Capítulo 10

CAPÍTULO DIEZ

Mientras Macarena trajinaba en la cocina con la cazuela que tenía preparada para la cena. Yo fui preparando la mesa. Puse el plato, el pan, el vino y traje unos cubiertos. Macarena apareció con la cazuela. En ella había viandas que María me traía de vez en cuando.

  • Pero padre, solo hay un plato. – dijo plantada frente a la mesa.

Al mirarla vi a esa preciosa chiquilla desnuda ante mí. Sus curvas eran capaces de nublar cualquier mente, aquellos pechos que desafiaban todas las leyes y ese culo alzado que parecía cincelado por el mismísimo Miguel Ángel… por no hablar de ese chochito libre de vello que era como una pequeña flor.

  • Tú tienes otra comida Macarena. – dije sonriendo.

Me senté y esperé a que esa chiquilla me sirviera, mientras yo levantaba mi sotana dejando a la vista mi polla que estaba más que rígida.

Macarena se puso la mano en la boca al ver aquello y le hice una seña para que se acercara, pero ella era incapaz de moverse del sitio.

  • Vamos, preciosa, parece que nunca hayas visto una… – dije riendo, subiendo y bajando mi mano un par de veces.

La cara de ella estaba roja y continuaba con su mano en la boca.

  • ¿Macarena? ¿Intuyo que nunca… ?, ¿nunca has visto una?

La joven negó con la cabeza y me quedé perplejo, notando cómo mi polla daba un respingo… el hecho de saber, que además de virgen era totalmente inexperta, era más que sublime, mágico y excitante. Por otro lado, no niego que eso me torturaba, yo sabía que no estaba bien, que debía ordenarle que se vistiera, que se fuera de mi casa… pero no, no le hice caso a mi conciencia y si una seña a esa chiquilla para que se arrodillara entre mis piernas.

  • Vamos bonita, mírala de cerca, juega con ella, verás que divertido. – añadí dejando mi verga suelta.

El cuerpo desnudo de Macarena se acercó lentamente, con una timidez que me sucumbía y se puso de rodillas entre mis piernas para recoger en sus dedos aquel vástago venoso y tieso. La miró y lentamente acercó su mano, yo sentí su calor y la suavidad de sus manos. Mi polla se puso totalmente rígida con el contacto de esas suaves manos. Al principio lo tocaba con miedo, pero luego se fue haciendo a ello, hasta empezar a masturbarme lentamente sin despegar la vista de esa experiencia primera que mecían sus dedos.

  • ¿Te gusta? – dije acariciando esa cara blanca de la chica.
  • Sí, padre.
  • ¿Te gustaría probarla?

La joven asintió con su cabeza como si le hubiera tocado la lotería, con sus ojos brillantes y una gran sonrisa en el rostro.

Esa joven inexperta se introdujo una buena porción en la boca, pero con tanto ímpetu, que esto le produjo una arcada.

  • Despacio… – anuncié acariciando su cabeza.

Después, más tranquila, la recorrió con su lengua muy despacio hasta llegar a la punta y ahí metió su boca hasta media polla, no pudo más, su boca no podía abrirse más. Intentó meter más trozo, pero las arcadas nuevamente pudieron con ella. Parecía querer tragarla por entero, pero le era imposible.

  • Tranquila niña, ve más despacito.

Ella me hizo caso y adquirió un lento vaivén que me estaba llevando a la gloria, con su mano me pajeaba a la vez que chupaba y chupaba, parecía estar degustando un helado que se derrite por momentos. Recorriéndome con su lengua por todas partes, era una auténtica delicia.

Después de un largo trago de vino y viendo que la chica iba tomando destreza, eché mis manos a la nuca de Macarena y le follé su boca hasta dejar bien llena su garganta. La chica, con los ojos llenos de lágrimas tragó lo que pudo y como pudo, pero me dejó la polla bien limpia, hasta que la solté y se liberó de esa intromisión soltando un fuerte suspiro. A la vez, un hilo de babas y semen colgaba como un péndulo de su boca, cayendo entre sus pechos.

  • ¿He sido muy bruto? – le pregunté
  • Joder padre, casi me corro comiéndole la polla, que gusto.

A renglón seguido ella misma parecía querer repetir la operación, pero sin la ayuda de mi mano. Ese sonido gutural de su garganta era música para mis oídos. Arrodillada en el suelo, con sus pechos bamboleantes y aquel vaivén casi me hacen venirme nuevamente dentro de su boca y tirando de su pelo la separé de mí.

Con la respiración agitada, la cara roja y llena de lágrimas y babas, me miraba sin comprender.

  • Ponte encima de la mesa hija. Ahora vas a ser tu quien disfrute.

Macarena, obediente, se subió a la mesa mirándome sin saber qué es lo que iba a suceder a continuación.

Abrí con suavidad sus piernas y pude admirar la humedad que había entre ellas. Su precioso sexo abierto ahora para mí se ofrecía brillante y jugoso. Acerqué mi boca, saqué mi lengua y con un lento movimiento de arriba hacia abajo, pasé toda mi lengua por ese estrecho canal.

  • ¡Uf, joder, me cago en la puta! – gritó ella al sentir lo que parecía su primera lengua comiéndole el coño.
  • Calla insensata, no jures. – le dije dándole una palmada en su teta que rebotó acompañada de un ¡ay!

Volví al ataque en esa delicia de coño virgen y el sabor de Macarena quedó impregnado en mí. Me acerqué a su abultado clítoris, lo descapullé y pasé mi lengua por él, suave, muy suave en unos interminables lametones que terminaron llenando mi boca con los jugos de Macarena

  • ¡Siiiiii padreee, que gusto, que gusto, qué pasada!

Cuando sorbí ese “garbancito” inflamado, Macarena se retorció. Me separé unos instantes y observé como ella con los ojos cerrados se mordía el dorso de la mano.

  • ¿Te gusta, hija?
  • Siga padre siga jodeeer que ricooo, se lo suplico…

No quise torturar más a la chica y me empleé a fondo en ese coño, devorándolo con todas mis ganas.

  •  Me meo padre, me meo, apártese, apártese.
  • Tranquila hija te vas a correr, hazlo sin miedo.
  • Si joder padre, esto es el cielo, siiiiiii.

Macarena se retorcía sobre la mesa y su cuerpo convulsionaba, mientras su coño se llenaba de líquidos.

Me levanté y observé con detenimiento el cuerpo desnudo de esa preciosa joven, retorciéndose de gusto.

  • Ahora ya has tenido tu momento de gloria.

Macarena abrió los ojos y apoyando sus codos en la mesa me miraba con admiración.

  • Padre, hágame suya… fólleme… – dijo abriendo impúdicamente sus piernas.
  • ¡Calla, pecadora! – le dije tirando de su mano haciendo que bajara casi a trompicones de la mesa.

Bajé a Macarena de la mesa y la llevé hacia el salón, colocándola de cara a la pared y atando sus manos y sus pies a las argollas que ahí había puesto para tal menester. Esto sería una nueva sorpresa para ella. La imagen de la chica allí expuesta era como una obra de arte, con su cuerpo perfecto, cincelado con detalle, en cada curva, en cada resquicio… ligeramente perlado por el sudor, su respiración agitada, en esa mezcla de miedo, de intriga, de placer morboso por creer saber lo que iba a pasar…

Recorrí la espalda de Macarena con el dorso de mi mano, en un subir y bajar sobre ella lento, suave, acariciando esa piel tan fina, tan blanca. Acaricié su culo deleitándome en esa redondez, en esa suavidad, en esa tersura. Estampé mi mano abierta contra esa nívea carne, notando como inmediatamente se tornaba roja, marcando a la perfección mis cinco dedos en esa posadera.

  • ¡Augh! – fue su grito mezclado con el sonido seco de la cachetada y ese músculo de su glúteo temblando.

Macarena me miró y noté la excitación y el placer en sus ojos. A esa niña le gustaban los azotes, los disfrutaba, los necesitaba.

  • Nunca te han hecho nada parecido, ¿verdad? -dije susurrando junto a su oreja.
  • No, padre… – jadeó ella, visiblemente exitada.
  • ¿Cuántos azotes quieres? Le pregunté.
  • Los que usted quiera padre, soy suya, aceptaré los que usted quiera, pero sáqueme de mi infierno, libéreme.
  • ¿De las argollas?
  • No, padre, libéreme de mis miedos, de mis demonios…

Me puse junto a ella, sujetando su cabeza contra la pared para comprobar el precioso brillo de sus ojos, con su boca ligeramente abierta, yo aproveché para sacarme la sotana lentamente, haciendo que la chica se relamiera viéndome desnudo con su rostro de costado, adherido a la fría pared sujeto por mi mano. Mi polla se mostraba en plena erección, libre ante ella. Acaricié ese culo respingón expuesto en esa pose de la chica.

  • Después de los azotes te voy a desvirgar…
  • Uf, si… – decía ella y notaba cómo sus pezones parecían endurecerse.
  • Y además te romperé ese culito, ¿lo sabes verdad?
  • ¡Si, si, gracias, padre, gracias! – sonreía ella al ver mi predisposición.

Me puse tras ella y acaricié sus curvas, dibujándolas con mis manos recreándome en sus pechos por delante y especialmente en esas posaderas firmes y duras, para plantarle dos azotes instantáneos en ambos gluteos y escuchar de nuevo su quejido.

Con mi dedo empecé a jugar en su entrepierna y enseguida me di cuenta de que estaba más que empapada y aquel coñito rasurado, me permitía meter un dedo sin problema.

  • Veo que estás dispuesta.
  • Si, padre, a todo lo que me pida.

Un nuevo azote enérgico sacudió ese bonito trasero, hasta notar como se habían quedado marcados mis dedos.

Esta vez metí dos dedos en ese estrecho coño y entraron de golpe hasta la segunda falange.

  • Criatura, estás más que preparada. – dije

A continuación, me aferré a sus caderas, ubicándome tras ella y sin más preámbulo, le inserté la punta de la polla sin notar apenas resistencia, pero si una estrechez maravillosa.

  • ¡Uf, padre, madre mía! ¡Está ardiendo!
  • Tú sí que ardes, ¿vas a ser mi putita?
  • Si, padre, soy suya, cuando quiera, en donde quiera…

Eso me puso a tope, pero sabía que tendría que ir despacio hasta romper su himen. Lentamente fui entrando en ese prieto y encharcado coñito, hasta topar con la barrera de su himen, de un golpe de cadera, la penetré por completo haciendo que la chica emitiese un alarido, que tuve que tapar con mi mano, para poder convertirlo en un gemido quejoso.

Lentamente, empecé a bombear ese cuerpo tembloroso, dejandome llevar por el movimiento que hacía chocar mi cuerpo contra el suyo, haciendo que el sonido de nuestros cuerpos y el de las cadenas, se acompasaran con nuestros propios gemidos. Con una buena cantidad de pollazos aquella chica se corrió, solté mi mano de su boca para contemplar ese rostro precioso, pegado a la pared, con los ojos cerrados y la boca abierta, presa de un orgasmo inusitado para ella.

  • Ah, Dios, qué gusto, padre. – repetía ella, mientras yo seguía bombeando y notando cómo las paredes de su coño me atrapaban.

Me separé de ese blanco cuerpo que temblaba todavía presa del orgasmo y veía mi polla brillar gracias a los fluidos con los que me había facilitado ese desvirgamiento.

Estiré mi mano para recoger el mango del almidé que estaba sobre la mesa, lo lubriqué con gran cantidad de aceite de oliva y lo introduje de repente en su ano.

  • ¡ah, joder!, ¿qué es eso? – protestó ella al ver que le habia insertado ese artefacto casi sin avisar, pero al hacerlo en pleno orgasmo no me costó nada colárselo de golpe.
  • Aguántalo, que no se te salga. – le dije dándole otro azote.

La chica obediente, respiraba entrecortadamente, mezcla de su constante orgasmo en total ebullición y ese intruso, el almidé que estaba metido en el interior de su culo.

Nuevamente, mi mano voló hacia su culo una vez más y se estampó en el con una fuerza media. Al décimo azote, Macarena gimió, unas gotas descendían por sus piernas.

  • No, no puede ser… – decía ella.
  • ¿Qué es lo que no puede ser?
  • ¡Me corro otra vez!

Pasé mi mano por su clítoris y la chica explotó en otro orgasmo instantáneo, comprobando que era la primera vez que lo vivía en su vida de forma tan seguida.

Mis tres dedos metidos en su coño, el almidé asomando en su culo, el calor de los azotes, hacia que en su cara se expresase un rictus de placer. Esto casi me hace correrme en ese instante viendo a Macarena sin control, gimiendo y dándome las gracias por tanto placer.

Ahora sí, su culo estaba rojo, muy rojo, resaltando sobre el resto de su nívea piel.

  • Gracias, padre, gracias, muchas gracias. Me ha hecho muy feliz. – decía ella con la voz temblorosa y su mejilla pegada en la pared, con sus brazos totalmente estirados por las cadenas.
  • Ahora es turno de tu culito.
  • ¡Si! – suspiró.

Saqué con lentitud el mango del almidé de su agujerito estrecho y lo volví a meter, repitiendo esta operación unas cuantas veces, notando como cada vez me resultaba más fácil. Macarena se retorcía de gusto y de su coñito brotaba gran cantidad de flujo. Retiré el mango del almidé, embadurné mi polla con una buena cantidad de aceite y acerqué la punta de mi polla a su culito. Como era más bajita que yo, flexioné las rodillas y mi capullo no tuvo problema en traspasar el estrecho orificio. Sujeto a sus caderas empujé y metí mi polla hasta el final. Macarena gritó.

  • Si padre, sii así, rómpame el culo, destrócemelo. ¡Qué gusto, qué gusto!

Sus ánimos eran un gran estímulo y ese culito era una delicia, apretaba mi polla con suma presión. Era un gusto rozarse con esas paredes y como poco a poco se iba abriendo al paso de mi polla. Macarena cada vez gemía más alto y subía y bajaba su cuerpo todo aquello que le dejaban sus ataduras. La chica se relamía, el orgasmo le llegaba, pero está vez era diferente, llegaba con fuerza, como una cascada

  • Sí padre sí, más fuerte, más rápido, más fuerteeee – era una súplica que me obligaba a esmerarme, a empujar con más fuerza haciendo sonar todavía más fuerte mi pelvis contra su culo y aquellas cadenas que la sujetaban.

Mientras ella volvía a ser presa de un nuevo orgasmo y seguramente el más fuerte de su vida, yo le clavé mi polla hasta lo más hondo de su culo, le di un fuerte azote y apreté con todas mis fuerzas sus pezones.

  • Padreee, padreeee, que me los arranca, suelte, suelteee.

Solté, no me había dado cuenta y en mi orgasmo apreté con todas mis fuerzas notando como inundaba ese culito con mi semen caliente.

  • ¡Ah! – gemíamos a la vez, después de ese intenso orgasmo y llenos de placer.

Solté a la joven de sus ataduras y llegué a notar sus muñecas enrojecidas, al darle la vuelta. Lamí esos pechos perfectos que ahora eran más coloraditos. Mientras acariciaba sus pechos, lamía y sorbía esos ricos y duros pezones. Deslicé mi mano hasta su sexo, Macarena gemía, era la primera vez que había tenido una sesión de sexo tan larga, tan dura y tan satisfactoria, de eso estaba completamente seguro. La muchacha se prestaba a ello, pero su cuerpo ya no podía más y agarrándome a ese culo, la icé contra mí, para besarnos con todas las ganas, entregando lenguas y labios como si fuera el último beso de nuestras vidas.

Al fin dejé caer su cuerpo, mientras, ella me miraba con un refulgente brillo en los ojos y una gran sonrisa en su boca.

  • ¿Estás cansada?
  • Más bien estoy exhausta.
  • Bien, por ahora lo dejaremos aquí. El sábado a las cinco te quiero aquí
  • Como usted mande padre. Me ha hecho la mujer más feliz del mundo, aunque no me pueda sentar en una semana.
  • ¿Qué le vas a contar a tu novio?
  • Que el padre Ángel me ha orientado muy bien, que me ha conducido por el sendero correcto…
  • Criatura eres perversa y me haces pecar a mí.
  • Su pecado se redime absolviendo el mío.

Volví a besar a esa insensata que me había llevado a la tentación máxima y en ese momento olvidaba todo lo que me había prometido a mí mismo.

  • Recuerda, otra cosa… no te puedes tocar hasta el sábado, ni por supuesto tu novio tampoco.
  • Lo que usted ordene…

Macarena me miró pícara y sonriendo me guiñó un ojo. Se vistió, mientras yo… aún desnudo, contemplaba como se iba colocando cada prenda y salió hacia la calle mirándome embelesada.

¿Qué iba a ser de mí? Pero recordar aquel redondo culito que acababa de ser mío, me hacía excitarme nuevamente.

  • ¿Macarena? – le dije cuando ya abría la puerta de la calle.

Ella se volvió con su cara resplandeciente y complacida.

  • Has de estar en mi casa a menos cuarto. – le advertí.
  • Perfecto así será. Gracias otra vez, padre.

Me dispuse a comer un filete y unas patatas fritas recalentadas, porque ya era tarde, pero lo cierto es que Macarena me había dejado exhausto y hambriento… y tras mi café, mi “Farias” y mi “Magno”, que nunca puede faltar, me quedé dormido en el sofá.

Una hora más tarde, volvía a sonar el telefonillo, esta vez con la vocecilla de Eva, dispuesta a llevarse un buen castigo por sus nuevos pecados, por traspasármelos a mí, a través de su lindo chochito… Y es que cuando yo le insertaba mi polla con fuerza, se transformaba, como si me traspasara a mí todos sus demonios, como si yo mismo quisiera arrancarle lo más guarro que llevaba en su interior, a modo de vacuna y luego resultaba, que tras una buena tunda de pollazos por mi parte, la chica era una modosita, fiel a sus labores con su novio, sus obligaciones con la iglesia, alejada de todo mal y en todo caso, cuando le llegaba un mal pensamiento o cualquier otro pecado carnal, siempre era conmigo, con quien se curaba. Mientras tanto, yo me sentía peor, cada vez que una de esas bellezas cargadas de erotismo abandonaba mi cueva.

Esa chica volvió a dejarme para el arrastre y con un dolor de huevos monumental, porque botaba sobre mí, como una gata en celo y tuve que follarla hasta que ambos quedamos tirados sobre la alfombra, completamente doblegados a nuestra pasión y mientras nuestras fuerzas nos permitían.

Cuando quise darme cuenta eran casi las nueve, así que me despedí de Eva, que se encargó de recoger un poco el desastre de cuerdas, consoladores, sábanas sudadas y restos de otros fluidos… me calcé mi sotana sin nada más y me fui al bar de Luis y María. Cené abundantemente, contemplando un derbi del Sevilla-Betis, bastante animado, lo que también me permitía aislarme de mis problemas existenciales y de paso observar el culazo de María cada vez que pasaba junto a mi mesa y lo hacía bastantes veces, por cierto, como quien no quiere la cosa, hasta que en una de ellas me preguntó:

  • ¿Hoy qué le apetece de postre, padre?
  • Lo que tengas, hija. – respondí.
  • Me refiero al de después… ¿sin bragas, con vestido? ¿Le parece bien?
  • ¡Hija mía, claro que sí! – suspiré y es que aquel diablillo en forma de mujer curvilínea y apasionada no daba tregua.

Mientras, ella sonreía juguetona, como una niña mala, para todo el mundo María resultaba ser otra mujer inocente y fiel a su esposo. Eso también me angustiaba, porque veía al pobre Luis, que nunca le faltaba una sonrisa hacia mí, ajeno a lo que su mujer y yo hacíamos en mi piso, día sí y al otro también.

Esa noche, como tantas otras, María le comentó a su esposo que, tras recoger en el bar, iría a mi casa para fregarme los cacharros y a él, también como siempre, le parecía perfecto, una obra caritativa y que la honraba como mujer amable y dispuesta…. y vaya si lo era.

Follamos como locos, durante más de una hora, esa mujer se metía un consolador en su estrecho chochito, mientras yo la sodomizaba atada a las cuerdas o chupaba mi ano, para hacerme correr mientras nos duchábamos juntos. Ya había dejado de ser esa mujer insegura e inexperta que encontré a mi llegada y para colmo siempre quería que me corriese dentro de ella, porque así se sentía “liberada de sus ataduras”, como me solía decir.

Y así, una semana más, de pecados, de traiciones, de maridos y novios cornudos, quienes, por cierto, ni por asomo, podrían sospechar que el joven cura, ese bonachón y amable joven sacerdote, se follaba a todas sus mujeres.

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