En una pequeña ciudad costera, María y su hermano mayor, Carlos, compartían una habitación durante las vacaciones de verano. La casa de su abuela, donde solían pasar el verano, era pequeña, y la habitación que compartían estaba llena de recuerdos de su infancia.
La primera noche, después de cenar, María y Carlos se encontraron en la habitación mientras se preparaban para dormir. María, de 18 años, con su cabello castaño y sus ojos verdes, tenía una figura delgada y una piel suave. Carlos, de 22 años, tenía el cabello negro y los ojos marrones, y un cuerpo musculoso.
—¿Te acuerdas de cuando éramos pequeños y dormíamos juntos? —preguntó María, sonriendo mientras se cambiaba de ropa.
—Sí, claro. Eran tiempos más simples —respondió Carlos, mirándola con una expresión nostálgica.
—¿Y ahora? ¿Qué tan complicado se ha vuelto todo? —preguntó María, sentándose en la cama.
—Bueno, creo que todo depende de cómo lo veamos. ¿Te refieres a algo en particular? —preguntó Carlos, sentándose a su lado.
María miró a Carlos y, con una sonrisa traviesa, dijo: —Solo pensaba en lo extraño que es compartir una habitación con un hermano mayor.
Carlos sonrió y, con un tono coqueto, respondió: —No es tan extraño si lo vemos de una manera diferente.
La conversación giró hacia temas más íntimos, y ambos se dieron cuenta de que había una tensión sexual en el aire. María se acercó a Carlos y, con un susurro, dijo: —¿Qué dirías si te propusiera algo un poco más atrevido?
Carlos la miró a los ojos y, con una voz suave, respondió: —Depende de qué tienes en mente.
María se inclinó hacia él y, con un beso suave en los labios, susurró: —¿Qué te parece si nos masturbamos mutuamente?
Carlos la miró sorprendido, pero luego, con una sonrisa, dijo: —Eso suena interesante.
María se levantó y se sentó a su lado, comenzando a desabrochar su blusa. Carlos la miró mientras ella se desvestía lentamente, revelando su cuerpo desnudo. Él también se quitó la camisa y se sentó frente a ella, sus ojos recorriendo su cuerpo.
—Eres hermosa, María —dijo Carlos, con una voz cálida.
—Gracias, Carlos. Eres muy guapo —respondió María, con una sonrisa.
María se acercó a Carlos y comenzó a besar su cuello, susurrando: —Me gusta cómo hueles.
Carlos la tomó por la cintura y la acercó aún más, comenzando a besar su cuello y luego sus labios. María respondió con un beso apasionado, extendiendo su lengua para tocar la de Carlos. La tensión entre ellos creció, y ambos comenzaron a explorar el cuerpo del otro con sus manos.
María bajó sus manos hasta el pantalón de Carlos y comenzó a desabrocharlo, sacando su erección. Carlos, con un suspiro, dijo: —Sí, María, sigue.
María tomó su pene en sus manos y comenzó a masturbarlo lentamente, mirándolo a los ojos. Carlos, con un gemido bajo, dijo: —Eso se siente bien.
Carlos luego se inclinó hacia María y comenzó a besar sus pechos, lamiendo y mordisqueando sus pezones. María gimió de placer y dijo: —Oh, Carlos, eso se siente tan bien.
Ambos continuaron masturbándose mutuamente, explorando cada centímetro del cuerpo del otro. María sintió cómo su clítoris se hinchaba y, con un gemido, dijo: —Oh, Carlos, estoy lista.
Carlos se inclinó hacia ella y comenzó a lamer su clítoris, moviendo su lengua en círculos rápidos. María gimió de placer y dijo: —Sí, Carlos, así.
Carlos continuó lamiendo y succionando su clítoris, mientras María masturbaba su pene con más fuerza. Ambos llegaron al borde del orgasmo y, con un grito, María dijo: —Carlos, estoy a punto de venir.
Carlos la miró a los ojos y, con un gemido, dijo: —Ven, María, ven conmigo.
Ambos llegaron al orgasmo simultáneamente, sus gemidos llenando la habitación. María y Carlos se quedaron abrazados, disfrutando de los últimos espasmos de placer.
—Eso fue increíble —dijo María, con una sonrisa.
—Sí, lo fue —respondió Carlos, con una expresión de satisfacción.
La noche continuó con conversaciones íntimas y caricias suaves, consolidando la nueva dinámica entre ellos.
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