Este relato fue escrito por mi esposa, ella nunca a publicado ninguna de nuestras experiencias y le pedí que hiciera de esta experiencia su primer relato, aquí se los dejo, espero lo disfruten.

Le pedí a mi esposo que quería ir a un lugar del que había escuchado hablar en una ocasión. Mientras escuchaba a escondidas una conversación entre mi esposo y su mejor amigo Juan, este le mencionaba que sabía de un lugar donde las mujeres eran entrenadas para convertirse en amantes perfectas. No sabía si ese lugar existía realmente, pero desde que escuché esa plática, tuve un gran deseo de que me llevara allí. Quería saber cómo era la experiencia.

«Quiero que me lleves a ese lugar del que hablaste con Juan,» le dije a mi esposo con una mezcla de nerviosismo y excitación. «Quiero saber cómo es ser entrenada para ser una amante perfecta.»

Mi esposo me miró con sorpresa, pero también con un brillo de curiosidad en sus ojos. «Está bien, cariño. Le preguntaré a Juan y te avisaré.»

Pasaron algunos días hasta que mi esposo llegó a casa con una sonrisa misteriosa. «Ya todo está arreglado, te llevaremos ahí,» me dijo. Lo que me sorprendió un poco fue que estaría allí por tres días; eso era lo que duraría el entrenamiento. Pues yo ya tenía algo de experiencia, así que estaba lista para algo más intenso.

El día acordado, mi esposo y Juan me llevaron a un lugar apartado y discreto. Traían una maleta, y aunque no sabía qué contenía, sentí una mezcla de anticipación y miedo. Me presentaron con el encargado, un hombre alto y apuesto con una presencia imponente. Mi esposo y Juan se fueron, dejándome sola con el encargado, quien me llevó a una habitación que sería mía durante los tres días de entrenamiento.

La habitación era elegante y minimalista, con una cama grande y cómoda, un armario y un baño privado. El encargado me explicó que el entrenamiento comenzaría al día siguiente y que debía descansar y preparar mi mente y cuerpo para lo que vendría. Asentí, tratando de controlar mis nervios, y él se fue, cerrando la puerta detrás de él.

Al día siguiente, me desperté temprano y me preparé para el entrenamiento. Me dieron un desayuno ligero y luego me llevaron a un cuarto donde había una variedad de implementos sexuales. La maleta que habían traído mi esposo y Juan estaba allí, llena de juguetes sexuales de todos los tipos y tamaños. También había dos hombres, ambos con tremendas vergas, que me esperaban con sonrisas maliciosas.

«Desnúdate,» ordenó uno de ellos, y obedecí, quitándome la ropa lentamente mientras ellos me observaban con deseo. Me vendaron los ojos y me ataron a uno de los implementos, dejando mis brazos y piernas extendidos e inmovilizados. Comenzaron a tocarme, explorando cada rincón de mi cuerpo con sus manos y lenguas. Introdujeron toda clase de juguetes en mi vagina y ano, haciendo que me retorciera de placer y dolor.

Después de un buen rato, me liberaron y me pusieron de rodillas frente a ellos. «Mamáela bien, puta,» dijo uno, y tomé su verga en mi boca, chupando y lamiendo con toda mi habilidad. El otro se colocó detrás de mí y comenzó a penetrarme por el ano, moviéndose lentamente al principio y luego con más fuerza y rapidez. Los gemidos y jadeos llenaban la habitación mientras ellos me usaban para su placer.

«Eres una puta buena para chupar vergas,» dijo uno, agarrando mi cabello y moviendo mi cabeza hacia arriba y hacia abajo sobre su verga. «Y tu culo es delicioso,» añadió el otro, golpeando mis nalgas con fuerza mientras me penetraba.

Me tuvieron así por lo que pareció una eternidad, cambiando de posición y usando diferentes juguetes y técnicas para llevar mi cuerpo al límite. Me penetraron en todas las posiciones posibles, insultándome y elogiándome al mismo tiempo. «Eres una puta perfecta,» decían, y yo me sentía orgullosa y humillada al mismo tiempo.

Al tercer día, estaba exhausta pero también más confiada y segura de mis habilidades. Sabía que había sido entrenada para ser una amante perfecta, y estaba lista para el examen final. Pero había algo más que no sabía: en las paredes, los espejos que había eran de doble fondo, y detrás de ellos, había personas observando todo. Yo sería subastada entre los que me veían, y el ganador de la subasta estaría conmigo en el examen final, al cual serían invitados mi esposo y Juan.

El encargado me llevó a una habitación grande y lujosa, donde había una cama grande y cómoda en el centro. Me dijo que me preparara, que el examen final comenzaría pronto. Me duché y me afeité, asegurándome de que mi cuerpo estuviera impecable. Me puse un vestido seductor y me maquillé, destacando mis mejores características.

Cuando estuve lista, el encargado me llevó a una sala donde había una pantalla grande y varias sillas para los espectadores. Mi esposo y Juan estaban allí, junto con otros hombres que no conocía. El encargado comenzó la subasta, describiendo mis habilidades y atributos mientras las imágenes de mi entrenamiento se proyectaban en la pantalla.

«Esta mujer ha sido entrenada para ser la amante perfecta,» dijo el encargado. «Sabe cómo complacer a un hombre en todas las posiciones y con todos los juguetes. Es obediente, flexible y siempre dispuesta a aprender y mejorar.»

La subasta comenzó, y los hombres pujaban por mí, excitados y ansiosos por ganar. Finalmente, un hombre alto y apuesto ganó la subasta, y el encargado me llevó a la habitación donde tendría lugar el examen final.

El hombre me desnudó lentamente, besando y tocando cada parte de mi cuerpo mientras lo hacía. Me puso en la cama y comenzó a explorarme con sus manos y lengua, haciendo que me retorciera de placer. Introdujo sus dedos en mi vagina y ano, preparándome para lo que vendría.

Cuando estuvo listo, se colocó encima de mí y me penetró lentamente, moviéndose con un ritmo constante y delicioso. Gemí y jadeé, moviendo mis caderas para encontrarme con sus embestidas. El placer era intenso, y sentí que me acercaba al orgasmo.

«Más rápido y más duro,» le supliqué, y él obedeció, aumentando la velocidad y la fuerza de sus embestidas. Me penetró profundamente, golpeando ese punto dentro de mí que me hacía ver estrellas. Grité de placer mientras me corría, y él continuó moviéndose, llevándome a otro orgasmo y otro, hasta que finalmente se vino dentro de mí, llenándome con su semen caliente.

Mi esposo y Juan observaban desde una esquina de la habitación, excitados y orgullosos. Cuando terminamos, el hombre se levantó y me besó suavemente en los labios. «Has pasado el examen final,» me dijo con una sonrisa. «Eres una amante perfecta.»

Me sentía exhausta pero también orgullosa y satisfecha. Había pasado por un entrenamiento intenso y había demostrado mis habilidades. Mi esposo y Juan se acercaron a mí, abrazándome y besándome, felices de que hubiera tenido una experiencia tan intensa y placentera.

Juan, sonriendo también, me dijo. «Fue un placer ver cómo te convertías en la amante perfecta.»

Nos quedamos abrazados por un momento, Juan sería uno de los que con más frecuencia disfrutaría el haberme graduado de este curso intensivo y se que me querría hacer suya mas seguido