Capítulo 1
La barca inflable
Esta historia ocurrió hace muchos años.
Yo era joven y mi madre veintiocho: morena, de curvas pronunciadas y un culazo de infarto.
Agosto en la playa, un piso alquilado, el calor pegajoso de la costa.
Como cada mañana, instalamos sombrilla y toallas, pero aquel día la arena estaba casi vacía. Los turistas habían ido al mercado y la playa era nuestra.
Ese verano estrenaba una barca hinchable, y no había quien me separara de ella.
Mi padre, tras leer el periódico, se marchó a tomar un trago al bar del paseo. Quedé solo con mi madre en el agua. Ella flotaba junto a la barca, con su bikini rojo ajustado que se le adhería a la piel cada vez que una ola la mecía.
De pronto, notó que el agua le subía hasta la mitad del pecho.
—Volvamos a la orilla —dijo, pero yo insistí:
—Sube a la barca.
Ella negó, sonriendo. Sin embargo, aceptó intentarlo.
Se agarró al borde, se impulsó hacia adelante… y entonces ocurrió: el movimiento desplazó la parte superior del bikini. Un pecho escapó, oscuro y firme, mientras el otro amenazaba con seguirlo.
Se rio, nerviosa, y el agua fría acarició sus pezones erectos.
En ese instante, un hombre de treinta y tantos, moreno y con un bañador ceñido, se acercó:
—¿Necesitas ayuda?, ella responda que sí
El hombre la levanta, ella chilla, y la vuelve a intentar subir a la barca, ella se agarra boca abajo a la barca pero sigue sin subir.
De pronto se queda como en trance, agarrada a la barca y gime.
El hombre tiene las manos sobre su culo, las mueve con insistencia. Me agacho para ver mejor, pero me caigo al agua. Bajo la superficie, distingo su bañador ajustado, la silueta de su erección marcada con descaro.
Saco la cabeza y veo a mi madre de espaldas, el culo en pompa, las bragas del bikini desplazadas. La mano del hombre se mueve entre sus piernas, acariciando su sexo con movimientos rítmicos. Ella no se resiste. Gemidos ahogados escapan de su garganta mientras el agua acaricia sus muslos.
La escena es un caos de salpicaduras y susurros. El hombre desliza un dedo dentro de ella, luego dos, follando su mano con una cadencia hipnótica. Mi madre arquea la espalda, ofreciéndose en silencio.
—No… no pares —murmura, aunque su tono suena más a súplica que a protesta.
El hombre obedece. Sus dedos entran y salen, lubricados por el agua y la humedad de ella. La cuerda de la barca se enreda en su brazo, como una atadura simbólica. De pronto, él se detiene, la levanta en vilo y la deposita dentro de la embarcación.
Ella cae hacia atrás, con las piernas abiertas y el sexo expuesto. El hombre se sube con agilidad, posicionándose entre sus muslos. La penetra con un movimiento seco, hundiéndose en ella hasta la base. Mi madre grita, pero el sonido se pierde en el crujido de las olas.
La barca se balancea al ritmo de sus embestidas. Él la agarra del culo para profundizar cada acometida, mientras ella enreda las piernas en su cintura. Sus pechos rebotan con cada envite, los pezones oscuros y erectos apuntando al cielo.
Me sumerjo de nuevo, incapaz de apartar la vista. Bajo el agua, veo sus cuerpos fusionados, las piernas de ella alrededor de las caderas de él, el vaivén hipnótico de sus pelvis. Él la besa con ferocidad, devorando su boca entre jadeos.
Cuando emergen para respirar, ella tiene los ojos cerrados y la boca entreabierta, perdida en un éxtasis que la consume. Él acelera el ritmo, follando con una urgencia que parece desesperada.
—Córrete para mí —le ordena con voz ronca.
Ella obedece. Su cuerpo se arquea, tensándose como una cuerda de violín, mientras un gemido gutural escapa de su garganta. Él la sigue segundos después, derramándose dentro de ella con un gruñido animal.
Se desploman sobre la barca, exhaustos. Él recoge su bañador del agua y se aleja sin mirar atrás. Mi madre, aún temblando, se viste con movimientos torpes. Cuando sale del agua, minutos después, su sonrisa es radiante.
Mi padre aparece en ese momento, ajeno a todo, oliendo a whisky y tabaco.
—¿Qué tal el baño? —pregunta, besando a mi madre en la mejilla.
Ella le devuelve el gesto, con una dulzura que contrasta con el fuego que aún arde en sus pupilas.
—Perfecto —murmura—. Ha sido… perfecto .
Yo guardo silencio, guardando el secreto de aquel mediodía en el que el mar fue testigo de algo que nunca debí presenciar.