Capítulo 15
CAPÍTULO QUINCE
Subí a casa, cerré la puerta y me dejé caer hasta tocar el suelo. Me quedé allí apoyado en ella durante largos minutos, con mi mente torturándome y sin poder asimilar tantas sensaciones, cuando unos nudillos llamaron ligeramente tras de mí.
Al abrir la puerta apareció María, acariciando su vientre y pasando su lengua por los labios.
- Hola, padre Ángel. Tenemos un asunto pendiente. ¿Recuerda? – añadió y cerrando la puerta, se despojó del vestido quedando totalmente desnuda ante mí.
- ¡María! – dije sorprendido pero mi polla enseguida se puso a tope y ella lo notó
María se colocó de rodillas ante mí, desabrochó con destreza mi cinturón y los botones del pantalón tirando de este junto con el calzoncillo hacia abajo. Mi polla dio un salto llegando a tocar sus labios, María abrió la boca y empezó a chuparme la polla, de esa forma que solo ella sabe hacer… algo que, por cierto, ni siquiera hace con su marido.
- ¡Hija mía! – dije alucinando con las bondades de esa lengua mágica.
Hicimos el amor hasta la extenuación, de otra forma bien distinta, sin ataduras, sin cadenas, agradeciéndole sus atenciones y ella al mismo tiempo las mías y por haber cambiado su vida en todos los sentidos… Así nos quedamos abrazados en mi cama, desnudos, en silencio mientras yo acariciaba esa barriguita.
Casi a medianoche, María se levantó, se vistió y se fue, seguramente ya era demasiado tarde para ella.
Intenté dormir, pero no era capaz de conciliar el sueño, por lo que me puse a leer un poco de mi nuevo libro. Un libro de unos franceses que habían escrito sobre la guerra civil española, y la vida de Manuel Benítez, “el cordobés”. “O llevarás luto por mí”, se titulaba el libro y la verdad era bastante interesante y ameno, además de instructivo. Me estaba gustando y creo que me entregué en exceso en su lectura pues eran las tres de la mañana cuando cerraba el libro y la verdad es que eso también me ayudó a evadirme de mis contradictorios pensamientos.
Por la mañana temprano, unos golpes en la puerta de casa me hicieron saltar de la cama sobresaltado. Al abrir, me encontré con Sebastián el marido de Dolores.
- ¿Qué ocurre Sebastián? ¿Qué hora es?
- Son casi las nueve, padre, pero es que necesito su ayuda con urgencia.
- ¿Pero qué pasa?
- Tiene que venir a casa, Dolores está peor… muy mal.
- De acuerdo hijo, me cambio y te sigo.
Tras vestirme, salimos a la calle camino de la casa de ese hombre que me llevaba de forma acelerada, apenas le sacaba una palabra y sólo me animaba a acelerar el paso. El hombre iba realmente preocupado y no hacía más que suspirar.
- Tranquilo, hombre, tranquilo. – le decía yo – no será para tanto…
- Ya la verá usted padre, ya la verá.
Por fin llegamos a su casa y me llevó directamente a la habitación de matrimonio, que en ese momento estaba a oscuras y la verdad es que olía bastante a cerrado. Lo primero que hice fue abrir las ventanas. El aire y la luz envolvieron la estancia. Dolores tímidamente se revolvió entre las sábanas y su cara se fue iluminando, tanto en su mirada como en su sonrisa.
- Padre, ¿es usted?, ¿ha venido?
- Si hija, aquí estoy. – le respondí – ¿qué te ocurre?
Ella no respondía y se limitaba a observarme, casi como si yo fuera un espectro o que no se creía que estuviera en su casa, tras la llamada de auxilio de su esposo.
- Padre, ¿es grave? – me dijo su esposo viendo que ella se había incorporado, sentada en la cama y tapaba su pecho con las sábanas, sin dejar de mirarme.
- Pues no sé qué decirte, hijo.
- ¿Está endemoniada?
- ¡Hombre!
Desde luego aquella mujer no parecía poseída, sino más bien obsesionada conmigo, casi hasta asustar.
- Bueno padre he de marchar. Tengo que abrir la carnicería. – dijo Sebastián – ¿Se las arregla usted solo?
- Claro, tranquilo hijo, tranquilo, cumple con tus obligaciones y yo me encargo.
- No sé cómo podré pagarle.
- Hijo, este es mi trabajo.
El hombre me agradeció con un apretón de manos mi voluntad incondicional de ayudar y abandonó la habitación echando una última mirada a su esposa que seguía en la misma posición observándome.
Me acerqué a Dolores y me senté a su lado. Ella pasaba su mirada de mi boca a mis ojos y luego a todo mi cuerpo.
- ¡Padre Ángel! – dijo suspirando.
- Hija, ¿te has vuelto loca? Tu marido…
Ella tardó unos segundos en contestar y al final habló:
- Necesito su polla. Quiero sentirla dentro de mí, quiero volver a recordar lo que es follar con toda la pasión, quiero que me haga sentirme mujer otra vez.
- Pero, mujer, para eso está tu marido.
- Padre, Sebastián tiene bastante con el trabajo, el futbol y el mus… yo necesito un hombre como usted.
- Pero eso no puede ser, mujer. – dije levantándome de la cama y quedando de pie frente a ella.
Observé a esa mujer y se podía ver, que, aunque no se había arreglado, como otras veces, seguía conservando una belleza increíble, en su rostro. Cosa que ya había podido comprobar en sus visitas a la iglesia, e incluso así, sin maquillar, en ese, su entorno más íntimo y hasta desaliñado, resultaba atrayente.
Me miró lánguida a los ojos e insistió que quería mi polla dentro de ella que, necesitaba follar, quería sentir lo que era un hombre de verdad.
Yo estaba hecho un lío, por una parte, aquello volvía a parecerme una locura… una morbosa locura, pero también sentía que yo, de alguna manera, la había ninguneado en sus peticiones insistentes en cada una de sus confesiones, hasta haber caído en esa especie de depresión. Dolores sacó una de sus manos bajo las sábanas, la estiró mirándome a los ojos y la llevó a la bragueta de mi pantalón.
- ¡¡¡¡Esto necesito padre!!!!, esto quiero. – dijo de forma casi desesperada.
En cuanto sentí esos dedos jugando en mi bragueta, mi polla se fue poniendo en ristre en décimas de segundo.
- ¡Hija! – protesté, pero no con mucho afán, pues esa mano había logrado activar la espoleta.
- Lo está deseando… estoy segura y le prometo que va a disfrutar tanto o más que con cualquiera de esas chiquillas.
De eso estaba convencido y no fui capaz de rebatirle, pues cuando su sábana se deslizó bajo su pecho, aparecieron sus enormes tetas al desnudo coronadas por dos pezones grandes y abultados.
- ¡Cielo santo! – dije cuando ella había logrado soltar mi cinturón y deslizar mis pantalones junto a mis calzoncillos hasta mis tobillos.
Al salir bajo las sábanas, estas se deslizaron por su cuerpo mostrando su extraordinario cuerpo totalmente desnudo y mi polla apuntaba a ella totalmente tiesa.
- ¡Tal y cómo había soñado! – dijo suspirando, sentándose en la cama y abarcando el grosor de mi pene entre sus dedos.
A la vez que ella llevaba una mano a mis nalgas, acercó lenta y tímidamente su boca a mi glande, para depositar la blandura de sus labios en la punta. Eso casi me hace caer y se aferró a mi trasero con su mano, dibujando el contorno de mi verga con su lengua.
- Es muy grande padre, ¿me cabrá? – preguntó, pero sin esperar respuesta.
Abrió su boca y al poco sentí su humedad y su calor en la cabeza de mi polla, un gusto indescriptible recorrió mi cuerpo. Llevé una mano hasta su nuca y le ayudaba a marcar el ritmo que iba en un adorable aumento. Ella gemía con mi polla en la boca y cada vez intentaba tragar un poco más.
- Así hija, así, lo haces muy bien. Cura tus males… – le repetía yo
Dolores dejó la mano que apretaba mi nalga, para llevarla a su coño y acariciarlo suavemente, mientras seguía mamando con toda su energía. El sonido de su ensalivada lengua me indicaba que estaba sedienta de polla.
Esa bella mujer iba aumentando la fricción y la fuerza en las acometidas a su coño, llegando a meter dos de sus dedos. En un momento dado, abrió su boca desmesuradamente, lo cual aprovechó mi polla para ingresar en su garganta. Dolores se estaba corriendo con una mano en su coño y otra sosteniendo mis huevos, con mi polla metida bien adentro. Ahora su garganta acogía mi polla con cariño, lentamente se fue retirando hasta dejarla libre.
- Fólleme, padre, fólleme. – me rogaba masturbándome.
Tal y como estaba la recosté sobre la cama, admiré una vez más ese cuerpo maduro, pero tan bonito, que nada tenía que envidiar a los cuerpos juveniles de Eva, de Alba… o el maravilloso cuerpo de María. Dolores estaba muy buena y aquellas tetas eran una maravilla, lo mismo que su coño, adornado con una ensortijada pelambrera negra, envolviendo unos abultados labios.
Me quité la camisa para quedar desnudo como ella, colocándome entre sus piernas. Me fui deslizando hacia abajo, dibujando su piel con mi lengua, esmerándome en sus pezones, bajando por su barriguita hasta llegar a su pubis, aspirando ese embriagador olor de hembra en celo.
Dolores tenía un abultado clítoris, que sin duda le daba mucho placer, pues sólo tocarlo con mis dedos, hizo que todo su cuerpo se estremeciera. Me acerqué a él, mientras le susurraba.
- No sé si lo has probado, pero te voy a comer ese coño.
- ¡Padre! – suspiró acariciando mi cabello, sin creerse que le fuera a hacer un buen trabajo allá abajo, algo que parecía novedoso para ella, abriendo los ojos de par en par.
Me acerqué a esa rajita, con mi lengua fuera y separé sus labios mayores y le di varias lamidas a esa hendidura mojada. En cuanto la punta de mi lengua tocó su clítoris, Dolores tembló, sujetando mi cabeza con fuerza contra ella, elevando un gemido quejoso, soltando tras él, lo que parecía mucho tiempo sin sentir nada igual.
- ¡Ah, padre Ángel, estoy en el paraíso! – decía ella en un jadeo intenso.
Por un momento pensé en los vecinos y que pudieran escucharla, por lo que me levanté a cerrar la ventana.
- ¡padre, padre! – decía ella tumbada huérfana de lengua en su sexo.
Volví a mi posición y seguí dedicándole una buena lamida a ese coño, esmerándome en el clítoris grande e hinchado, lo hacía con vehemencia, con pasión, con cariño y quería que para ella esa primera vez, fuera inolvidable. La carnicera, sujeta a mi cabeza, se retorcía de placer, hasta que explotó en mi boca. En el momento que sorbí su clítoris y lo empecé a chupar como una polla, su cuerpo se hizo agua y me dió de beber su más dulce néctar.
- Padre, ¿qué me ha hecho, que me ha hecho? – suspiraba en pleno orgasmo.
Mientras Dolores se relamía de esa corrida intensa, cogí sus piernas y las puse sobre mis hombros. Miré ese coño, apunté mi polla depositándola en la entrada y empujé muy lento. Entré en ella sintiendo como las paredes de su coño se iban abriendo al paso de mi vástago y como esas paredes me oprimían con fuerza. Ese coñito era sorprendentemente estrecho, casi virgen, al menos para mi polla y por sus gemidos, nadie debía haber conseguido entrar tan adentro y ensanchando ese cálido lugar. Estuve entrando y saliendo muy lento, hasta que noté el coño inundado, los líquidos lo desbordaban hasta formar ríos que lubricaban nuestro vaivén y aceleré el ritmo haciendo que mi cuerpo cayese ostensiblemente sobre ella, en un ruido de nuestros cuerpos chocando como si quisiera atravesarla.
- Si padre, si, así, más fuerte, más duro. – suspiraba agitadamente.
Mi ritmo aceleraba por momentos, hasta adquirir una gran velocidad que mantenía inundado el coño de Dolores y la tenía en un grito constante.
- Démelo, padre, démelo, necesito su crema, démelo.
Esas suplicas derribaron mis defensas y me dejé ir dentro de ella, en un prolongado orgasmo que inundó aquel coño apretado con mi caliente semen.
- Ah, padre, padre… padre… – decía ella, en lo que parecía otro nuevo orgasmo y yo seguía bombeando y descargando mis huevos en ella.
Cuando saqué mi miembro de ella, vi el color blanquecino de mi corrida mezclado en ese vello negro de su sexo.
- Gracias, padre, gracias, no sabe cómo necesitaba sentirme mujer, no lo sabe.
- Bueno, los dos hemos saciado esa sed.
Ella me plantó un beso tierno.
- ¿No pretenderá que esto se quede así?
- No, hija, no podemos repetir… eres una mujer casada, yo soy un sacerdote…
- A partir de ahora seré su esclava, hare todo lo que usted me pida, padre. – dijo estirando su mano y alcanzando mis huevos los acarició suavemente.
Tendría que haberle dicho que no, tendría que haberme serenado, después de haberme saciado bien, con esa hembra ardiente y cachonda, pero el hecho de escuchar su súplica era demasiada tentación, pero mi respuesta fue otra.
- ¿Estás segura de querer ser mi esclava y hacer todo loque te pida?
- Si, padre.
- ¿Me entregarás tu culo?
- ¿Mi culo? Pero yo… nunca…
- Claro, te lo partiré a pollazos y será a mi manera. ¿Sigues estando segura de querer ser mi esclava?
- Si, padre.
- Bien, ahora necesito a alguien que me haga las labores de casa.
Pensé en María ya que en las siguientes semanas ella debería dejar de ocuparse de esas labores y debía cuidarse, además aquella excusa de tener a Dolores en casa no levantaría sospechas ni del vecindario ni de su marido.
- Te espero mañana a las ocho y media.
- Allí estaré.
- Ven con medias, liguero y tacones.
- Lo que usted ordene.
Dolores estaba radiante y feliz, su cara lo decía todo, sin duda, ella había conseguido el polvo de su vida y lo había conseguido a su capricho, a su modo, lográndolo como fuera. Su coño aún palpitaba y su sonrisa no se borraba y seguramente, lo más importante, es que su mente debía estar eufórica. Ella quería más sexo de ese, suave gentil, pero yo le iba a dar otras cosas, que sin duda la llevarían a rozar el cielo… sin condiciones, de forma dura y salvaje.
Ella me confesó que su marido no sabía de eso, ni tan siquiera había sentido nada parecido en toda su vida y eso pareció convencerla para dejarse llevar a ese nuevo juego que yo le proponía.
- ¿Tu marido? ¿No piensas en él? – le pregunté acariciando esos senos robustos de Dolores.
- ¿Sebastián? es un patán.
- ¡Mujer!
- Mi marido siempre me ha follado para su propio beneficio, sin pensar en nadie más, dejándome con las ganas casi siempre.
- ¿Nunca te has corrido como hoy?
- Jamás, padre. Se lo juro. Usted ha sabido excitarme hasta tal punto que se me entregaría sin remisión, así como usted me ha dado todo por eso yo también quiero darle todo
- ¿Estás segura? La próxima vez, arderá la pirotecnia.
- Se va a enterar de lo que es una mujer entregada, de lo que seré capaz de darle, lo que es una mujer de verdad
- Y tú de sentir lo que necesita una mujer…
En ese momento no pensé en nada más, tan sólo en la oportunidad que me brindaba la carnicera y dejar pasar esa oportunidad, era absurdo, ella parecía dispuesta a todo… Haciendo que ambos viviésemos nuevas sensaciones.
Ese día, intenté cumplir con mis obligaciones y estuve ordenando la sacristía, aunque era realmente difícil quitarse a Dolores de la cabeza, casi podía notar como ese coño me atrapaba como nadie… y peor aún… ¿cómo sería su culo virgen?
En ese momento una voz detrás de mí me sobresaltó:
- ¿Padre?
Me volví y era Sebastián y en ese momento se me cayó un jarrón que estaba limpiando, asustado, pues volvió a darme un susto de muerte.
- Pasa, hijo. – le dije, aunque noté que la voz me temblaba.
- Quiero agradecerle lo que ha hecho por Dolores.
- ¿Yo? Bueno, no he hecho nada…
- Si, no sé lo que ha sido, pero desde luego sabe cómo conducir la fe de una mujer que parecía perdida…
- Es mi trabajo, hijo.
- No, usted es un hombre bueno, incluso le ofrece trabajo en su casa, estoy en deuda con usted. – decía el hombre agradecido.
- No, hombre. No me debes nada, con ver feliz a Dolores y por ende a ti, me doy por satisfecho.
- Gracias, padre. – dijo apretando mi mano entre las suyas, notando como esa rudeza de su saludo era fuerte e intenso.
A la mañana siguiente, a las ocho en punto sonó el despertador que casi me deja seco del susto. Me levanté, me duché y me vestí. Dolores puntual llegó a las ocho y treinta y dos minutos. Esa mujer era increíble. Venía toda vestida de negro, con sus zapatos de tacón y sus medias con costura.
Nada más entrar en casa, Dolores se me quiso tirar al cuello para besarme, pero yo la aparté liberándome de sus brazos.
- Pero, padre… – dijo confusa.
- Tranquila hija, todo a su tiempo. De momento has venido a hacer las labores de la casa.
- ¿Yo?
Ella seguía confundida creyendo que solo tendría su ración de sexo, pero a mí me gustaba el juego… y ese morbo añadido sobre todo en el mundo, porque llevarla a donde no imaginaba resultaba excitante.
- Vamos, prepárate. Está la casa hecha un lío – le ordené.
- Pero no vengo preparada, yo pensé…
- Sí, Dolores, has venido perfecta. Quítate la blusa y la falda.
- ¿Ahora?
- Sí. Veo que traes medias, serán con liguero, como te pedí.
- Si, claro.
- Pues adelante. Empieza recogiendo el salón. Pero antes, quédate en ropa interior – le ordené.
Ella aturdida todavía, me miró mientras yo me sentaba en el sillón en medio de la sala para observar a esa criatura del demonio.
Dolores algo cortada al principio, se acabó metiendo en el papel y se contoneaba ante mí. Me miraba a los ojos mientras desabotonaba todos los botones de su blusa. Parecía su primera vez también en eso, pero reconozco que lo hacía realmente bien y de forma muy sensual. Muy lento fue del primero al último y al llegar a este, abrió su camisa y la sacó por sus brazos. Ante mi apareció el sujetador de encaje que tan bruto me había puesto en el día del rosario. Sus pezones se marcaban firmes detrás de esa fina y transparente tela. Mordiéndose el labio, bajó sus manos a la cremallera de su falda, la bajó con toda la parsimonia del mundo y desabrochando el botón, la dejó caer hasta el suelo de la habitación. La recogió con su pie y la lanzó al vacío como si fuese una estrella del striptease.
Ahora Dolores, estaba espectacular, con esa braga tipo brasileña también transparente, ese precioso liguero y esas medias, que le daban un aspecto excelente a sus piernas que, junto con los zapatos de fino tacón, resultaban casi una obra de arte.
Ese cuerpo maduro, pero tremendamente sensual resultaba explosivo, por lo que me deshice de mi ropa hasta quedar desnudo y sentarme en un sillón mientras ella empezaba con su tarea doméstica, colocando los libros de la estantería y yo al mismo tiempo, observando cómo se movía ese culazo o esas tetas enormes.
- Cuéntame Dolores, cómo te sientes. – dije observando a esa preciosa mujer masturbándome lentamente mientras ella trajinaba ordenando cosas.
- Bien, padre…. nerviosa y feliz – decía ella mordiéndose el labio cada vez que volvía la vista y me veía desnudo masturbándome por ella.
- Perfecto. ¿Entonces, vienes preparada para todo lo que yo te pida?
- Claro. – dijo ella volviéndose, pero yo le hice una seña para que siguiera, cuando cogió el plumero para pasar el polvo, me miró traviesa con su labio atrapado entre sus dientes.
- ¿Y cuánto estás de preparada? No quisiera que fueran más las ganas que estar dispuesta.
- Pues le puedo jurar, padre que estoy dispuesta a todo.
- Me gusta… – dije notando la propia tensión de mi polla entre mis dedos.
- De hecho, hoy me he levantado con tiempo, me he duchado y me he rasurado mi sexo y que conste que es la primera vez.
- ¿En serio? ¿Has hecho eso por mí?
- Si, nunca antes me lo había afeitado y eso que Sebastián me lo había pedido alguna vez, pero me parecía algo tan sucio… casi un pecado.
- Ya ves y se lo vas a mostrar a un cura.
- Quería que fuese usted el primero.
- También seré el primero en romperte ese culo. – añadí apretando mi verga.
Ella se movió nerviosa y visiblemente excitada, cuando le pedí que me siguiera contando, porque si el hecho de verla en ropa interior, medias, liguero y tacones limpiando la casa, además de ir desnudando su mente, me resultaba más que embriagador. Ella continuó diciéndome:
- Mientras me miraba en el espejo, me sonreía. Se va a enterar ese curita, pensé.
- Vaya, sí que vienes con ganas, ¿eh zorrita?.
- Si, estoy deseando enseñarle cómo me quedó, pero primero quería impresionarle de nuevo con mi atuendo exteriro. Por eso elegí este traje negro que sé cuánto le puso en el rosario el otro día y ahora puede ver cómo me queda el sujetador, que es el mismo del otro día.
- Sí, es precioso. Estás arrebatadora. Continúa, Dolores….
- En mi cómoda estaban las braguitas de encaje negro que también llevé cuando me confesé la última vez y las que llegué a mojar, las recogí y lentamente las deslicé por mis piernas hasta cerrar mi tesoro recién depilado.
- ¡Uh! ¿Qué sentías, hija? – le pregunté notando que las venas de mi polla se hinchaban viendo y escuchando a esa pecadora.
- Me sentí pletórica, con el atuendo que ahora es sólo para usted. Me lancé un beso en el espejo, sabiendo que le iba a encantar, recolocando mis tetas sobre el vestido.
- Sabes cómo provocar…. ¿eh zorra?
Noté que ella se ruborizaba y es que no debía haber sentido la sensación de que alguien le dijera lo que era… una pecadora sin remisión. Le hice un gesto para que continuara relatándome cada detalle.
- Busqué estas medias, las de la costura en la parte trasera… las que más le gustan, Padre Ángel. – añadió mirándome de reojo.
- No tienes remedio.
- A eso, uní este liguero, mientras me las ajustaba con total minuciosidad. Me sentía feliz y distinta…
- ¿Muy puta?
- Sí… – contestó ruborizada.
- ¿Qué más?
- Me volví a mirar al espejo y me quedé impresionada viéndome allí reflejada, me sentí arrebatadora, me gustaba verme
- Y venías guerrera, por si acaso yo me arrepentía… sabías que el territorio estaba conquistado, ¿no es cierto?
- Sí, padre. – dijo juntando las piernas mientras me observaba de soslayo admirando mi desnudez, pero siempre sumisa y obediente.
Dolores siguió colocando los cojines del sofá y ordenando la mesa, en la que había varios de mis juguetes favoritos preparados, alguno lo cogió entre sus dedos y se quedó sorprendida al ver una fusta o una vara larga llena de bolitas sin saber muy bien de lo que se trataba, pero ni tan siquiera me preguntó.