante de su sexo, en ese estado de plenitud placentera que logre al correrme tan intensamente.
Desde ese momento dejamos atrás las pajas y comenzamos con las mamadas. Otro hito mas en esta historia de lujuria e incesto.
Los días siguientes le hice sexo oral a mi hijo cuantas veces me lo pidió, necesito, y necesite.
Se lo hacía en la mañana al despertar, o antes de ducharse, o cuando nos duchábamos. Con los días y dependiendo donde lo hacíamos lo echaba en mis tetas o yo lo tragaba. Como por ejemplo la vez que me arrodille ante mi hijo tras la puerta de entrada, apenas su padre se había ido. O la vez que le hice una felación en el sillón luego de que mi marido se fue a acostar, después de que se quedara dormido cuando estábamos viendo una película.
Y así fue que llegamos al viernes de la cuarta semana. Última semana antes del control médico, esperábamos que le quitaran los vendajes.
En ese momento asumí que probablemente iba a ser la última tarde solos, ya que los fines de semana, aunque jugueteamos, no teníamos toda la libertad.
Ese día había entrado en su dormitorio solo con mi calzón pequeño, mostrando mis tetas en todo su esplendor. Sabía que le gustaba mirarlas y yo disfrutaba de eso. Le hice la respectiva mamada matutina, luego de bromear y jugar con su pene. Acabo en mi cara y senos.
Caminando desnudos desde su dormitorio al baño, yo solo llevaba mis calzones. Hicimos todo de como lo estábamos acostumbrando a hacerlo en esta dinámica sexual incestuosa. Pero que en ese momento no lo consideraba así. Asumía que lo que hacíamos no era moralmente aceptado, pero no incesto, me auto convencía que se trataba solo de una muestra de cariño, y preocupación, especial de mi parte para mi hijo, en respuesta al gran amor que sentía por él. Y no pretendía pasar más allá, ni que esto siguiera pasando una vez se recuperara.
Ese día nos duchamos juntos. Luego de enjabonarlo completo, con mis manos obviamente, provocando una nueva erección, y como era de esperarse, jugué con su pene duro, tirando de su prepucio y dándole golpecitos a mi ombligo. Lo que no esperaba es que él se aprovechara de un momento en que le di la espalda buscando mi shampoo, para abrazarme con sus manos envueltas en vendajes y plástico. Colocando su duro mástil entre mis nalgas.
Una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo. Eso no lo había hecho, estaba más seguro con sus manos, ya más recuperado.
– Cuidado hijo con tus manos – dije rápidamente al sentir que me envolvía con sus brazos en mi cintura.
– Tranquila mamita si no estoy haciendo fuerza – apegándose más a él y cargando aún más su dureza entre mis carnes.
– ¿Seguro?… mira que harto he hecho para que te recuperes.
– Lo sé, solo quería sentirte un poco más cerca – empezó a cargar intermitentemente su verga en mi culo. Primero suavemente, pero tomando intensidad poco a poco.
Aunque me estaba sintiendo a gusto en ese momento. Alcance a reaccionar, si me quedaba ahí. A su merced, tomada y querida, iba a terminar follada y eso era algo que había descartado. Al menos hasta ese momento. Y por cómo me llevaba sintiendo en esos días, tan alborotada sexualmente, iba a terminar cediendo a la tentación sin poder resistirme.
Zafé de su tentador abrazo, provocativo, incestuoso.
Pero no se detuvo. Acostumbrábamos tocarnos y rozarnos furtivamente, incluso con mi marido cerca, pero ese día fue más. Aunque ya estaba más autónomo. Soltamos un poco la parte delantera de sus vendajes para liberar las primeras falanges de sus dedos. Lo que le sirvió para tareas comunes como comer solo e ir al baño.
Pero también para tocarme, y así fue como en un momento antes de que llegara su padre nos encontramos en el pasillo, y me acorraló contra el muro. Yo sólo lo miraba a los ojos respirando agitadamente. Él recorría mi cuerpo por sobre la delgada tela de mi ropa, ese día tampoco llevaba sujetador, por lo que mis pezones se acusaban duros e impúdicos. El dorso de su dedo índice derecho subió lentamente apenas tocándome desde mi ombligo, recorriendo mi barriga, para luego encontrarse con mi seno izquierdo, siguiendo la voluptuosa topografía de esta, hasta llegar al gigante pezón, el cual recorrió un rato haciendo círculos sobre este. Por mi parte busqué sus testículos y los acaricie, apretando y soltando levemente, su delgado y suelto pantalón lo permitía.
Mentalmente trataba de autoconvencerme. “Debes ponerle un freno a esto”, “pero me gusta tanto lo que me hace sentir”, “solo hasta que se recupere”, “nunca debí haberlo masturbado, pero solo quedará en eso”, “se recuperará, volverá a su rutina y me dejara tranquila”, “pero soy yo quien lo busca también”, “volveremos a nuestras rutinas y esto se acabará…”.
– Ya suficiente – dije escapandome de ahí – debo terminar el almuerzo… además tu papá está por llegar.
– Si, tranqui mamá, después seguimos.
No le respondí, solo me fui.
Me dejo sola un buen rato. Incluso después de almorzar, entendió que debía dejarme respirar un buen rato. No me buscó. Lo que al principio me alivió, al pasar el rato me empezó a angustiar.
No sé si fue su intención o solo se dio, pero llegué a su dormitorio cuando ya estábamos solos, sin que él me lo pidiera.
El estaba viendo una película tendido en su cama, como se había liberado parte de sus dedos, podía usar el control remoto sin problema. Gran alivio para su ocio.
– Hola – casi tímida – ¿que ves?
– Una película – relajado, pero sin detalles, muy concentrado.
– Emm… si eso es obvio – acercándome, apoyando mis rodillas juntas en el borde del colchón – ¿pero cual?.
Me dijo como se llamaba, pero no me interesaba, ni me acuerdo. Solo seguí acercándome.
– ¿Puedo verla contigo?
– Si claro – sonriendo y haciéndose a un lado, dejándome espacio en la cama y levantando su brazo izquierdo para que me acomodase.
Me recosté de lado apoyando mi cabeza en su pecho y mi mano izquierda sobre su barriga. Él me abrazó, quedando su mano envuelta sobre mi brazo.
Seguí preguntándole cosas de la película y él me las respondía, siempre con un tono cariñoso. La verdad es que yo solo quería sentirme cerca de él y disfrutar de su compañía. Pero en el fondo, sabía en lo que se iba a transformar todo y aunque no estaba segura lo deseaba.
Mientras mirábamos la “peli”, o más bien, mientras él la miraba y yo fingía interesarme. Yo lo acariciaba y disfrutaba de su olor.
No pasó mucho rato para que me atreviera a meter mi mano bajo su pantalón. Fue una grata sorpresa encontrar su pene duro, esperando ser liberado.
Luego de sentirlo me armé del valor necesario para seguir con lo que ya tenía decidido.
Me puse de pie junto a la cama y tiré de sus pantalones junto con sus calzoncillos. Su hermoso miembro saltó apenas fue liberado de su prisión, apuntando al techo estoico y listo. Tire de su ropa hasta dejar sus pies libres. Seguido, me saque el delgado suéter de hilo que llevaba puesto, como no llevaba sostén, mis senos bailaron frente a sus sorprendidos ojos.
– Que deliciosa eres mamá – sin dejar de mirar mis tetas.
Hambrienta tome su tronco con mi mano derecha y tire de su suave piel para descubrir ese delicioso glande. Y sin más lo engullí. Desde ese momento le hice un sexo oral frenético, me sentía ardiente, deseosa y desenfrenada. Él, mi hijo, solo gemía entregado al placer que su madre le entregaba mamando su viril mástil. Recogí mi cabello hacia el lado opuesto de donde él me miraba, para que nada lo privara de la vista de su madre chupando de duro y potente miembro.
Fueron varios minutos en que jugué con su miembro, chupe, lamí, besé sus testículos, etc. Sabía que no acabaría pronto, llevaba ya varios días eyaculando seguido, por lo que intuía que podía aguantar un buen rato.
Yo me sentia muy caliente, mariposas parecían pelear en mi estomago, mi piel estaba erizada, mis pezones estaban durísimos, y mi sexo ardía, me sentia muy mojada.
Saque su pene de mi boca y lo lamí en toda su extensión varias veces, como si fuera el más sabroso de los helados. Para luego mirarlo a sus ojos. Por un instante nuestras miradas se encontraron, ambos agitados por la excitación. Habíamos llegado al punto de no retorno. Último hito de esta historia e inicio de lo que sería el resto de nuestras vidas.
Me puse de pie frente a él, con mis senos expuestos coronados por sus duros y gigantes pezones. Bamboleándose libremente. Tomando mis calzas y calzones con mis pulgares desde mis caderas, me los baje, desnudándome para él. Ya no para ducharme.
El no decía palabra alguna, y no estoy segura si podía hacerlo en ese momento. Su cara de sorprendido lo daba a entender así. Sabía lo que pasaría y lo ansiaba, sin dudas.
Me subí sobre él. Él se apoyó en sus codos, yo en su pecho. Acomodé su glande en la entrada de mi vagina y suavemente me deje caer. Tomándonos mutuamente.
La primera penetración fue lenta y profunda. Una corriente de placer recorrió mi cuerpo desde mi sexo. Lo sentí tocar donde nadie había llegado, ni su padre. Disfruté ese momento, quedarme ahí quieta y completamente penetrada por la impetuosa virilidad de mi amado hijo. Dejándome llevar por el enorme placer, caí sobre él, encontrándose así nuestras bocas. Nos fundimos en uno de los besos más apasionados de mi vida.
Aún algo temerosa, mientras besabamos comenzamos a movernos. Empecé a subir y bajar mi sexo, disfrutando de su tronco recorrer mi intimidad. Y él a levantar si pelvis acompasadamente, coordinando sus subidas con mis bajadas. Poco a poco nuestros cuerpos se sincronizaron en una hermosa dinámica amatoria incestuosa y prohibida, a la cual nos entregamos sin dudar. La que comenzó con suaves y lentos movimientos, para dar paso a profundas y fuertes penetraciones.
Sus manos envueltas en esos malditos vendajes trataban de sujetar mis gordas nalgas que subían y bajaban sobre él. Impactando con el peso de mi cuerpo cada vez que me penetraba.
Entre besos, gemidos, jadeos, quejidos y resoplidos. Nos confesamos mutuamente el amor, el deseo y la lujuria recíproca que sentíamos.
– Eres hermosa mamá… te amo
– Si, si hijo… te amo… sigue sigue.
– No sabes cuánto lo deseaba…
– Yo también hijo… mmm.
– Mamá cuánto quisiera tocarte ahora – sus manos envueltas cargaban mi culo.
– Metemela toda hijo.
– Ay… esto es lo mejor que me ha pasado – su duro glande se clavaba en mi cervix.
– Se siente tan rico mamá.
Puse mis tetas en su cara. Él las recibió mamando de ellas con total hambre.
– Chupamelas – ordené – chupamelas fuerte, quiero sentirlo.
Sus labios apretaban mi pezón con fuerza, se sentía delicioso. Mi cuerpo se movía solo, yo ya no lo controlaba. Nuestros gemidos ya eran gritos de placer, nuestra entrega era completa. Estábamos solos, libres, podíamos amarnos sin límites.
Yo seguía subiendo y bajando, disfrutando cada centímetro de su maravillosa virilidad, mientras mis gordas tetas rebotaban en su cara sin que el perdiera oportunidad de chuparlas y lamerlas. Gocé con cada vez que su hambrienta boca atrapaba uno de mis pezones, para chuparlos fuertemente casi metiendo la mitad de mi teta su boca.
– Hijo me muero… Me corro.
– Sigue mamá… yo también casi.
– Llename… acaba adentró – le dije cargando mi sexo hacia abajo tratando de mantener todo pene en mi interior, casi clavandome hasta el fondo.
Yo jadeaba y él gemía fuertemente cuando su verga comenzó a convulsionar dentro mio. Fui transportada al orgasmo más fuerte que había sentido hasta ese momento. Nos corrimos al unísono.
Él disparaba su preciada descarga dentro mio mientras yo gemía rendida sobre él, con mi cara pegada a su mejilla. Nuestros sexos fundidos en el fuego recíproco de nuestro deseo incestuoso.
Cuando recuperamos el aliento nos besamos nuevamente. Apasionadamente, entregados, por varios minutos. Sus manos envueltas trataban de acariciarme.
Al rato me bajé de él con cuidado, su pene semi erecto salió de mi, y con él, una buena cantidad de su semen. Quedando ambos empapados con la mezcla de nuestros fluidos.
Nos quedamos acostados de lado, mirándonos a los ojos. Besándonos y acariciándonos.
– Eres fantástica… te amo mamá – me dijo.
– Te amo hijo.
Seguimos con nuestras caricias.
Nos quedamos desnudos, viendo la película. Él la retrocedió hasta donde habíamos quedado antes de interrumpirlo.
No alcanzamos a terminar la película, luego de un rato, quizás cuarenta minutos o una hora, retomamos las caricias y besos.
– Cuidado con tus manos mi amor – le dije estando de espaldas abriendo mis piernas mientras él se montaba sobre mí.
– Tranquila mamá, me apoyó en los codos.
Me besaba con pasión cuando busqué su dureza. Acomodé su gigante y duro glande en la entrada de mi vagina. Me penetró de una vez y profundamente. Mi cuerpo reaccionó al placer de manera inmediata al sentir como su gigante verga volvía a abrirse paso en mi interior, para clavarse en mi carne. Me dejé, me entregué, para que me follara a su capricho.
Me mantuvo un rato, penetrada a fondo. Basándose, mi boca, mi cara, lamiendo mi cuello. Recién había entrado en mi y ya me tenía al borde de un orgasmo. Poco a poco comenzó a presionar con su pelvis, cargando intermitentemente su verga en mi interior. Para ir poco a poco aumentando el movimiento hasta alcanzar un ritmo constante y fuerte.
Me sentí fluir, pensé que a mi edad ya no podía mojarme así, pero él, mi amado hijo, logró despertar mi cuerpo. Me sentía plena, amada, deseada, caliente y hermosa.
Mi orgasmo se acercaba y este maravilloso macho no dejaba de tomarme como su hembra. Mis piernas en abiertas de par en par, entregaban a mi sexo a plena disposición para que él se saciara de placer con su madre, y también me entregara el mayor regocijo carnal.
– Me muero hijo… me matas… sigue sigue.
Él no respondía, solo gemía y resoplaba junto a mi cara, concentrado en su labor.
– Lléname hijo… Soy tuya… – le rogaba entre gemidos y jadeos.
Cambió el ritmo a fuertes penetraciones, lo que me hizo acabar. El amor incondicional, el morbo y el sentido de lo prohibido, se conjugaron para que me invadiera otro fuerte orgasmo.
El seguía entrando fuertemente en mí al momento en que yo viajaba por el placer máximo. Hasta que en un momento se detuvo para eyacular y correrse, lo que volvió a elevarme en ese gozo.
– Bésame – le ordené cuando volví a la realidad. Y así lo hizo.
Para cuando su padre volvió a casa ya no quedaba rastro de nuestra tarde de placer.
Esa noche inmersa en la penumbra, acostada junto a mi esposo que roncaba, pensé en volver a los brazos de mi hijo, volver a hacerle el amor. Pero me contuve, temí que por un descuido mi marido nos descubriera y perdiera lo que recién había descubierto y decidido a disfrutar.
Esa mañana de sábado mi esposo me sorprendió con una genial noticia, se había comprometido con su hermano para ayudarlo con el auto. Disfrace mi alegría manteniéndome lo más neutra posible.
– ¿Llegas a almorzar? – pregunté.
– No, tranquila, comeremos algo por ahí.
– Ok. No hay problemas, acá vemos que hacemos tu tranquilo, haz tus cosas.
Esperé ansiosa a que el padre de mi amante se marchara a ayudar a su hermano. Lo despedí disimulando normalidad. Esperé diez minutos luego de que cerró la puerta para sentirme segura de que no volvería.
Pasado ese rato no demoré en desnudarme y meterme en la cama de mi hijo para volver a hacer el amor. Él me recibió inmediatamente, lo monte como el día anterior. Para acabar en otro gran orgasmo y llena de su semen.
Descansamos desnudos en su cama. Para después caminar al baño para ducharnos. No requirió mayor esfuerzo ni estimulación, su pene volvió a estar erecto cuando estábamos bajo el agua de la regadera.
Cuando me volteé a tomar mi jabón, le di la espalda. Ocurrió lo que esperaba, su dura herramienta buscaba abrirse paso entre mis nalgas. Sus manos envueltas se posaron en mis caderas, no me hice de rogar, lo quería tanto como él. Me incliné hacia adelante, abrí un poco mis piernas y con una de mis manos busqué su verga desde abajo para ponerla donde tenía que ir, donde le correspondía, en la entrada de mi lubricada y revitalizada vagina.
No demoró en penetrarme, yo lo ayudé cargando mi culo hacia atrás cada vez que sentía que su ariete volvía a presionar para adentrarse en mí. Mi sexo lo recibió cálidamente en cada una de sus penetraciones. Haciéndome vibrar de placer. Me encantaba su ímpetu juvenil y sus ganas de sexo. Me encantaba que fuera conmigo con quien satisficiera su necesidad carnal. Me encantaba ser su hembra y entregarme a sus deseos. Me encantaba que fuera mi hijo.
Él acabó antes que yo, llenándome nuevamente, aunque no llegué a un orgasmo como los anteriores, disfruté mucho sentir como él gozaba de mi carne, y se corría en mi interior.
En el control médico le retiraron los vendajes, para reemplazarlo por otros que solo envolvían sus muñecas, los podía remover para ducharse. Los tendría que usar por 2 semanas, hasta el próximo control.
Fue una excelente noticia. Estábamos muy contentos. Ese día lo lleve en auto. Volviendo a casa me tocó una pierna mientras manejaba, acariciando mi rodilla derecha, con su mano izquierda. Yo llevaba una falda corta.
– Que suave es tu piel mamá.
– Ahora podrás disfrutar de toda la suavidad que quieras.
– Es verdad, ya estaba aburrido de esos vendajes… Pero creo que voy a seguir necesitando tus atenciones.
– Pero ya tienes tus manos buenas. ¿En qué más podría ayudarte?
– Quizás nos podamos ayudar mutuamente – deslizando suavemente su mano desde mi rodilla hasta el interior de mi muslo.
Hemos disfrutado del incesto en plenitud y sin cuestionamientos. Pero siempre condenados a los momentos en los cuales nos quedamos solos en casa. Por lo cual, mi hijo acomodó su horario de tal manera de tener 2 mañanas libres en la semana. Para iniciar el día follando a nuestro antojo, mientras su padre, mi esposo, trabaja ignorante de nuestra pasión. Y por supuesto, aprovechando cada pequeño rato a solas para amarnos.
Espero hayan disfrutado mi historia.