La bruja
Cuando me enteré de que la chica con la que me había acostado, amiga íntima de mi novia, era una bruja, no supe cómo reaccionar; me dio miedo, terror, y ese miedo pudo más que mi amor, así que, craso error, amenacé con descubrirla, delatarla, aunque no sabía bien a quién.
Estábamos en su casa, acabábamos de hacer el amor, y sus profundos ojos negros me estaban mirando fijamente cuando yo estaba de los nervios; su cuerpo desnudo sobre la cama, su melena negra azabache desparramada por la almohada, sus pechos erguidos y desafiantes, todo hacía que perdiera la cabeza por ella, pero estaba tan asustado que no me paré a pensar en lo que estaba diciendo.
Entonces, mientras me estaba vistiendo, Esther se concentró, me miró, apuntó su dedito hacia mí, y antes de que me pudiera dar cuenta, me encontraba dentro de una jaula de un tamaño que apenas me mantenía encogido. Me revolví, gesticulé, grité, pero solo provoqué que ella volviera a apuntar su dedo, y me vi rápidamente fuertemente atado y amordazado. Me explicó que la única forma de controlarme es cuando estuviésemos juntos, a escasos metros, por lo cual ya nunca se separaría de mí, por mucho que yo protestase; ya podía ir olvidándome de todo, de mi novia, de mi familia, de mis estudios, de mi vida, y que a partir de ese día solo viviría por servirla, adorarla y darle placer. La verdad es que estaba en sus manos, ya que con un movimiento de su dedo podía hacer de mí lo que quisiese; me había puesto una mordaza en un instante, a lo mismo que las ataduras, y la jaula, algo más grande no le había costado ni un segundo.
La jaula desapareció en un visto y no visto, y mi mordaza desapareció también; fui levantado por una fuerza desconocida, levitado unos centímetros y acercado a la cama donde Esther estaba echada, desnuda y acariciándose el sexo. Mi cabeza fue llevada hacia su entrepierna, y aunque yo quería girarla, aquella fuerza me lo impedía, con lo que mi cara quedó perfectamente encajada. Entonces, aunque seguía mi cuerpo elevado en el aire, la fuerza que me mantenía la cabeza desapareció, pero sin un momento para relajarme, las manos de Esther me la cogieron y la apretaron contra su sexo ávido de placer.
Mi nariz se enterró en el bien recortado monte de Venus, mientras mis labios se pegaban como una ventosa a sus labios vaginales, pero mi lengua se negó a dar el placer que la bruja buscaba. Agarrándome por los pabellones auditivos, aplastó más mi cara en su coño, instándome a que le proporcionara lo que buscaba, pero como yo me negaba, conjuró una nueva treta; yo sentí como si una lengua saliese de su propio coño, se enroscara a mi lengua y la atrajese hacia el interior de la gruta. Cuando mi lengua entró en su coño, la extraña forma que me la tenía atrapada la guió hacia las zonas que excitaban a Esther, así que le hice una mamada dirigida que le llevó rápidamente al placer. Se corrió abundantemente, en mi boca, e incluso la forma que tenía atrapada mi lengua introdujo sus flujos en mi boca, empujándolos hacia mi garganta a medida que emanaban, obligándome a tragarlos. Una vez satisfecha, soltó mi cabeza y con su dedo me envió, a un metro de altura del suelo, a un rincón de la habitación. Volvió a amordazarme. Se pasó un buen rato pensando, cavilando, caminando de un lado a otro de la estancia, meditabunda, mirándome de vez en cuando, una veces con ternura, otras con curiosidad; finalmente se paró delante mío y me dijo que le había estado dando vueltas a cómo me iba a tener siempre cerca, ya que para tenerme siempre el control sobre mi debía estar siempre a menos de dos metros de mí y encontró la mejor solución, tanto para arreglar aquella situación como para obtener un extra de placer durante todo el día. Me sacó de la jaula una vez más, me mantuvo desatado, de pie, pero inmóvil, y concentrándose, lanzó su dedo contra mí. Cuando, lo hizo un escalofrío recorrió mi cuerpo, y al momento todo cambió; yo podía ver la habitación, pero lo hacía como si estuviese tumbado en el suelo. Veía el techo, pero me sentía el cuerpo extraño, siguiendo en la inmovilidad en la que antes estaba.
Esther se acercó a mí, la vi agacharse y agarrarme. ¿Podía subirme como si fuera un folio? Entonces pensé en qué me había convertido, y para que tuviera plena consciencia de mi situación, me llevó hasta un espejo. No, no podía ser, no podía creérmelo; Esther, sosteniendo en sus manos, mostraba al espejo unas braguitas de algodón blanco, del tipo pantaloncito corto, aparentemente normal, pero que yo supe que era yo mismo. Ya no tenía dudas de que estaba completamente en sus manos, que no tenía escapatoria, y de que nadie en el mundo sabría nunca de mi paradero. La bruja entonces se dispuso a ponerse las braguitas; yo noté como si abarcara sus piernas con mis brazos, y sentí cómo sus muslos se deslizaban por mis biceps, acercándose su culo más y más a mi cara. Cuando las tuvo puestas, sentía mi nariz entre sus nalgas, con la punta apoyada en su botón rosado, mis ojos cegados por los glúteos y mi boca pegada a su sexo. No era una sensación de dolor sino de bienestar, cosa de la que me sorprendí; acaso una cierta sensación de ahogo, no, no de ahogo, sino de algo que me llenaba, como una máscara. Cuando empezó a caminar sentía sus nalgas sobando mi cara y sus labios vaginales restregarse en mi boca, pero tampoco era una mala sensación.
Pero cuando se sentó todo cambió; mi cara se vio aplastada con una fuerza inusitada, mi nariz a punto de explotar apretada contra su ano, y mi boca quedando totalmente introducida entre los labios de su sexo. De aquella forma no podía ni respirar, la cabeza a reventar y mi vida en sus manos, o mejor dicho, en su culo. Traté en vano de buscar una posición más cómoda, pero, ¿cómo hacerlo siendo una braguita inerte?. Entonces oí la voz de Esther; ¡me estaba hablando con la mente!. Me decía cómo me encontraba así, y le dije, no sé cómo, que me ahogaba. Entonces noté como todo mi ser se introducía entre sus nalgas; lo que en realidad estaba haciendo es que se metía las bragas por el culo, oprimiendo todo mi cuerpo entre sus glúteos, pero de esa manera encontraba un resquicio para respirar, aunque la sensación de agobio y presión persistían.
Conseguí decirle mentalmente que así ya podía respirar, con lo cual se reclinó en el sofá en el que estaba sentada y cogió el teléfono; fue entonces cuando su plan destrozó por completo mi vida. Llamó a mi novia Marisa, y no sé cómo, cuando empezó a hablar era mi voz la que salía de su garganta; yo me alarmé, quise impedirlo, pero, ¿cómo hacerlo?. No había manera de evitar que Esther hiciese lo que le diese la gana, así que traté de llorar cuando oía cómo la bruja le decía a Marisa, con mi voz, como si fuese yo, que ya no volvería a verme, que me había enamorado de una extranjera y que desaparecería para siempre de la ciudad y de su vida. Esther pudo notar cómo sus flamantes braguitas humanas se mojaban, debido a mis lágrimas, y eso la excitó.
Esther notó algo que nunca había sentido; a pesar de que sus poderes la habían acompañado toda la vida, no había tenido la necesidad de usarlos para su provecho, pero al pararse a pensarlo, únicamente lo sentía conmigo. Decidió que seguiría su vida normal, pero con un pequeño cambio en su placer.
Se reclinó cómodamente en el sofá, se estiró la braguita, o sea, a mí, de manera que mi nariz quedaba justo entre sus labios vaginales, y comenzó a acariciarse, empujando mi nariz dentro de su coño, excitándose y mojándose. Mi boca quedaba libre para poder respirar, pero mi nariz se llenaba de jugos, y cuando se corrió, mi cara quedó empapada.
Una vez saciada se dedicó a hacer pruebas conmigo; se quitó las braguitas y las dejó sobre una mesa; primero me convirtió en jarrón, y al echarme agua me sentí totalmente mojado, pero introdujo dos rosas por la boca, haciéndolo a la vez en mi culo. Me sentía humillado, mojado y penetrado. Luego me convirtió en vela, que al encenderla me llenaba el cuerpo de cera, en lámpara que me quemaba todo el cuerpo y en consolador, que al introducírselo en su coño todo mi cuerpo quedó dentro de ella.
Después me convirtió en sofá, y justo cuando lo iba a probar, llamaron a la puerta; era Marisa, desecha en un mar de lágrimas. Esther la acompañó y se sentaron en el sofá (yo); el culo de mi novia quedó sobre mi cara y Esther se acomodó en mi estómago. Mi novia le contó la conversación que ella creía haber tenido conmigo y su amiga la escuchó con atención, como si no supiese nada del tema.
A continuación sucedió algo que me llenó de rabia, aunque me excitó también; Esther comenzó a acariciar a Marisa, susurrándole palabras de cariño al oído, dándole pequeños besos en el cuello, y mi novia se dejó llevar, sin duda afectada por el duro golpe que acababa de sufrir. Así que se relajó y se entregó a las caricias de su amiga, retozando con ella, deleitándose con largos morreos y magreos de tetas; eso sí, era Esther la que llevaba la iniciativa, y Marisa se dejaba hacer, pero noté como la braguita de mi novia se mojaba a marchas forzadas, así como el coño de Esther, ahora desnudo.
Cuando finalmente llegaron a su placer, Marisa le confesó a su amiga que se había sentido muy bien, que le daba las gracias, pero que sentía confusa, que necesitaba pensar. Su amiga se quedó con una sonrisa en los labios, satisfecha de su manipulación en nuestras vidas, pero quería hacer a Marisa suya, sin contarle nunca lo que había hecho conmigo. Volvió a convertirme en braguitas y se acostó.
A la mañana siguiente se despertó pronto, para ir a clase; yo estaba dolorido, cansado, y aunque había pensado en que todo era un sueño, pronto salí de mi error. Al levantarse, lo primero que hizo fue ir al aseo, y se sentó en la taza sin quitarme de su cuerpo; comenzó a mear y toda la orina fue a para a mi garganta, sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Me ahogaba, mi garganta esta a punto de estallar, y además ella tiraba de su braguita, metiéndome dentro de su coño, con lo cual, si no es porque la meada no fue muy larga, hubiera muerto.
Se metió en la ducha y fue entonces cuando se deshizo de mí; cuando estaba en el suelo de la bañera, me convirtió en una persona normal, aunque atado, y estuvo duchándome durante un rato, sentada sobre mi pecho, frotando mi cara con una esponja, y es que me aseguró que la mayor parte de mi vida la iba a pasar pegada a su culo, aunque, si me portaba bien, podría tener algunos privilegios.
Me puso a prueba; tras la ducha, y mientras se vestía, me dejó en mi forma natural y me mandó a prepararle el desayuno; me dio la espalda y se metió en el cuarto, dejándome en la duda de salir corriendo o doblegarme a ella. Lo mejor sería seguirle el juego, y esperar a que se confiara en su dominio, no fuese que fallara en la primera ocasión y endureciese mi esclavitud.
Le preparé el café y cuando apareció en el salón estaba a medio vestir; llevaba puesto el pantalón y la blusa, pero ésta abierta, mostrando sus pechos. Me dijo que me pusiera a cuatro patas y se sentó sobre mi lomo, y mientras desayunaba me contaba las ventajas de entregarme totalmente a ella. Si así lo hacía, podría seguir disfrutando de Marisa, ya que estaba segura de hacerla suya. Aguanté.
Una vez dispuesta, me convirtió esta vez en sujetador, y me colocó en su pecho; yo sentía sus dos tetas en mis manos, y mi cara entre ambas. Cuando me abrochó, mi cara se aplastó contra su pecho, terminó de abrocharse su blusa y salió de casa para ir a clase. Mientras caminaba, sus pechos se movía y balanceaban al ritmo del paso, y mis manos no podían sostener aquellos volúmenes que además estrujaban mi cabeza entre ellos.
La mañana se pasó entre clase y clase, y la mayor parte del tiempo estuve dormitando entre sus senos, solamente sobresaltado cuando, entre clases, ella se levantaba, salía al pasillo, fumaba un pitillo o iba al aseo.
Por la tarde, después de comer, momento en el cual me había devuelto mi forma y le serví la comida, nos fuimos de paseo, de compras, y el resto de la tarde la pasó estudiando, y yo, un rato humano haciendo su colada, limpiando la casa, un rato como consolador, alojado en su interior, luchando por poder respirar.
Pasaron tres días hasta que volví a ver a Marisa; habían quedado aquella noche de viernes para salir y bailar un ratito. Esther me llevaba de braguitas, así que de entrada no pude verla. La bruja debía estar bastante contenta conmigo, porque se dirigió al aseo, me quitó de su cuerpo y me convirtió en un librito de bolsillo muy fino. Cuando regresó al lado de Marisa, me mostró como algo que se había encontrado en el aseo; fue cuando pude contemplar el rostro de mi amada, aunque nada podía decirle, y le pidió que se lo guardara, ya que Marisa llevaba pantalones. Mi novia me metió en uno de sus bolsillos traseros y quedé aplastado entre su nalga y la tela del pantalón; a pesar de estar tan incómodo, sobre todo cuando se sentó un rato y me aplastó completamente, un sentir de felicidad me llenó por estar cerca suyo.
Cuando se despidieron Esther le pidió el librito a mi novia, y cuando llegamos a casa mi bruja me sonrió con benevolencia, diciéndome que si en todo la obedecía y me portaba bien podría disfrutar de muchas veladas en manos de Marisa.
La vida transcurrió de esa manera varias semanas, y hacía ya una que Esther había propuesto a mi novia irse a vivir con ella. Pero aún debía pasar una prueba bastante dura; un día se trajo a un amigo a casa para follárselo, y tras los preparativos y juegos, él fue a penetrarla; entonces Esther abrió el cajón donde yo estaba en forma de condón. Me puso en la polla de su amante, y a la vez pude sentir como esa polla me entraba por el culo y por la boca al unísono, rellenándome como a un pavo por Navidad. Entonces agarró por las caderas a Esther, apretó y yo me metí dentro de la bruja una vez más, pero enculado y con la boca llena; el espacio era mucho más limitado, ya que todo mi cuerpo quedaba entre la polla del amante y las paredes vaginales del coño de mi dueña.
Cuando se corrió, por supuesto toda la leche penetró tanto en mi culo como en mi boca, y cuando la polla se encogió, yo lo hice como una pasa; mi terror acudió cuando el hombre se fue al aseo, se quitó el condón y lo tiró al water. Meó sobre él (yo) y se dispuso a tirar de la cadena en el momento en que aparecía Esther y le dijo que no lo hiciera, porque estaba rota, que ya lo recogería ella todo por la mañana. Una vez que el hombre se fue de la casa, mi dueña me rescató medio ahogado, me devolvió la forma humana pero me dejó atado y lleno de semen y orina, metiéndome debajo de la cama.
Dos días después mi novia, aunque ya no podía llamarla así, apareció en casa de Esther con su equipaje, dispuesta a quedarse a vivir allí, y aceptando la relación con la bruja; mientras Marisa colocaba sus cosas en el armario, Esther se/me quitó las bragas y me convirtió en consolador, dejándome encima de la mesilla para más tarde. No tardaron mucho en retozar sobre la cama, ya que Esther agarró a Marisa por la cintura y la arrastró sobre el colchón. Cuando se abrazaron en la cama, yo estaba encima de la mesilla, erguido, contemplando como Esther acariciaba el sexo rasurado de mi novia mientras le mordisqueaba los pezones; la pasión se desbordaba por los límites de la cama, el calor subía hacia el techo en forma de nube condensada y los sexos y bocas era volcanes en plena erupción.
Ahora era Marisa la que se encontraba sentada a horcajadas sobre Esther, restregando su coño sobre las tetas de su amiga mientras ésta, acariciándole el culito, le comía las tetas sin parar, recorriendo toda la extensión de los globos con su lengua, mordiendo levemente sus pezones. El coño de mi novia era un hervidero de vapores, de jugos, de placer, y Esther, notando ese placer sobre su propio pecho, la apartó a un lado, la tendió boca arriba en el lecho, abrió sus piernas y, poniéndose entre ellas, le prodigó una lamida que parecía que iba a terminar con su vida.
Cuando la bruja me cogió de la mesilla sentí como si unas enormes manos asieran todo mi cuerpo a la vez, y aunque ella no presionara lo más mínimo sobre el supuesto ser inanimado, yo sentí una presión bastante fuerte. Mi novia ya estaba a cuatro patas sobre la cama, con su culo en pompa y su sexo ofrecido al invasor que le iba a llevar al séptimo cielo. Esther se dirigió a mi, diciéndome que me portara bien, y acto seguido me apoyó sobre el coño de Marisa, presionó levemente y mi cuerpo se fue adentrando en la gruta del sexo de Marisa.
La sensación de entrar allí me impresionó fuertemente, era como si me metiera en una de esas tripas de los monstruos que vemos en la tele, pero aquello era real; hacía calor, mucho calor, todo estaba húmedo y la estrechez del cubículo me hacía apretarme contra mi mismo. Mi posición era la de firmes, con las manos pegadas al cuerpo, y como siempre, sin poder moverme, y cada vez que Esther me introducía y sacaba del coño de mi propia novia, mi cara, mi pecho, mis piernas, todo mi ser se rozaba con las paredes vaginales de mi Marisa.
Estuvieron un buen rato así, y cuando me sacó medio ahogado, se giró Esther, dejando derrotada a Marisa, y me conjuró para convertirme en arnés, con la misma disposición que antes, pero con correas. Se colocó detrás de mi novia y la poseyó durante largo rato, haciéndome penetrar en su coño, y a mi manera, me hacía a la idea de que yo mismo le hacía el amor.
A partir de entonces casi nunca volví a tener la forma humana, pero sí tenía una u otra forma según el humor de mi dueña; cuando me quería premiar me convertía en consolador o en braguitas, que algunas veces se ponía Marisa, pero cuando no me portaba bien, me convertía en taza de wáter, en condón o en zapato. Ellas vivieron juntas por un tiempo, y cuando se separaron, nunca más volví a ver a Marisa.