Capítulo 2

En los días siguientes a aquella experiencia me masturbaba casi a diario pensando en el placer que Myriam me había proporcionado aquella tarde feliz. Nos encontrábamos en el bus del colegio pero siempre estábamos rodeados de más estudiantes.

En el colegio, de vez en cuando teníamos alguna conversación fugaz en la que yo le comentaba lo feliz que me había hecho y que quería tener otra experiencia con ella. Ella estaba dispuesta pero no era sencillo porque su familia era muy estricta con su llegada a la casa y la situación no era muy diferente para mí.

El fin del año escolar se aproximaba y yo sabía que después de eso sería muy difícil, si no imposible, tener otra oportunidad con Myriam.

Todos los días, al regreso, registraba si los últimos estudiantes de la ruta venían para que, en caso negativo, tener esa experiencia que ella me había insinuado y prometido pero que ignoraba en qué consistía, porque ella siempre respondía “eso no se dice: se hace”. Un día los estudiantes que yo deseaba que no vinieran en la ruta, en efecto, no la abordaron en la tarde, pero ella tampoco. Al siguiente día me explicó que había tenido que ir a una cita médica. Así que mis oportunidades se agotaban.

Faltando 3 días para el fin de las actividades escolares se me presentó la ocasión: faltando un buen trecho para la bajada de ella, nos habíamos quedado solos en el bus. Yo la había visto ese día con la falda de su uniforme a cuadros que dejaba ver esas hermosas y provocativas piernas ni gruesas ni delgadas. Sentados en una de las últimas sellas del bus, podía ver parte de sus tetas firmes como frutas carnosas.

Al ver que mis ojos volvían hacia ese par de manjares, abrió un poco más su blusa y, no contenta con ello, desabrochó el brasier y se lo quitó por debajo de la blusa. Así que pude ver sus tetas casi en su total desnudez. Inclusive, uno de sus pezones que lucía rígido y parecía tirar esa carne firme y redonda.

Mientras hacía todo esto ella me miraba con picardía y evidente excitación. Me tocó la verga por encima del pantalón e hizo un gesto de aprobación al notar que ya tenía una erección. Me la acarició sobre la ropa y luego tomó mi mano para llevarla a sus tetas.

Me sentí paralizar al contacto con aquella carne apretada que se me ofrecía. La apreté y la amasé mientras sentía aquella mano deliciosa frotar mi verga. Enseguida me desabrochó el pantalón y me dijo que lo bajara un poco y que me escurriera lo más posible sobre el asiento para que mi cuerpo quedara casi lineal. De esta manera mis huevas también quedaron a su vista. Como en la ocasión anterior, ella me miraba la verga con ojos llenos de deseo y me pajeaba muy lenta y suavemente.

Yo no dejaba de masajear sus tetas y sus pezones como púas. Ella jadeaba sin ruido. Entonces me apartó la mano, corrió su cuerpo lo más lejos que pudo en la silla y se inclinó sobre mi verga sin dejar de pajearme, al tiempo que me decía: “Ahora vas a sentir algo mejor que la vez pasada”.

Acercó su boca a mi verga, mientras yo miraba con asombro y, al mismo tiempo, procuraba disimular. Sacó su lengua muy humedecida, casi babosa, y lamió mi capullo redondo haciendo varios círculos lentos. Dejé escapar un gemido corto y casi silencioso. Su lengua siguió girando y esparciendo la saliva alrededor de la cabeza. Yo sentía corrientes eléctricas en mi cuerpo en todas direcciones.

Mi cuerpo se acaloraba mientras mi respiración se hacía más rápida. Entonces vi cómo bajó su lengua a lo largo del tronco, lamió mis huevas en círculos y regresó al capullo. Allí su lengua giró un par de veces e hizo de nuevo el mismo recorrido. Yo comenzaba a retorcerme de placer. Hizo esto varias veces y yo sentía que no podía haber mayor placer que el que estaba recibiendo. Me equivocaba.

Al llegar su lengua de nuevo arriba, vi cómo introdujo la cabeza de mi verga en su boca húmeda. Lo hizo lentamente. Por un segundo mi vista se nubló. Estuve a punto de saltar en el asiento. Se retiró hasta que la tuvo en sus labios y volvió a hundirla.

Solté un gemido que de nuevo ahogué. Repitió esto varias veces y luego, bajando su mano por el tallo hasta la base, introdujo toda mi verga en su boca. Un sudor entre frío y caliente asomaba en mi frente. Volvió a tener solo el capullo en su boca y allí su lengua volvió a pasear en círculos.

La variedad de sensaciones placenteras era tal que me sentía ebrio. Durante todo este tiempo levantaba sus ojos hasta donde podía para mirarme y comprobar que aquello me estaba gustando. Volvió a meter toda mi verga en su boca y a sacar después solo el tronco dejando la cabeza dentro. Repitió el movimiento varias veces pero esta vez lo hizo muy rápido. Un nuevo estremecimiento recorrió mi espalda y terminó en mi verga. Respiré muy agitado.

Volvió a mamar lentamente y siguió alternando la mamada con chupadas profundas y lentas con otras también profundas pero veloces.

Yo sentía una congestión enloquecedora en mi verga. Era como si los placeres de todas mis pajas y de la que ella me había hecho semanas atrás, se concentraran en esta mamada. Ella comenzó a gemir. De repente, dejó de mamar rápidamente y siguió haciéndolo lentamente.

Yo sentía que se aproximaba mi corrida. Mi semen hervía en mis huevas y semejante a la leche cuando hierve en una olla, ascendía por mi verga. Me aferraba a la silla con una mano mientras la otra tocaba sus nalgas.

Entonces sentí el primer latigazo de semen salir expulsado con fuerza a su boca. Ella siguió mamando lentamente y mi semen siguió saliendo a fogonazos furiosos mientras yo gemía sin que apenas se notara. Los gemidos de Myriam era más fuertes pero mi semen, que seguía llenando su boca ayudaba a apagarlos. Al fin mi leche se vació toda en su boca y mi verga comenzó a perder su dureza. Yo estaba inmóvil, desconcertado por tanto placer, casi sin ver ni oír a mi alrededor.

Tal vez por eso no vi su mano que se estiraba hacia mí (después me lo dijo). Entonces sentí un movimiento de su boca y su lengua que comprimían mi verga. Fue el último espasmo de placer antes de sentirla liberada. Miré y vi que Myriam levantaba la cabeza. Sus labios apretados comenzaban a abrirse. Miré a un lado y al otro, y luego a ella. Fue cuando me dijo: “me la tragué toda”.