Capítulo 1
Este es el relato de Irina y su experiencia sexual que la abrió a un sexo más abarcativo que el que conocía.
Había cortado con mi nuevo “mino” tras dos frustrantes sesiones de sexo. Uno más para la colección de penes con un cuerpo detrás que solo entendían de ponerla dura y meterla en los agujeros que podían y a eso le llamaban sexo. Me había mal acostumbrado con un catalán cuarentón que conocí hace dos años y que estuvo pasando por mi cama durante unos siete meses antes de volverse a su país. Horas de mimos, juegos, lamidas, juguetes y caricias (y obvio también penetración), con un sexo intenso y variado. Si no hubiese estado casado (lo aclaró de entrada) me iba con él a Cataluña aunque mis padres protestaran.
No soy una de esas pendejas hermosas con una fila atrás. Tengo, eso si, un cuerpo atlético y no soy para nada fea. Mi colita, aunque pequeña es redondita y parada, mis tetas son mas vale chicas y creo que mi parte más destacada son mis piernas que, por el ejercicio, son torneadas y firmes. Una piba del montón, diría, flaquita, rubia, simpática. Pero estaba lejos de sentime una diosa.
Penando por mi soledad, estaba tirada en una reposera, en la casa de veraneo de mis viejos, tomando sol y recordando a mi catalán, cuando vi que en la casa de al lado bajaban muebles y bultos y, de puro curiosa, fui a ver que nueva familia de plomos se mudaban, esperando que tuviesen hijos o hijas de mi edad para renovar el plantel del barrio. Habían trabajado unos planteles reformando el lugar y ahora ya se venían los nuevos vecinos. Pero estaban solo los operarios de la empresa de mudanzas y una mujer de cincuenta y pico, seria y mandona que les indicaba donde iba todo. Ya me volvía a mi tarea de tostarme al sol cuando escuché primero y vi después entrar un auto que se estacionó a la entrada de la casa y bajar un morocho de unos cincuenta años, entrado en canas, atlético, musculoso y que mostraba en sus movimientos aplomo y autoridad sin necesidad de alardear. Habló con la mujer (¿quizás la señora?) y entró en la casa, dejándome con ganas de conocer más del nuevo vecino.
Los próximos dos días espié a través del cerco de plantas pero no pude ver a nadie ni descubrir nada nuevo ni la radio interna del chusmerío femenino aportó nada, hasta que el sábado salí a hacer mi circuito de caminata y trote por el sendero (que bordea la cerca perimetral y está flanqueado por álamos). En el primer recodo, en uno de los sitios de aparatos de gimnasia que tiene, estaba el nuevo vecino enlongando. Antes de acercarme me dediqué a observarlo. Buena figura, carnes sólidas, pancita apenas incipiente, atlético, linda pinta, las sienes canosas y una presencia sólida. Retomé el trote hasta llegar a él, lo saludé y comencé mis ejercicios de enlongación.
– “Hola, me llamo Ricardo. Me acabo de mudar al lote 52 y estoy inaugurando mis trotes mañaneros después de acomodarme. ¿Vos sos del barrio? Porque me indicaron esta senda, pero no sé hasta donde sigue”.-
– “¿Qué tal Ricardo?, me llamo Irina y soy tu vecina del lote 51”, le contesté ofreciendo mi mano que estrechó cálida pero firmemente. “Esto sigue por unos diez kilómetros, pero si querés te indico a la mitad un corte que te permite hacer un circuito de cinco kilómetros”.-
– “No, gracias. Yo acostumbro a hacer unos diez, de modo que me va perfecto”.-
– “Vamos entonces”, le dije, pensando en que a mitad del camino lo iba a ver aflojar. Pero la cuestión es que, con una evidente experiencia en manejar la respiración y regular el ritmo, hicimos los diez kilómetros sin hablar (salvo los escasos comentarios míos sobre el lugar o dos preguntas suyas sobre cosas que cruzamos). Cuando llegamos, yo me veía más agitada que él.
– “Tenés un excelente estado atlético”, me dijo.-
– “Perdona, pero ese comentario me corresponde. No te enojes pero de mi es esperable. Lo notable es que vos hayas hecho los 10 kilómetros y estés tan fresco. Digo, por la edad”, respondí medio amoscada y pensando que se estaba dando mérito.-
– “Ja, ja , ja. Es cierto. Lo que pasa es que hice deporte toda mi vida y sigo haciendo pilates y remo, lo que me mantiene en estado. Y, te pido perdón, pero te asocié a los jóvenes que conozco incluso de mi familia, que no se dedican tanto al ejercicio. Es fantástico verte tan en forma”.-
– “Ricardo, ¿cómo no voy a estar en forma? tengo 19 años pero vos, si no te importa ni te molesta, ¿no andás por los 50?”.-
– “Gracias por el piropo Irina, pero tengo 64 años?.-
– “¡¡Guauuu!! No te daba ni de cerca. Se ve que tu mujer te cuida”.-
– “No, me cuido yo. Vivo solo, con un gato que come en casa, a veces duerme en ella y en general anda de correrías por ahí”.-
Nos saludamos y cada uno se fue a su casa. Me quedé impresionada por Ricardo, su estado atlético, su presencia magnética y a la vez sencilla y distendida, la seguridad que demostraba. Lástima la edad, pensé, pero eso no evitó algunos ratoncitos con el jovato. Una semana después me enteré que había invitado a mi familia a comer para conocernos. Me probé varias pilchas mientras me decía que no sea boluda y me ponga cualquier cosa, que solo era una comida con mi vecino sesentón. Pero la cuestión es que fui con un vestido suelto, corto, suficientemente escotado, unas chatitas listas para sacármelas y andar descalza y llevando debajo una bikini por si terminábamos en la pileta. El calor invitaba.
Me encantó la casa, adornada con un estilo sobrio y austero, pero a la vez con combinaciones de color y formas muy logradas. La comida (que había hecho él con sus propias manitos) era una delicia y la charla terminó mostrando a un hombre versado y culto. Resulta que había sido profesor de filosofía y había escrito varios libros. No solo me dio permiso, sino que me alentó a que pasee libremente por la casa y todo lo que veía me encantaba. Pero lo que me impactó fue que (incapaz de contener la curiosidad), me metí en su vestidor, le abrí dos o tres cajones y al abrir una puerta como de un placard, encontré una pared con látigos, vibradores, pulpitos, didlos, cremas, esposas, y otros juguetes que ni conocía. Me quedé asombrada, hasta que una voz grave a mi espalda me dejó helada
– “Si tenes dudas de para que sirve alguno de los “chiches”, preguntame”.-
– “Perdona, perdona” dije, roja de vergüenza, mientras su cuerpo me tapaba la ruta de escape. “No sé ni por qué hice esto”.-
– “Irina, no pasa nada. Son cosas para el disfrute y el placer. No es nada del otro mundo. Por mi, hace de cuenta que no te vi”, dijo, se dio media vuelta y se fue. Antes de salir del dormitorio agregó “Venía a decirte que vamos a servir el helado, bajá a comerlo” y siguió caminando. Yo respiré hondo y traté de parecer serena y tranquila cuando llegue a la mesa.
– “Pobre Irina, se perdió buscando el baño”, dijo Ricardo al verme llegar y empezó una charla para sacarme del centro de atención mientras yo intentaba parecer normal.
La cena siguió amena y entretenida, sobre todo porque el anfitrión era una persona agradable e interesante de escuchar. Y en todo lo que duró el encuentro, en ningún momento mostró un ápice de especial interés en mí, lo cual agradecí por un lado y (para que negar) me molestó bastante por el otro. En el resto de la semana no se lo vio para nada y, al otro sábado me lo volví a encontrar enlongando en el mismo lugar. Aunque, tengo que confesar que me quedé espiando desde mi ventana del primer piso hasta que lo vi salir y fui tras él.
Me saludó amablemente, hicimos juntos el trayecto y le propuse mostrarle un camino que se abría y terminaba en una especie de bosque junto al lago con reposeras de madera para descansar. Al llegar se hizo un largo silencio incómodo (por lo menos para mí) que él se encargó de romper.
– “Irina, no quiero que estés incómoda conmigo por lo que pasó en la cena, Para mí el sexo es algo natural y solo tengo todo eso escondido de la vista porque la gente ve esas cosas como ¡¡wow!! un sátiro, o un pervertido, o ni sé que piensan. Para mí es como si hubieses visto mis corbatas o mis libros. Olvidémoslo, ¿te parece?”.-
– “Si … y no. Porque no me puedo olvidar. De mi imprudencia y descaro imperdonable ni de altura y calidad con que tomaste y resolviste la situación. Y, además, no sé si me quiero olvidar. Tengo más dudas que ganas de olvidarlo”.-
– “Pregunta lo que quieras. Te voy a contestar abierta y francamente”.-
Pobre, nunca tendría que haber dicho eso. Lo bombardee de preguntas que respondió con solvencia y conocimiento. Resulta que había dado varias charlas sobre sexualidad y era un estudioso del proceso del feminismo y entusiasta defensor de la libertad sexual. Conocía de sexo tántrico, me explicó el uso de muchos “juguetes sexuales” que ni sabía y de las modalidades del sexo. Tenía una visión sobre el sexo más como de una relación entre dos seres que desean gozar y mimarse que la típica del meta y saca de los pendejos. Me hacía acordar a mi catalán.
Además supe que estuvo casado dos veces, sus hijos vivían en el exterior y ahora solo se dedicaba a escribir, hacer teatro, pilates, remo y pasear. Cuando llegamos y cada uno se fue a su casa, los ratones con ese morocho ya estaban corriendo maratones en mi cerebro. Pero ¿como encajaría en mi vida con 45 años de diferencia? ¿Amante, sugar dady, touch & go? Lo busqué en Tinder, Instagram y otras redes sociales y solo lo encontré en Face con una página de debates sobre filosofía.
La tormenta fue una de las más violentas e intensas que hubo por años, con vientos fuertísimos, granizo y lluvia a mares. Estaba sola en la casa (mis viejos se habían ido el finde a Córdoba) y mi buen ánimo duró hasta que se cortó la luz. Intenté llamar a mis tíos, pero la señal no era buena y además poco iban a poder hacer ya que vivían a 30 kilómetros. Estuve pensando que hacer hasta que, desde mi pieza, vi luz en lo de Ricardo. Me aseguré que todo estaba bien cerrado, me puse lo que tenía para la lluvia y me fui a golpear su puerta.
– “¿Qué hacés afuera con esta tormenta, Irina?”, preguntó mientras me dejaba pasar.
Le conté lo que pasaba, que no sabía donde estaban las luces de emergencia, que no tenía nada para comer y que estaba asustada. Me hizo pasar, me dijo que vaya al baño y me saque la ropa mojada (empapada en realidad) y al rato golpeó la puerta para decirme que me dejaba ropa. Esperé que se fuera, abrí la puerta, agarré la ropa y me vestí con una remera suya, una bata de toalla y unas pantuflas. Así bajé a la cocina, donde estaba cocinando.
– “¿Qué hacés”.-
– “Un guiso de conejo que preparaba para mí y le agregué más papas para que compartamos”.-
– “¿Siempre cocinas esas cosas raras?.-
– “Raras para vos, ¿no te gusta?”.-
– “Si está como lo que hiciste el otro día, me como esa olla yo sola”.-
– “Comela. Me hago un sándwich”.-
Comimos ese guiso, que estaba impresionantemente rico, con un malbec, un postre instantáneo que hizo con leche maicena y azúcar que me encantó y café turco. Todo acompañado de una suave música de fondo con mucho saxo y violines y terminamos sentados en el sofá con un licor (también casero) de café.
– “¿Estás más tranquila?.-
– “Mucho. ¿Me prestás luces para volver a casa?”.-
– “¿Estás loca? Sigue lloviendo a cántaros. Quedate a dormir en el cuarto de huéspedes ¿O tenés miedo de mí?”.-
– “No tonto”.-
– “Entonces, tontita, ahí está tu cama”, dijo señalando una puerta, “tenes baño en suite y podes cerrar con pestillo”.-
– “¿Por qué? ¿me pensás violar? Ja, ja”
– “No seas tonta”, dijo saludándome y yendo a su cuarto en el primer piso. Esperé a ver donde entraba y después me fui a acostar. Me pasé una hora dando vueltas en la cama sin poder dormir, no por la tormenta de afuera, sino por la que tenía entre mis piernas y en mi cabeza por las ganas que tenía de subir esa escalera. Un trueno descomunal me dio el empujón y la excusa que necesitaba. Fui a su cuarto, abrí la puerta y me quedé intentando ver en la obscuridad. Me pareció ver una figura sentada en la cama y una ronca y cálida voz me dijo.
– “Te estaba esperando. ¿Venís?”, mientras abría las sábanas invitándome.
Desde ese momento tuve siempre la sensación que estaba tres pasos por delante mío y descubrí que me gustaba que fuera tan seguro y sereno y que me entendiera lo que quería. Me acerqué todavía un poco temerosa ni sabía de qué y, cuando me puse a su lado, me abrazó y me sentí segura y confiada. Esperó un rato hasta que terminé de aflojarme y recién ahí me besó un largo rato, jugando con su lengua en mi boca mientras sus manos me quitaban corpiño y bombacha a la vez que descubría que él estaba ya desnudo.
Lo que siguió fue, para mí, un aprendizaje de un sexo suave, lento, meticulosamente intenso parte por parte. Me acarició con dedicación desde los pies a la cabeza, haciéndome sentir los placeres ocultos en cada parte de mi cuerpo. Estuvo varios minutos apoyado contra mi espalda acariciándome mientras besaba mi nuca y lamía mis orejas. Todo era como una miel de caricias sabiamente dadas y, cada vez que yo quería apurarme, me abrazaba y me decía que disfrute, que deje que el placer me penetre. Tardó ni sé cuantos minutos antes de tocar mis tetas, lamer mis pezones, acariciar mi vulva, lamerla, meterle sus dedos juguetones, recorrer mi cuerpo con su lengua, besarme mientras jugaba con mis pezones. Yo volaba entre nubes y tuve dos orgasmos. En cada uno me abrazó y volvió a decirme que los disfrute, que permita que mi cuerpo los sienta en toda su intensidad.
En un momento se acostó y puso su brazos a los lados, yo pasé a darle besos y caricias y terminé bajando a lamer su pija (que era normal, medio gordita) mientras el me acariciaba la espalda, la cola y la cabeza.
– “Me encanta como sos. Tenes una sensualidad hermosa” me djo.-
Al rato me llevó a ponerme a caballito de él y me hizo cabalgarlo con un vaivén que hacía rozar su pija en mi conchita hasta que no pude más, la tomé con la mano y la llevé a la puerta de mi vagina. Lentamente fui bajando hasta tenerla toda dentro, mientras él se quedaba mirándome y me dejaba hacer. Puse mis manos en su pecho y empecé a moverme y disfrutarlo.
– “Que linda que sos Irina. Me encanta verte cabalgarme”.-
– “No mientas, no soy tan linda”
– “Estoy seguro que sos hermosa, al menos en lo que yo disfruto de una mujer. No me llaman la atención ni las grandes tetas ni un enorme trasero. Me gusta la mujer sensual, segura, inteligente, libre y flaquita. Me gustás mucho, en serio”.-
– “Mirame, me gusta que me mires y me gusta que te guste. Vos me encantás. Tu sexo me encanta”.-
En silencio seguí moviéndome libremente, llevando su pija a acariciarme mientras rozaba mi clítoris contra él. En tanto, él me acariciaba los muslos y las piernas (descubrí que me gustaba mucho), me tomaba de las nalgas y jugaba con mis tetas. El orgasmo me llegó de golpe, jadee, grité y gemí mientras sus brazos me sostenían y después me derrumbé sobre su cuerpo. Me abrazó y empezó a acariciar mi cabeza y espalda suavemente un largo rato hasta que me repuse.
– “Gracias”, le dije.-
– “¿Por qué?”.-
– “Porque te preocupás en que disfrute mis orgasmos, me acompañas. No sé, no es lo habitual. Me encanta, disfruto más.”.-
Me dio un beso y me volvió a abrazar. Al rato me tomó la cola y me hizo mover suavemente para volver a parar su pija que aún estaba dentro mío. Le pregunté si había acabado y me dijo que no, pero que había disfrutado enormemente de mí y pensaba seguir haciéndolo si le permitía. Sonreí, lo besé y fui a chupar esa pija hermosa y le dije que podía disfrutarme como quisiera.
Me acostó de espaldas y me penetró, subiéndose muy arriba mío, lo que me obligó a abrir bien las piernas e hizo que su pija penetrara profundo hasta casi el cuello de mi útero. Y allí la dejó apenas moviéndola mientras apretaba mi clítoris con su entrepierna, mientras al oído me decía que tenía una conchita hermosa, que era un placer estar dentro mío, que lo enloquecía mi cola y que era una hembra divina para coger, que quería que fuese su putita y cogerme mucho y eso siguió hasta que apreté mis piernas contra su cuerpo, me tensé, gemí y le grité ni idea que cosas en medio de un orgasmo que me sacudió entera. Se quedó contra mí, besando mi cuello mientras duraba mi acabada.
Yo todavía jadeaba intentando respirar cuando salió de mi vagina, me puso boca abajo y empezó a pasarme lubricante en mi ano, acariciándolo suavemente un largo rato hasta que su dedo entró y pudo jugar en mi colita. Se subió a mi espalda, apoyó la punta de su pija en mi culito y esperó todo el tiempo necesario hasta que mi colita hambrienta de pija se fue abriendo para comerla entera. ¡¡Nunca me habían penetrado el culo con tanta suavidad!! Fue un placer completo, sin molestia ni dolor. Y me cogió la cola poniendo toda su pija hasta el fondo y moviéndola suavemente mientras volvía a hablarme al oído y me decía que culito hermoso que tenía, que me lo iba a llenar de leche porque yo era una putita hermosa, que era un placer cogerme y que le encantaba tener una preciosura como yo tan sensual y tan buena en la cama. Me re calentó y volví a acabar ya casi sin fuerzas.
– “¿Te gusta tenerme en tu colita?.-
– “Si”.-
– “Decímelo. Soltate, contame como me sentís”.-
– “Me gusta que me cojas el culo. Me encanta tener tu pija grandota dentro mío y quiero que me llenes de leche, papi. ¿Me vas a acabar en la colita?”
No terminé de decir eso cuando lo sentí penetrarme profundamente, gemir ahogadamente, y temblar mientras decía “Sos una putita preciosa, una guachita divina. ¡¡Qué cola hermosa que tenes!! y un ¡¡¡Dios!!! largo que terminó en un quejido. Después se derrumbó contra mí y al rato se dejó caer a mi lado, llevándome con él.
– “No quiero salir de tu culito. Es hermoso”, me dijo.-
//// continúa