Mariana, una joven de 18 años con cabello castaño y ojos marrones, de contextura media, siempre había sido curiosa sobre su sexualidad. Había tenido algunas experiencias con chicos, pero nunca había explorado por completo su cuerpo. Para su cumpleaños número 18, sus amigas le regalaron un vibrador violeta con una curvatura especialmente diseñada para estimular el punto.

Un viernes por la noche, después de una larga semana de trabajo, Mariana decidió probar su nuevo juguete. Se desvistió lentamente, mirándose al espejo y admirando su figura. Sus pechos chicos pero firmes, la hacían sentir segura de sí misma. Se recostó en la cama, con una almohada debajo de la espalda, y encendió el vibrador.

Lo llevó a su clítoris, sintiendo una oleada de placer. Sus labios mayores estaban húmedos y listos para la exploración. Comenzó a mover el vibrador lentamente, aumentando la velocidad a medida que su excitación crecía. Sus gemidos llenaban la habitación, «Aaah, sí, así…».

Llevó el vibrador a su entrada, sintiendo la vibración en todo su ser. Lo insertó lentamente, sintiendo cómo se adaptaba perfectamente a su forma. «Oh, Dios, esto es increíble…», murmuró mientras se acariciaba los senos con la otra mano.

Cambió de posición, colocándose de rodillas y apoyándose sobre una mano. Con la otra, continuó moviendo el vibrador dentro de sí misma. «Más rápido… sí, así…», susurró mientras su respiración se volvía más agitada.

Finalmente, alcanzó un orgasmo intenso, su cuerpo temblando de placer. «Uuummm, sí…», jadeó mientras se derrumbaba en la cama, satisfecha y exhausta.

A la mañana siguiente, Mariana se despertó con una sonrisa en el rostro. Sabía que esta experiencia solo era el comienzo de su viaje de autodescubrimiento

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