Capítulo 4
- Fantasías desde la habitación
- Abril sin ropa | Exhibicionista en la ciudad
- La ex que quería volver | Duelo en la cama
- Culos al sol, miradas al límite | Exhibicionismo en la plata
Capítulo 1: “Culos al Sol, Miradas al Límite”
La playa estaba llena.
Cuerpos tostados, niños corriendo, señores en sillas de plástico tomando cerveza, turistas sacando fotos a todo…
Y ahí, entre el caos del verano, aparecieron ellas: Abril y Kassandra.
Ambas en bikini.
Ambas brillando por el aceite en la piel.
Ambas decididas a romperse… a través de mí.
—¿Lista para perder otra vez? —dijo Abril mientras caminaban juntas por la arena.
—¿Perder? No vine a mirar el mar, putita. Vine a mostrarme.
Y a ganar.
El reto lo plantearon de inmediato, frente a mí, sin pudor.
—Vamos a caminar por toda la orilla —dijo Kassandra—. Pero con un juego.
Cada vez que un hombre nos vea el culo más de tres segundos, tú —me señaló— tienes que decírselo a la otra.
—Y la que acumule más miradas… gana —remató Abril.
—No. La que pierda… tiene que mostrar las tetas sin manos frente a los próximos cinco hombres que pasen.
Silencio.
Ambas se miraron. El acuerdo estaba hecho.
Y empezó.
Caminaron lento, una junto a la otra.
Abril con un bikini tanga color blanco, delgadísimo. Su culo perfecto, redondo, firme, rebotaba con cada paso.
Kassandra con uno rojo fuego, aún más pequeño. Sus nalgas más pequeñas, pero igual de provocadoras, se marcaban con cada movimiento de cadera.
Yo caminaba unos pasos detrás, viendo cómo los hombres en la playa giraban el cuello como animales en celo.
El primero: un tipo en sombrero, tomando cerveza.
Miró el culo de Kassandra como si viera el paraíso. Conté: uno… dos… tres… cuatro.
—Uno para Kassandra —dije.
Ella giró la cabeza y me guiñó un ojo. Abril apretó la mandíbula.
El siguiente fue un joven con lentes oscuros y camiseta mojada.
Miró a Abril desde que pasó junto a él… y siguió mirando. Hasta que tropezó con una hielera.
—Uno para Abril —dije entre risas.
La tensión entre ellas era palpable.
Cada mirada que yo anunciaba, era como una bofetada caliente.
Cada “uno más” era un punto de orgullo… o de futura humillación.
En 15 minutos, el conteo iba así:
Kassandra: 7 miradas.
Abril: 6.
Solo faltaba una.
Entonces pasó.
Un grupo de tres chicos, veinteañeros, se acercó corriendo. Uno de ellos se detuvo de golpe, se clavó con la vista en el culo de Kassandra, y se lo dijo a sus amigos.
Los tres se voltearon a mirar.
Rieron. Silbaron. Uno de ellos murmuró:
—Ese culo debería ser ilegal…
Conté. Cinco segundos. Fácil.
—Punto para Kassandra —dije.
—Abril pierde.
Abril se detuvo. Miró el mar. Respiró hondo.
—Cinco hombres, ¿no?
—Cinco —confirmó Kassandra.
—¿Y sin manos?
—Sin manos.
Abril se acercó a un grupo de tipos que jugaban con un frisbee.
Me miró a mí, luego a Kassandra… y sin decir nada, dio un salto ligero.
Su bikini se bajó solo con el movimiento.
Las tetas salieron disparadas, firmes, hermosas, temblando al aire libre.
Uno de los hombres soltó el frisbee.
—¡Verga…! —dijo uno, sin filtros.
Otro le aplaudió.
Abril se giró. Dio media vuelta. Y repitió la acción frente a otros dos.
Cinco hombres. Cinco pares de ojos. Dos tetas rebotando.
Un solo silencio denso.
Cuando regresó, estaba sudando, jadeando… y mojada.
—¿Perdiste? —le dijo Kassandra.
—No, perra. Estoy empezando a ganar.
Yo… no podía más.
La verga me latía bajo el short, y el juego apenas comenzaba.
Capítulo 2: El Reto de las Propuestas
Ya habían humillado al idiota que intentó pasarse de listo.
Y la playa seguía llena de hombres sudados, calientes, con la verga tiesa debajo de la lycra.
Ellas sabían que ahora estaban en control.
Y lo iban a usar.
—¿Un nuevo reto? —preguntó Kassandra, limpiándose los labios con el dorso de la mano, todavía brillante por el escupitajo que le dio al baboso anterior.
—Sí —respondió Abril, con la mirada encendida—.
El Reto de las Propuestas.
—¿Reglas?
—Fácil: vamos por separado, diez minutos.
Nos acercamos a hombres distintos, solos.
Jugamos. Provocamos. Les damos entrada.
Y esperamos que nos hagan una propuesta sucia.
—¿Y quién gana?
—La que reciba la más indecente.
Kassandra sonrió.
—Y la perdedora… cumple la fantasía del ganador.
¿Sin filtro?
—Sin filtro.
Me miraron a mí.
—Tú decides cuál propuesta gana —dijo Abril—.
Y tú haces cumplir la fantasía.
Se separaron.
Kassandra se fue hacia la zona de hamacas, donde varios hombres tomaban cerveza y hacían como que miraban el mar.
Abril tomó la ruta del agua: caminó por la orilla, con el bikini colándose entre los labios de la concha, con el culo empapado y brillante, sonriendo a todo el que la miraba.
Y yo las seguía desde lejos, grabándolo todo con los ojos.
📍 Kassandra:
Se acercó a un hombre de treinta y tantos, de barba gruesa, con un tatuaje en el pecho y lentes oscuros.
Se agachó frente a él para atarse el bikini.
Las tetas se le escaparon por los costados.
El hombre la miraba como si quisiera devorarla.
—¿Me ayudas a ver si me quedó bien? —le dijo, señalando el nudo trasero.
Él se acercó. Rozó su espalda.
Su voz fue ronca.
—Si fueras mía, no usarías nada.
Kassandra sonrió.
—¿Y qué me harías si fuera tuya?
El tipo tragó saliva.
—Te metería el mango de la cerveza hasta que te la tomaras completa con la concha.
Ella parpadeó.
—¿Entera?
—Sin sacar.
Punto alto.
📍 Abril:
Caminó cerca de unos vendedores ambulantes. Uno de ellos, joven, moreno, sudado, la vio desde lejos.
Ella se acercó, se agachó para mirar unas pulseras.
—¿Y qué vendes tú además de bisutería?
El tipo se rió.
—Lo que quieras.
—¿Ah sí? ¿Incluso… a tu verga?
—Mi verga, mi lengua, y mi cara.
Pero hay condición.
—¿Cuál?
—Quiero verte orinar primero.
Frente a mí. Con las piernas abiertas.
Después de eso, te limpio yo.
Abril se quedó helada. Se le mojaron las piernas del susto… y de lo caliente.
Punto alto.
Las dos regresaron.
Yo las miré.
Abril con la cara roja. Kassandra, con una sonrisa ladina.
—¿Y bien? —preguntaron al mismo tiempo.
—Empate —dije—. Pero yo decido.
Gana Abril.
Kassandra apretó los labios.
—Entonces… tengo que cumplir la fantasía que Abril elija, ¿cierto?
—Correcto —dijo ella.
—¿Y cuál es? —preguntó Kassandra, cruzada de brazos.
Abril se acercó. Le susurró algo al oído.
Vi cómo Kassandra se estremecía.
Y luego… asentía.
—Dilo en voz alta —le dije.
Kassandra tragó saliva.
—Abril quiere que yo me meta la botella de cerveza… en el culo.
Y que luego tú… me la metas a mí. Mientras ella graba.
Y así será.
Capítulo 3: Toda, hasta el fondo
Kassandra se quedó en silencio.
La cerveza goteaba, fría, espumosa. Abril la había traído recién del puesto, y aún tenía condensación en el vidrio.
—Llena —dijo Abril, sonriendo.
—Llena —repetí yo.
Kassandra tragó saliva.
Se puso de rodillas en la arena, frente a nosotros. Tetas al aire, culo hacia el cielo, con los pezones marcados y la piel ardiendo.
—¿Segura? —le pregunté.
—Ella perdió —intervino Abril—.
Y aquí, las perdedoras se llenan el culo.
Kassandra asintió.
—Hazlo. Métela. Toda.
Yo tomé la botella. Estaba fría como el hielo.
Me acerqué a su espalda. Le abrí las nalgas con una mano. El ano se contrajo al sentir el aire y la expectativa.
Con la otra mano, deslicé el cuello de la botella contra el hueco.
Ella jadeó.
—Está helada…
—Shhh —le dijo Abril—. Solo abre.
Y recibe.
Fui despacio. Presioné apenas. El cuello entró un centímetro. Kassandra se tensó, apretó los dedos contra la arena.
—Más —dijo, con la voz rota—. Más…
Deslicé otro poco. Dos centímetros. Luego tres.
El vidrio frío hacía temblar todo su cuerpo.
Los hombres alrededor no sabían si mirar o disimular. Algunos se habían detenido. No podían moverse.
Abril se acercó con el celular. Grababa desde atrás.
Tetas de Kassandra colgando, culo abierto, botella enterrándose.
—¿Quieres toda? —le pregunté.
—¡Sí…! ¡Toda… por favor…!
Empujé.
El cuello entero entró. Luego el cuerpo de la botella.
El líquido burbujeaba dentro, la presión era deliciosa.
—¡Aahhh…! ¡Me quema! ¡Pero me encanta…!
Abril se acercó. Le acarició el pelo a Kassandra.
—Buena perra.
Ahora quédate así… y déjalo que te rompa como tú me rompiste.
Me coloqué detrás.
Mientras la botella aún estaba metida, deslicé la verga por su coño empapado. Resbalaba como mantequilla caliente.
—¿Quieres que te coja así? —le pregunté.
—¡Sí! ¡Cógeme con la botella adentro! ¡Hazme mierda!
Empujé.
La verga y la botella estaban dentro al mismo tiempo.
Uno por delante. Otro por detrás.
Y ella lloraba. De placer.
—¡Soy la perdedora…! ¡Rómpanme…! ¡Me lo merezco…!
Abril jadeaba. Grababa. Se tocaba.
Se agachó frente a Kassandra, la tomó del cabello, y le dijo al oído:
—¿Quién manda?
—¡Tú…! ¡Tú mandas… puta divina…!
Y en ese momento, me vine.
Dentro de ella.
Mientras la botella goteaba espuma por su ano y el semen chorreaba por su coño.
Kassandra cayó de frente, jadeando, llorando, riendo.
Y Abril apagó el video.
—Ahora sí, perra…
Estás lista para los verdaderos retos.
Capítulo 4: Desnudas ante Todos
Después de la botella de cerveza en el culo de Kassandra, nada volvió a estar en su lugar.
Ella no dijo una palabra en los siguientes veinte minutos. Caminaba como si le hubieran reiniciado el cuerpo, las piernas temblando, el culo marcado, la piel aún húmeda de sudor y semen.
Pero lo que más me encendía era cómo me miraba…
Con esa mezcla de vergüenza, rabia… y ganas de más.
Abril, en cambio, caminaba erguida, con la espalda recta y esa sonrisa de reina sucia.
No necesitaba hablar: su cuerpo hablaba por ella.
Y de pronto, las dos se me acercaron, jadeantes, mirándome como si yo fuera el dios al que querían ofrendar su calentura.
—¿Qué sigue, amor? —me preguntó Abril.
—Queremos el siguiente nivel —añadió Kassandra, aún con la voz ronca.
Las miré. Vi las gotas de sudor deslizarse por sus clavículas, las tetas todavía brillantes, los pezones erguidos, los labios de la concha marcando la tela del bikini…
Y lo supe: ahora sí estaban listas.
—Desnúdense —les dije sin pensarlo—. Ahora. Aquí mismo.
No dudaron.
Kassandra bajó la tanga primero. Después el sujetador.
Abril se desató el hilo del bikini, luego dejó caer el top.
Ambas quedaron completamente desnudas, en medio de la playa.
Tetas al aire. Conchas mojadas. Nalgas abiertas.
Y decenas de miradas que no sabían si estaban soñando o despiertos.
Un grupo de hombres dejó de jugar fútbol.
Un viejo dejó de leer.
Un papá le tapó los ojos a su hijo.
Pero yo… yo tenía la verga dura bajo el short.
Y ellas esperaban mi voz.
—Ahora elijan —dije—:
Una corre desnuda por la playa gritando “Vengan a verme el culo”,
y la otra se deja lamer los pies por el primer cabrón que acepte.
Se miraron.
—Yo corro —dijo Kassandra.
—Entonces yo espero la lengua —sonrió Abril.
Kassandra salió corriendo como una loba en celo.
Sus tetas botaban con cada paso. El culo se sacudía, redondo, vibrante.
—¡Vengan a verme el culo! —gritaba—. ¡Mírenlo bien! ¡Rebotando para ustedes!
Los hombres se detuvieron, aplaudieron, silbaron.
Ella giró, saltó, abrió las piernas en el aire.
Una locura.
Cuando regresó, estaba sudando, mojada, jadeante.
—Listo —dijo—. Que se chupe los pies la reina.
Abril no se hizo esperar.
Se acercó a un tipo que estaba recostado en su toalla. Un local, moreno, joven, cara de no saber si tenía suerte o estaba por ser arrestado.
—¿Te gustaría lamerme los pies? —le dijo, con una sonrisa.
El tipo ni habló. Se arrodilló.
Le pasó la lengua por los dedos, el empeine, el talón.
Los chupó uno a uno, con la boca abierta, con hambre.
—¿Y qué más te gustaría? —le preguntó ella.
—Quiero subir más…
Hasta donde no me dejes volver a bajar.
Ella rió.
—Muy bien. Gracias por jugar, guapo.
Pero el premio es solo para mirar.
Volvió hacia mí con los pies aún brillantes por la lengua ajena.
Se lamió un dedo, y me lo pasó por los labios.
—¿Más? —me preguntaron.
Yo asentí.
—Ahora sí… el siguiente nivel.
Les hablé lento, disfrutando cada palabra:
—Una de ustedes va a orinar en la arena.
La otra va a sentarse sobre eso. A embarrarse bien la conchita.
Y después, le va a pedir a un extraño que se la limpie con la lengua.
Las miradas entre ellas fueron puro fuego.
—Yo me mojo —dijo Abril.
—Entonces yo me ensucio —dijo Kassandra.
Abril se puso en cuclillas. Separó las piernas.
Y orinó en la arena, justo frente a nosotros.
El chorro caliente bajaba por sus muslos, formaba un charco sucio y brillante.
Kassandra no dijo nada.
Se sentó directo en el charco.
Abrió las piernas. El líquido le mojaba los labios, le escurría por el ano.
Y sin pensarlo, se arrastró hasta un hombre que había estado viéndonos desde lejos.
—¿Quieres probar algo que no vas a olvidar nunca? —le dijo.
El tipo tragó saliva.
Y se arrodilló.
Le lamió la concha.
Lenta, con lengua plana.
Limpió cada pliegue. El clítoris. El perineo.
Como un animal adorado lamiendo a su diosa.
Capítulo 6: «Guerra de Putas (versión extendida con humillación final)»
Ya no había pudor. Ni reglas. Ni juego suave.
Solo dos mujeres desnudas, mojadas, calientes, con los labios de la concha brillando bajo el sol y la mirada llena de odio y deseo.
—Ya basta de retos —dijo Abril, mirándola con los pezones duros como cuchillas—. Quiero romperte. Aquí. Frente a todos.
—Hazlo —respondió Kassandra—. Pero prepárate para suplicar después.
Yo me quedé parado, con la verga dura, palpitando de tanto placer y locura.
La playa ya no era una playa: era un escenario. La arena, el suelo para su guerra.
Y la gente… la gente lo sabía. Hombres y mujeres formaban un círculo excitado, deseosos, con celulares grabando desde todos los ángulos.
Abril dio el primer paso. La empujó. Las tetas de Kassandra rebotaron. Ella respondió con un manotazo directo a los pezones de Abril.
—¡PAAH!
Abril gruñó. La agarró del cabello y le pegó una cachetada que sonó por toda la costa. Kassandra se lanzó encima. Cayeron a la arena, las dos desnudas, cubiertas de sudor, escupiéndose, tirándose del pelo, restregando conchas contra piernas.
—¡Perra! —gritaba Abril, mordiéndole el cuello.
—¡Zorra barata! —le devolvía Kassandra, metiéndole un dedo a traición entre los labios.
No intervine. Estaba extasiado. Era una pelea. Era una cogida. Era un ritual salvaje por el trono.
Abril logró montarse sobre ella. Le apretó las tetas con ambas manos, duro.
—¡Estas no te salvan, puta!
Kassandra gritaba… de placer. Se estaba mojando. Lo veía chorrear entre sus muslos.
Kassandra le escupió en la cara. Abril se limpió con el dorso del brazo… y le metió tres dedos de golpe en la concha.
—¡Aaaahhh! ¡Hija de puta!
—Di quién manda, zorra. Dilo.
—¡No! ¡Jamás!
Se voltearon. Ahora Kassandra estaba arriba. Le restregó la cara con la vulva mojada, goteando.
—¡Cómetela! ¡Trágatela!
Y Abril… la lamía. Desesperada. Con lengua sucia. Kassandra gemía. Se tocaba el clítoris. Se vino en su boca.
Yo me saqué la verga. Me pajeaba viendo cómo Abril tragaba y Kassandra temblaba.
Y entonces, Abril se levantó. Se acercó a mí. Se sentó en mi verga. Cogió mi rostro y me besó. Pero antes de que pudiera domarla otra vez, Kassandra se incorporó.
Con el cabello revuelto, el cuerpo sucio de arena y jugos, me quitó a Abril de encima de un tirón.
—No has ganado nada, cabrona. Ahora te vas a tragar tu derrota. Literalmente.
Pidió un vaso de plástico. Alguien se lo dio, sin hablar. Kassandra lo sostuvo frente a todos. Se giró. Separó las piernas.
Y orinó dentro.
Caliente. Espumosa. Amarilla. La gente murmuraba. Grababa. Gozaba. Yo también.
Se giró hacia Abril. Le mostró el vaso.
—Bebe. O gatea fuera del círculo.
Abril no habló. Se arrodilló. Abrió la boca. Kassandra le dio el vaso.
- Hasta el fondo perra.
Chorreó por la barbilla, bajó por las tetas, se mezcló con el sudor. Abril tragaba. No se detuvo.
El vaso se vació.
Yo no sabía si venirme o llorar de lo caliente.
Kassandra me miró.
—¿La viste?
Ya no es tu reina.
Es nuestra perra.
Y todos lo sabían.
Y el video… ya estaba siendo compartido.
“Solo Una se Queda en Mi Cama”
El cuarto del hotel estaba oscuro, apenas iluminado por las luces de la calle que se colaban por las cortinas.
Las sábanas olían a mar, a sudor, a sexo.
Y ellas dos… estaban desnudas.
Mojadas. En silencio.
Kassandra sentada sobre la cama, con las piernas abiertas, bebiendo vino directo de la botella.
Abril arrodillada a sus pies, con las mejillas aún rojas por la humillación en la playa. Su cuerpo brillaba de sudor. Tenía marcas en las tetas. Y una sonrisa rota.
Yo estaba en el sofá, la verga fuera, viendo cómo Abril revisaba el celular con los dedos dentro.
Se tocaba mientras leía los comentarios del video viral.
—Nos están viendo… —susurró, con la voz temblorosa—. Ya somos tendencia.
Mira este mensaje…
Kassandra rió mientras revisaba otros mensajes.
—Escucha este, amor…
“¿Cuánto por ver a tu novio mearte en la boca, putita?”
Nos miramos.
Y sin pensarlo, me acerqué a Abril.
Ella abrió la boca.
Se arrodilló sin que se lo pidiera.
—¿Así…? —preguntó, con los ojos brillando.
—Así.
Oriné lento.
Directo a su boca.
Ella no se movió. No cerró los ojos.
Solo tragó. Gota a gota.
Escurriendo por la comisura, chorreando por las tetas, mojando el suelo del cuarto.
Kassandra sacó un plumón negro del cajón del buró.
—¿Cómo se llamaba el hater?
—CarlosGon82 —respondió Abril, jadeando.
Kassandra se lo escribió en la espalda. Grande.
«CARLOSGON82»
—Para que el mundo sepa quién paga… y quién traga —dijo.
Luego conectamos el celular al trípode.
Abrimos la transmisión privada para un grupo selecto.
Veinte espectadores exclusivos.
Una puta marcada.
Una reina con el control.
Y yo, su centro.
—Saluda, Abril —le dije.
—Buenas noches… soy la perra de ustedes.
Y esta es mi boca… donde mearon hoy.
Y donde vendrán más.
Terminamos el en vivo después de media hora de juego sucio, escupitajos, órdenes, y masturbación frente a pantalla.
La cuenta… crecía.
Y entonces, vino el momento.
Me levanté. Me acerqué a Kassandra. Le quité la copa de vino de la mano.
—Kassandra… —le dije, mirándola directo a los ojos—
Quiero que seas mi novia.
Ella me sostuvo la mirada.
Sonrió.
Y me besó.
—Y ella… —preguntó.
Miramos a Abril.
Arrodillada. Sudada. El nombre del hater en la espalda.
Los labios abiertos.
La lengua fuera.
—Ella se queda.
Como puta. Como juguete. Como ejemplo.
Kassandra la acarició.
—Y la vamos a usar.
Como merece.
En ese momento, sonó el celular.
Muchos mensajes.
En especial tres, de tres chicas diferentes.
“Quiero unirme a ustedes, quiero ser una zorra como Kassandra.”
Nos miramos los tres.
Y supe que esto…
no había hecho más que comenzar.