Capítulo 3

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Desde que nos entregamos a nuestros deseos con mamá. No paramos de hacer el amor. La frecuencia de nuestros encuentros se mantuvo por varias semanas. Se podría decir que noche por medio aparecía en mi dormitorio dispuesta a someterse a mis demandas, o yo a las suyas. Faltando solo algunas noches por cansancio, o porque mi padre se dormía después que ella, o bien, llegaba a mi cuarto y yo ya estaba durmiendo y le daba pena despertarme.

Durante el día aprovechamos las oportunidades que nos daba la cotidianidad y el ritmo relajado de vida de mi padre. Como gustaba de siestas y ver mucha TV (A veces veía TV durmiendo) nos daba chances para escarceos o incluso rapiditos en algún rincón de la casa.

Sin duda ese juego peligroso de andar amandonos a escondidas le daba un sabor distinto a la relación y muy estimulante.

Durante la semana trataba de llegar antes que papá para poder disfrutar de ella aunque sea un poco antes de almorzar. Asi que cuando lograba desocuparme temprano a veces le avisaba. Otras sólo llegaba de improviso, para sorprenderla.

A petición mía empezó a usar faldas y vestidos, de forma seguida, o casi siempre. La razón era clara, así me era más fácil meterle mano. A ella le encantaba el sentirse bajo ese constante deseo, y satisfacerlo.

Cuando mi madre estaba deseosa de mí, por lo general se sacaba los calzones. Lo que osaba insinuar para provocarme. Lo hacía escribiéndome mensajes cortos como “ahora estoy fresquita” o “se me está colando el viento”, lo que fuera de su ocurrencia. O simplemente me los pasaba de forma rápida en mi mano, o en mi bolsillo.

Aunque siempre me gustó bajarlos yo mismo. Ojala a tirones.

Muchas veces nos pusimos de acuerdo para que me esperara ya que salía antes del trabajo. Nos preparábamos mentalmente para nuestro encuentro. La ansiedad y deseo me hacía casi correr para llegar pronto a casa.

Me sentía llegar, casi siempre estaba esperándome en el hall de acceso cuando abría la puerta.

Lo primero que hacíamos era enredarnos en un apasionado beso. Para luego, sumirnos en el vendaval de pasión. Muchas veces no alcanzamos a llegar a la cama. Es que entre tanta locura, la distancia al dormitorio parecía kilométrica.

Lo mejor era cuando usaba ropa abotonada, blusas, por ejemplo. Pero sobre todo esos vestidos tipo delantal, abotonados en todo el largo. La única barrera antes de acceder a su maravilloso cuerpo. Para mi, siempre sin ropa interior.

Varias veces volaron los botones como consecuencia de mis hambrientos tirones para descubrir su anatomía. Me perdía en sus senos una vez descubiertos, para seguir desnudandola y acceder al resto.

Los mamaba con desenfreno. Devoraba sus sabrosos pezones como unas de las más deliciosas golosinas. Mientras mis manos amasaban sus nobles carnes. Las de ella ya había soltado mi cinturón y pantalones, para frotar la enorme erección que traía desde el momento que salí de la oficina para correr a su encuentro.

Fueron muchas veces en las que un solo “date vuelta mamá” bastaba para ella se volteara apoyando sus manos contra la puerta, levantando su cola, quedando casi en 90 grados, para dejar su jugoso sexo a disposición de su amante hijo.

Su ropaje quedaba recogido en su cintura, quedando descubiertas sus enormes, blancas , suaves y calientes nalgas para mi. Me sentía afortunado, el más suertudo, al separar sus carnes para posicionar mi glande en su gruta y penetrarla.

Extasiado con su ardiente y húmedo sexo recibiendo mis, cada vez más frenéticas, penetraciones, la follaba como único objetivo. Morir en su interior. Ambos lo queríamos, lo deseábamos.

Ella me lo pedía entre jadeos. “Sigue hijo… No pares…”, “ya casi acabo… por favor fóllame fuerte”.

Sabía lo que le gustaba, cambiaba a fuertes estocadas. Haciendo sonar nuestras carnes al chocar “Plaf… Plaf… Plaf…” sabía que pronto acabaría esa vorágine sexual. Pronto moriríamos inmersos en nuestro indebido placer.

Ella tensó su cuerpo justo en el momento en que una de mis fuertes penetraciones se clavó en su cervix. Me quedé quieto esos segundos, palpitando dentro de ella, mientras gemía. Agarrándola de sus caderas, con mis dedos hundidos en su suave piel pálida. Yo estaba a punto de acabar, sentía que me venía y trataba de aguantar, era como tratar de sujetar una avalancha.

Solo me bastó presionar unas pocas veces más en lo profundo de su cavidad para comenzar a vaciarme dentro. Los propios movimientos de mi herramienta disparando mis cañonazos de semen en su interior era lo que faltaba para llevar a mi madre al merecido clímax que buscaba.

– ¡Ay!… mmmm… ¡Ummmm!… Te… Ammmo… hiiiijo. – entre gemidos.

Yo resoplaba y gemía disfrutando de mi orgasmo, sin retroceder ni un milímetro del interior de mamá.

Quietos, resoplando, nos quedamos un momento, hasta, poco a poco, volver al mundo.

Semi erecto saque mi pene de su interior cuando ella retomaba su postura. Una gran cantidad de semen escurrio desde su sexo. No hizo ningún esfuerzo por retenerlo, Le encantaba sentir mi leche recorrer su cuerpo, según lo que confesó en algún momento.

La tome de la cintura para voltearla y apegar su desnudo torso al mío. Quería besarla.

– Te amo mamá – le dije cuando separamos nuestros labios para respirar.

– Yo también hijo.

Nos seguimos besando y tocando por unos minutos antes de vestirnos y ordenar. Tuvimos que limpiar el piso de los restos fluidos mezclados.

Estos episodios, aunque comunes, no ocurrían todas las semanas. 1 o 2 veces al mes como máximo. Lo fascinante era la poderosa sensación de libertad que teníamos para amarnos en esos minutos. Y como lo dije antes, no alcanzábamos a llegar al dormitorio. Varias veces lo hicimos junto a la puerta. Pero también, varias de misionero en el suelo del pasillo, apoyados en la mesa del comedor o en los sofás del estar. Una vez jugueteando mi madre quiso escapar y caímos en la bañera, teníamos una amplia bañera.

Recuerdo una vez que llegué y no me estaba esperando en la puerta. Me extrañó.

– Ven… Estoy acá en el comedor. – la escuché

La encontré sentada en el borde de la mesa, con su pierna derecha estirada, su pie tocaba el piso, y su pierna izquierda doblada con su muslo sobre la superficie del mueble. Algo inclinada hacia atras, apoyada con sus manos en la mesa. Su vestido de botones (ella tenía muy claro que eran mis favoritos) desabotonado dejando una pequeña abertura entre sus senos. Por lo que podía descender con la mirada por una línea de piel que empezaba en su cuello, pasaba entre sus tetas sueltas, luego su ombligo y remataba en su casi lampiño coño.

No demore en abalanzarme sobre ella, y ella en recibirme abiertamente. Nos fundimos en un apasionado beso. Abrí su vestido, sin demora, para recorrer su cuerpo.

Luego de hartarme de su boca, bese su cuello, y seguí bajando hasta su pecho, mientras amasaba sus senos. No tardé en llegar a mamar de estos con gran entusiasmo. Sus duros pezones siempre fueron deliciosos.

Por su parte ella ya había liberado a mi pene y lo estimulaba con propiedad y haciendo uso de una gran habilidad.

Volví a su boca para enredarnos en otro obsceno escarceo. Ella usando sus manos y piernas me acercaba al encuentro de nuestros sexos. Tomo mi miembro y se lo acomodo en la entrada de su vagina.

Luego de un rato en esa dinámica amatoria, de la cual disfrutamos recíprocamente, entregándonos placer y amor. Decidí probar algo que no habíamos hecho. Besándola la fue presionando hasta dejarla recostada sobre la mesa. Saque mi verga y acerque una silla para sentarme a la mesa. Todo para quedar con su coño servido para el gran festín que iba a disfrutar.

Puse sus piernas en mis hombros y apoye mis codos en la mesa. Y me fui de cara al encuentro con su íntimas carnes.

Su clítoris ya estaba hinchado y esperando ser acariciado, pude ver como se asomaba. Así que comencé lamiendo suavemente desde abajo. Sus gemidos fueron espontáneos e inmediatos.

Al poco rato ella comenzó a restregar su sexo en mi cara. Sentía el palpitar de su feminidad mojada en mi cara.

Cuando ya no podía controlarse, cuando la sentí entregada completamente al placer, sus jadeos invadían la casa y se escuchaba el chapoteo de sus jugos en mi cara. Me puse de pie rápidamente, bajé mis pantalones y enfilé mi miembro en el lugar más íntimo de su anatomía.

No me costó entrar, la suavidad ardiente de su cueva lubricada. La penetré completamente hasta sentir que estrellé mi glande en el fondo, ahí donde acostumbraba visitarla, donde le encantaba. Donde me confesó, que nadie la había visitado tan adentro.

Me detuve y la sujeté firmemente. Ella parecía no controlarse, el placer tenia a su cuerpo en piloto automático, se movía y contorneaba buscando mi sexo. Sus paredes internas me envolvían en un lujurioso apretar.

Salí lentamente hasta dejar solo la cabeza de miembro dentro de ella y volví a arremeter al fondo. Con mi mano derecha tomándola fuertemente del hombro derecho y con la izquierda sujetándola desde la cadera. La mantuve quieta mientras punteaba en su interior intermitentemente sin retroceder ni un milímetro.

Sus jugos mojaban mis testículos y escurrían bajando por mis piernas.

Seguí con mi dinámica saliendo y volviendo, con una penetración fuerte y profunda. Para luego bombear en su interior. Varias veces se escaparon pedos vaginales al quedar algo de aire atrapado en su interior. Me encantaba como su cuerpo reaccionaba de distintas formas con mi actuar.

Al poco andar volví a inundarla con mi semen. Entre gemidos, jadeos y caricias.

Como se podría esperar con todas las parejas, lo que es completamente normal. Con el pasar de las semanas fuimos bajando nuestra intensidad. Aunque seguimos con una vida sexual bien activa. Nuestros tiempos de calidad no se basaban solamente en tener sexo, poco a poco aprendimos a acompañarnos y complementarnos en lo cotidiano. Siempre bajo el velo de una relación de madre e hijo normal, solo que muy cercanos. Y así compartimos más momentos juntos, y regaloneos, incluso bajo la vista de mi padre, pero que no levantaban sospechas.

Salvo a veces que comenzábamos con suaves cariños que lentamente iban aumentando la temperatura. Momentos en que nos controlábamos si es que papá estaba cerca.

Acostumbrabamos ver TV los 3 sentado en el sofa. Con mi madre sentada entre papá y yo. Lo instancia que daba juguetear un poco.

Por lo general todo empezaba con suaves caricias. Mi madre ponía su mano en la parte interior de mi muslo haciéndome cariño con suaves movimientos, que casi siempre terminaban en mi pene. Y yo con un brazo tras su cabeza como abrazándola. Y con la otra mano rozaba su teta más cercana. Todo cubierto por el ángulo donde mi padre no pudiera vernos.

A veces ella apoyaba su cabeza en el hombro de su esposo, pero levantaba su culo. Lo hacía para que la tocara, yo no perdía la oportunidad. Así que me entretenía mucho amasando sus nalgotas, y metiendo mi mano en su raja, ella abría levemente sus piernas para darme más libertad.

Era imposible no calentarnos en esos momentos, y por lo mismo yo cruzaba los dedos para que mi padre se levantara al baño o fuera a la cocina. Porque en esos instantes aprovechábamos de besarnos y tocarnos. Lo más difícil era detenernos cuando escuchábamos que ya volvía, porque las ganas de sacarnos la ropa y follar llegaban, a veces, a niveles casi animales. En ocasiones, mi madre acostumbraba a escaparse a la cocina para calmarse.

En las tardes de frío usábamos una manta para taparnos. Más de alguna vez mamá terminó masturbandome bajo la frazada, lenta y suavemente sin movimientos bruscos para no llamar la atención. Lo hacía muy bien. Feliz acababa en mis pantalones, solo tenía que cuidar que papá no me viera cuando me paraba.

En esas circunstancias, la mayoría de las veces, era ella quien daba el puntapié inicial a estos juegos secretos y prohibidos.

No era común, pero pasó muchas veces en que no le avisaba y llegaba de improviso a casa antes de tiempo a “almorzar”.

Particularmente una de esas ocasiones la sorprendí lavando algo en la cocina, me calentaba mucho meterle mano en la cocina. Ese día descubrimos una nueva inquietud para nuestros menesteres amatorios. Irrumpí en silencio una hora antes de lo acostumbrado, tipo 12:30. Ya sabemos que mi padre llegaba cerca de las 14 hrs.

Me acerqué desde atrás abrazándola. Ella se asustó dando un saltito.

– ¡Ay! – por el susto, dándose vuelta – llegaste temprano.

– Si me escape antes. ¿me extrañaste?

– Parece que tu me extrañaste más – al sentir mi dura verga presionar su abdomen.

– Es verdad, estuve pensando en ti toda la mañana – en tono suave acercándome a su cara.

– ¿Y qué pensabas?

– En qué estabas sola en casa sin nadie que te quisiera.

– ¿Y te escapaste del trabajo para venir a quererme?

Nos besamos apasionadamente mientras agarraba fuertemente sus nalgas bajo su vestido. Y ella abrazaba mi cuello.

– Si no te los sacas te los arrancaré a tirones – le dije con mis agarrando su carne bajo sus calzones.

– No… no me los rompas, solo bajamelos.

– Date vuelta – ordené.

Lo hizo levantando su vestido hasta su cintura, para luego apoyarse con sus codos en el mueble de cocina levantando su culo.

Me agaché a medida que bajaba sus suaves calzones, quedando con cara a la altura de su raja. Podía ver su ano y coño. Estaba recién bañada, ya estaba mojada por lo que su aroma de hembra reinaba en el ambiente.

Separé sus nalgas con mis mis pulgares haciendo el espacio para meter mi cara entre estas.

– ¿Qué haces? – extrañada, pero sin moverse.

– Tranquila que esto quiero hacerlo hace rato.

– Ay… pero que vas a hacer – agitando un poco el culo para sacarme de ahí.

La sujeté con fuerza para que no se me escapara, y sin esperar más, lamí su ano ampliamente. Noté como se estremeció su cuerpo con el raro estímulo.

Su sabor era raro, primera vez que hacía algo así. No me desagradó, estaba tan caliente que lo repetí varias veces hasta cansarme.

Al principio notaba su resistencia, decía cosas entre jadeos “no hijo no hagas eso”, “está sucio ahí” (estaba recién bañada), “¡Ay!, por favor para”. Pero poco a poco comenzó a ceder y gemir.

Con mi pulgar derecho comencé a hacer suaves círculos en su hinchadisimo clítoris, complementando las suaves lamidas en su ano.

Su culo estaba en pompa, con sus nalgas ya relajadas, servido para mi como el más exótico, y jugoso, de los platos caseros.

Al rato metía y sacaba mi pulgar derecho en su vagina, presionando la parte delantera de esta. Lo hacía suavemente, sin apuro, lentamente buscando sobrestimularla. Y lo estaba logrando, su sexo era una vertiente de sabrosos fluidos femeninos.

Su culo se movía de forma descontrolada, apretaba y soltaba su sexo, sus caderas subían y bajaban con voluntad propia. Sus gemidos dieron pasos a jadeos obscenos. No articulaba palabras.

Yo me esforcé por mantener el contacto y seguir lamiendo su ano, haciendo suaves círculos pero cada vez más rápidos, utilizando casi toda mi lengua. Al momento en que mi pulgar entraba y salía de su vagina.

De pronto sentí como las paredes de su canal vaginal aprisionaba mi dedo y sus nalgas, mi cara. Su cuerpo se tensó y sus piernas se cerraron atrapando mi mano.

– ¡Ay!… ¡me corro!… mmmm…. Ay… – gritó entre jadeos y gemidos.

Me quedé quieto hasta que relajó su cuerpo, pasaron unos 10 o 15 segundos antes de que su cuerpo se relajara.

Ella recuperaba la respiración apoyada con sus manos en el mueble de la cocina y con su culo al aire. Yo me puse de pie detrás de ella y la abrace en la su cintura para pegarla a mi, reaccionó apoyando su espalda en mi pecho. Yo bese su cuello.

– Siempre haces que me corra, pero esto fue intenso.

– Mmmm… Parece que te gustó que te besara el potito.

– Ay… que cochino jajaja…

Abrió la llave del lavaplatos, mojó una de sus manos e hizo como que me lavaba la boca.

– Límpiate esa boca niño travieso – dijo en tono juguetón.

Ambos reímos con la broma.

– ¿No me merezco un besito? – pregunte acercándome luego de la risa.

– Lávate más – volvió a mojarme la cara.

Volvimos a reír. Para luego sonreírnos mirándonos a los ojos, y después besándonos.

– Oye… ¿Me vas a dejar así? – le dije bajando la mirada para mostrarle mi erección que se asomaba estoica a través del cierre abierto de mi pantalón.

Apenas lo vio lo tomó con su mano derecha, tirando del prepucio descubriendo mi glande.

– Creo que ahora es mi turno – sonriendo.

Mientras se arrodillaba, solté mi cinturón y dejé caer mi pantalón y calzoncillo hasta mis tobillos.

Ella engulló mi verga apenas pudo y comenzó con una lenta y apretada mamada. Era cuidadosa, solo sentía sus blandos labios en su actuar. Fácilmente introducía ¾ de mi miembro en su boquita.

De a poco fue aumentando el ritmo, provocandome un gran placer.

– Mmmm si mamá… lo haces muy rico – alcanzaba a decir.

A ratos paraba para tomar aire y mirarme sonriente, sin duda le gustaba mucho hacerme disfrutar. No para de estimularme, si no me estaba chupando la verga, estaba tirando de mi forro con una de sus manos. También lo lamía desde mis testículos hasta la punta. Para después volver a engullir con maestría.

Perdí la estabilidad así que apoyé mi espalda en el refrigerador, mientras ella devoraba mi pene erecto y palpitante.

– ¿Te gusta mi amor? – preguntó mirándome desde abajo, sin dejar de jalarmela.

– Me encanta.

– Damela toda, quiero toda tu leche.

– ¿Dónde la quieres mamá?

– Donde tú quieras dármela.

– Quiero que te la bebas… tragatela.

Acto seguido se metió mi Verga en la boca quedando mi glande presionando su paladar, y con sj lengua acariciaba suavemente mi pene desde abajo, principalmente en el frenillo. Paralelamente tironeaba mi escroto y amasaba tiernamente mis huevos.

La sensación era maravillosa y basto muy poco rato para hacerme acabar. Cuando mi falo empezó a convulsionar ella tiró de mi escroto hacia abajo entre mis testículos e intensificó sus caricias con su lengua. Sus labios rodeaban mi tronco generando una sensación de succión deliciosa.

Sentí vaciar mi vida en su boca. Disparé mucho semen varios disparos que disfruté tanto que no pude contar. Ella solo los recibió quieta hasta el último. Para tragarlo y terminar chupando lo que quedaba desde mi falo aun erecto. Hasta dejarlo limpio y brillante, solo cubierto por su saliva.

Ella se puso de pie apoyándose en mi y acariciándome, mientras yo aun volvía a la realidad después de tan potente orgasmo.

– Eres fabulosa Mamá.

– Lo que sea para complacerte mi amor… mira me trague todo como me lo pediste – abriéndome la boca para que viera dentro.

Nos reímos, y luego, besamos.

La tomé de sus nalgas desnudas, sin dejar de besarla, y la senté en la cubierta del mueble de cocina.

Aún tenía dura la verga así que la penetré.

“Ahhh…” Un gemido ahogado salió de su boca, no lo esperaba, pero me recibió sin resistir. Y con un suave mete – saca seguimos besandonos, disfrutando de nuestros cuerpos y, el también nuestro, mutuo amor incestuoso.

Desde ese momento nuestra actividad sexual siguió muy activa, pero con mucho más sexo oral. Su habilidad fue aumentando con la práctica, sus mamadas eran cada vez mejores. Sabía precisamente como hacerme disfrutar y lo hacía encantada.

Con el tiempo ella me pedía seguido que la besara “ahí atrás”, pero solo lo hacíamos cuando ella se preparaba porque siempre quería estar lo más limpia para mi. A mi me encantaba. También experimentamos con el sexo anal, aunque eso era aún más restringido y solo para ocasiones muy especiales. Quizás les cuente de eso más adelante.

Siempre estaré agradecido de que mi madre, y su vagina, estuvieran disponibles y dispuestas para mí todo esa época que gozamos.

Gracias.