Confesión

Massiel respira lento, sentada frente a Ugo. Él la observa como siempre: serio, atento, dispuesto a escucharla.

—Amor… necesito confesarte algo. Lo suelta de golpe, bajito. —Llevo un par de semanas con esto… y no puedo guardarlo más.

Ugo no dice nada. Solo se reclina, cruza los brazos, la mira. Massiel respira hondo. Juega con el borde de su bata, lo acaricia con la yema de los dedos.

Massiel:

“No fue de la nada… ni fue planeado, te lo juro. Yo solo iba a la escuela, como siempre. Ya sabes: pasillos largos, pizarras llenas de términos médicos, café quemado, el uniforme blanco que me ajusta a la cintura cuando respiro. Yo no hago nada, amor. Solo camino, escucho, tomo notas. Pero a veces siento… siento esas miradas. Y siempre hay alguien mirando…”

Narrador

En la escuela de enfermería, Massiel pasa casi desapercibida para quien no se fije bien. Morena, bajita, sencilla, cabello suelto que se enreda con la brisa de los ventiladores, un busto moderado, bonito trasero, nada fuera de lo común. Pero para el que se detiene a verla —como Juan, que siempre se sienta atrás de ella y se queda viendo cómo se le marca la tanga cuando se agacha. O Carlos, que finge que la empuja de broma solo para rozarle la cintura. Ella no hace nada, solo baja la cabeza, se hace la seria. Pero por dentro… por dentro le gusta.

A veces se detiene en la máquina de café del pasillo. Juega a que no nota esas miradas que la recorren cuando se quita la bata o cuando mete la mano en el bolsillo y la tela se estira justo donde debería disimular.

Massiel lo sabe. Y sonríe. Chiquito. Discreto. Lo justo para que piensen en ella cuando se vayan a su casa.

Massiel no cruza las piernas. Nunca lo hace para coquetear. Su forma de provocar es otra: dejar un botón suelto del escote, dejar que el uniforme dibuje lo que debe cubrir. Sonríe bajito cuando la miran, pero no se detiene. Sabe que su forma de tentar no es directa: es quedarse callada, dejarse ver y desaparecer.

Massiel:

“Me gusta, amor. Me gusta sentir que mientras yo escucho al maestro hablar de anatomía, hay uno atrás de mí pensando en mis piernas. Ellos no hacen nada, claro. Son niños.”

“El doctor Víctor no tiene nada de especial a simple vista: en los 50s, bata blanca floja, gafas que a veces ni usa, una voz grave que llena el salón cuando todos están a punto de dormirse. Yo nunca pensé que se me iba a acercar así. Él es serio, siempre habla fuerte en clase, explica todo como si lo leyera de memoria.

Yo no soy perfecta, ya sabes. Paso mis exámenes bien, pero no soy la mejor. Por eso no me sorprendió cuando un día me dijo: ‘Massiel, espera un momento después de clase. Quiero revisar unas cosas contigo.’”

“Todos se fueron. Me quedé sentada frente a su escritorio, jugando con el cierre de mi mochila mientras él hablaba de mis notas. Me dijo que iba bien… pero que podía ir mejor. Que, si quería, podíamos repasar juntos, con calma, para subir mi promedio.”

“Yo solo asentí. Me dio miedo decir no. Pero también… también sentí algo en mí. No sé cómo decirlo…”

Narrador

Días después, Massiel aceptó ir a tomar un café. En la cafetería de la esquina, se sentó frente a Víctor. Pidieron dos cafés. Uno se quedó frío. Él hablaba de hospitales, de prácticas clínicas, de la importancia de aprender a “manejar situaciones de estrés”. Massiel se quitó la bata; quedó en su blusa de algodón: un escote leve, nada vulgar, pero suficiente para que Víctor bajara la vista de vez en cuando.

Afuera pasaba un camión cada diez minutos. Adentro, solo se escuchaba la cafetera goteando detrás de la barra. Massiel jugaba con la cucharita. La giraba, la soltaba, volvía a mirarlo.

Víctor le rozó la mano una vez, fingiendo que tomaba la servilleta. Ella no la apartó. Sintió un leve calor en el pecho, algo que subía como corriente eléctrica. Se dijo que no era nada. Pero dentro, algo empezaba a abrirse.

Massiel:

“En el café hablamos de todo, amor. De la escuela, de mis turnos, de que quiero trabajar en hospital cuando acabe. Me dijo que ahí uno ve cosas que no enseña ningún libro. Me miró fijo y me dijo que en un hospital no todo es poner inyecciones. Que a veces los pacientes necesitan una enfermera que los relaje; que si un doctor lleva dieciocho horas de guardia, una mano suave puede hacer milagros.”

“Yo solo escuchaba, pero dentro de mi cabeza pasaban mil cosas. Pensaba en que debía pararme, pagar mi parte, decir ‘gracias doctor, hasta mañana’. Pero no me moví. Seguí escuchando. Seguí imaginando.”

“¿Sabes qué hice? Nada. No dije que sí ni que no. Pero un sudor frío se deslizaba en mi espalda, una sensación de nerviosismo… pero no del malo que da miedo. Del bueno, que emociona por alguna razón.”

“Me preguntó si sabía cómo ‘ayudar a un paciente a relajarse’. Yo me reí. Le dije que no le entendía. Me dijo: ‘Una buena enfermera sabe aliviar tensión. No solo con medicinas.’

En mi departamento tengo más libros y material.

Sentí que me ardían las orejas. No dije nada. Solo jugué con la taza vacía.

Él lo tomó como un sí.”

Narrador

No hubo más palabras. Víctor pagó la cuenta sin preguntar. Massiel lo siguió hasta la puerta. Mientras caminaba detrás de él hacia el carro, sintió que todos la miraban. Pero nadie la miraba. Solo ella sabía lo que estaba a punto de pasar… o lo que quería creer que no iba a pasar.

Subió al carro de Víctor como si fuera a una clase más. Una asesoría privada, dijo él. Massiel miraba por la ventana, el pulso en la garganta, una vocecita que le gritaba “vete”. Pero se quedó.

El carro se detuvo. Bajaron y entraron. El departamento olía a loción vieja, café recalentado y sábanas guardadas demasiado tiempo. El doctor se quitó la bata, puso música instrumental, abrió una libreta que no tocaron. Habló de exámenes, de prácticas, de técnicas de relajación. Massiel, sentada en la silla, a la mesa. Víctor, parado detrás de ella. Las manos casi rozándole los hombros cuando señalaba algo en la hoja. El aire cada vez más pesado. La línea entre alumno y maestro, cada vez más delgada.

Massiel:

“Cuando sentí que estaba detrás de mí, mi voz tembló. Murmuré, dijo algo de ‘ayudar a los pacientes… o a los doctores… como me explicó…’”

“Me preguntó si de verdad quería aprenderlo todo. Yo asentí. Tenía miedo, amor. Pero también… algo en mí quería hacerlo. No por él. Por mí. Por ti.”

“Me dijo que primero tenía que relajarme… dejarme llevar. Yo solo respiré hondo. Sentí sus manos en mis hombros, bajando lento hasta mis brazos. Me susurró que cerrara los ojos. Que imaginara un turno largo en el hospital… que lo estaba ayudando a relajarse. Yo solo temblaba. Pero no me aparté.”

Narrador

Víctor le bajó la blusa despacio. No hubo palabras. Le besó el cuello, mordió su oreja apenas respiro y ella se estremeció. Deslizó las manos hasta sus pechos, lento, suave, acariciando sus pezones, sintiéndolos tensarse bajo sus dedos. La hizo levantarse y la llevó a la cama, sintiendo cómo ella respiraba entrecortado. Massiel se dejó guiar, la espalda erguida, la mente dividida entre lo prohibido y el deseo.

Massiel:

“Me quitó todo, amor. Primero la blusa, luego la falda. Me miraba como si hubiera pagado por verme desnuda. Yo quería taparme… pero me quedé quieta. Sentí sus manos en mi trasero, bajando a mis piernas. Me sentó y las abrió despacio. Puso su boca ahí, entre mis muslos. No podía parar de gemir. Agarré su cabello, como si eso tapara la culpa. Pensaba en ti… Pensaba que no debía, pero lo estaba haciendo, porque parte de mí quería,por que era mi fantasía y que cuando llegara a casa, te lo iba a decir…”

Narrador

Así continuó el juego con la boca, hasta que ella explotó en un gemido fuerte, húmedo, mojando la cama, sus muslos tensos, su espalda arqueada. Ella se estiró, tomó su miembro con la mano, lo sintió tibio, normal, promedio —justo como le gustaban. Lo acarició entre los dedos y susurró: —Lo necesito en mí.

Víctor se levantó, la giró, la tomó de la cadera. Le murmuró algo sucio al oído. Ella solo asintió, mordiendo su labio. Y él se lanzó.

Massiel:

“Sentí su cuerpo detrás del mío. Lo empujó despacio… y luego más fuerte. Me sostuvo con firmeza. El calor me subió desde el vientre hasta el pecho. Me mordí los labios para no gritar. Le pedí más. Le susurré: ‘No pares’. Y no paró. Yo temblaba y movía las caderas al mismo ritmo que él y, entre la culpa y el placer, pensaba en ti, amor. Te lo juro. Pensaba que esto te iba a romper. Que me ibas a odiar. Pero también… también pensaba que tal vez te iba a encantar. Te conozco… sé lo que miras cuando crees que no te veo. Y aquí estoy ahora, contándotelo…”

Narrador

Ella se queda callada. Ugo le acaricia la cara, la mandíbula. Su respiración ya no es calmada: es pesada, caliente, impaciente. Massiel se muerde el labio, se inclina y pregunta:

—¿Y tú… quieres que siga? ¿Quieres oír lo que pasó después?

Ugo suelta un suspiro bajo, apenas controlado. Sus dedos se cierran suave en su muslo. Se inclina a su oído.

—Dímelo todo, Massy. Hazme verlo. Hazme sentirlo… mientras me haces lo que quieras.

Massiel sonríe apenas. Su mano baja, roza la entrepierna y la siente dura. Ella sabe que no hay vuelta atrás.

Massiel:

“Después… él se apartó. Me recostó boca arriba en la cama. Me miró como si no creyera que lo había hecho. Me preguntó si quería seguir. Asentí, sin decir nada. Sudada, mojada, ardiendo. Sentí su cuerpo pesado encima de mí. Sentí de nuevo cómo salía y volvía a entrar, lento, rápido, lento otra vez. Así duramos un buen rato, jadeando, sudando, pegados. Yo ya no pensaba… solo sentía.”

Narrador

El tiempo se detuvo en aquel departamento. El aire se volvió espeso, cargado de sudor, de gemidos. Mientras Víctor la tomaba, la miraba cerrar los ojos, gemir hasta casi llorar. No era solo placer carnal: era culpa, deseo, la fantasía hecha carne. Era saberse puta por voluntad propia, saberse de Ugo… y también de otro.

Víctor perdió el ritmo, se cansó. La edad, el cuerpo ya no le respondía igual. Su miembro, flácido pero tibio, necesitaba ayuda. Massiel, sin pensar, se inclinó, se arrodilló. Le preguntó si quería ayuda. Él dijo que sí.

Massiel:

“Me arrodillé. Lo tomé con la mano primero, luego lo envolví con mis labios. Deslicé la lengua, lento, como tú me enseñaste. Lo sentí revivir, crecer, ponerse firme de nuevo. Sabes que lo hago bien, amor. Aprendí contigo.”

Narrador

El doctor gruñía frases que ella apenas escuchaba:

—Mira nada más… la calladita… la de bata blanca… la tímida y seria… mírate… Massiel, quién diría. Esto te suma puntos, preciosa.

Su mano la sostuvo por la nuca. Cuando terminó, fue de golpe. Caliente, amargo, escurrido. Ella tragó. No hubo romance. Solo la educación de no escupirlo en su cara.

Massiel

“No me avisó, amor. Lo sentí derramarse, me hice atrás para no atragantarme. El sabor era áspero, casi rancio. No como el tuyo: dulce, limpio, joven. Pero no quise escupirlo. No quería que se sintiera viejo, usado. Así que lo tragué todo.

Se terminó. Me levanté. Me vestí rápido, tomé mis cosas y salí de ahí temblando, con la cabeza hecha un caos. Subí al camión, aún estaba ardiendo y sentía que todos me miraban. No sé si eran miradas de morbo… o sentencia. Pero algo era seguro: tenía que decírtelo. Que no podía guardarlo. Que si tú querías odiarme… podías hacerlo. Porque yo soy tuya igual.”

“Perdóname, amor… o disfrútame. Pero dime algo… Dime que no quieres que pare aquí.”

Narrador

La habitación es solo respiración caliente. Ugo la mira fijamente. Le acaricia la cara, la mandíbula. Le besa suave la frente, los labios, la hace recostarse boca abajo.

Su voz suena ansiosa, firme.

—No quiero que pares, Massy. Quiero que me lo digas todo. Quiero verte hacer más. Quiero verte ser una puta, sin que dejes de ser mía. Pero la próxima vez… —le susurra al oído— lo quiero ver yo. No lo hagas sin mí, ¿entendiste?

Massiel asiente, apenas puede hablar. La bata sube, las manos de Ugo la sostienen fuerte. Ya no hay ternura: hay carne, sudor, gemidos bajos.

No es como antes. No hacen el amor, lo desarman. Ugo empuja sin pausa, sin preguntas. Ella arquea la espalda, gime entre mordiscos. Lo prohibido les sabe más dulce. Ella lo provoca, él la sostiene.

Massiel se siente usada y amada. Sucia y suya.

Massiel:

“Así… así, amor… Hazlo fuerte. Hazlo como si no fuera tu esposa, sino tu puta. Pero que nadie más lo vea… solo tú. Prometo que la próxima… te preguntaré primero…”

Fin