Capítulo 2
Los tres se dirigieron a la sala de reuniones que se encontraba cerca de la salida a la campa, donde cada mañana tomaban café. Estaban nerviosos e inquietos. David tenía la boca seca y el corazón a mil. Cada paso que daba hacia la sala contrastaba con su deseo irrefrenable de salir corriendo.
Abrió la puerta y las chicas entraron en silencio. David cerró la puerta tras de sí. En ese momento, se dio cuenta de que la sala no tenía cerrojo por dentro. Era una sala rectangular, de unos doce metros cuadrados. Una de las paredes daba hacia la campa y estaba cubierta por grandes ventanales biselados que imitaban un espejo desde el exterior, impidiendo la visión del interior. La pared de enfrente daba a un pasillo donde se encontraba el baño de los chicos. También estaba cubierta por ventanales.
David bajó las persianas que daban al pasillo hasta abajo y giró el mecanismo para que las lamas se cerraran, impidiendo que se viera desde fuera.
—Esperad un minuto —dijo David, y salió de la sala.
Se acercó al baño de los chicos, que estaba justo enfrente, y cogió una pequeña cuña que había en el suelo. Las mujeres de la limpieza la usaban para que la puerta no se cerrara mientras fregaban. Volvió a la sala, cerró la puerta y colocó la cuña debajo, asegurándose de que nadie pudiera abrirla desde fuera.
En la sala había una mesa rectangular con cuatro sillas. Las chicas estaban situadas en un extremo de la habitación, y David, en el otro.
—Creo que esto no ha sido buena idea —dijo Marta, evidentemente nerviosa—. Si nos pillan aquí, acabamos todos en la calle.
—El que se va a desnudar soy yo —dijo David, intentando sonar seguro—. Yo soy el que me la juego. Si nos pillan, podéis decir que os dije que me acompañarais aquí. Que decía cosas incoherentes y que, de pronto, me empecé a quitar la ropa. Como si me hubiera dado un ictus o algo así.
David vestía un jersey azul grueso y unos pantalones de pana color marrón. Se quitó el jersey y, bajo él, llevaba una camiseta negra ajustada que marcaba sus músculos. Mientras dejaba el jersey sobre una silla, David quedó de lado desde la perspectiva de las chicas. Contenía la respiración para ocultar su estómago. No tenía mucha tripa, por lo que, metiéndola un poco, destacaban sus fuertes pectorales y sus brazos torneados.
Un silencio incómodo reinaba en la habitación. La tensión en el ambiente era palpable. Lo que en la imaginación de David parecía el inicio de una película porno, se había convertido en una de terror. Las chicas, una al lado de la otra, pegadas como si estuvieran aterrorizadas, lo miraban con vergüenza. Allí no parecía que nadie estuviera disfrutando.
David tiró de su camiseta negra hacia arriba y descubrió un cuerpo atractivo: una espalda ancha, un pecho fuerte y velludo, y unos brazos musculados, con tríceps bien marcados.
—¡Vaya! —acertó a decir Marta, mientras su cara se enrojecía ligeramente.
David se sacó los zapatos con los mismos pies y desabrochó su cinturón y su pantalón. Sus pantalones cayeron hasta el suelo, dejando sus bóxers a la vista. Sus piernas eran delgadas y velludas. Se notaba que no las trabajaba mucho en el gimnasio.
Había llegado el momento, y no era el mejor. David estaba aterrorizado y sabía que su miembro estaba muy lejos de mostrar su mejor aspecto, pero ya no había vuelta atrás. Bajó su ropa interior hasta sus tobillos. Su pene estaba contraído. Apenas era su glande cubierto por la piel. Tenía los huevos grandes, y eso era lo que hacía que su paquete fuera bastante prominente.
—Yoooo… lo siento —se lamentó David, mirando al suelo con apuro—. Estoy muy nervioso. No está saliendo como yo pensaba.
Se le veía asustado y desvalido. Aun así, lo que había hecho era valiente. Marta comprendió la situación, se acercó a él y lo abrazó fuerte. Un abrazo que lo reconfortó. Segundos después, sintió cómo Pilar también se abrazaba a los dos. David tenía sus manos en las espaldas de ambas y, sin pensar, las bajó hacia sus culos. Ellas no protestaron. Tal y como pensaba, estaban duros y turgentes. David los apretó y atrajo a las chicas más hacia sí.
Su pene empezó a reaccionar al sentir el calor de aquellas dos mujeres, y en unos segundos estaba erecto. Marta pudo sentir en su pierna el creciente bulto y se separó un poco para verlo.
—¡Joder! ¡Cómo se te ha puesto! —exclamó Marta, con una mezcla de sorpresa y diversión.
—Ya os dije que estoy un poco falto de cariño —dijo David, con una expresión tierna—. Son cosas que pasan cuando no follas.
—¡Ni que lo digas! —dijo Pilar, sonriendo con sorpresa.
El pene de David no era muy largo, pero era bastante grueso y venoso. La piel le envolvía casi todo el capullo. David tiró de ella hacia atrás y liberó su glande. Estaba super hinchado y casi morado.
Las chicas volvieron a abrazarlo, y David aprovechó para besar suavemente el cuello de Pilar. Su piel era suave, y su aroma, dulce. De pronto, sintió cómo una mano acariciaba su polla suavemente. David se separó un poco y vio que era Marta quien lo tocaba. Mientras Pilar acariciaba su pecho, lo miró a los ojos. David la besó en los labios. Fue un beso puro. Se volvieron a mirar, y Pilar se lanzó hacia sus labios, esta vez con pasión. Sus bocas se entreabrieron, y sus lenguas comenzaron un baile a ritmo de una pasión desbocada.
De pronto, un golpe se oyó al otro lado de la puerta, como si alguien hubiera tropezado. Luego, unos pasos que se alejaban por el pasillo. Los tres se quedaron por un segundo como congelados, mirándose los unos a los otros. David fue el primero en reaccionar. Se subió rápidamente los pantalones y los calzoncillos a la vez. Marta le dio la camiseta, y David empezó a ponérsela, mientras Pilar le abrochó el pantalón, le subió la cremallera y le ajustó el cinturón. David terminó de ponerse el jersey y se acercó a las ventanas que daban al pasillo. Giró el mecanismo para abrir un poco las lamas de la persiana y mirar entre ellas.
—¡Joder! Seguro que nos han visto —dijo Marta entre susurros.
—No creo que haya podido ver mucho con la persiana bajada —dijo David, intentando calmarla—. A lo mejor estaba escuchando, pero no creo que sepa quiénes somos. No hemos hablado mucho.
David retiró la cuña de la puerta.
—Salid primero vosotras, y yo me quedo aquí como hablando por teléfono. Si alguien ha oído algo, que piense que hablaba yo solo por el móvil.
Miró a los ojos a Pilar, mientras esta iba a salir por la puerta, y le dio un pico en los labios. Marta, que iba detrás, acarició el rostro de David y le dio otro beso.
—Chicas —dijo David, con una sonrisa tierna—, aquí se cierra el paréntesis.
CONTINUARÁ
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