Capítulo 1

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Después de nuestra pequeña aventura en la playa, una vez bajado la calentura, volvimos a casa como si nada hubiese pasado. Temía que la relación con mi hermano la que tenía con mi vecino cambiase o se convirtiese en algo raro, pero aquel temor se fue con el paso de los días al comprobar que todo seguía como siempre. Sí que cambió algo y es que, si ya antes había confianza entre nosotros, ahora hay aún más. Pude notarlo en que tanto mi vecino como mi hermano (los fines de semana que venía a casa) andaban en pelotas al salir de la ducha o al cambiarse si venían de la piscina sin ningún pudor. Yo hacía lo mismo, paseándome desnudo delante de los dos sin ningún pudor. Leo me contaba sus avances con las pajas, que le servían como relajante para dormir y que a lo largo del curso había manoseado a una amiga y ella a él, aunque nada más.

Seguíamos casi viviendo juntos ya que pasaba gran parte del tiempo en mi casa, hicimos algunos viajes junto a Dani y mi mejor amigo de la carrera (en uno de ellos fuimos a pescar a un lago y acabamos bañándonos desnudos los cuatro) y algunos días que no tenía clase me obligaba a ir a verlo entrenar fútbol. Casi pasó un año desde nuestra escapada a la playa, cuando mi mejor amigo me comentó en clase que su perrita Layla (un husky siberiano marrón) había tenido una camada de cachorros y que los estaban vendiendo. Le comenté de broma si a mí me haría precio amigo y me dijo que preferiría dármelo a mí gratis porque sabía que cuidaría bien del cachorro. El corazón me dió un vuelco ante aquella posibilidad, ya que mis padres nunca nos habían dejado tener mascota y yo siempre quise una.

– ¿Estás de coña, no? – le pregunté, sin creérmelo aún.

– No, es enserio. – me dijo, sonriendo. Bueno, tendría que hablarlo con mis padres, pero ya sabes que te adoran así que no creo que pongan ninguna pega.

– Joder, tío. – salté de la silla y un par de personas me miraron raro. – El piso es de mis padres, así que no tendría problemas. La playa está al lado para poder pasearlo tranquilamente y en la casa de mis padres hay jardín y senderos cerca.

– Eso te iba a decir, porque un perro grande no es para estar encerrado en tu pisito picadero 24/7. – me dijo meneando el dedo índice.

– Voy a hablar con mis padres a ver qué me dicen, pero creo que no me pondrán problemas.

Esa misma tarde tuve una llamada con mis padres, en la que casi les supliqué que me dejaran tenerlo y, tras poner ciertas normas, accedieron a que lo adoptara. Les pedí que no le dijesen nada a Dani para que fuese sorpresa, ya que el perrito era una cría aún y tardaría unos tres meses en poder traerlo a casa. Llamé a mi amigo casi al instante de colgar a mis padres y en menos de una hora fui a su casa para poder ver al perro y ver qué decían sus padres. Ellos, por su parte, accedieron encantados ya que su hijo y yo éramos amigos desde que empezamos la carrera, habíamos hecho varios viajes juntos y éramos compañeros recurrentes de borrachera. Me llevaron donde estaba Layla con sus crías: tres pequeñas criaturas de pelaje corto, del tamaño de un calcetín que mamaban de las ubres de su madre y que aún no tenían ni siquiera los ojos abiertos. Había uno de los perritos que era más pequeño y tenía el pelaje blanco por abajo y negro grisáceo por arriba en vez de marrón como sus hermanitos. Le pregunté si podía quedarme ese y me contestaron que sí, que de hecho solo ese estaba libre ya que los otros dos ya los habían conseguido vender, por lo que fue un flechazo. Quedé con ellos en que les daría algo de dinero más adelante para las primeras vacunas y para cuando empezaron a comer pienso y, aunque ellos se negaron al principio, cedieron ante la insistencia de que era lo menos que podía hacer. Volví a casa lleno de ilusión después de hacerle mil fotos y los días siguientes vi mil vídeos de cómo criar a un perro, ya que era novato en el asunto. Leo me preguntaba que por qué estaba tan contento últimamente, pero decidí darle la sorpresa cuando trajese al perrito a casa porque sabía que le haría ilusión.

El tiempo fue pasando y llegaron los exámenes finales. Fueron días de no salir mucho y estudiar aún más, aunque Leo siempre conseguía sacarme de la rutina para que fuese con él a lo que fuese o para que le invitase a cenar, cosa que agradecía para no morir de estrés. Durante ese tiempo, Leo me pidió que le ayudase a depilarse la entrepierna porque había una chica que (según él) le estaba tirando la caña y tenía fama de facilona. Fue toda una experiencia, pero entre risas, mucha espuma de afeitar y mi supervisión, se quitó todos los pelos de los huevos y la parte de arriba de la pelvis, que había alcanzado un tamaño considerable desde la ocasión de la playa. Su miembro permaneció flácido durante toda la sesión depilatoria y me fijé en que, aunque no mucho, había crecido algo más y era aún más gordita.

También fui a visitar al perrito varias veces durante este tiempo. La última vez ya tenía dos meses y las primeras vacunas, aunque todavía no podía salir a la calle. Quedamos en que me lo llevaría al terminar los exámenes, para poder prestarle toda mi atención durante los primeros días y que ya fuese capaz de pasear. Yo ya no tenía clases presenciales, pero sí alguna online y mucho que estudiar. Leo también tenía los exámenes de fin de curso, por lo que le obligaba a venir a mi casa para cerciorarme de que estudiaba. Una de las tardes, él era incapaz de concentrarse y me tenía desesperado.

– Te propongo un trato. – le dije.

– Sorpréndeme. – me dijo, intrigado.

– Si las apruebas todas, te doy una sorpresa que te va a gustar mucho. – le contesté sonando muy misterioso.

– Pero, ¿qué es? – sus ojos brillaban por la curiosidad.

– Si te lo digo ya no será sorpresa, pero te encantará, lo juro. – le dije, sonando lo más convincente posible.

– Bueno, vale, te tomo la palabra. – me dijo, sentándose bien y volviendo a escribir en el cuaderno.

Esta misma promesa se la hice a mi hermano y, así pues, los exámenes terminaron y con ellos las clases. Mi amigo y yo salimos de fiesta por todo lo alto, tanto para celebrar si habían salido bien como para olvidarnos si habían salido mal. Por fortuna, al día siguiente comprobé que las había aprobado todas. Leo entró en mi casa con el papel de las notas, donde decía que no tenía ninguna asignatura suspensa y Dani me llamó al poco tiempo para decirme que también había pasado limpio y que si podía ir un par de días después para echar unos cuantos días conmigo. Le dije que por supuesto y empecé a tramar mi plan. El mismo día que llegaba Dani me fui por la mañana a casa de mi amigo para que me ayudara a comprar algunas cosas.

Fuimos a una tienda de animales y me ayudó a elegir un pienso bueno y algunos premios y juguetes. También le compramos un comedero, bebedero y una cama enorme para cuando fuera más grande y fuimos con la compra a la casa. Llevamos todo al piso con la tranquilidad de que Leo no estaba en su casa o la mía porque le pedí a Carmen que se lo llevara hasta las 2 y media y empezamos a acomodar las cosas para que el perro se sintiera agusto. Tras organizarlo todo un poco volvimos a casa de mi amigo a recoger al cachorro.

Era un macho, bastante pequeño incluso para los dos meses largos que ya tenía, ya que sus hermanos eran más grandecitos. Tenía el pelaje blanco por la parte de abajo, negro grisáceo por la parte de arriba y con el rostro blanco también. Él ya conocía mi olor al haber ido a verle varias veces y jugar con él. Era muy juguetón y enérgico y tenía los dientes afilados. Ya le había comprado un arnés azul y un adaptador para el cinturón de seguridad del coche, por lo que lo llevé sin problemas a casa. Le di las gracias de nuevo a mis amigos y a su madre (su padre estaba trabajando) y nos lo llevamos de vuelta a mi casa. El pobre se pasó todo el camino llorando, aunque mi amigo lo consoló bastante. Ya en casa, el perrito estuvo olisqueando todo el lugar y le dimos un premio y algo de comer.

Carmen me avisó de que estaban llegando y dejé a mi amigo en casa mientras yo bajaba para encontrarme con Leo. Saludé a su madre y le dije al muchacho:

– ¿Qué tal, Michi? ¿Me acompañas a recoger a Dani a la estación? – le pasé la mano por la cabeza de forma cariñosa.

– Sí, claro, ¡no sabía que llegaba ya! – me contestó, ilusionado.

Nos despedimos de su madre, nos montamos en el coche y fuimos a recoger a mi hermano, hablando alegremente de lo que haríamos en las vacaciones. Dani nos sonrió fervientemente y se echó a mis brazos para después hacer su saludo especial con Leo y darle un abrazo de reencuentro. Los dos se sentaron en el asiento de atrás, poniéndose al día y planeando los próximos días juntos hasta que llegamos a casa. Subimos las escaleras (yo cargando el equipaje) y, cuando llegamos a la puerta me paré delante de ella. Ellos me miraron extrañados y yo los miré con cara de intriga y una sonrisa enorme.

– Bueno, tal y como os prometí, por haber aprobado todas, os tengo una sorp…

Antes de que terminara la frase, un agudo ladrido sonó detrás de la puerta.

– ¿Qué ha sido eso? – dijo Dani, mirando a Leo como con urgencia.

– Un perro. – dijo Leo exaltado, con los ojos como platos.

– ¡Tato! ¿Tienes un perro? – Dani me miraba con una sonrisa que no le cabía en la cara.

No dije nada y abrí la puerta. El perro salió escopetado hacia los chicos, que se agacharon rápidamente para acariciarlo. Este empezó a mordisquear sus dedos y a corretear alrededor de ellos hasta que lo cogí en brazos.

– Era una sorpresa, pero parece que tenía muchas ganas de presentarse. – dije, mientras entraba en la casa.

– ¡Hola! – dijo mi amigo, levantándose del sofá para saludar a los chicos.

– Bueno, agradeced a Tomás, que todo ha sido posible gracias a él. – les dije, soltando al perro en el suelo después de que Dani cerrase la puerta.

Ambos saludaron a mi Tomás y le agradecieron por el perro.

– ¿Cómo se llama? – preguntó Leo.

– No tiene nombre. – contesté. – No tiene nombre porque he estado esperando hasta este momento. Sentaos.

Ambos se miraron extrañados y se sentaron en el sofá. El perrito se acercó a ellos y Leo lo puso en su regazo.

– Este perro es una gran responsabilidad. Yo voy a ser el encargado de comprarle todo lo que le haga falta, pero me gustaría que no fuese solo mío, sino de los tres. – empecé a decir, mientras que ellos me miraban expectantes. – Por eso quiero saber si estáis dispuesto a cuidar de él, lo que implica alimentarlo, pasearlo, limpiar lo que haga fuera o dentro de casa. El que acepte podrá tener la oportunidad de ponerle nombre.

– ¿Papá y mamá saben del perro? – me preguntó Dani.

– Sí, lo saben y aceptan que vaya con él a casa. – le contesté.

– Yo sí acepto. – dijo Leo, sin dudarlo mientras acariciaba al perro detrás de las orejas.

– Yo también. – dijo Dani, pasándole la mano por el lomo al cachorro.

– Bien, entonces, escribid en un papel el nombre que queréis que tenga y Tomás será el encargado de sacar un papel y que ese sea su nombre. – dije yo.

Estuvimos un rato pensando hasta que finalmente todos teníamos un nombre escrito. Yo quise llamarlo Río, Leo quiso llamarlo Deku y Dani quiso llamarlo Luffy. Metimos los papeles doblados en un jarro y lo removimos. Tomás cerró los ojos y, ante los rezos de Leo, los dedos cruzados de Dani y mis brincos de expectación, el nombre que salió fue:

– ¡Deku! – anunció Tomás.

Leo dió un salto de alegría y abrazó a Deku, que le lamió la cara. Y así, en la casa fuimos uno más. Esa misma tarde-noche fuimos los cuatro de paseo por la playa con el perro, que no paraba de olisquear todo y de corretear en su primer viaje al exterior. Lo felicitamos cuando hizo sus necesidades en la calle y le dimos un premio. Cuando llegó a casa, estaba exhausto y tras comer y beber un poco se echó en su cama. Nosotros pedimos algo de cenar y vimos una peli. Tomás se fue y Leo me pidió dormir en mi casa. El problema era que Dani ya tenía que dormir conmigo al solo haber una cama y los tres no cabíamos en ella, pero me insistió tanto que al final cedí. Le dije que durmiese con Dani y que yo dormiría en el sofá. Dani no puso pega y, aunque al principio Leo no quería hacerme dormir fuera de mi cama, le convencí de que no había problema. Me dieron las buenas noches y se metieron en mi cuarto. Era una calurosa noche de principios de verano, por lo que me quedé en calzoncillos y me eché en el sofá. No pasó mucho tiempo cuando escuché a Deku llorar en la oscuridad. Lo llamé y vino hacia mí, así que lo cogí y lo puse a un lado de mí. Deku me dio un par de lametones y se echó a mi lado, soltando un suspiro y quedándose tranquilo. Me quedé dormido al poco y me desperté con tremendas ganas de mear en mitad de la noche. Deku seguía dormido a mi lado, por lo que me moví lentamente y en silencio para no despertarlo e ir al baño. Cuando ya le cambié el agua al canario, pasé al lado de mi cuarto, que tenía la puerta entreabierta.

Me asomé a ver cómo estaban los chicos y me encontré a los dos respirando profundamente. Dani estaba de lado, en posición fetal mientras que Leo lo rodeaba con uno de sus brazos. Su pecho desnudo estaba pegado a la espalda de mi hermano y sus piernas estaban entrelazadas. Era una imagen súper tierna que a la vez me excitó un poco, más aún cuando me fijé en que el paquete de Leo quedaba directamente en el culo de mi hermano y que en el caso de que Leo tuviese una erección nocturna, Dani definitivamente iba ser rozado en su hoyito. Aquel pensamiento me causó una tremenda erección y me volví al sofá. Me podría haber hecho una paja ahí mismo, pero Deku seguía dormido y no quería despertarlo, por lo que intenté no pensar en el tema y me quedé dormido de nuevo.

En los siguientes días todo estuvo enfocado en el perrito. Deku era el centro de atención y tanto los chicos como yo estábamos enamorados de él. Una noche fuimos a cenar a un restaurante y dejamos a Deku en casa solo por primera vez. Fue un error, ya que al volver todo el suelo estaba lleno de plumas de un cojín que el cachorro mordió hasta acabar rompiéndolo.

Pasaron casi dos semanas y Dani se volvió a casa de mis padres a regañadientes porque quería estar con Deku más tiempo, pero le prometí que pronto lo llevaría con él. Leo seguía muy pendiente de Deku y se ofrecía a pasearlo cuando yo no tenía ganas o había quedado con algún amigo. Tomás me dijo que si quería ir de fiesta con él el sábado a una discoteca cercana, así que le pregunté a Leo si le importaba quedarse cuidando del perro en mi casa ya que no me fiaba de dejarlo solo todavía. Mi vecino aceptó encantado y el día de la fiesta, cuando ya estaba arreglado y listo para irme, le preparé una pizza antes de irme y le di algo de dinero para que se comprase un helado si paseaba al perro por la noche. Leo me lo agradeció y me deseó suerte en la “cacería”, guiñándome un ojo. Aquella noche acabé bebiendo bastante junto a Tomás y algunos otros amigos y cuando me quise dar cuenta, me estaba liando con una morena despampanante. Empecé a besarle el cuello mientras bailábamos y ella aprovechó que estábamos cerca para sobarme el paquete. Yo tampoco me quedé corto y le metí la mano por debajo de la falta para tocarla mientras ella gemía en mi oído. Le dije que mi casa estaba cerca y que podíamos ir si quería, a lo que ella aceptó, asintiendo mientras se mordía el labio. Me despedí de Tomás y señalé con la cabeza a la chica, a lo que él se rió y me levantó el pulgar. Nos devoramos de camino a mi piso y me faltó poco para metérsela en el portal de mi casa, pero aguantamos hasta llegar a la puerta. La abrí y Deku vino a saludarnos, dando pequeños ladridos.

– Ooh, ¡muero de amor! – dijo ella, agachándose para acariciarlo. – ¿Qué tiempo tiene?

– 3 meses y poco. Shh – callé a Deku para que no ladrara más.

Nos adentramos en casa y encontramos a Leo tirado en calzoncillos en el sofá, totalmente dormido.

– ¿Quién es? – me preguntó la chica, curiosa.

– Es mi vecino, que se ha quedado cuidando del perrito porque si se queda solo empieza a romper cosas. – le comenté. – ¿Quieres que lo despierte y lo mande a su casa? Vive justo enfrente.

– Ay, pobrecito, déjalo que duerma. – me agarró de la mano y me trajo hacia ella. – No hagamos mucho ruido para despertarlo.

Dicho esto, me mordió el labio inferior. Yo le sonreí y la llevé de la mano hacia mi cuarto. Cerramos la puerta despacio y empezamos a besarnos de nuevo mientras nos quitábamos la ropa. Su cuerpo era increíble: senos grandes y suaves, cintura delgada, vientre definido y piernas largas. La tipa era una experta y estaba claro que sabía a lo que venía, ya que sin mediar palabra se puso de rodillas y empezó a chupármela como toda profesional. Yo le agarraba del pelo mientras se la metía todo lo que podía en la boca y ella me miraba a los ojos, como desafiándome a acabar en su garganta. Cerré los ojos y me centré en las sensaciones de calidez y humedad que sentía en mi rabo, cuando la chica paró súbitamente.

– ¿¡Qué coño haces!? – exclamó, mirando a la puerta.

– ¿Qué pasa? – le pregunté, algo asustado.

– ¡El niño ese estaba mirando por la puerta! – exclamó, yendo hacia donde estaba su ropa y empezando a vestirse.

–¿Qué? – pregunté, sin creerme la situación y buscando mis calzoncillos.

– Pues eso, que se la estaba cascando mientras nos observaba. – dijo ella, terminándose de vestir.

Aquello me llenó de furia y salí del cuarto hecho un basilisco. Leo estaba en el sofá sentado, abrazando sus rodillas y temeroso.

– ¿Qué coño haces, tío? – le dije, plantándome delante de él.

– Yo me piro. No quiero volver a saber de ti, cerdos. – dijo la chica, antes de dar un portazo.

– ¿Me puedes explicar qué se te pasa por la cabeza? – le pregunté, aún en frente de él con las manos en la cintura.

– Lo siento mucho, Samu. – empezó a decirme, casi llorando.

– ¡Me da igual que lo sientas, Leo! – le espeté, enfadado.

Deku empezó a gimotear al notar lo tenso de la situación. Lo cogí en brazos y lo tranquilicé, intentado hacerlo yo también. Me senté al lado de Leo y le dije, ya más calmado:

– Además de que no está bien espiar a los demás, me has jodido un polvo increíble. – le di un puñetazo suave en el hombro para romper la tensión del ambiente.

– Perdona, pero esque me desperté cuando llegasteis, me puse muy caliente al escucharos y… No pude resistirme a ver cómo era ver a alguien follando de verdad.

Sus palabras parecían sinceras y sus ojos mostraban arrepentimiento. Deku saltó de mis brazos hacia el regazo de Leo y le dio un par de lametones en el pecho, haciéndole cosquillas.

– Bueno… Ya no se puede hacer nada para remediarlo. – dije mientras suspiraba. – Era posiblemente la mejor mamada que me han dado nunca.

Hubo un silencio algo largo y ya estaba pensando en irme a dormir, no sin antes hacerme una tremenda paja, pero Leo rompió el silencio.

– Si quieres te puedo compensar chupándotela yo. – me dijo, algo nervioso.

Aquello me pilló muy de sorpresa y no supe qué responder.

– ¿Qué dices? – le contesté, incrédulo, aunque poniéndome un poco cachondo.

– Eso… – sus mofletes estaban colorados. – que te la puedo chupar por joderte el polvo.

Mi polla dió un respingo dentro de mis calzoncillos, poniéndose cada vez más dura.

– ¿Serías capaz? – le pregunté, sobándome el paquete para verte hasta dónde estaba dispuesto a llegar.

Leo, que para ese entonces tenía la cara completamente colorada, asintió con la cabeza. Se levantó del sofá y, con una marcada erección bajo los calzoncillos, se puso delante de mí. Yo me encontraba en shock, incapaz de creer que de verdad iba a hacerlo pero a la vez muy cachondo por haberme quedado a medias antes.

– No tienes por qué hacerlo si no quieres, Michi, no es para tanto. – le dije para intentar disuadirlo.

– Es lo justo. – me dijo, respirando abruptamente.

Me dejé llevar por la calentura y me saqué el pene totalmente duro de los calzoncillos. Leo se quedó embobado viendo cómo este salía disparado como un resorte y, después de verme morderme el labio, se puso de rodillas.

– De cerca parece aún más grande. – dijo, sin quitarle ojo.

– ¿Sigues queriéndolo hacer? – le pregunté.

Leo asintió y puso su mano derecha alrededor de mi pene. Su piel era suave y su agarre no era mi firme, como con dudas. Empezó a pajearme suavemente mientras yo me reclinaba en el sofá, dejándome llevar. Poco a poco empezó a apretarme más el rabo y a aumentar la frecuencia de la paja mientras yo gemía suavemente con los ojos cerrados, disfrutando. Sentí cómo se apoyó con su mano libre en una de mis piernas y cómo sus labios se fueron deslizando desde la punta de mi miembro hasta el final del glande, llenándolo de saliva. Abrí los ojos, sorprendidos y vi cómo Leo se tragaba lentamente mi polla, haciéndome gemir. Leo interpretó esto como que lo estaba haciendo bien y continuó haciéndolo, esta vez un poco más rápido y jugando con su lengua en mi frenillo. Sentía cómo la humedad y calidez de su boca engullía cada vez más centímetros pene hasta que la punta se tomó con su campanilla, haciéndole tener una arcada y toser, llenándolo entero de babas, cosa que me puso muy cachondo.

– Joder, que bien lo haces Leo. – le dije, caliente como estaba.

Leo me sonrió mientras me seguía pajeando. Me puse de pie y me terminé de quitar los calzoncillos. Leo también se los quitó y volvió a ponerse de rodillas. Me fijé en su adolescente rabo y vi cómo estaba completamente mojado de líquido preseminal. Aquello me puso aún más y, mientras agarraba mi miembro y lo levantaba, le puse los huevos a la altura de la cara para que los lamiera. Leo entendió lo que quería y comenzó a pasar su lengua por ellos a la vez que se pajeaba con su mano derecha.

Cuando ya tenía los huevos bien mojados, le puse de nuevo en pene en la cara para que se lo metiera en la boca, cosa que hizo sin hacerse esperar. Esta vez yo movía mi cintura, marcando el ritmo de la mamada y gimiendo al sentir las corrientes eléctricas de placer que me daba su lengua. Estaba cerca del orgasmo, por lo que cerré mi mano sobre su pelo y le hice tragar más y más hasta que finalmente, mientras mi pene palpitaba en la garganta de Leo, comencé a correrme mientras gemía como un loco. Leo comenzó a atragantarse y a toser, por lo que lo solté del pelo. Tenía la comisura de los labios llena de mi leche y respiraba entrecortadamente. Me dejé caer sobre el sofá y Leo se levantó e hizo lo mismo, pasando el dorso de su mano sobre sus labios para quitarse los restos de mi corrida.

– Ha sido increíble. – le dije, intentando recuperar el aliento. – Gracias.

– Bueno, te la debía. – me dijo, riéndose. – ¿Y Deku?

Con todo el ajetreo de la mamada, me había olvidado por completo del perro. Lo llamé, pero no apareció, por lo que fui a mi cuarto y lo encontré echado en mi cama. Se lo hice saber a Leo y también le dije que me iba a asear y a dormir, que si quería podía quedarse aquí. El me dijo que iba a quedarse un rato en el sofá ya que se había desvelado y que luego iría a su casa. Fui al baño y me aseé un poco, eché los calzoncillos al cesto de la ropa sucia, quedándome desnudo ya que dormiría solo. Cogí a Deku en brazos y lo llevé con Leo al sofá, que ya tenía los calzoncillos puestos y estaba eligiendo algo que ver en la tele.

Le di las buenas noches, pensando que seguramente se quedaría en el sofá para terminar su paja y me fui a la cama. Estaba totalmente exhausto pero a la vez relajado y conseguí dormirme enseguida. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero noté cómo Leo se subía a la cama detrás de mí, que estaba echado de lado. Susurró mi nombre y preferí hacerme el dormido. Pasaron unos segundos y sentí cómo se pegaba a mi espalda y me abrazaba, tal y como me lo encontré con mi hermano. Su piel era suave, estaba calentito y de alguna forma me dio mucha tranquilidad sentir su abrazo. Pasó un rato en el que sentía su respiración en mi nuca y en un momento empezó a juntar más su pelvis a mi culo, empujando su pene duro.

Sentía curiosidad, por lo que permanecí inmóvil. Leo comenzó a bajar el brazo que me abrazaba y puso su mano sobre mi trasero, apretándolo suavemente con las yemas de los dedos. Se separó un poco de mí y se echó un poco para abajo de la cama. Escuché el sonido de la tela de sus calzoncillos deslizarse y sentí como se pajeaba con una mano mientras acariciaba los cachetes lampiños de mi culo. Su respiración comenzó a agitarse y la situación me causó una erección. Decidí dejarle continuar por el favor de la mamada, pero no esperaba que un dedo travieso se aventurase a rozarme el ano. Esto pareció excitar a Leo, que resopló por la nariz. Al ver que seguía sin moverme, este dedo comenzó a rozármelo cada vez más hasta que empujó y se introdujo un poco. Esto me hizo dar un pequeño respingo y apreté con mi esfínter su dedo. Leo se quedó completamente quieto hasta que notó que mi ano se aflojaba de nuevo y prosiguió con su paja. Sacó el dedo y al poco tiempo volvió a intentar meterlo, pero esta vez estaba resbaladizo, aunque no sabía si era de saliva o de líquido preseminal. Pude sentir una sensación extraña en mi ano conforme su dedo se metía en mi culo y no sabía si me acababa de gustar. Leo respiraba cada vez más rápido y comenzó a sacar y a meter lentamente lo que sería la primera falange de su dedo anular en mi ano hasta que soltó un gemido ahogado. Sacó su dedo y sentí su pene de adolescente, todo mojado, duro y caliente apoyándose en mi culo. Tras palpitar un par de veces, sentí cómo en mi culo se estrellaban un par de chorros de un líquido caliente y viscoso mientras Leo intentaba no gemir más fuerte de la cuenta. Lo que no me esperaba es que empujara su cadera y que la cabeza de su pene chocase con mi ano. Siguió empujando hasta que mi ano finalmente cedió y sentí como me entraba ese trozo de carne juvenil. Leo gimió fuertemente y a mí se me escapó un pequeño gemido también. El chico no se movió más y a los pocos segundos acabó sacándola de dentro de mí. Estaba algo nervioso porque no sabía si Leo se había dado cuenta de que estaba despierto, pero él se movió lentamente y salió de la cama y de la habitación. Volvió al poco tiempo, pasó suavemente unas toallitas sobre mi culo para limpiar su corrida y volvió a irse para tirarlas a la papelera. Pensé que se iría a su casa, tal y como dijo, pero volvió a la cama, se tumbó detrás de mí y volvió a abrazarme. Esta vez él también estaba completamente desnudo, me abrazó fuerte y me dio un beso en la espalda antes de quedarse dormido. Yo seguía caliente como un mono y de hecho mi polla estaba toda mojada de la excitación, pero me pareció tan tierno su gesto que decidí dormirme también.

Amanecí con Leo acurrucado en mi pecho, respirando pesadamente mientras una de sus piernas estaba encima de mi cintura, lo miré y una pregunta rondó mi mente…

¿Me estoy enamorando?

Hasta aquí esta segunda parte de la historia, espero que les haya gustado. Si es así, por favor no duden en hacérmelo saber por los comentarios de la página o vía email, donde estaré encantado de responderos. ¡Vuestros comentarios son lo que me animan a seguir escribiendo!

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