Capítulo 1
Soy un hombre maduro (52), felizmente divorciado y sin contacto alguno (salvo excepciones) con mi ex esposa.
Tengo 2 hijos, un hombre de 23 y una mujer de 20 años, con los cuales tengo una relación cercana y de mucha confianza. Vivo en un pequeño departamento, pero suficiente para cubrir mis necesidades.
Resulta que las navidades del año anterior (2023), mi hijo decidió pasarlas en la playa junto con su novia y mi hija optó por pasarlas conmigo, reuniéndonos con sus abuelos, tíos y primos para dichas fiestas.
Todo se desarrolló como siempre, con una situación fuera de lo común.
El día 29 de diciembre, al regresar de la oficina un poco antes de lo normal, entré a mi departamento, pensando que mi hija (Betty) estaría con sus primos en casa de mis padres o en algún mall o el cine.
Pero no, al acercarme a su habitación (un pequeño cuarto con una cama pequeña y varias cajas de cartón todavía cerradas, llenas de libros, fotos, recuerdos y todos esos cachivaches) escuché reggaetón a volumen medio y llamé a su puerta, para avisar que ya había llegado a casa.
La música se detuvo de repente y escuché una serie de ruidos desordenados (como tropiezos y cosas que caían al piso); Betty entreabrió su puerta y me dijo -“pá, hoy llegaste temprano, ya salgo”- y cerró la puerta.
Tras unos minutos, salió a encontrarme, mientras estaba tirado en mi cama, sin el saco, con la corbata floja y sin zapatos.
Acordamos ir a cenar a un restaurante nada fuera de lo común, ya que el “recalentado” de la cena navideña ya nos tenía saturados.
Platicamos de su escuela, sus amigos, mi trabajo, la familia y regresamos para ver una película.
Al terminar nuestras actividades, me pidió prestada mi laptop, para descargar un calendario de actividades de su universidad, se metió a su habitación y yo me fui a dormir.
El fin de semana pasó como esperábamos, con los preparativos para recibir el año nuevo, la cena, la familia y la fiesta, con su respectiva resaca y todas esas cosas.
El 2 de enero (y mas por la fuerza), regresé a la oficina y Betty se fue con sus primos a no sé dónde.
Entre ires y venires en el trabajo, tuve que buscar unos archivos y cual no va siendo mi sorpresa que había una carpeta denominada “B”, la cual no recordaba haber creado; con curiosidad la abrí y descubrí fotos de ¡mi hija! En ropa interior, mostrando su trasero, su delantera, y en poses ligeramente provocadoras.
Cabe decir que es una mujercita de cabello negro azabache, rizado, piel blanca y bronceada, ojos verdes (heredados de su madre), muy linda, la verdad.
Cerré la carpeta de inmediato y a la hora del almuerzo, me quedé solo en la oficina, cerré la puerta y me dispuse a ver las fotos con mayor detenimiento (no sin un sentimiento de culpa).
Las fotos eran malísimas (soy fotógrafo aficionado), todas selfies, con una calidad deplorable, con iluminación que daba vergüenza y con un fondo de cajas, ropa y cuadros mal colocados, dignos de un cuarto de trebejos.
Betty posaba con shorts, tops, cacheteros, faldas cortas, mostrando sus atributos, una nalgas grandes y muy bien definidas (por la gimnasia que practica desde pequeña), piernas largas y torneadas, con un arbusto de vello abundante en medio y tetas pequeñas a medianas, de pezones pequeños y de color miel.
La verga se me empezó a levantar y reprimí el sentimiento de calentura con el sentimiento de paternidad. No resistí y me metí al baño a pajearme.
La jornada se me hizo eterna, no dejaba de pensar en las fotos y cuando llegó la hora de salida, pensé todo el camino si comentarle o no de su descuido.
Al llegar a casa, no había nadie, lo cual me tranquilizó, procedí a beber un trago y en eso estaba, cuando la pícara culpable llegó.
Platicamos brevemente y me pidió de nuevo mi laptop, para hacer algún trámite, me fui a cambiar de ropa y sin pensarlo le solté un –“que no se te olviden tus carpetas”- con una sonrisa burlona. Ella se quedó con cara de duda.
Al salir me preguntó a que me refería, me preparé otro trago (vaya que lo necesitaba) y le mostré la carpeta que dejó en mi equipo. La pobre se puso de mil colores, no encontraba palabras para explicarme y le dije que comprendía, solo que las fotos estaban muy feas y le expliqué el por qué.
Se sirvió una copa también y la bebió de un solo golpe, preparándose otra. Abundamos la plática de las fotos y hablamos de que existen lugares donde pueden hacer algo más profesional, pero ella me respondió–“pero está el riesgo que se queden con los archivos”-, eso sí, le comenté y nos dispusimos a ir a dormir.
Después de un rato (y yo, con las imágenes en mi cabeza y pensando repetir la paja), Betty entró de golpe y me preguntó –“¿y si me las tomas tu?, total, ya me viste, cochino”- soltando una carcajada y saliendo a toda prisa.
A la mañana siguiente, mientras tomaba una taza de café, salió de su cuarto (no suele levantarse temprano en vacaciones) y me dijo –“¿entonces qué?”- yo puse cara de sorprendido y me recordó su petición de la noche anterior –“¿me tomas las fotos, si o no? o que alguien más me las tome”-.
Le dije estaba de acuerdo, pero no en el departamento y que me dejara pensar en un lugar más adecuado.
Me pasé todo el día pensando en que lugar podríamos hacer esa sesión, la oficina no era opción (aunque no dejaba de ser tentador), la calle tampoco y llegué a la conclusión de que un hotel sería el sitio adecuado.
Me puse a repasar las páginas de diversos hoteles, hasta que encontré uno en las afueras de la ciudad, que reunía las condiciones que buscaba, habitación agradable, jacuzzi, y otras amenidades que hacían una locación perfecta.
Tan absorto estaba en mi búsqueda, que me llamó la atención mi superior, por no hacer lo que debía en el trabajo. (afortunadamente, no se dio cuenta de lo que hacía).
Al salir, pasé a comprar comida china y me dirigí raudo y veloz para encontrarme con mi pequeña modelo y mostrarle los resultados de mi búsqueda.
Quedó encantada y nos dispusimos a reservar la habitación para el fin de semana, puesto que con lo que costaba, no tenía planeado hacer una estancia de solo unas horas.