Capítulo 2

Tu Taxiboy

Tomás

Han pasado 5 años desde la última vez que vi a Germán. En ese tiempo he logrado convertir mis sueños en realidad: tengo un hijo al que amo con todo mi ser, un amplio departamento, el cual puedo decir que es mi hogar, en una de las zonas más exclusivas de Buenos Aires, y el negocio está prosperando con un total de 6 sucursales, además de un enorme depósito. Al principio, me resistía a la idea de tenerlo, pero ahora comprendo lo mucho que me hacía falta.

En cuanto a mis sentimientos, creo que estoy bien.

−¿Ya hiciste el pedido de los juegos? –pregunté a Luis mientras observaba el estante de videojuegos medio vacío.

Como ahora tengo un depósito central y no dispongo de todos los juegos en el local, debo recordar realizar un relevamiento periódico y solicitar los títulos faltantes al depósito para que sean distribuidos en todas las sucursales. Aun así, conservo algunos juegos en el segundo piso del local, ya que hay títulos que tienen una mayor demanda y necesito tenerlos a mano.

−No, aún la sucursal Norte no me ha pasado la lista de los juegos que les faltan… Voy a llamar ahora mismo para obtener esa información.

−Siempre hay problemas con esa sucursal… Creo que te enviaré allí durante una semana para poner las cosas en orden.

−De acuerdo.

Aceptó la tarea mientras sacaba su celular del bolsillo para revisar las aplicaciones de encuentros gay que tenía instaladas. Siempre está al tanto de las últimas novedades en este tipo de aplicaciones y no le importa invertir una cantidad considerable de dinero en ellas, incluso cambiando de celular cada mes. Su galería estaba llena de fotos no apta para menores.

−Estás trabajando, no es tu tiempo libre −señalé, sabiendo que probablemente no me haría caso. Y, sinceramente, no me molestaba para nada.

Es una persona muy capaz y ordenada, puede hacer muchas cosas a la vez.

Sin dejar de ver su celular me contesta.

-Desde que me separé de Marce, no puedo encontrar algo que me llene por completo.

-O sea, ¿lo extrañas? – pregunté algo confuso mientras colgaba el teléfono, enojado porque no respondían. – No responden, les dije que siempre deben contestar el teléfono.

−Deja, mañana voy yo a poner orden; y no, no lo extraño, solo que no pude encontrar un pene tan grande como el de él.

−Hace 2 años se separaron, y desde entonces te veo casi siempre con uno diferente.

−Te dije, no encuentro a alguien con un pene suficientemente grande como el suyo.

−Ok –pongo los ojos en blanco, a veces no entendiendo la lógica de mi amigo.

−¡Tom!

−¿Qué pasó?

−Mira esto… ¿Ese no es Germán?

Luis me mostró su celular, donde tenía abierta una de las tantas aplicaciones de citas gay. Entre todos los perfiles que se veían, se podía ver el rostro de él con una sonrisa. Esa sonrisa hermosa que mostraba todos sus dientes blancos, y esos ojos que podían hacerte acabar con una simple mirada. El texto que aparecía en su perfil decía «Llámame». Al leerlo, le devolví el celular a Luis.

Me quedé pensando por unos segundos. Esas aplicaciones usan el GPS del celular para mostrarte los hombres gays que están cerca de donde estás. Por lo visto, está muy cerca. Es raro, porque su departamento está bastante lejos de aquí. La app no lo tendría que mostrar. ¿Estará por la zona del local? Más de una vez tuve la sensación de verlo en la calle. Incluso hubo una vez que sentí que me seguían. No puede ser él. Mi mente debe estar haciéndome ver cosas. Dejo muy en claro que yo no le importo y que no tiene el suficiente valor para venir a entregarse. Aunque se haya declarado por un mensaje, su declaración fue unos años después de haberme echado de su casa.

Por un momento sentí algo de tristeza, pero rápidamente esa tristeza se transformó en enojo. No lo quiero cerca de mí. Me costó mucho olvidarlo. Tengo una familia a la cual debo respetar y amar.

–Mmm, sí es él. Luis, quiero que vayas ahora a la sucursal Norte y te fijes el tema de los juegos y pongas un poco de orden.

–¿Ahora?

–Sí, ahora. Luis.

–Ok.

Luis tomó sus cosas y salió algo molesto, pero entendía cómo me ponía al recordar a esa persona. Mis amigos me habían ayudado a salir del pozo en el que yo solo me metí al pensar que podía ir más lejos con él, al crearme falsas expectativas.

Al finalizar el día, me aseguré de que el local estuviera bien cerrado y me dirigí a mi auto nuevo, un Aircross rojo. Me dispuse a manejar hacia mi casa. En todo el trayecto no dejé de pensar en lo que había visto: Germán en la app. Se veía más lindo. Los años que pasaron lo habían beneficiado bastante. Tal vez podría intentar comunicarme con él una vez más.

–No –me dije para mí mismo–. Seguiré adelante. Ahora tengo una familia.

Él fue el que decidió irse. Tomó la decisión de alejarse. No tuvo el valor para preguntarme lo que yo pensaba o lo que yo quería. Me ilusionó y luego rompió mi corazón sin importarle.

No puedo y no debo estar pensando en eso. Ya es pasado, ya es historia. No soy el mismo iluso que era años atrás.

Al llegar a la puerta de mi casa, la abro y cierro con extrema precaución. Camino despacio, como escondiéndome de algo o alguien. Apenas hago unos pocos metros, una persona pequeñita sale corriendo de detrás del sofá gritando: «¡Papi, papi!». Se lanza con un pequeño salto sobre mis brazos. Estoy acostumbrado a ser recibido de esta forma por este pequeño. Al principio, terminábamos los dos en el suelo, pero con el tiempo, logré atraparlo en el aire con fuerza para que no tengamos ese problema y ninguno de los dos salga lastimado.

—¡Otra vez me atrapaste!

Sonrío y le digo:

—¿Cómo te das cuenta de que estoy entrando?

—Siempre llegas a la misma hora.

Me siento orgulloso de que mi pequeño niño de 4 años ya pueda leer la hora, identificar colores, contar hasta el número 10, leer algunas palabras. Para su edad, es muy inteligente. Eso nos habían dicho cuando lo adoptamos. Es un niño muy especial y cada día que pasa nos demuestra lo especial que es.

—Muy bien, pequeño. ¿Dónde está tu padre?

—En la cocina. ¡Hoy comemos pizza!

Exclamó el pequeño y salió corriendo a la cocina. Lo seguí con tranquilidad hasta la cocina, donde sabía que se encontraría la otra persona que llenaba mis días.

Al entrar a la cocina, vi a mi marido, él estaba revisando algo en su notebook. Al darse cuenta de que estaba en la habitación, cerró la computadora portátil rápidamente. Pude notar algo de sorpresa en su rostro al verme.

Me quedé mirándolo, con el corazón acelerado. ¿Qué estaba ocultando? ¿Estaba engañándome? No quería pensar en ello, pero la duda me carcomía, Hace días que siento que se comporta de una forma extraña.

—Hola, amor. No te sentí entrar.

—Hola. Entré despacio para poder atrapar un día yo a Santy, y no él. Siempre me atrapa a mí.

—Papi, papá. Tengo hambre.

—Muy bien, ya pongo las pizzas.

Después de comer, preparé a mi hijo para llevarlo a bañar y luego, a dormir. Aunque hacer dormir a este niño no es una tarea fácil. Primero se debe pasar por una serie de juegos y lectura de algún cuento. Luego, una guerra de almohadas. Esa rutina, desde hace dos años, ya se había vuelto una de mis favoritas. Deseo con toda mi alma llegar por las noches a mi casa para estar con mi hijo y mi pareja.

Cuando Santy al fin se durmió, me dirigí a mi cuarto, donde me esperaba mi amado. Lo abracé con fuerza. Estaba cansado, pero feliz. Tenía una familia maravillosa y un trabajo que me gustaba.

A veces siento que descuido mucho a mi pareja. Desde que nuestro hijo llegó a nuestras vidas, tenemos muy poco tiempo para intimidad.

−¿Estás muy cansado?

−Sí, algo, ¿por?

Me acerqué lentamente a mi marido y le di un beso lleno de pasión y lujuria, al cual responde de la misma forma, empujándome para que cayera sobre él.

Nos empezamos a desvestir el uno al otro hasta quedar completamente desnudos.

Tomó el control de la situación dando vuelta a mi pareja para que quedara en cuatro y poder hundir mi rostro en ese par de grandes nalgas, este deja escapar un gemido de placer; al escuchar eso, hundo más la lengua dejándome llevar.

Me posicioné para penetrarlo, pero algo me detuvo.

Escuché un llanto provenir de la habitación de mi hijo. Sin pensarlo, salí corriendo hasta donde se encontraba mi pequeño. Antes de salir, agarré el bóxer que estaba en el suelo.

Mi pedacito de cielo había tenido otra pesadilla. En los últimos tiempos había tenido varias. Dentro de poco se cumpliría un año más desde que llegó a esta casa. Es normal que, en estas fechas, sueñe con su vida anterior a ser adoptado. No fue muy feliz en aquellos tiempos, por lo que me pude enterar. Recibió mucho maltrato por parte de sus compañeros de orfanato. No quise saber exactamente qué había ocurrido con él en ese lugar. Me concentré en que aquí, en mi casa y con mi pareja, tuviera un hogar y olvidara toda su antigua vida. Amo mucho a mi niño.

Me tuve que quedar con él hasta que se durmiera de nuevo. Cuando lo veía dormir, sentía una gran paz. Podría pasar horas viéndolo dormir. De hecho, muchas veces lo hacía. Me quedaba en su habitación y lo veía. Los primeros meses, pasaba toda la noche en ese lugar con él. Va a sonar un poco exagerado, pero controlaba que estuviera bien. Cada cinco minutos, si lo veía que se quedaba quieto o callado, me acercaba y empezaba a examinarlo buscando una razón que no existía. Poco a poco, y a base de una gran fuerza de voluntad, pude despegarme de él.

Regresé a la habitación, mi marido estaba durmiendo, yo también me sentía muy cansado había sido un día largo, y aunque tenía ganas de tener relaciones sexuales con mi pareja decidí que lo mejor sería dormir un poco.

Me acosté e intenté dormir, pero la imagen de lo que vi esa tarde en la app empezó a dar vuelta por mi cabeza, al igual que aquellos buenos momentos, vividos en la cama de Germán empezaron a volver, mientras que en mi entre pierna aparecía una erección.

Intenté despertar a mi amado, pero no funcionó, tiene el sueño muy pesado, se duerme fácilmente y cuesta mucho despertarlo, sin otra opción me levanté y me dirigí al baño donde termino masturbándome, odio hacerlo, nunca le encontré sentido a la masturbación solitaria.

–Tal vez sí podría llamarlo una vez más o intentar comunicarme con él.

Esa idea se me cruzó por la cabeza mientras limpiaba el desastre que acababa de hacer. La descarté rápidamente, ya que tengo una vida perfecta y no la podía tirar a la basura después de todo lo que me costó conseguirla.

No puedo permitirme tener estas ideas en mi cabeza.

Otra rutina que también había adoptado era levantarme temprano en la mañana para preparar el desayuno a las dos personas más importantes de mi vida. Esa mañana me desperté con mucha más energía que de costumbre.

Antes de llegar a la cocina, pasé por la habitación de Santiago para despertarlo.

−¡Arriba, dormilón! Hoy va a ser un gran día.

Esa misma frase uso todos los días para levantar a mi adorado pequeño. Una de las cosas que más me encanta hacer es ver a mi hijo por las mañanas despertándose. Esa imagen me daba fuerzas para empezar el día. Ya que todo lo que hago durante el día es para darle un futuro a mi hijo.

−Mmm… no… quiero…

−Vamos, Santy. —Digo mientras busco la ropa para vestirlo. Su guardarropas es un caos. Siempre intento mantenerlo ordenado, pero es muy difícil teniendo un niño como Santy, que está todo el tiempo cambiándose de ropa. Aunque no todo es culpa de él. Muchas veces he estado caminando por el centro, mirando vidrieras, y cuando veo algo que a mi hijo le quedaría bien, entro y se lo compro. Por eso tiene más ropa de la que pueda imaginar. Aparte, de que sus tíos hacen exactamente lo mismo.

−Te espero en la cocina.

Bajé a la cocina, donde encontré a mi pareja en pijamas. Se levanta unos minutos después que yo. Mientras yo preparo a Santy, él baja y prepara su desayuno.

La tomé por detrás y le di un beso en el cuello, mientras mis manos recorrían su cintura hasta llegar a su trasero, el cual apreté con fuerza.

−Anoche otra vez nos interrumpió. —Dijo algo molesto.

−Sabíamos que esto iba a pasar… Hace dos años que Santy vive con nosotros. Cuando nos juntamos tú y yo, te dejé en claro cuáles eran mis intenciones y tú aceptaste.

−Lo sé, no te estoy haciendo ningún planteo. Es solo que estos dos años no hemos podido estar solos tú y yo.

−Mira, Alexis. Te amo, y estoy feliz de estar con ustedes dos. Tal vez tengas razón. Tal vez podríamos mandarlo a casa de su tío Luis para estar un par de horas tú y yo solos.

−Tom, yo no…

No sé qué me intentaba decir ya que fuimos interrumpidos por el pequeño que entraba medio dormido a la cocina buscando una silla. Alexis miró a Santy y a mí, y en sus ojos pude ver algo que no logré descifrar, pero parecía… ¿tristeza?

−¡Tengo hambre!

−Aquí tienes, mi príncipe. —Le puse enfrente una taza de chocolatada y unas tostadas con mermelada y manteca, su desayuno favorito. Mientras ayudaba a Santy, Alexis salió de la cocina sin decir ni una palabra.

Las cosas entre él y yo no estaban bien. Por más que intentaba, no podía hacer nada para que mejoraran. Mi vida era perfecta, pero no tanto.

Llevé a Santy a la escuela como todas las mañanas. Es otra de mis actividades favoritas. Al dejarlo, fui al local. Tenía que hablar con Luis.

Al llegar, recordé que lo había mandado a la sucursal Norte y que estaría toda la semana solo, atendiendo el local por la mañana. Por la tarde, ya llegarían los chicos del turno tarde.

Esto me hizo pensar que seguramente necesitaría algún personal extra. Mientras preparaba algunos encargos y prendía mi computadora, por la puerta vi entrar a mi mejor amigo.

No está Luis, pero está Marce.

Me animó bastante verlo entrar al local, ya que con lo que había pasado esa mañana, estaba muy confundido y necesitaba hablarlo con alguien.

−Hola, Marce.

−Hola, Pibe. ¿Cómo estás? ¿Estás solo? ¿Luis?

−Fue a la sucursal Norte. Está hecha un desastre esa sucursal y sé que Luis lo va a arreglar. Es una de las tantas cosas que me gusta de él. Cuando se pone firme con algo es imparable. Creo que lo sabes muy bien, ¿no?

Afirmó, sabiendo que Luis era mucho más duro de lo que aparentaba. Si tenía que despedir a alguien, lo haría sin necesidad de pedir autorización. Tantos años trabajando juntos, confiaba ciegamente en él.

-¿No me digas que lo extrañas?

-¿Te soy sincero? Pero no le digas nada, hasta el día de hoy no encontré otro culo como el de él. Tan firme, tan apretado.

-Hace dos años se separaron, y desde entonces te veo casi siempre con uno diferente. – Dejá Vu, pensé.

-Ya te dije, no encuentro un culo como el de él.

-Cambiemos de tema, por favor.

Le conté lo que pasó esta mañana con Alexis… Hay varias actitudes que no me dejan tranquilo y aunque trato de ignorarlas, no puedo.

-Mirá, boludo, yo creo que debes buscar una forma de estar solos un par de horas. ¿Querés que cuide a Santy unas horas?

-Marce, la última vez que te quedaste con él unas horas, aprendió varias groserías. No te enojes, pero creo que sos una mala influencia para él. Aparte, no te gustan los niños, ¿no fue por eso que vos y Luis se separaron?

-No seas tarado, no fue solo por eso. No me gustan, pero unas horas con Santy no me van a matar.

−No sé…

−¿Qué pasa no quieres tener relaciones con él?

−Sí quiero. Pero no sabiendo que tengo que deshacerme de mi hijo para tener unas horas con mi marido, suena muy egoísta.

−Dale boludo tampoco lo vas a abandonar ni te vas a ir un fin de semana para pasártela cogiendo con Alexis, aunque no suena tan mal la idea.

− Marce no estás ayudando mucho.

Estuvimos toda la mañana hablando un poco de todo, y obviamente de todas las nuevas conquistas de Marce, esas son cosas que siempre hablamos.

Luego fui en mi auto a buscar a Santy a la escuela y llevarlo al lugar de comidas rápidas cerca de mi casa para comer algo y luego al departamento a esperar a Alexis, quien se quedaría con él toda la tarde. Esa era nuestra rutina, ya que por la tarde también estaba trabajando y no me gusta que mi hijo esté en el local. El lugar de trabajo de un adulto no debería ser el lugar de juego de un niño, aunque trabaje en una casa de videojuegos.

Me sorprendí cuando llegué al departamento y vi que Alexis ya se encontraba allí, sentado en el sofá, mirando la televisión. Pudiera notar que estaba algo nervioso, sus manos temblaban y sus ojos se movían constantemente. Empecé a preocuparme, pero no quería decir nada, tenía miedo de que algo malo pasara y toda esta hermosa realidad mía, la vida que había construido con Santy y Alexis, desapareciera.

−¿Amor? ¿Qué haces aquí tan temprano?

Pregunté mientras llevaba a Santy a su habitación medio dormido, con la cabeza apoyada en mi hombro. En la casa de comidas rápidas hay juegos para niños donde estuvo jugando un buen rato. Entre eso, y haber estado toda la mañana en el jardín, llega a esta hora muy cansado y casi dormido.

– Nada, es mi casa ¿no?… Salí temprano… qué sucede no puedo venir hasta que tú vengas… quería darte una sorpresa… pero veo que no te gustó…-No, no es eso. Quería darte una sorpresa, pero veo que no te gustó.

-No, no es eso. Es que estuve pensando en lo que pasó esta mañana.

-Olvídalo, fue algo mío. Ya tendremos tiempo. Lo importante es enfocarnos en el niño.

-Voy a hablar con Luis para que se encargue del niño este fin de semana.

-Tengo mucho que estudiar. Podemos dejarlo para el próximo fin de semana, no te preocupes. Tenemos mucho tiempo.

En ese momento, mi teléfono celular sonó, interrumpiendo la conversación que estaba teniendo con mi marido, la cual no creo que hubiese llegado a buen puerto.

Era Luis. Me sorprendió que me llamara, ya que normalmente solo me envía mensajes. La llamada resultó ser un aviso.

—Despedí a tres de las cinco personas de la sucursal norte —dijo Luis con voz grave—. Prepárate, porque vienen a hablar contigo. No se te ocurra recontratarlos. Te enviaré un correo electrónico con las acciones tomadas y las razones de los despidos.

Después de eso, cortó la llamada. Me quedé estático, pensando en todas las consecuencias que vendrían ahora. A veces, el tono de Luis podía parecer una gran amenaza que asustaría a cualquiera. Incluso a mí me erizaba la piel.

Me despedí de Alexis con un beso fugaz, prometiendo hablar con él a la noche. Luego, me fui para el local. Si Luis tiene razón con lo que dijo, hoy será una tarde muy larga, muy, muy larga.

Al llegar al local, me encontré con uno de mis ex empleados, quien me tiró una sonrisa pícara. Este chico nunca me había gustado como trabajaba. Más de una vez lo quise despedir, pero nunca tuve el valor ni el corazón para hacerlo. Aunque soy el dueño de un gran emprendimiento que está creciendo a pasos gigantes, soy muy bueno, por eso Luis está a mi lado siempre, él no tiene corazón y si tiene que poner mano firme la pone.

Con los años aprendí a respetar sus decisiones, incluso más de una vez me planteé si el dueño de todo era él o yo.

Abro la puerta del local, lo dejo entrar. Estaba a punto de decirle que se fuera, que no tenía tiempo para hablar con él, pero no me pareció correcto. No sé exactamente por qué razones Luis decidió que esta persona no trabaje más para nosotros. No me queda otra que escucharlo, aunque sé muy bien que no puedo recontratarlo. Luis me arrancaría la cabeza si llego a hacer eso.

Una vez adentro, me dirijo al mostrador donde está el sector de la caja. Hay unos botones que levantan todas las cortinas de manera automática. Los presiono y, mientras espero que las cortinas suban solas, giro para ponerle atención a este chico, quien comienza a hablar cuando ve que estoy listo para escucharlo.

—Hola Tom, tengo que hablar contigo.

—Mira, si es por lo que pasó en la sucursal, Luis debe tener sus razones, y como sabes, su palabra es igual a la mía.

—Sabes, siempre me has parecido una persona extremadamente sexy. Haría lo que fuera para conservar mi trabajo, lo que fuera… —dijo sin rodeos, además de saborearse sus labios con su lengua. Esa acción me dio arcadas.

Mi estómago se revolvió al ver cómo se lamía los labios.

—¿Qué?…Acá nadie ganó un puesto de esa forma, será mejor que te vayas antes que llame a la policía.

—No me digas que Luis con lo puto que es no se arrodilló para estar donde está ahora.

Estaba furioso. Mi ex empleado, insinuaba que Luis, mi socio, había conseguido su puesto a través de favores sexuales.

—Eso no es cierto —Volví a decir—. Luis es un hombre trabajador y honesto. Se ganó su puesto a pulso.

—No me lo creo, Es demasiado puto para haber conseguido algo sin usar su cuerpo.

—Ya basta. Si no te vas, voy a llamar a la policía.

Juan se burló.

—¿Y qué vas a decirles? —preguntó—¿Que me acusas de hacer acusaciones falsas?

Apretó sus puños y se acercó de forma amenazante a mí, por momentos creí que me iba a golpear… pero no lo hizo, simplemente golpeó con sus manos el mostrador. Creo que está intentando intimidarme… y un poco lo logra, pero trato de no hacerlo notar. Se acerca un poco más, yo doy un paso atrás, vuelve a golpear el mostrador. Soy un debilucho, si quiere pegarme no podré defenderme. Trato de no enojarme, me quedo quieto como estatua, rezando que se vaya o se le pase un poco la locura.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda cuando el hombre apretó sus puños y se acercó a mí. Por un momento, pensé que me iba a golpear. Pero no lo hizo. Simplemente golpeó con sus manos el mostrador, con un sonido fuerte y contundente.

Creo que está intentando intimidarme. Y lo está logrando. Me siento nervioso y asustado. Trato de no hacerlo notar, pero es difícil.

El hombre se acerca un poco más. Yo doy un paso atrás. Vuelve a golpear el mostrador.

Soy un debilucho. Si quiere pegarme, no podré defenderme. Trato de no enojarme lo más posible. No quiero que me gane la rabia y haga algo estúpido.

Me quedo quieto como estatua, rezando que se vaya o se le pase un poco la locura.

—No me importa lo que digas. Voy a denunciarte de todos modos.

Juan se dio cuenta de que estaba hablando en serio.

—Está bien, está bien —dijo—. Me voy.

Se dio la vuelta y salió del local. Lo seguí con la mirada, aliviado de que se hubiera marchado. Me sentí aliviado de que por fin se hubiera ido.

Me apoyé en el mostrador, tratando de recuperar el aliento. Tenía tantas cosas en la cabeza que no podía pensar con claridad. Lo mejor hubiera sido quedarme en casa.

Un cliente entró y se acercó hasta donde estaba yo, pero no le presté atención, ya que estaba muy concentrado pensando en todo lo que se venía. Luis había despedido a varias personas, por lo tanto, habría que contratar a nuevas, lo que implicaría realizar entrevistas, seleccionar al indicado, capacitarlo y hablar con la contadora, además de otros temas legales. Era un verdadero dolor de cabeza y una pérdida de tiempo. Tenía la mirada perdida y fruncía el ceño.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por una voz profunda, una voz que no escuchaba hacía mucho. Su sonido hizo que todo mi cuerpo temblara y me pusiera blanco como una hoja. No era necesario mirarlo. Mi cuerpo, mi mente, mi alma, ya sabían quién era. Su voz, su olor, los podría reconocer en cualquier parte, aun después de tanto tiempo. ¿Puede tener tanto poder sobre mí?

‒Creo que decidí pasar en un mal momento.

No podía ser. No era real. ¿Era él la persona que se encontraba en mi local, frente a mí?

Tantos años, tantas lágrimas, tantas noches. Ese momento, el momento en el que fui rechazado por la persona que creía que podía convertirse en ese ser tan especial que estaba esperando, en el que deseaba con todas mis fuerzas encontrar para formar una familia.

Todavía no entiendo cómo en un par de horas, ese hombre había dominado cada parte de mi cuerpo. Hubiese dado todo, absolutamente todo, incluso aceptar su estilo de vida. Pero no tuve la oportunidad. Él simplemente tomó la decisión por los dos y se fue, eligiendo el camino fácil, sin importar lo que yo pensaba, sin siquiera intentarlo.

Había costado, pero lo había logrado. Había olvidado esos sentimientos, había seguido con mi vida y había construido, poco a poco, todo mi mundo de nuevo. Ahora que lo pienso, fue estúpido. Yo me hice ilusiones con algo que nunca iba a ser realidad. Me hice muchas ilusiones cuando me invitó a ese bar y a dormir a su casa. Era obvio que él no quería nada conmigo. Tal vez solo me usó para pasar un buen rato y despejarse un poco de su vida. Fui yo quien se hizo ideas erróneas. Salí lastimado, pero tenía que ser fuerte y seguir adelante.

−¿Qué haces acá?

Pregunté secamente, tratando de no mostrar señas de debilidad. Por dentro, sin embargo, estaba muriéndome de ganas de saltar a sus brazos, o quizás de golpearlo. No sabía qué sentía. Mi cabeza estaba dando muchas vueltas. Me quedé mirándolo fijamente, con los ojos desorbitados. Él me miró a su vez, con una expresión de sorpresa y confusión.

-Mmm. Pasaba por aquí… vi que el chico te estaba tratando mal y pensé que necesitabas ayuda… aunque en realidad, hace meses pasaba por la puerta del local y nunca me había animado a entrar…

-No necesito tu ayuda. Por favor retírate.

Traté de sonar seguro, pero lo que acababa de decir me hizo latir el corazón más fuerte, que podía sentirlo en mi garganta. No iba a dejar que se diera cuenta de que sus palabras me habían golpeado fuerte. Además, esa barba estaba despertando muchas emociones muy fuertes en mí, sus ojos, sus brazos. Llevaba una remera color salmón ajustada a su cuerpo, resaltando todos sus atributos. El paso del tiempo lo había beneficiado bastante.

En un momento, mi mundo se detuvo. Solo existíamos nosotros dos y nadie más. Todo lo malo que había pasado se borró de mi mente. Estaba a punto de ceder, pero la puerta del local se abrió de golpe y un pequeño hombrecito corrió hacia mí gritando: «¡Papá! ¡Papá!»

Alexis entró con Santy. Se acercó a mí ignorando a Germán. Tenía el celular en la mano y estaba mandando un mensaje a alguien. Se veía hermoso. Me dio un beso en la boca. Nunca le importaba dar muestras de cariño en público. Era una de las cosas que me gustaban de él. Nunca me ocultaba.

Germán se quedó congelado, con la mirada perdida. Su rostro reflejaba el dolor y la incredulidad.

Germán no pudo soportar esa escena tan familiar y salió del local chocando con varias cosas a su paso.

Me quedé mirando por la puerta unos segundos, incapaz de creer lo que acababa de pasar.

¿Era él?

¿De verdad había estado en mi tienda?

¿Era cierto lo que dijo?

¿Lo que vi en su rostro fue desilusión?

¿Volveré a verlo?

¿Qué debo hacer ahora?

Esas y miles de preguntas más empezaron a rondar por mi cabeza… lo odio, ¿cómo puede ser que con unas cuantas palabras haya logrado hacerme replantear toda mi existencia?

No pude pensar con claridad.

Necesito aferrarme a lo único que es real en mi vida, a lo que no es un engaño… Porque para ser sincero, ya no sentía a Alexis como algo real… sino que lo veía cada vez más distante de mí.

Vi alejarse a Germán por el vidrio de la puerta, no lo quería en mi vida, tenía todo lo que había soñado una vez.

¿Por qué tuvo que volver?

Él había tomado la decisión por los dos.

Alexis se acerca y pone su mano en mi hombro para llamar mí atención ya que me había quedado inmóvil mirando a la nada.

−¿Interrumpimos algo? ¿Quién era ese?

−Nadie, un cliente…¿Qué hacen ustedes dos aquí?

−No vino el profe de fútbol.

Entusiasmado, Santy gritó mientras se dirigía al estante de videojuegos. Su rostro estaba iluminado por una sonrisa y sus ojos brillaban de alegría. Yo suspiré y me froté la frente. No quería que viniera tan seguido. Quería mantener mi vida personal lo más al margen posible. Aparte, nunca se sabe qué loco puede pasar por esa puerta, pero no podía negarle la felicidad que le daba estar aquí.

−El profesor de fútbol de Santy no vino y yo tengo clases, no tenía con quien dejarlo, sé que no te gusta que este acá, pero no puedo faltar a mi clase.

Alexis tomó sus cosas apresuradamente y se retiró del local saludando a los dos con un beso, un beso en él cachete, un beso frío, sin emociones, se sentía más como un beso por compromiso, no como si de verdad lo quisiera hacer… sé que nuestra relación no está bien, pero no quiero quedarme solo y Alexis es lo mejor que tengo ahora.

Me quedé viendo como mi pequeño hijo miraba uno por uno los juegos.

Respiré profundamente y traté de tranquilizar mi alocado corazón, tengo que llamar a mis amigos, los necesito ahora.

La tarde pasó casi sin problemas. Los otros dos empleados que fueron a verme se comportaron de forma pacífica.

Les prometí que vería sus razones de despido y las revisaría junto a Luis, pero no les aseguré nada.

—Luis es mi mano derecha y confío ciegamente en él. Ustedes lo saben muy bien. Si los despidió, sus razones deben ser válidas. Igual voy a revisarlas, aunque no les prometo nada.

Con esas palabras, logré tranquilizarlos y evitar más problemas. No estaba en condiciones de afrontar más conflictos, y aparte, Santy daba vueltas por el lugar y no quería que viera cómo discutía con ellos.

No sé qué hora es, Mí niño se acercó con cara de cansado y sueño.

−Papi, tengo hambre.

−Yo también, ¿qué quieres comer?

−¡¡Pizza!!

−¿Otra vez? Mmm. ¿Pastas?

−Shi.

−Bueno, espera que llamo a la sucursal sur para que mañana manden a alguien aquí, para no estar solo.

Realmente no podía con el local yo solo, necesitaba ayuda. Tenía que ponerme a buscar empleados lo antes posible.

Luego de cerrar el local y asegurarme de que estuviera bien cerrado, me dispuse a ir al supermercado. Hacía rato que no hacía las compras, y no tenía nada en las despensas de mi casa. Aunque no me crean, ir a hacer las compras me tranquiliza bastante.

Por lo tanto, tomé a Santy y salí directo al hipermercado más cercano. Pasé varias horas allí, comprando de todo un poco.

De ahí fui directo a mi casa a preparar la comida. Quería preparar una rica pasta, para Santy y para mi esposo. Dicen que al corazón de un hombre se llega por su estómago, así que trataré de reconquistarlo.

Mientras preparaba la comida y Santy veía la tele, repasaba mentalmente lo que había sucedido esa tarde.

Los empleados despedidos, Luis, German, Santy, Alexis…

Tenía mucho en qué pensar.

Decidí llamar a mi mejor amigo, necesitaba descargar todas las cosas que habían pasado, contárselo a alguien… Siento que estoy a punto de estallar.

−Hola Marce.

−¿Qué pasó? Contame todo.

No pude evitar sonreír. Conocía tan bien a mis amigos, sabía que recibir una llamada a estas horas significaba que había hecho algo, o que había pasado algo. Ellos son más que mis amigos, son mi familia. No sé qué haría sin ellos.

Sin perder tiempo y tratando de resumir lo mejor posible, ya que no contaba con mucho tiempo, me puse a relatarle a Marcelo todo lo que había pasado.

Marcelo me escuchó atentamente, sin interrumpirme. Cuando terminé, suspiró y dijo:

−Contrátalo, al estúpido ese, una vez más, para darle un cierre, para humillarlo como él te humilló a vos.

−No Marce, yo ya le di un cierre, hace años, creo… Ahora tengo a Alexis… debo enfocarme en él.

−Ves boludo, estás dudando, ¿pudiste tener relaciones con el tarado de Alexis?

−Te dije que no lo llames de esa forma… y no… no pude hacer nada con él.

−Perdón… sabés que ese boludo no me cae bien, ya te dije mil veces que es un oportunista que está con vos, porque vos, con lo bueno/boludo que sos, le pagás todo y no lo hacés trabajar… ese flaco te va a terminar dejando cuando encuentre algo mejor, andá sabiéndolo, te lo digo yo que tengo experiencia en esta clase de cosas.

−Marce, entendelo de una vez, es mi esposo y eso no va a cambiar, no me va a dejar.

−Bueno, volviendo a lo importante, contratá sus servicios haceme caso. No te vas a arrepentir.

−Chau Marce, se me van a pasar los fideos y Alexis debe estar por llegar.

−Ok. Mañana hablamos.

Los dos cortamos al mismo tiempo. Me quedé mirando a la nada misma, por un tiempo, analizando lo que me dijo Marcelo.

La conversación con mi amigo me había dejado pensando. ¿Era cierto que necesitaba darle un cierre a mi relación con Germán?

Me dispuse a terminar la comida, tratando de olvidar lo que dijo mi amigo. Pero no lo consigo. Una sola frase gira por mi cabeza: «darle un cierre».

Eso podría ser verdad. Solo sería una vez más, bajo mis reglas. Esta vez yo las pondría.

Pero, ¿y si Germán no quiere prestar sus servicios?

Aunque después de lo que pasó hoy no creo. Sus palabras aún las recuerdo muy bien: » hace meses pasaba por la puerta del local y nunca me había animado a entrar «. Si vino hasta mí, es porque algo quiere.

Tendría que idear un buen plan y una excusa para no ser atrapado.

Me sobresalté cuando mi hijo entró a la cocina. Esto va a terminar matándome.

−¡¡Papi!!

−Santy. ¿Qué pasó?

−Se me rompió el muñeco, mirá.

Santy tenía en sus manos una figura de acción de Bumblebee, su personaje favorito. El brazo de la figura se había salido, pero a Santy no le importaba. Ese juguete se lo habían regalado mis amigos cuando llegó a casa por primera vez.

−Uh, vamos a intentar arreglarlo o compramos otro.

−Me gusta este.

Lo conozco, sabía que no remplazaría un juguete roto por otro y menos ese, sé que para él también es muy importante, ya que fue el primer juguete que recibió cuando llegó a esta casa.

−Lo sé, ahora cuando venga tu padre lo vamos a arreglar, andá a lavarte las manos.

Puse el juguete en la mesita de la sala, tomé a Santy para llevarlo al baño y lavarle las manos, no entiendo cómo se puede ensuciar tanto en tan poco tiempo.

a cena fue tranquila, Alexis hablaba de lo que había aprendido hoy y, un muy entusiasmado Santiago lo escuchaba como si entendiera todo lo que decía.

Le había comentado a Alexis sobre el muñeco roto, la respuesta de mi esposo, fue que lo mejor sería tirarlo y comprarle uno nuevo. No entiende lo que representa ese juguete o no le importa.

Estaba muy concentrado pensado en las palabras de Marcelo y en el cierre que supuestamente tenía que darse con Ger. ¿Ger? ¿Quién diablos es Ger?, se llama Germán, nada de apodos, es un puto, un prostituto él mismo lo dijo. Estaba tan concentrado que no me di cuenta, que todos habían terminado de comer.

−¡Papi no comió!, ¡no tiene postre! ‒Exclamó Santy, sacándome de mis pensamientos, dándome cuenta que estaban levantando la mesa y no había terminado de comer, o mejor dicho no había comido nada.

−¿Te sentís bien? –preguntó Alexis.

−Eh… mmm… Sí… tuve un día largo en el local, Luis echando gente y seguramente mañana toca recontratar, estoy medio tenso.

−Deberías buscar alguna masajista.

−Sí tal vez lo haga, o podrías hacérmelo vos.

−Yo estoy peor, con los exámenes y la casa.

La cena especial que preparé para recibir a mi amado no había tenido ningún efecto, ya que Alexis no hizo ningún comentario sobre la comida o cómo estaba todo preparado. Me había tomado el tiempo de tener un ambiente romántico para cuando él llegara, pero no funcionó. Eso me desilusionó un poco, pero aún así seguiré intentando.

Me levanto de la mesa, le sonrió a Alexis, pero él me ignora y sigue haciendo lo que sea que está haciendo.

−Bueno niño, a dormir.

Santy ya se estaba durmiendo en la silla. Lo levanté, lo llevé a su cuarto para darle un baño y acostarlo a dormir.

Obviamente, es fácil decirlo, pero llevarlo a cabo me costó cuatro horas, entre risas, juegos y una historia para dormir. Ese era mi momento feliz, la única forma de desconectarme del mundo y olvidar todo lo que estaba pasando a mi alrededor. Disfruto cada segundo con mi hijo.

De pronto me di cuenta de algo que nunca había prestado atención. Miré para todos lados mientras Santy intentaba derribarme con una almohada. Algo faltaba: mi memoria empezó a recordar y siempre era lo mismo. Yo acostaba a mi hijo, yo jugaba con él hasta que se durmiera, yo me levantaba a la noche cuando Santy tenía pesadillas. Yo, yo, yo.

A la mañana siguiente me levanté muy temprano. Me dispuse a llevar a mi hijo al jardín y darle un cierre a un asunto que había creído que estaba ya cerrado.

Anoche, cuando volvía a mi habitación, me encontré a mi querido esposo durmiendo tranquilamente. Intenté despertarlo, pero no funcionó. Tuve la sensación de que sí estaba despierto, pero no quiso demostrármelo.

Después de prepararle un buen desayuno a mi hijo y prepararlo para su día, lo subí al auto, verifiqué que estuviera asegurado en su asiento y comencé a manejar al jardín, que no queda muy lejos. Este lugar no es muy bueno, pero lo tengo cerca y eso me facilita el llevarlo y traerlo.

Como era yo el único que podía traerlo o llevarlo, me aseguré de que no fuera muy lejos de donde vivíamos. Alexis se encontraba ocupado casi todo el día en la facultad, por lo tanto, la mayoría de las cosas las hacía yo, la verdad no me importaba, ya que lo único que quería era pasar tiempo con mi hijo.

Cuando estábamos a mitad de camino, nuevamente me invadió el recuerdo de Germán y de todo lo que pasó.

No pude evitar y me puse a analizarlo todo fríamente, y me di cuenta de algunas cosas sobre Alexis:

  • No tenía barba, siempre me habían gustado los hombres con barba, ¿por qué no tenía barba?, ¿Era porque cada barba que veía me recordaba a Germán?
  • Su tono de piel es algo oscuro muy diferente al tono de piel de los hombres que me gustan, no soy racista ni nada porel estilo, es solo que los hombres con tez blanca me gustan más.
  • Su voz no era tan profunda, nunca había escuchado una voz profunda como la de Germán, esa voz me erizaba todos los pelos de la piel.
  • Su trasero no era tan lindo como el de mi ex amante pago, de hecho, las nalgas de Alexis no son la gran cosa, incluso Luis tenía mejores que mi esposo.
  •  A Alexis no le gustaban las nalgadas como a Germán.

La bocina de un auto me sacó de mis pensamientos, recordándome que estaba manejando, llevando a mi hijo al jardín. Frené en seco provocando que Santiago se asustara.

—¡Papi!

—Lo siento Santy, me distraje por un segundo ¿estás bien?

Me di vuelta en el asiento del piloto para ver si estaba bien. Por suerte, Santy se encontraba seguro en el asiento de bebé para autos, solo fue el ruido de la bocina y el movimiento brusco del auto lo que lo asustó.

—No te preocupes, papi, solo me asusté un poco— me dijo con una sonrisa.

—Está bien, campeón— le respondí. —Ahora vamos a llegar al jardín, ¿sí?

Santy asintió y volvió a mirar por la ventana.

Me di cuenta de que había sido negligente al no prestar atención a la carretera. Prometí a mí mismo que sería más cuidadoso en el futuro. Pero, por suerte, Santy estaba bien. Y eso era lo más importante.

Mierda, si sigo de esta forma voy a provocar un accidente.

¿Por qué tuviste que volver a aparecer? ¿Por qué no te pudiste haber quedado dónde estabas? ¿Por qué? Me repetía muy enojado mientras apretaba el volante del auto y trataba de tranquilizarme.

Logró llegar a salvo al jardín, dejar a Santy, y conducir al local tratando de no pensar en esa sexy barba que alborota mi entre pierna, otro bocinazo.

¡Mierda!, esto ya se me está saliendo de las manos.

Entro al local y me voy directamente al depósito. Un empleado al verme llegar con cara de enojado, agacha la cabeza y sigue trabajando sin prestarme atención. La mayoría de mis empleados ya me conoce, no vengo muy seguido de este modo, pero ellos ya saben que cuando me ven así, lo mejor es mantenerse alejado por un tiempo.

Me dirijo a un rincón del depósito y me siento en un taburete. Tomo mi celular y empiezo a revisar algunos emails. Hay varios reclamos de proveedores por retrasos en las entregas. Me enojo aún más.

De repente, siento una taza de café sobre mi mesa. Levanto la vista y veo al empleado que me la trajo.

−Jefe, le traje su café.

Lo miro con enojo, pero acepto el café. Tomo un sorbo y siento que el calor me recorre el cuerpo. El café es fuerte y amargo, pero me ayuda a calmarme un poco.

El empleado se aleja sin decir nada.

Después de un sorbo, todo mi cuerpo se aflojó y una sonrisa se dibujó en mi rostro. El café estaba perfecto, en su punto justo.

El empleado se alejó antes de que pudiera agradecerle. Me levanté y, con la taza en la mano, salí al salón de ventas. El café me había cambiado el humor. Es una bebida mágica.

—Max, gracias por el café. Lo necesitaba.

Max, el empleado, se giró y me miró sorprendido.

—De nada, jefe. Me alegro de que le haya gustado.

Sonreí.

−No se preocupe, todos tenemos un día malo.

−Espero que este no sea el mío, espero que sea solo un mal inicio, creo que ya sé qué hacer para que las cosas cambien.

Me acerqué a mi computadora portátil, que se encuentra en una especie de oficina que tengo en este lugar, la prendo, entré a la página de acompañantes masculinos donde veo las fotos de Germán –hermoso. –Dije en voz baja.

Anoté su celular y mandé un mensaje de texto coordinando una cita, no sabía si estaba haciendo lo correcto o no, lo único que sí sabía era que, si no hacía algo, iba a terminar matándome.

−Max, te vas a quedar solo por un tiempo, tengo algo importante que hacer, trataré de no tardar, cualquier cosa comunícate con Luis.

Sin más que decir, tomé mis cosas y salí del local con una gran sonrisa que trataba de disimular lo nervioso que estaba. Al estacionar el auto enfrente del departamento de mi ex amante pago, tuve una sensación extraña que casi me obliga a salir de ahí, pero no pude. Tenía que darle un cierre, alejarlo de mis pensamientos.

–Adelante –me dije bajando del auto.

Aunque ya habían pasado tantos años, el camino al departamento lo sabía de memoria y todo a su alrededor seguía exactamente igual, trayendo a mi mente un montón de recuerdos y un gran miedo.

Obviamente Germán no sabía que yo había hecho la cita con él, ya que todo fue por mensajes de texto.

¿Cómo reaccionaría?

¿Me cerraría la puerta en la cara?

¿Se molestaría?

¿Se alegraría?

¿Me trataría como un cliente más?

¿Sería muy cobarde si me iba ahora?

Al llegar a la puerta, miré hacia la otra puerta, esa puerta que da acceso a su vida privada, esa puerta que teda la oportunidad de conocer a la persona que realmente es, fueron pocas horas que estuve ahí dentro, pero bastaron para saber que él es una persona completamente diferente a la que se muestra.

¿Cuántos habrán entrado a su casa?

¿A su cama?

¿Tendré otra oportunidad de estar de vuelta en ese hermoso dormitorio?

Tantas preguntas y una sola forma de responder a todas ellas, me armé de valor y golpeé.

La puerta se abre lentamente, me encuentro muy nervioso, no puedo creer que esté haciendo esto.

Vi que Germán quedó inmóvil al verme. Se notaba en su rostro que estaba completamente sorprendido. Yo también lo estaba. Tenía enfrente a esa persona que desde hacía un tiempo no podía sacar de mi cabeza.

−¿Hola? ¿Tú hiciste la cita?

−Espera no hace falta que me…

−Es tu trabajo, nada más, ya están corriendo los 60 minutos, apúrate, desnúdate.

Lo Interrumpo mientras comienzo a desvestirme.

−Espera ¿podemos hablar? ¿Podemos ir a mi departamento?

−Qué parte de “quiero tu pene en mi culo” no entiendes, te pago para que te acuestes conmigo, no para hablar.

Germán se dio cuenta que no iba a conseguir nada, que en este momento hablar no tendría sentido que no lo iba a escuchar, empezó a acercarse y a tomarme por la cintura para besarme.

‒Sin besos.

Logré decir, aunque ya ni siquiera sabía dónde estaba o si lo que estaba haciendo era lo correcto. Por lo visto, Germán decidió no obedecer esa orden, y empezó a besar mi cuello; debe haber recordado que esa es mi parte débil.

Luego, fue bajando por mi cuerpo hasta llegar a mis pezones, para morderlos con fuerza, logrando sacar varios gemidos de mi boca.

Me di cuenta de que Ger, todavía estaba vestido, alejándolo un poco comencé a sacarle la ropa lentamente, Apreciando su hermoso cuerpo con cada prende que le sacaba. Mierda, los años lo favorecieron, está mucho más lindo que antes. Me quedo viéndolo por unos segundos contemplando su hermoso cuerpo, parecía mucho más trabajado que hace años, creo que estoy empezando a babear.

Por un momento pienso en Alexis, y en el error que estoy cometiendo, pero no puedo para. German me toma de la mano y dice unas palabras, que hacen que me olviden de todos.

−Tu cuerpo también mejoró con los años.

−Cállate, te dije que estoy aquí para tener sexo no para hablar.

Germán cerró y abrió los ojos, su mirada había cambiado, tenía una mirada perversa que me asustó un poco, se acercó y me tomó por la nuca, acercó mi rostro al de él, por un momento pensé que me iba a besar.

−Bien, si querés que te coja, entonces te daré la cogida que jamás olvidarás.

Me arrojó a la cama boca arriba levantando mis piernas dejándome expuesto, se arrodilló y puso su lengua a trabajar.

No podía dejar de gemir, no recordaba si alguna vez Alexis me había hecho algo parecido. –¡No! Alexis es pasivo.

La lengua de Germán se sentía tan bien… pero lo que se sintió aún mejor fue un dedo entrando a mi interior y las mordidas que mi amante pago, mi TaxiBoy, me daba por toda la pierna dejando marcas que serían muy notorias. Tendría que pensar una excusa para después. Cuando estuve a punto de protestar por ellas, introdujo un segundo dedo haciéndome volar al infinito y más allá.

Germán se levantó y me miró fijamente, tenía tantas ganas de besarlo, pero lo mejor sería no hacerlo, aunque muriera de ganas, besarlo significaría que perdí la razón por completo, y aunque soy consciente de que estoy traicionando a Alexis, voy a guardarme los besos solo para él.

Escupió un poco de saliva en su mano para humedecer su pene y apuntó a mi ano ya dilatado.

−Ponte el forro.

−Estoy…

−No me interesa, ponte el forro, en un momento confié en vos, ahora no… Ponte el maldito forro y penétrame de una vez ‒volví a exigirle con una voz mucha más fuerte, Germán tomó el forro que siempre tenía preparado, pude ver como se lo ponía y sin esperar un segundo me penetró hundiéndose mucho más de lo que yo esperaba.

Volver a sentirlo dentro de mí me llevó a esos viejos tiempos en los que lo visitaba varias veces al mes por sus servicios. En aquellos tiempos, no éramos nada más que dos personas que se encontraban para tener relaciones sexuales, y ni siquiera hablábamos. Eran casi perfectos.

Movimientos fuertes empezaron, hasta que sentí que ya estaba todo adentro, mientras con una mano trataba de hacer equilibrio, con la otra apretó mi garganta como queriendo ahorcarme, eso provocó que una especie de electricidad corriera por todo mi cuerpo llevándome al borde de la locura, luego bajó su cabeza para morder mis pezones dejándolos rojos.

Me faltaba el aíre, esa sensación era única; quería que se detuviese, que bajara el ritmo, pero no podía mi cuerpo exigía más atención y cada gemido que salía de mi boca era para afirmar que la estaba pasando bien.

Germán me soltó sus garras para poder cambiar de posición y formar un delicioso 69.

Tomé el pene con mi boca tragándomelo todo y Ger, hizo lo mismo.

Pero mientras le daba una mamada, él metió dos dedos en mi trasero, logrando que soltara gemidos que eran silenciados por su pene en mi boca.

Como estaba en una posición, que es más cómoda, mientras ambos nos chupábamos Germán empezó a dar cachetadas a mis nalgas ya que las tenía a su disposición. Ambos estábamos en nuestro punto justo, a punto de acabar y aunque sabíamos que podíamos volver a tener otro orgasmo, yo no quería eso, logré sacármelo de encima, poniéndome en cuatro, apuntando mi trasero hacia él.

Germán entendió la indirecta y sin pensarlo volvió a penetrarme con más furia que la primera vez, besaba mi cuello, mi espalda; me daba nalgadas con mucha fuerza dejándome la cola roja, no iba a poder sentarme por varios días.

Ambos estábamos disfrutando, cuando el sonido de una alarma desconcentró a Germán, que miró para todos lados, dándose cuenta que la alarma venía desde mi reloj pulsera.

—Se acabó el tiempo.

—¿Qué? —preguntó Germán.

—Ya se cumplieron los sesenta minutos.

Me alejó de Germán, pero algo llamó mi atención y eso provoco que me enojara.

—¿No tenías el forro puesto? —preguntó.

‒¿No tenías el forro puesto?

‒Tomás por favor necesito hablar contigo.

‒Lo siento, mi tiempo se terminó, aparte seguramente debés estar por recibir más clientes.

‒Tom por favor.

Fui hasta la mesita de noche donde había deja el dinero, lo tomé y se lo arrojé, haciendo volar todos los billetes por la habitación, Germán solo se quedó mirándome sin poder creer lo que estaba pasando.

−Soy una persona que tiene que irse a su casa y tú seguramente debes atender más clientes.

Diciendo esas palabras salí del departamento con lágrimas en los ojos. No creí que podría llorar por él una vez más, soy un tremendo idiota, no tuve que haber hecho esto…

Decidí regresar a mi casa. Apenas pasaba del mediodía. Sabía que allí no habría nadie por unas horas. Necesitaba estar solo un rato, procesar todo lo que acababa de pasar y darme un baño. Pero al llegar, me llevé una gran sorpresa, ya que se encontraba Alexis. Era raro. A esa hora debería estar en la facultad.

—Amor, ¿qué haces acá a estas horas? ¿Esas valijas?

—Tomás, tenemos que hablar.

Alexis tomó asiento en la cama de nuestra habitación. Me miraba fijamente. Para mi mala suerte, yo me encontraba muy mal arreglado. Nada que ver a como me había visto en la mañana. Pude sentir la mirada escaneadora de mi marido. Pero lo que dijo, me dejó mucho peor de lo que ya estaba.

—La universidad me ofreció una beca de última hora. Una beca que consiste en que me vaya del país… a Europa… por unos tres años —dijo Alexis sin rodeos, desviando la mirada.

—¿Qué?

Tuve que sentarme porque mis piernas empezaban a temblar, y no era por lo que había pasado antes de llegar a mi casa.

—En tres horas sale mi vuelo, lo siento, te lo iba a decir antes, pero no tuve tiempo.

—No comprendo, Alexis, ¿qué va a pasar con nosotros? ¿Y Santy?

—Solo serán tres años.

—¿Estás intentando decir… que te espere?

—Vamos a hablar por Skype todas las noches.

—¿Estás hablando en serio?

—Mirá, Tomás, no puedo, ni quiero, dejar pasar una oportunidad así. Lo siento por vos y por el niño. Pero yo me voy, y se me está haciendo tarde. Solo serán tres años.

—¿El niño? Solo responde una pregunta. ¿Alguna vez quisiste a Santy?

—Lo siento, me tengo que ir, se me va a hacer tarde, te llamo cuando llegue.

Intentó acercarse para besarme, pero corrí el rostro para que solo pudiera besar mi mejilla.

—Esta semana te van a llegar los papeles del divorcio.

Eso fue lo único que pude decir. Alexis se quedó inmóvil por unos segundos y luego siguió su marcha.

Después de que Alexis se fue, me tiré en la cama para tratar de asimilar todo lo que había pasado, Germán y Alexis.

Viendo el reloj, recordé que tenía que ir a buscar a Santy.

—¿Cómo le explico que no va a ver más a su padre? ¿Cómo seguiré? Todo va a cambiar.

Otra vez, voy a tener que empezar de cero, otra vez estaré solo… los hombres son todos unos egoístas ¿Por qué, a mí me tenía que pasar esto? Yo solo quería ser feliz, tener con quien compartir cada momento de mi vida.

Después de estar un buen rato en la cama pensando qué hacer de ahora en adelante, la realidad me golpeó muy fuerte. Era padre, no podía rendirme. Tenía que ir a buscar a mi hijo al jardín y darle todo lo que él necesitara para ser feliz.

Pero…

¿Cómo le explicaría que no iba a ver más a su otro padre?

Sacando fuerzas de cualquier lado, me levanté de mi cama.

Me puse en marcha para buscar a mi hijo.

Llamé por teléfono a Luis, contándole algo de lo que había pasado y para decirle que por un tiempo no iría a trabajar.

Luis, preocupado, me dijo que a la noche pasaría por mi casa para hablar conmigo. Acepté, aunque no quería hablar con nadie, sabía que necesitaba a mis amigos para que me ayudaran a sobrellevar las cosas.

Al llegar al jardín, vi a mi hijo corriendo hasta llegar a donde yo me encontraba.

—Papi, me pusieron una estrellita por portarme bien.

Lo abracé tan fuerte que las lágrimas se me escapaban. Usé todas mis fuerzas para no desmoronarme frente a él. No se merecía esto. Además, había mucha gente alrededor nuestro y no podía ponerme mal en público.

–Papi ¿estás llorando?

−No mi corazón, me entró una basurita.

Fuimos a un local de comidas rápidas, luego a la plaza y al cine, para festejar la estrellita que mi pequeño había ganado por su buen comportamiento.

Traté de mantener al niño lo más lejos posible de la casa para no tener que explicar lo que estaba pasando.

Yo todavía no lo lograba entender.

Después del cine fuimos a comer, pero Santy ya estaba muy agotado y no iba a aguantar mucho tiempo más. Por lo tanto, decidí que ya era hora de irnos a casa.

Por suerte, Santy no había preguntado por Alexis. De hecho, ahora que lo pienso, él nunca había preguntado o se había mostrado preocupado por su otro padre. Tal vez son locuras mías, o tal vez Santy es muy chiquito.

Llegamos a casa y, antes de que pudiera meter a bañar a Santy, el timbre sonó. Una sensación de esperanza me invadió por todo mi ser.

¿Había cambiado de opinión y había vuelto?

Dejé a Santy a medio vestir y salí corriendo a abrir la puerta. No pude ocultar la desilusión cuando, al abrirla, me encontré con mis amigos, Marcelo, Luis y Diego.

—¿Qué hacen acá?

—Si querés nos vamos —dijo un poco molesto Diego, aunque él se enojaba por cualquier cosa.

—Diego, callate. No seas idiota. Venimos a ayudarte a superar esto —dijo Marcelo entrando sin permiso a la casa, seguido por los otros dos chicos. Luis tenía en sus manos un par de latas de cerveza.

—Gracias, chicos. No se habrían molestado, pero realmente los necesito —dije tomando una cerveza de la mano de Luis y bebiéndola de un solo sorbo. Hoy voy a tomar hasta desmayarme.

—¿A nosotros o a la cerveza? —preguntó Diego burlonamente.

—A todos —dije tomando otra cerveza y bebiéndola de un solo sorbo.

—Lo primero que tenés que hacer es mudarte de esta casa —dijo Marce mirando para todos lados—. Hay muchos recuerdos de ese tarado. Para vos y el peque no va a ser fácil olvidarlos. ¿Cómo tomó el hecho de que no va a ver más a su padre, de que su padre no lo quiere?

En ese momento, una personita entró a la sala. Era una personita a medio vestir que había escuchado lo que Marcelo había dicho. Tenía unas pequeñas lágrimas en los ojos. A veces odio a Marcelo por su forma de ser y de decir las cosas.

—¿Mi papá no me quiere?

Ya tenía el corazón roto en mil pedazos en ese momento. Ahora era mi alma la que se partía en dos. Corrí hasta alcanzar a mi hijo y lo abracé con todas mis fuerzas.

—Todo lo contrario, no hay persona en este mundo que no te quiera. Eres lo más importante para mí, y si alguien no te quiere, se puede ir al infierno. Ahora vamos a bañarte y a dormir. Andá a saludar a tus tíos.

Santy bajó un poco más tranquilo y fue a saludar a cada uno de sus tíos. Ellos lo llenaron de besos y de cosquillas, incluido Marcelo, quien se sacó una foto con él para subirla a sus redes sociales. Sintió la mirada de Luis desde lejos, se dio vuelta y le dijo: «Lo quiero a mi manera y no dejaría que nada lo lastimara». Lo llevé a terminar de bañar, lo acosté y volví a la sala con mis amigos. Tomé otra cerveza y la vacié toda. Cuando iba a tomar otra, la mano de Diego me detuvo.

—Va a sonar feo, pero te lo digo igual: estás solo, tenés un hijo, un negocio y una casa que atender. Nosotros te vamos a ayudar, pero gran parte la tenés que poner vos. Si no, tomo a Santy y me lo llevo a mi casa.

Lo miré con furia, pero sabía que tenía razón. Todos mis amigos sabían que Diego siempre era el más razonable y el que había sentado cabeza mucho antes que los demás. Miró al resto de mis amigos y todos estuvieron de acuerdo con lo que decía.

El solo hecho de tener lejos a Santy me ponía aún peor. Él es mi cable a tierra.

—Tenés razón, Die.

—Bien, lo primero que tenemos que hacer son los papeles del divorcio. De eso me voy a encargar yo. Una cosa más: mañana necesito que vayas unas horas al local para atender al nuevo proveedor. Lo atendés y te vas. ¿Ok?

—Yo me voy a encargar de buscarte una nueva casa. Acá no podés seguir viviendo.

—Y yo me voy a ocupar de Santy unas horas por la tarde para que tengas tu espacio. Tenés que tomarte un par de horas para vos.

—Gracias, chicos. No sé qué haría si ustedes no estuvieran.

—Nada que agradecer. ¿Somos amigos o no? Ahora nos vamos. Trata de dormir y ni se te ocurra tomar nada. Te conocemos muy bien.

Seguramente todos querían saber sobre Germán, pero no tuve ganas en ese momento para hablar de aquello.

—Gracias.

Los acompañé a la puerta para despedirme. No se fueron hasta que todos nos dimos un fuerte abrazo y prometimos mantener la comunicación. En realidad, me obligaron a prometer que les informaría todo lo que hiciera.

Cuando por fin se marcharon, entré a mi casa.

Muchos recuerdos vinieron de golpe a mi mente.

Muchos momentos vividos con Alexis.

Fueron años que compartí con él en este lugar, mi casa, donde creí que estaríamos juntos para siempre, que seríamos una familia.

Recuerdo cuando la primera vez que lo vi, estaba algo nervioso por el hecho de vivir juntos.

Una buena convivencia tuvimos desde el primer momento, con nuestros desacuerdos, pero los superamos. Cuando se adaptó a esta casa, me sentí feliz. Llegó con sus bolsos y convirtió mi vivienda en un verdadero hogar. Cada habitación tiene su toque. Él siempre fue el que decoró todo el lugar. Por eso su esencia está en todos lados para donde mire. Esto no será fácil.

Marcelo tenía razón. Tendría que irme de esta casa.

Me acerqué a donde se encontraba mi hijo. Verlo dormir me llenó de paz. Aunque sabía que no duraría mucho. Fui a mi habitación. Ver la cama vacía me hizo llorar desconsoladamente. No aguanté más y fui al comedor.

Terminé durmiendo en el sofá.

A la mañana siguiente, los dos nos levantamos muy desanimados. Santy tenía la mirada perdida y no dio problemas para levantarse.

Desayunamos sin decirnos ni una palabra. Incluso el viaje en el auto estuvo muy silencioso. Cuando lo dejé, pedí hablar con la directora para comentarle la situación y pedirle que estuviera atenta a cualquier cambio en él.

Cuando llegué al local, vi en la puerta un cartel que decía «Se necesita empleado». Pensé: «Fue Luis».

Al entrar, me encontré con Maxi y Luis, quienes me saludaron con un eufórico abrazo.

—Su café, jefe.

—Gracias, Maxi. ¿Alguna novedad?

—Sí, ya hablé con tu abogado y la contadora. Por el tema del divorcio, en una semana estará todo resuelto. Gracias a Dios que Marcelo te obligó a firmar ese acuerdo prenupcial. ¿Te acuerdas lo enojado que estabas? Estuvieron sin hablarse por días. Ahora mira… tenés que agradecerle por eso —dijo tranquilamente Luis.

Tenía toda la razón. Marcelo me había dicho del acuerdo y me enojé días antes de la boda. Me había amenazado con que si no lo firmaba no iría, y como era mi mejor amigo, lo firmé de mala gana. Alexis también lo firmó. También me había costado convencerlo, pero agradezco haberlo hecho. Marce estaba siempre un paso delante de todos nosotros.

La mañana transcurrió con normalidad. Atendí al nuevo proveedor. Cuando llegó la hora de irse, me reusé.

—¿Irme? ¿A dónde? En mi casa solo hay un montón de malos recuerdos y mentiras —le había dicho a Luis.

—OK, entonces Max y yo nos vamos a comprar algo para comer. Te traigo algo y vas a comer, sí o sí —dijo.

Diciendo eso, los dos se marcharon. No tenía hambre, pero Luis me iba a obligar a comer.

Justo en ese momento, la puerta del local se abrió dejando entrar a un nuevo cliente que fue directamente a donde me encontraba. Estaba con poca paciencia, esperé que no fuese uno de esos pesados que me hicieran perder el tiempo.

—Hola, buenas tardes. Vengo a comprar una computadora —dijo esa persona con una gran sonrisa. Giré, lo miré y le dije lo más fríamente que pude:

—¿Portátil?

Germán me miró por un segundo sin saber qué hacer. Sé muy bien que aspecto tenía. Mis ojos estaban completamente apagados, y mi sonrisa simplemente no estaba. En mi rostro se podía leer una sola palabra: tristeza.

Así me había descrito Luis esta mañana cuando llegué al local.

Germán

No podía entender cómo esa persona que se ruborizaba solamente con un «hola», esa persona a la que se le llenaban los ojos con una chispa de emoción cada vez que lo veía, ya no estaba; todo eso había desaparecido, era como si estuviera delante de alguien completamente distinto.

—Eh… sí… La verdad es que entiendo poco y nada.

Algo había pasado, pero no sabía qué, tampoco sabía bien qué decir. Había estado planeando toda la noche venir aquí, presentarme ante él, pero no puedo hacer nada. Solo quiero abrazarlo y decirle que todo estará bien. Aquí estoy yo y esta vez no me pienso alejar. Lo siento mucho.

Tomas

Lo miré, no podía creer que quien estaba enfrente no provocara nada en mí. En otro momento me habría lanzado a sus brazos o me habría vuelto un tonto; pero ahora, nada. Ya esos ojos y esa barba me llamaban muy poco la atención.

¿Acaso ya había cerrado todo con él?

¿O lo que había pasado había dejado huellas más fuertes de lo que creía?

¿Había perdido toda esperanza en los hombres?

¿Mi corazón se había vuelto duro como piedra?

No, había un hombre, o casi un hombre, por el cual mi corazón latía.

Como si fuera magia, la puerta del local se abrió dejando entrar a Diego y Santy.

—¡Papi! —Santy se me acercó con una pequeña sonrisa en sus labios.

Germán

Pude ver que el niño traía el mismo semblante de tristeza. También sentí la mirada de furia que venía del hombre que acompañaba al pequeño. Pero nada de eso me importó cuando vi el rostro de Tomás iluminarse y una gran sonrisa aparecer en su rostro. En ese momento me sentí celoso. Yo quería ser la razón por la cual él sonriera.

—Estas son nuestras opciones —dijo Tomás mostrándome una carpeta donde tenía todas las computadoras, sacándome de mis pensamientos.

—Quiero esta.

Elegí cualquier computadora al azar. La verdad es que no sé nada de computación. Y si hoy estoy aquí es porque necesito acercarme a él de alguna forma. Desde que lo hicimos no hago otra cosa más que pensar en él. Volver a tenerlo, a sentirlo mío, me hizo darme cuenta de lo equivocado que estaba y de lo idiota que fui esa mañana.

—Bien, ¿tarjeta o efectivo?

Otra vez su mirada era inexpresiva. Eso me molestaba mucho.

¿Por qué está así? Es evidente que algo pasó.

Pero ¿qué?

¿Alguien se había atrevido a hacerle daño?

Si así fue esa persona, la persona que se había atrevido a lastimarlo sufriría el doble de lo que Tomás ahora está sufriendo.

—Tarjeta.

Tomás

—Bien, por favor, permítame su tarjeta y documento.

Germán me entregó lo que le solicité. Al tomarlo, me los quedé mirando pensativamente y mis manos empezaron a temblar.

¿Él también mintió?

¿Acaso todos los hombres del planeta Tierra, del universo, de todas las dimensiones eran mentirosos, egoístas u oportunistas? —pensé.

No, había uno, que todavía no era un hombre completo, pero era mi razón de ser. Giré para mirarlo y lo vi peleando por abrir un paquete de galletas. Una sonrisa se escapó de mis labios, que fue captada por Germán, quien enseguida se giró para ver qué la provocaba. Al ver esa escena, también sonrió, aunque se le borró enseguida al ver al hombre que lo seguía mirando con furia en sus ojos.

—Muy bien, por favor, firme aquí. Ahora mismo le traen la PC que acaba de comprar.

Germán

Otra vez esa mirada, ese trato frío.

Nunca había sentido a Tomás de esa forma. Algo debe haber pasado.

Me encargaría de saber qué pasó y solucionarlo, si fuese posible. Sé que aún tengo algo de esperanza.

Lo vi en sus ojos la otra vez y lo sentí cuando lo toqué. Fue la misma sensación que sentí la primera vez, hace tanto tiempo atrás. Siente algo por mí, al igual que yo siento algo por él.

Pero esta vez no va a ser tan fácil conquistarlo.

Tomé mi nueva compra y salí del local desilusionado.

Había pensado que podría, de alguna forma, tomar revancha por lo de ayer, obligando a Tomás a hablar conmigo en lo que durara la compra de una innecesaria máquina que ni sé prender. Obtuve ayuda de su amigo para poner mis perfiles en línea. Recuerdo muy bien cuando se ofreció a ayudarme. Lo único que me pidió fue sexo a cambio de la ayuda. Miro la computadora y pienso que será un buen regalo para alguien. O simplemente la podría tener guardada, como tengo la mayoría de las cosas en mi casa.

Antes de seguir caminando, miré de nuevo al local y vi un cartel en el vidrio. Sonreí, con una idea formándose en mi cabeza. Esperé en la vereda de enfrente a que se fuera ese hombre con mirada de homicida.

Al cabo de unos minutos, vi que salía con el niño en brazos.

Aprovechando que no había nadie, volví a entrar.

Cuando Tomás me vio, se acercó a mí con el ceño fruncido. Se veía tan adorable.

—¿Le pasó algo a la máquina? —preguntó, apuntando a la PC que todavía tenía en mis manos. No quise ir a dejarla al auto.

—Eh, no. Vengo por el aviso en la puerta, el que dice que necesita personal.

—Necesito un empleado, no un puto —dijo con una expresión totalmente seria. Empezó a caminar nuevamente al fondo de la tienda, dándome la espalda. Aproveché ese momento para apreciar su trasero. Era hermoso.

–Dame una buena razón para contratarte.

Me sentía insignificante al lado de Tomás. Había cambiado bastante desde la última vez que nos vimos. De ayer a hoy parecía otra persona. Sus palabras y su indiferencia me estaban golpeando muy fuerte.

–Quiero cambiar.

Fue lo único que se me ocurrió decir, aunque esas palabras tenían algo de verdad.

Tomó un momento para pensarlo, y luego me miró a los ojos.

–Está bien –dijo–. Te daré una oportunidad. Pero tienes que demostrarme que estás comprometido con tu cambio.

Asentí con la cabeza.

–Lo haré –dije–. No defraudaré.

–Espero que no –dijo Tomás–. Porque si lo haces, te arrepentirás.

Me dio la mano y me la apretó.

–Bienvenido al equipo –dijo.

Sonreí. Había conseguido el trabajo. Pero sabía que tenía que trabajar duro para ganarme la confianza de Tomás.

Tomás me observó por un momento y lo meditó en silencio. Podría ser una mala idea. Una mala decisión, pero… no hay tiempo para acobardarse ahora.

—Mañana te quiero a las 09:00 con todos tus documentos aquí, para armar tu legajo. Odio la impuntualidad.

—Sí, Tom.

—Para vos soy jefe. ¿Se entendió? Tom no mostraba ninguna emoción en su rostro.

Asentí sin decir una palabra más, no quería tentar más a la suerte. Dando media vuelta me fui con una sonrisa. Lo bueno es que logré avanzar un poco con él, lo malo es que tengo que trabajar…

Tomás

Me senté en la silla que hay en el mostrador de la tienda y me dije:

¿Qué acabo de hacer?…

Una locura seguramente…

¿Cuándo aprenderé a pensar mejor las cosas, a decir no?

Al llegar a mi casa me encuentro con un Diego medio dormido en el sofá.

—Die, Die, ¡despierta! ¿Dónde está Santy?

—Está en su cuarto, Tom. Vas a tener que hablar con él o llevarlo a un psicólogo. Está muy deprimido. Es chiquito, pero entiende muy bien todo lo que pasa a su alrededor.

—Sí lo sé, es que todo esto me supera.

—Tranquilo, sabes que cuentas con nosotros.

—Gracias por cuidarlo hoy.

—Mañana no puedo. ¿Cómo te vas a arreglar?

—Luis, Trabaja mañana todo el día. Próximamente voy a contratar a una niñera. No me gusta dejar a Santy con un desconocido, pero no puedo seguir abusando de ustedes.

—Ok, bueno, me retiro. Santy es un santo. Se portó súper.

—¡Gracias Diego! Te quiero, amigo.

Después de despedir a mi amigo, fui hasta la habitación de mi hijo. Lo encontré pintando. El niño amaba pintar. Tal vez, cuando sea más grande, se convierta en un gran artista.

—Hola, ¿qué estás dibujando?

Tomé asiento a su lado. Santy, a pesar de su corta edad, dibujaba muy bien.

—A vos —dijo con una débil sonrisa.

—Vamos a comer. Mañana pasaremos toda la tarde tú y yo solos. ¿Qué te parece?

Al terminar de comer, bañé a Santy y lo llevé a dormir a mi cama. Anoche, el pequeño no había dormido del todo bien y yo tampoco. Por lo tanto, creí que sería mejor dormir juntos.

Por la mañana, ambos nos despertamos con un poco más de humor que el día anterior.

Después de dejar a Santy en el jardín, me dirigí al local. Siempre llegaba un rato antes que todos los demás, pero grande fue mi sorpresa cuando, al llegar, me encontré a Germán sentado en la puerta con dos cafés en la mano y una gran sonrisa. Me había olvidado de que iba a venir a trabajar.

—Buen día, jefe. Le traje un café.

Miré el café, lo volví a mirar a él y volví a mirar el café. Acepté su café.

—Para la próxima recuerda que a mí me gusta el café negro, sin leche, y tiene que ser de la cafetería de la esquina.

—Sí, lo siento, no sabía.

—Si no sabes algo, no lo hagas hasta saberlo.

Abrí el local, entré y fui hasta el mostrador seguido por él. Estaba muy callado y miraba con mucha curiosidad la tienda.

—¿Trajiste los papeles que te pedí ayer?

—Sí, aquí están.

Me entregó un sobre gris con todos sus documentos. El sobre era un poco pesado, por lo que deduzco que debe estar lleno de papeles.

—Sabes, hay algo que no entiendo. En aquel mensaje me dijiste que no tenías nada, ni siquiera documentación. Pero tienes dos departamentos, una tarjeta de crédito, un celular y quién sabe qué cosas más. ¿Me mentiste?

No pude aguantar, tenía que preguntar, esa repuesta aclararía muchas de mis dudas.

Germán fue interrumpido por el ruido de la puerta. Esta se abrió con mucha fuerza, dejando entrar a uno de mis empleados, que como siempre estaba con mucha energía.

—¡Jefe! Buen día. Le traje su café, como a usted le gusta, bien cargado y comprado en la tienda de la esquina. Y unas medialunas que, a simple vista, se ven riquísimas —dijo Maxi sonriéndome. Luego se percató de que había una persona más. Se giró y se dirigió a Germán.

—¿Hola?

—Maxi, él es Germán. Estará a prueba unos días para ver si sirve.

Le informé mientras tomaba el café que Max me dio y tiré el de Germán. No lo hice por despreciar un regalo de Germán, sino porque en verdad estaba feo el café. Me di cuenta de la mirada furiosa de Germán hacia Max, él simplemente sonrió.

—Germán, ve al depósito. Necesito que organices los juegos por género. Son más de 50 juegos. En media hora iré a controlarte.

—Asegúrate de que cuando saques los juegos para ordenar, pases un trapito húmedo para limpiar el estante —añadió Max con una sonrisa siniestra.

Tengo la sensación que estos dos personajes no se van a llevar muy bien y me generaran más de un problema.

Germán subió al depósito de mala gana. Yo me quedé viendo cómo subía las escaleras, una parte de mi deseaba subir con él, pero otra me decía que no que me aleje.

En el depósito, se encontró con una pila de juegos todos ordenados alfabéticamente de la A a la Z. Siempre fueron ordenados de esa manera, para que fuera más fácil a la hora de buscar un juego. Como ahora tengo un depósito central, tengo menos cantidad en este local y en los demás, pero aún así hay suficiente y tenerlos ordenados ayuda mucho.

A la media hora exacta, subí para ver cómo había progresado, pero me encontré con un Germán confundido tratando de decidir a qué género pertenecía cada juego. Era evidente que no conocía del tema, ya me lo imaginaba. Mi intención era hacerlo cansar para que renunciara y no tener que volverlo a ver.

Estaba tan concentrado que no notó mi presencia.

−No avanzaste nada.

−Lo siento, no soy bueno con los juegos.

−Ordénalos de la Z a la A. ¿Eso sí podrás?

No sé por qué contraté a esta persona. Tampoco sé por qué tengo la necesidad de tenerla cerca de mí.

La mañana pasó bastante tranquila. Me había olvidado de que Germán estaba en el depósito. En un momento, subí a buscar un juego que me pidieron. Al abrir la puerta, casi choqué con Germán, quedando a pocos centímetros, uno del otro.

−Jefe, terminé de ordenar. ¿Quiere que le haga algo más?

Me dijo Germán de la manera más indirecta-directa posible. Estábamos demasiado juntos, ambos podíamos sentir nuestros propios corazones latir.

−Eh, a mí no, al local, sí. Necesito este juego.

Pasé por un costado y fui directo a los juegos. Al llegar, me los quedé mirando por un segundo. Son muchos juegos y sin un orden adecuado, uno puede pasar horas buscando un título.

−Está mal. Es difícil buscar un juego con este orden.

Ordénalos de la A a la Z.

Escuché el suspiro profundo de Germán que estaba tratando de mantener la calma.

Al cabo de unas horas, terminó de ordenar y bajó.

Al llegar al salón de ventas, se encontró con una escena que lo llenó de mucho enojo. Aunque no dijo nada, podía notarlo en su mirada. Maxi tenía una mano sobre mi hombro y me estaba coqueteando. Era normal en él hacer eso, pero a Germán no le gustaba. Yo no lo tomaba como un coqueteo, sino como una forma de ser de Maxi.

−Jefe, terminé.

−Bien, ya te puedes retirar. Aquí tienes tu paga. Mañana a la misma hora, y por favor, sin café.

−Sí, sin café. Que para eso estoy yo -dijo sonriente Maxi.

Germán tomó el dinero de muy mala gana y salió del local sin saludar.

Germán

Estando a varios kilómetros, prendí mi celular. Lo había tenido apagado todo el día. Al minuto de haberlo encendido, empezó a sonar. «Clientes», me dije. Unos pesos extra no me vendrían mal.

Miré lo que había ganado, era la mitad de lo que cobraba por una sesión de 40 minutos. Sin meditarlo más, contesté y terminé concretando varias citas para lo que quedaba de la tarde.

Esta es mi vida. Creo que no tiene sentido pasar por todo lo que pasé hoy, si voy a recibir el trato que recibí por parte de esa persona que hace mucho tiempo me hizo dudar. Sí, dudé si esto era lo que quería para mi vida. Hace mucho tiempo dije que el amor solo era una ilusión… Creo que estaba equivocado.

Llegué a mi casa algo cansado. Fui hasta el baño y tomé una pastilla. Ella me ayudaba a poder aguantar a todos los clientes. Fui a la heladera y tomé una cerveza. No se deben combinar estas pastillas con el alcohol, pero en ese momento no me importaba nada.

Estaba por llegar mi primer cliente.

Me levanté tarde después de una noche dura de trabajo. Al girar en mi gran cama, me encontré solo.

Me desanimé un poco.

Pude haber tenido una noche con muchos hombres, pero en las mañanas siempre me encuentro solo.

Una vez, hace muchos años, me desperté con una persona a mi lado. Cuando la vi dormir, me di cuenta de que me había enamorado por segunda vez en mi vida.

Tuve miedo.

¿Qué tenía para ofrecerle a ese hombre?

Sin pensarlo, tomé la peor decisión que podría haber tomado.

Años pasaron para darme cuenta de que tuve que haber luchado por él.

No tuve que haberme rendido.

¿Era muy tarde para reclamarlo?

La luz roja del reloj alarma me volvió al presente. Eran las 10:30 de la mañana. De un salto, salí corriendo al baño. No podía llegar tarde a mi segundo día de trabajo.

Tomás me mataría.

Además, no quería dejarlo mucho tiempo a solas con la zorra de Maxi, ni darle a este la oportunidad de hablar mal de mí, que seguro lo hizo después de que me retirara del local ayer.

Aunque era tarde, podría decir que me sentía medio descompuesto por lo que comí o algo por el estilo.

Nunca había trabajado, ni tenido un jefe. Espero que no sea tan malo llegar un poco tarde.

Al llegar, me encontré con bastante gente en el local, y con la mirada maléfica de Maxi, cosa que ignoré. Mis ojos buscaban a Tomás por todo el local, pero no lo encontré. Lo único que veía era a Luis, quien me miraba de una forma muy intimidante. Creo que estaba enojado, pero dudo que sea conmigo, ya que no hice nada malo.

—¿Germán?

—Sí. ¿Tú?

—Soy Luis, el encargado del local e íntimo amigo de Tom. Acompáñame al depósito.

No tengo muchas ganas de hablar con él, pero supongo que debe saber dónde está Tomás. Necesito verlo, aunque sea para decirle “hola”, y que él me ignore como lo hace. Anoche me di cuenta de que necesito tenerlo cerca mío. Si esta es la única forma, entonces la voy a aceptar. Iré de a poco, él está pasando por un mal momento. No sé exactamente qué es lo que está sucediendo en su vida. No voy a pedirle que me cuente, no quiero forzar nada. Aquella vez cuando lo invité a comer apresuré las cosas y cuando tomé la decisión esa mañana, también lo hice sin pensarlo bien. Esta vez va a ser distinto.

Seguí a Luis hasta el depósito. Iba tranquilo. No había hecho nada malo. Seguramente querrían que hiciera algo estúpido, como acomodar todos los juegos por cantidad de letras en sus títulos.

Una vez adentro del depósito, Luis se giró para quedar frente a mí. Cruzó los brazos sobre su pecho y se puso serio.

Este enano está intentando intimidarme. No sabe con quién se mete.

—Llegas tarde. Sé que nunca en tu vida manejaste un horario, pero eso no es excusa.

—¿Dónde está Tom?

—¿El jefe? Tuvo otra cosa que hacer. No te preocupes. Él sabe que llegaste tarde y también sabe por qué razón.

—¿A qué te referís?

—Ayer a la tarde, mi amigo Tom me pidió que le hable a uno de mis amantes para que te llame y concrete una cita con vos. ¿No era que querías cambiar? Tom es mi amigo y está pasando por un mal momento. Te aconsejo que tomes tus cosas y te vayas de acá.

Lo miré por un momento. Entonces sí, pasaba algo en la vida de Tomás.

Tenía que averiguarlo. Era muy obvio que de Luis no iba a sacar más información. También era más que obvio que esta vez, no renunciaría a él.

Tomás jugó sus cartas muy bien. Por un lado, me sentía orgulloso, pero por otro, tenía un poco de miedo. Si seguía así, no iba a lograr que confiara en mí, nunca.

—Lo siento, pero esta vez me quedo.

Tras decir esas palabras, que se sintieron muy bien, salí del depósito y me dirigí a los estantes para acomodar las cosas y limpiarlas. Una vez escuché a Tomás decir que el local tenía un poco de tierra en los estantes y que sería bueno que alguien los limpiara. No soy muy amante de la limpieza. A mi casa va una vez por semana una chica que limpia. Pero si Tom quería que su local estuviese bien limpio, yo me encargaría de eso. Porque sí, ese es el poder que tiene sobre mí.

Tuve que quedarme un par de horas más para compensar las que había perdido por llegar tarde. Al salir estaba furioso. Había sido una mañana muy larga, y Maxi con ayuda de Luis no me dejaron en paz ni un segundo. Ellos son dos obstáculos que tengo que eliminar para poder llegar a mi objetivo.

Aparte, no había visto a Tomás y no sabía por qué no estaba ahí.

La semana no pasó mejor, era tratado como una mula de carga, Luis y Maxi, sobre todo Maxi, me hacían la vida imposible y no me daban tregua, Tomás me ignoraba, solo me hablaba para remarcarme algunas cosas o saludarme.

Tuve mi celular apagado toda la semana, aunque sí estuve trabajando con algunos clientes fijos que tenía, a los cuales no podía defraudar ya que varias veces esos clientes se aparecían con regalos bastante caros, incluso uno de ellos me había conseguido los documentos, otro un celular de última generación, otro una tarjeta de crédito, incluso había logrado conseguir mi departamento cogiendo con una persona que era asquerosamente rica.

Muchas de las cosas que actualmente tenía me las habían dado a pagar en cuotas de demandantes de sexo, y por eso eran flexibles con el dinero.

Me sentía en la obligación de estar cuando ellos lo requerían. Esa era mi vida.

Al llegar a mi departamento, sentí la soledad por todo mi cuerpo. Esa semana que había pasado, no había logrado nada con Tomás, y mi cuerpo y mi mente estaban completamente agotados.

Me acosté en mi cama a pensar.

¿Valía la pena todo lo que estaba haciendo por un hombre que me ignoraba?

Podía tener al hombre que quisiera, y tenía más de un pretendiente que me había prometido sacarme de esta vida de mierda.

¿Por qué ahora no podía quitarme de la cabeza a ese hombre?

Recordé la primera vez que lo vi en la entrada, estaba muy nervioso no podía articular palabra, podía sentir su corazón latir la primera vez que lo vi desnudo, tan dispuesto a mí, tan sumiso y a la vez tan delicado, tan frágil.

Muy diferente al hombre que veía ahora… ¿un padre?

Esta semana vi varias veces a Santy en la tienda, corriendo de un lado para otro. Todos los empleados lo querían, lo llenaban de besos, abrazos y hasta regalos. Cuando él llegaba a la tienda, Tomás se transformaba en un ser completamente diferente, pendiente de su hijo y, en algunos casos, demasiado sobreprotector.

Pero ese niño lo valía. Los primeros días fue el pequeño el que se me acercó para presentarse y para entrar en confianza conmigo.

¿Cómo habrá hecho para tener un hijo?

¿Alquiló un vientre?

El nene no tiene rasgos parecidos a Tom, seguramente adoptó.

También me di cuenta de que no me había cruzado con la persona que era su esposo. Había escuchado más de una vez hablar de unos papeles, a Luis diciendo que faltaba firmar esto para que todo acabara y que el tarado no iba a poder reclamar nada. Mmm…

¿Se habría divorciado?

Esa idea me hizo levantar de la cama.

-¡Basta! –me dije para mí mismo– sí vale la pena, y no me voy a dejar intimidar, él va a ser mío y ya sé cómo atraerlo a mí.

Salí de mi departamento y caminé a pasos rápidos hasta una juguetería que se encontraba a unas cuadras de mi casa.

Al día siguiente me dirigía a la tienda decidido a hablar con Tomás y con un Transformers tamaño extra grande para el pequeño, lo había visto varias veces con remeras y gorras de ellos.

El único momento en que Tomás se encontraba vulnerable era cuando su hijo estaba cerca -pensé-. Sé que está mal usar a un niño para llegar a él, pero no se me ocurría otra forma. Y la paciencia se me estaba agotando.

Al entrar al local, fui rápidamente interceptado por Maxi.

—¿Y ese muñeco? —preguntó.

—¿Te importa? —respondí.

—Si pensás llegar al jefe a través del pequeño, te aviso que estás muy equivocado. Para empezar, no eres su tipo. A él le gustan las personas sin barba, menos musculosas, más jóvenes como yo —dijo, intentando intimidarme. Era evidente que no sabía toda la historia.

—Mirá, no tengo por qué darte explicaciones a vos —sonreí—. Y creo que deberías informarte mejor.

No iba a perder el tiempo hablando con esa persona que no tenía idea de lo que estaba diciendo. Confío en que Tomás y yo estaremos juntos, o eso espero.

Caminé a paso seguro hasta él, pero a medida que me iba acercando, nuevas dudas aparecían en mi cabeza. Fui bajando mi ritmo, ya no estaba tan seguro de ese plan. Creí que lo mejor sería salir corriendo.

Pero ya era tarde. Estaba frente a él.

—¿Y ese muñeco? —dijo Tomás mirándome seriamente. Nunca en mi vida había sentido tanta vergüenza.

—Para mi amigo Santy —respondí, mientras lo guardaba en una bolsa. Por suerte, Tomás me miró y no dijo nada.

La mañana transcurrió con normalidad. Alrededor del mediodía, como siempre, llegó muy alegre Santy. Esa alegría provocaba que todos quisieran abrazarlo. Me acerqué a él y lo tomé por sorpresa, haciendo que el pequeño saltara de contento.

—Hola, peque, ¿cómo te portaste en el jardín hoy?

Le hablaba ignorando todas las miradas que caían sobre mí, sobre todo la mirada de furia que venía de Diego.

—Ben, hoy la seño nos enseñó a contar —dijo un animado niño mientras me miraba fijamente a los ojos. Por un momento, tuve la necesidad de abrazarlo con fuerza. Algo en mi pecho empezó a molestarme.

—Muy bien, te tengo un regalo —le dije sacando de la bolsa el muñeco Transformers. La cara de Santy se iluminó por completo. Tomó el paquete con tanta euforia que casi lo rompe. Lo ayudé a abrirlo y ambos nos pusimos a jugar en el medio del local sin importarnos nada.

Lo único que sabía era que detrás de nosotros estaba Tomás mirando toda la escena con lágrimas en los ojos. Y esa sensación que había sentido en mi pecho, estaba empezando a ser una sensación cálida que crecía dentro de mí que empezaba a crecer cada vez que Santy me miraba y me sonreía.

Tomás

Después de una semana de que Germán se presentara con el regalo para el Peque, como cariñosamente lo llamaba, se había vuelto muy unido a él. Cada vez que llegaba del jardín corría a sus brazos, obviamente, después de saludar a su padre.

No lo veía del todo bien. No estaba muy seguro de cuánto quería que esa amistad siguiera creciendo.

—Mañana vienen los inversionistas. Si todo sale bien, nos darán el dinero para abrir más sucursales y transformar nuestro pequeño negocio en una de las cadenas más grandes del mundo en venta de videojuegos —comentaba Luis muy contento.

—¿Nuestro local? ¿Más grande del mundo? ¿No estás exagerando? —pregunte a Luis, mientras me apoyaba en la barra del local. Estábamos celebrando el éxito de nuestro negocio podría llegar a tener.

—¡Yo cuando me imagino las cosas me las imagino en grande!

—¿O sea que te gustan las grandes? —interrumpe Germán con una sonrisa la conversación que Luis y yo estábamos teniendo.

—¿Y a ti quién te está hablando? ¿Terminaste de barrer la vereda? – pregunté, con un tono de voz molesto. Germán me había vuelto a interrumpir en una conversación importante

—Sí, ahora estaba por limpiar los vidrios como el señor jefe me lo había pedido.

—Te lo pedí horas atrás. ¿Todavía no lo terminaste? Estás muy lento. Y sabes que no me gusta eso.

—Sí, jefe —me respondió Germán, quien miró hacia abajo y fue a buscar las herramientas para empezar con la limpieza de los vidrios.

—No entiendo a ese tipo. ¿Sigue con su otro trabajo? —preguntó Luis.

—Termina las presentaciones para mañana. Todo tiene que estar perfecto. Voy a ir a buscar a Santy al jardín y de ahí a ver a Marcelo que quiere ir a ver unas casas —dije, ignorando la pregunta de mi mejor amigo.

—¿Y Die? ¿Por qué no fue él?

—Me dijo que no podía. En serio necesito una niñera.

—Recuerda, mañana vienen los inversionistas a la misma hora que sale Santy. ¿Podrá ir a buscarlo?

—Sí, Diego me confirmó que sí.

Terminé la conversación y tomé las cosas para salir a buscar a mi hijo.

Cuando salí del local vi a Germán limpiando el vidrio. Se veía tan malditamente sexy, muchas de las personas que pasaban por la calle se paraban a mirarlo, tanto hombres como mujeres. Eso me ponía un poco celoso, pero no dije nada. No iba a dejar que se diera cuenta de que su presencia me afectaba tanto o más que antes.

Aunque admito que tenerlo cerca me ayuda. No puedo explicarlo, el solo hecho de verlo sonreírme me daba fuerzas. Fuerzas que necesitaba para salir adelante.

Al día siguiente todos estábamos corriendo de un lado para otro antes de la llegada de los nuevos inversionistas. El local tenía que verse lo mejor posible. Yo estaba tan metido en los papeles de la presentación que ni en la hora me había fijado, hasta que Germán me habló.

−Tengo un regalo para el Peque, espero que no te moleste.

−Para nada –respondí sin levantar la vista, y atendí el teléfono que había empezado a sonar.

−¿Hola? ¿Cómo?, ya voy para allá.

Corté la llamada con mucha fuerza, provocando que todos en el local, se acercaran para ver qué pasaba.

− ¿Qué pasó? –dijo Luis algo asustado.

−Tengo que ir al jardín, hubo un problema, un niño hizo llorar a Santy.

−No te podés ir, los inversionistas están por llegar –me frenó Luis.

−Santy está en el jardín llorando, pidiendo por mí, me importa una mierda los inversionistas, tengo que ir por mi hijo y hacerle pagar al niño que lo hizo llorar.

−Primero te calmas, segundo son niños ellos se golpean todo el tiempo y tercero, a los inversionistas no los podés mandar a la mierda, ¿si querés voy yo?

Luis trataba de calmarme ya que estaba muy exaltado, pero en verdad me enoja cuando alguien toca a mi niño.

−¡No!, ¿qué voy a hacer?, no podés ir vos, te necesitó acá.

−Voy yo ‒dijo Germán que estaba escuchando todo desde atrás nuestro, nos dimos vuelta a verlo.

−¿Qué? El Peque me quiere, y me conoce, ustedes dos no pueden ir, soy su única opción.

−Sabés que no confío en este tipo, pero tiene razón, no podemos irnos ninguno de los dos –dijo Luis con una mirada amenazante a Germán.

−Está bien, voy a llamar a la escuela para avisarle que tú iras a retirar a Santy.

Acepté de mala gana.

Después de darles las indicaciones para llegar al jardín, Germán salió de la tienda.

¿Estaba haciendo lo correcto?

Solo espero que salga todo bien.

Germán

Camino hasta mi auto que se encontraba a varias cuadras del local. No había querido que nadie viera mi nuevo auto, que obviamente con el sueldo del local no me lo podría haber comprado.

Al llegar a mi destino, estacioné en el lugar justo cuando una mujer estacionaba su flamante auto rojo. La mujer, al bajar, me guiñó el ojo y me regaló una sonrisa. No le presté mayor atención.

Estaba algo nervioso. Nunca había ido a un jardín a retirar a un niño. Nunca pensé hacerlo, pero cuando escuché que alguien había hecho llorar al Peque, me puse furioso casi tanto como su padre, o tal vez peor. Tenía un deseo irrefrenable de prender fuego el lugar. Había aparecido de la nada. Iba a buscar al culpable y lo iba a llevar a la silla eléctrica. No me importaba si era menor de edad.

Al presentarme en la puerta, fui llevado directamente a la dirección donde se encontraba Santy, con los ojos completamente humedecidos. Rápidamente vino a mis brazos y siguió llorando. Lo intenté calmar, pero no logre, y eso me enojaba mucho más. Si tuviera un arma en estos momentos… Le dije un par de palabras para tranquilizarlo, pero una vieja gorda y fea me interrumpió.

—Disculpe, ¿usted es el otro padre de Santiago?

—Sí, soy yo. —afirmé, con ganas de estrangular a la señora, quien, por lo visto, se había dado cuenta.

—Soy la directora, por favor pase por aquí.

La directora me guió hasta su oficina, donde se encontraba la mujer del flamante auto rojo con un niño muy sonriente en sus brazos de la misma edad que Santy.

—Ella es la Señorita Mabel y él, su hijo, quien le dijo cosas un poco desagradables a Santy.

—¿Un poco? —estallé—. ¡Mire cómo llora desconsoladamente! ¿Un poco desagradable? ¡Acaso me está cargando! Mi hijo está muy asustado por las cosas que este mocoso le dijo, y usted dice un poco desagradable…

—Son niños, a esta edad uno no puede controlar lo que dicen o hacen. Estoy segura de que mi hijo lo siente y no va a volver a repetirse.

Respondía muy alegre la señorita mientras me miraba fijamente y me volvía a guiñar un ojo.

—Ya veo de dónde sacó lo desagradable el niño… Por su bien, espero que no se vuelva a repetir. ¿Puedo retirarme?

—Sí, adelante. Nuevamente le pedimos disculpas y nos aseguraremos de que esto no vuelva a pasar.

Miré a las dos mujeres con el ceño fruncido. Sin decir una palabra, salí de ese lugar directo a mi auto. Cuando iba llegando a él, con Santy en brazos, recordé la conversación de Luis y Tomás: el niño era muy chico para recibir un castigo, pero la madre no. Saqué la llave que tenía en mi bolsillo, pasé por el flamante auto rojo y le dejé un rayón enorme de un lado. Miré a Santy, que se había dormido en mis brazos, y esa rara sensación se instaló de nuevo en mí. Ahora la reconocía. Pensé que ya no la tenía, pensé que ella se la había llevado cuando se fue de mi lado.

Cuando llegué a mi auto, me di cuenta de que tenía un problema:

¿Cómo llevaría a Santy hasta su casa en ese auto?

Es un auto nuevo nada seguro para niños.

Después de varios minutos, llegué a la casa de Tomás. No vivía lejos, pero fui más lento de lo normal, ya que Santy venía sentado en el asiento de adelante para que no le pasara nada malo. Por suerte, Tomás me había dado la llave de su vivienda. No quería tener que llevar al Peque a mi casa.

Al llegar, me encontré con una casa bastante moderna y bien cuidada. Llevé al niño a su habitación, lo acosté tratando de no despertarlo, pero fue inútil.

—¿Vos me querés? —preguntó, aún con lágrimas en los ojos.

—Claro que te quiero, ¿por qué preguntas eso?

—Porque mi papi Alexis se fue igual que mis otros papis, nadie me quiere, todos me dejan. —dijo poniéndose a llorar—Yo me porto bien. No quiero que te vayas. No me abandones, como todos.

Esto último lo dijo casi gritando.

—Lo abracé con todas mis fuerzas; las lágrimas habían empezado a brotar de mí, recordando cosas que, pensé que había olvidado.

—Escúchame bien, pequeño. Tienes un papi que te ama con toda su alma. Bueno, hoy no pudo estar aquí, pero ya debe estar por llegar. Pero lo tienes a él y a mí. Ninguno de los dos vamos a dejar que te pase nada malo. Ahora vamos a preparar algo para comer.

Los dos nos fuimos a la cocina a preparar algo para comer. Aunque ninguno de los dos sabía cocinar, por lo tanto, decidimos ir a comer afuera.

Pero ¿a dónde?

Después de meditarlo un poco, decidí llevarlo al restaurante donde había ido con Tomás en nuestra primera cita. Sin embargo, rápidamente cambié de opinión. Era un lugar para adultos, y pasado el mediodía el lugar se llenaba de borrachos y había mucho olor a cigarrillo.

Salí de ahí casi corriendo. Llamé a un taxi, pues no había llevado mi auto porque no lo sentía seguro, hasta que no comprara una silla para niños.

La segunda opción fue un restaurante enorme en el centro. Sin embargo, cuando llegué a la entrada, me sentí raro. Comer allí solo con un niño, ni siquiera sabía qué le gustaba a Santy. Salí del lugar un poco frustrado. Tan difícil podría ser dar de comer a un niño… Me entristecí un poco, pues pensé que estaba haciendo todo mal, otra vez.

La tercera opción fue una parrilla, pero tampoco me gustó la idea cuando vi a Santy poner mala cara por el humo que salía de la cocina.

–¡Por dios! Qué come un niño de esta edad. –pensé.

Me di cuenta, que, en todo el viaje, a las diferentes opciones, Santy había estado callado sin decir una sola palabra y con la vista muy perdida.

Me agaché hasta quedar a su misma altura.

–Dime Peque ¿qué quieres comer?… vamos Peque soy nuevo en esto y quiero que te sientas cómodo. Dime.

–¿Hamburguesas?

–Tienes razón, ¿por qué no se me ocurrió antes?

Tomás

Estaba muy ansioso por llegar a mi casa. La reunión con los inversionistas había resultado bastante bien, había logrado un gran acuerdo. Pero no estaría feliz hasta que no viera a mi hijo y averiguara lo que había pasado en ese jardín. No era la primera vez que se generaba un conflicto con él. Tenía que cambiarlo, pero la cercanía a mi casa y a mi trabajo lo hacía el lugar ideal.

Al llegar me encontré con un auto en la puerta que llamó mi atención. Era un vehículo de alta gama.

Me imaginaba de quién sería.

Una vez adentro, vi un gran desorden como jamás antes había visto. Juguetes por todos lados. En la mesa había un montón de dibujos y material para dibujo. Uno me llamó la atención, estaba dibujado con lápiz, era un retrato de Santy sentado en la mesa dibujando. Era una gran imagen, muy bien hecha, parecía la de un profesional.

Nuevamente miré a mi alrededor. No recuerdo haber visto mi casa de esa forma. Empecé a sentir una sensación tan hogareña.

El desorden me hizo sonreír. Era un desorden feliz, un desorden de vida. De un niño que estaba creciendo, aprendiendo y creando.

Me senté en el sofá y miré el retrato de Santy. Era un retrato hermoso, lleno de vida y expresión.

Alexis siempre obligaba a Santy a levantar sus juguetes y a tener la casa lo más limpia posible.

Me fui acercando al cuarto del pequeño y, cuando abrí la puerta, casi me desmayo. En la cama estaba acostado Germán y, encima de él, se encontraba Santy. Era una imagen hermosa. Si hubiese tenido una cámara, la habría sacado.

Con una rápida mirada recorrí toda la habitación. Me encontré con los almohadones tirados por todos lados.

—Tuvieron una guerra de almohadas —me dije para mí mismo. Acercándome más, pude notar que Santy estaba profundamente dormido con una gran sonrisa. En su mano, tenía un muñequito de esos que te dan en el lugar de comidas rápidas.

Germán lo abrazaba para evitar que se caiga al piso, pensé que estaba dormido, pero no lo estaba, me acerque un poco más y el abrió los ojos.

—Llegaste —dijo Germán.

—Hola, pensé que estabas dormido.

—Dormí algo, pero el Peque no se queda quieto —dijo, intentando levantarse sin despertar al niño.

Una vez que logramos sacarlo de encima a Santy y lo acostamos en su cama, ambos fuimos a la cocina. Germán tenía cara de estar enojado por algo.

—Tenés que sacarlo de ese jardín.

—¿Te crees que no lo sé? No es tan fácil. Ese lugar está cerca de todo. Me facilita mucho las cosas.

—Yo me voy a encargar de buscarle un mejor lugar, también de llevarlo y traerlo.

—No tienes ninguna responsabilidad con él. Yo soy su padre.

—Escúchame. Ese niño vale oro. No voy a permitir que sufra más de lo que sufrió.

Me dio miedo la forma en que lo dijo. Sus ojos se pusieron rojos. Estaba furioso. Era la primera vez que me hablaba de esa forma.

—No tienes por qué decírmelo. Lo sé muy bien. Y no voy a dejar que nada malo le pase.

Ambos nos quedamos en silencio, hasta que el celular de Germán sonó.

—¿Algún cliente?

—Sí, tengo que irme. ¿O tú quieres de mis servicios?

—No, gracias. Solo no te olvides que mañana debes entrar a trabajar temprano.

Sin decirme más nada, Germán tomó su campera y se retiró.

Con un nudo en la garganta me acerqué nuevamente hasta la habitación de mi hijo, donde lo encontré despierto jugando con su nuevo juguete.

—¡Hola!, papi… te quiero… Ger, ¿se fue?

El pequeño saltó a mis brazos cuando me vio entrar.

—Sí, tenía un trabajo que hacer.

—¿Él va a ser mi nuevo papi? —Me preguntó sin dejar de ver su nuevo muñeco, se notaba que le gustaba mucho.

—¿Qué?, no creo hijo, él puede ser tu nuevo amigo, pero nada más… por el momento.

—Papi, si me porto bien, ¿él puede ser mi nuevo papi?

—Jajajaja hijo, te quiero mucho —dije abrazándolo fuertemente, este niño tiene cada ocurrencia…, ¿un nuevo papi? Por el momento no pensaré en eso. Me enfocaré en mi trabajo y en mi hijo.

Lo dejo en su cama para buscarle la ropa que usaría para dormir. Giro mi rostro hasta una mesa que hay en la habitación de mi hijo y encuentro el juguete al cual se le había salido el brazo. Esta vez, el juguete estaba arreglado. Sonreí para mis adentros.

Germán

Me levanté en la mañana, temprano. No había logrado dormir nada. Había tenido tres clientes a los que no había podido complacer muy bien. Me costó mucho concentrarme. Mi mente estaba en lo que había pasado la tarde anterior.

Ahora, al ver toda mi casa, la sentía tan vacía, tan fría. Nunca me había importado, pero hoy la encontraba muy distinta. Tenía ganas de salir corriendo de ese lugar. No podía reconocerlo como mi hogar.

Tomás

Me levanté cuando un enérgico Santy se tiró encima de mí. Esa mañana el Peque estaba mucho más contento que otras. No paraba un segundo de contar todo lo que había hecho el día anterior con su nuevo gran amigo Ger.

Eso me asustaba un poco. No por el hecho de que Santy le tomara cariño a Ger, sino porque no podía recordar cuándo fue la última vez que Alexis y Santy se habían divertido tanto como lo que el Peque me estaba contando.

Me preparé y fui a dejar a mi niño al jardín. De ahí, fui al local. Quería verlo. No sé por qué, pero necesitaba verlo.

Los dos llegamos al local casi simultáneamente. Maxi ya nos estaba esperando con dos cafés en la mano. En realidad, estaba esperándome a mí.

—Tom, buen día —dijo con una gran sonrisa entregándome el café.

—La próxima vez que traigas café, tráelo para todos —dije muy seriamente—. Ger, ve a la esquina y compra un café para desayunar.

—¿Ger? —Tanto Maxi como Germán dijeron al mismo tiempo. Nunca lo había llamado de esa forma. Sonriendo para los dos, entré al local y me senté frente a la computadora a revisar unos archivos.

La mañana transcurrió con normalidad, o eso parecía.

No podía dejar de pensar ni de mirar a Germán, y por lo visto, este no dejaba de mirarme ni de pensar en mí, ya que lo pesqué varias veces mirándome y sonriéndome.

Alguien de los dos tenía que hacer algo.

-Ger… Germán –dije algo nervioso–. Tengo que ir a buscar a Santy al jardín. ¿Te gustaría acompañarme?

Germán me miró a los ojos, y pude ver que estaba igual de nervioso que yo.

-Me encantaría. Tal vez podríamos ir a comer algo con el Peque.

Asentí con la cabeza.

-Sí, es una buena idea. Al Peque le gustaría.

Germán sonrió.

-Bien, solo déjame decirle a Maxi que nos vamos.

Maxi estaba sentado en la barra, tomando un café. Cuando Germán le dijo que nos íbamos, frunció el ceño.

-Max, te quedás solo. Tom y yo vamos a buscar a Santy y de ahí a comer. Después, quién sabe. Pero no te preocupes. Según tú, no soy su tipo.

Me acerqué y me puse detrás de una puerta para escuchar lo que Germán le decía. Al terminar de hablarle, se alejó de un Max que tenía los ojos más abiertos de lo normal y una furia muy grande creciendo dentro de él.

El camino al jardín fue muy tranquilo, íbamos los dos en el mismo auto, ninguno sabía qué decir, hubo un par de miradas, pero nada más. Realmente parecíamos dos adolescentes.

Al llegar al jardín lo primero que vimos fue el flamante auto rojo con un flamante rayón.

−Ese es el auto de una de las mamás de los compañeritos de Santy, le daría un premio al que hizo eso –dije en tono burlón. Es incómodo estar con una persona y no saber cómo actuar, por lo tanto, preferí cortar esa tensión.

−¿Qué clase de premio?

−Jajá. Una noche de sexo salvaje -lo dije sin pensar, con intención de sonar divertido y tratar de calmar la tensión entre nosotros, jamás pensé en que podría llegar a responderme.

−¡GENIAL! –exclamó, mostrándome con orgullo las llaves que todavía tenían un poco de pintura roja−. ¿Dónde reclamo mi premio?

−¿Fuiste tú?

−Sí, resulta que esa rubia teñida es la mamá del gnomo que hizo llorar ayer al Peque, y como está mal visto pegarle a un niño o a una mujer, bueno, tomé una pequeña venganza por haberle hecho daño a mi hijo –afirmó muy confiado y casi sin pensarlo, me di cuenta que lo dijo de forma natural.

-¿Qué acabas de decir?

-Eh… yo… nada…

La campana del jardín sonó justo en ese momento, salvándonos de aquel incómodo momento. Fue como si nos hubieran salvado de una condena.

En el fondo, me gustó lo que dijo.

Los dos nos dirigimos a la puerta. Germán caminaba más rápido, con la cara roja de vergüenza por lo que había dicho. Yo, caminaba más tranquilo, aunque por dentro estaba emocionado por lo que había escuchado. No quise hacerme ilusiones, sabía muy bien que estaba jugando con fuego.

También me di cuenta de que no fue buena idea traer a este hombre al jardín. Había muchas mujeres que lo miraban con deseo y le hacían insinuaciones. Y es que, con esos hermosos ojos y esa barba ese porte de macho alfa…

–Basta -me dije a mí mismo.

Mientras esperábamos a que Santy saliera, varias mujeres se acercaron con intenciones de coquetear con alguno de nosotros dos, pero ninguno les hicimos caso. Ambos estábamos metidos en nuestros propios pensamientos.

Cuando empezaron a salir los niños, los dos empezamos a buscar con la mirada al Peque. Al verlo, se le iluminó la carita como nunca antes y salió corriendo hacia donde estábamos. Se detuvo a un par de pasos, no sabía a quién abrazar primero. Los dos, al ver la difícil decisión que intentaba tomar el menor, y como si uno leyera el pensamiento del otro, nos agachamos al mismo tiempo y quedamos a la altura de él.

Aprovechó para abrazarnos a los dos, tirándonos al piso y estallando en risas.

Todos, alrededor, nos miraban como si fuera un papelón lo que estábamos haciendo; pero no nos importó.

Nosotros tres en ese momento nos volvimos uno solo y aunque no lo éramos, sentí que ese era un gran momento familiar.

Los tres felices nos fuimos al local de comidas rápidas, obviamente el lugar fue elegido por el Peque, que quería ir a los juegos del local. Se encontraba sumamente feliz al tenernos juntos.

Germán

Me di cuenta que esa era la oportunidad que estaba esperando para poder hablar, mientras el niño estaba en los juegos.

−Lo siento –comencé a decir mirando para abajo.

−¿Qué? ¿Por qué? ¿Pasó algo?

−Por lo de hace 5 años, 2 meses y 3 días.

Tomás me miró fijamente, entendiendo a lo que me estaba refiriendo

−Sé que esa mañana fue muy difícil para vos, pero quiero que sepas que para mí también.

−Germán, lo que haya pasado en ese momento, ya no importa. Tú tomaste tu decisión y yo la mía. Ahora como adultos tenemos que hacernos cargo de ellas.

−Lo sé. Pero me equivoqué, yo en ese momento no tenía nada para ofrecerte.

−¿Y ahora lo tienes?, −me Interrumpió Tomás– es evidente que no, pero ¿alguna vez te pedí algo?, yo te quería a ti y no me importaba nada más.

−¿No te importaba saber que cogía a cada hora con una persona distinta? ¿Que mi pija y mis besos no eran solo tuyos? ¿o que cada vez que me llegaba un mensaje, yo tenía que dejar todo y salir a complacer a otro?

−¡Mierda no! –gritó Tomás–. Porque tú volverías a mí, porque sin importar nada tú dormirías conmigo cada noche, porque sé que en tu corazón serías mío, porque yo no te tendría que pagar para que tengas sexo conmigo, o esperar a que estés disponible, eso tal vez sí, pero no importaba, yo conocería los secretos de tu cama, yo habría sido la persona que verías cada mañana al despertar. Y con eso me hubiese bastado.

Los dos nos miramos fijamente, el mundo se detuvo, todo se había desvanecido, no había nada ni nadie a nuestro alrededor.

−¡Papis!

Santy llegó hasta donde estábamos, rompiendo nuestra burbuja, devolviéndonos a la realidad.

–Tengo sed.

Miramos al mismo tiempo al pequeño con cara de ángel y los dos tuvimos el mismo pensamiento.

−¿Querés ir a la plaza? –preguntó Tomás a su hijo tratando de sonar natural, ya que la pequeña conversación que habíamos tenido lo había dejado un poco mal. −Ger. ¿Venís con nosotros?

−Siií –gritó con entusiasmo Santy tomándonos de la mano.

Me sentí muy emocionado por esa simple invitación.

El camino a la plaza fue muy tranquilo, Santy fue hablando todo el viaje, y cuando nos bajamos del auto el Peque se puso en medio de los dos y tomó nuestras manos, nos arrastró a los juegos.

Tomás

No podía recordar cuándo Alexis y yo habíamos llevado a Santy a la plaza, creo que nunca.

Pasamos casi toda la tarde en ese lugar, hasta que el Peque empezó a sentir sueño y entonces decidimos marcharnos, pero antes de que Germán suba al auto, su teléfono sonó, congelándolo.

−¿Un cliente? –pregunté, no quería, pero sé que soné medio triste.

−Seguramente.

−Ve, el deber llama –dije tratando de sonar cómico, pero era obvio que no lo estaba– ¿si terminás temprano ven a casa a cenar con nosotros?

−¡Siiiií! -se escuchó desde adentro del auto, eso logró que los dos sonriéramos.

−Me encantaría.

Germán

Despidiéndome, de esas dos personas que ponen mi mundo de cabeza, caminé hasta mi departamento, pensado, y olvidando por completo que mi auto estaba en el local.

Por suerte todo quedaba relativamente cerca, y caminar ayuda aclarar mis ideas.

Al llegar a mi departamento me encuentro con un chico rubio, ojos verdes, algo rellenito y algo tímido.

−Hola, ¿tú eres Germán?

−Sí, perdón por hacerte esperar ‒dije mientras abría la puerta y lo dejaba pasar– pon el dinero en esa mesa y sácate la ropa.

−Que frío eres, pensé que ibas a ser más cariñoso −dijo de mala gana mientras hacía lo que le había dicho.

−El tiempo corre –lo apuré.

Cuando quedó completamente desnudo se acostó en la cama quedando a mi disposición.

Lo miré; le dediqué una sonrisa y me subí encima de él para empezar a besar su cuello; el rubio estaba completamente al palo, pero no podía sacar de mi mente a Tomás y a su hijo, me estaba costando ponerme duro, y el rubio lo estaba notando.

−¿Sucede algo?

−No, escúchame bien, aquí yo doy las órdenes, ¿se entiende? Ahora quiero que con tus dulces labios me chupes el pene como si no hubiese mañana, ¿ok?

Sin decir una palabra el rubio metió mi pene, medio duro en su boca y empezó a mamar; al sentir esos labios empezó a ponerse firme, después de un buen rato, lo levanté poniéndolo en cuatro.

Me quedé un momento viendo ese imponente trasero, pero mi cerebro trajo la imagen del trasero de Tomás, sacudo mi cabeza para lograr sacar esos pensamientos y concentrarme en mi cliente que pedía atención; dándole una nalgada logré que el rubio se voltee y me fulmine con la mirada.

−No me pegues, no me gusta.

Lo miro confundido, pero el cliente siempre tiene la razón, aunque no me agrade, besé donde le había pegado y meto mi lengua en el agujero del rubio que empezó a gemir. Luego metí un dedo para dilatar al cliente, y este, continuó gimiendo más y más, ya con dos dedos, decidí que estaba suficientemente dilatado, saqué de abajo de la almohada un forro y un sobre de lubricante, me puse el forro y apunté la cabeza de mi pene, humedecí con el lubricante al agujero del cliente, empecé con un suave vaivén; y luego fui aumentando el ritmo, no me di cuenta cuánto tiempo pasó, pero sentí cómo los músculos alrededor de mi pene se contraían y cómo la respiración del rubio cambiaba.

−¡Por Dios voy a acabar! –dijo en el momento preciso, ensuciando la cama, saqué mi pene y me recosté en la cama.

−¿No vas a acabar? –me preguntó el rubio.

−Tú acabaste, es lo importante, por favor vístete que en cualquier momento tengo otro cliente.

Obviamente el rubio se enojó por como lo traté, se vistió y salió del lugar muy enojado, no me interesó, no me preocupó tratar mal a un cliente, ellos siempre vuelven, saben que yo les doy lo que ellos quieren y que los hago gozar como nunca nadie en sus vidas. Soy bueno siendo un Taxiboy.

Después de que el chico se marchó, recibí otro cliente, luego otro y luego otro. No pude estar a la altura de la situación. Tuve que tomar una pastillita que solo uso en caso de emergencia, cuando el cliente no me excita lo suficiente, y eso pasaba muy pocas veces.

Cuando me di cuenta, eran pasadas las diez de la noche. Rápidamente me bañé y salí a la calle. Primero pedí un taxi para ir al local a buscar mi auto y luego fui a la casa de Tomás. Creí que él ya se había ido a dormir por lo tarde que era, pero cuando llegué vi las luces de la casa encendidas.

Me sentía un poco extraño y no quería entrar, no estaba seguro de qué hacer. ¿Y si llamaba y cancelaba todo? No, tomando valor bajé del auto y me acerqué a la puerta. Respiré profundo y golpeé.

La puerta se abrió y un pequeño duende, con su piyama ya puesta, se me lanzó a los brazos, derribándome y dejándome en shock.

−¡Santy! ¡Mirá lo que hiciste!

Apareció Tomás con un delantal de cocina, que para mi mirada resultaba demasiado sexy.

−Déjame ayudarte –Tomás me ofreció su mano para que pudiera levantarme.

−Estoy bien –dije levantándome con el Peque en mis brazos.

−Llegás tarde –decía Santy mientras se refregaba los ojos, clara señal de sueño.

−Perdón es que tuve mucho… –no quise terminar la frase.

−Me imaginé no te preocupes, vamos, la cena ya está lista.

La casa se sentía tan cálida, tan hogareña. Había juguetes del Peque por todos lados, la mesa estaba puesta y un olor a comida casera se podía sentir por toda la habitación.

−Santy, andá a lavarte las manos.

−¿Me ayudás? –el Peque me dijo con una gran sonrisa.

−Claro, vamos al baño, yo también tengo que lavarme las manos.

Los dos fuimos al baño, Santy estaba con una energía increíble y no dejaba de hablar, yo en cambio me sentía raro.

Me sentía ¿sucio? Estuve más de lo normal para lavarme las manos y si no hubiese sido por las insistencias de Santy, todavía estaría dentro del baño.

Una vez en la mesa, todo pasó normalmente, la conversación era fluida, gracias a Santy.

Pero yo todavía me seguía sintiendo raro, una sensación de asco se instaló dentro de mí.

Tomás

Veía toda la escena con una sensación muy rara. Agradecía que Santy hablara, pero él no era así. Siempre en la cena estaba callado y el que hablaba era Alexis.

La atmósfera que había dentro de la casa en estos momentos era muy agradable.

−Está muy rica la pasta –dijo Germán.

−Papi es un graaaannnnn cocineroo –dijo con un largo bostezo Santy.

−Gracias a los dos por los cumplidos, realmente amo cocinar.

−Ja, yo cocino, pero hace mucho que no como comida casera, creo que las cosas que están en mi cocina nunca se usaron.

−¿Nunca tuviste un novio que te cocine?

−Eh… No… Tuve uno hace mucho, pero por mi trabajo nadie quiere saber nada conmigo, aparte todavía no llegó el hombre que realmente me enamoré.

−Papi, tengo sueñoooo −interrumpió Santy ya casi dormido.

−Yo lo llevo a la cama, ¿podés ayudar con las cosas de la mesa? –dije mientras levantaba a Santy.

−Sí, es lo menos que puedo hacer. ¡Adiós campeón!

Germán saludó con un fuerte beso al niño medio dormido en mis brazos, esa imagen se grabó en mi cabeza y no sería fácil de olvidar.

Germán se puso a lavar los platos y estaba tan concentrado que no sintió cuando entré a la cocina y puse mis manos en su hombro.

El susto fue tan grande que Germán saltó y se cortó la mano con un vaso que estaba lavando, provocando un gran corte.

−Perdón, no me di cuenta que… creí que me habías visto–dije tomando una servilleta.

−Estoy acostumbrado a estar solo, y ni siquiera sé lavar unos platos ya que normalmente ceno afuera, –dijo mirándome fijamente mientras lo ayudaba a lavarse la mano en la bacha de la cocina. En ese momento estábamos muy cerca.

−Tengo que irme −se apresuró a decir Germán.

−¿No te querés quedar?, es tarde y podríamos tomar una copa de vino.

−Realmente quiero, pero… Tengo otro cliente que me acaba de llamar.

Sé que mintió, puedo verlo en sus ojos.

−Ah, bueno, andá. ¿Y la mano?

−No te hagas drama no se va a dar cuenta, –dijo mientras se dirigía a la salida– muy rica la comida… adiós -saliendo lo más rápido posible de la casa, subiendo a su auto.

Me quedé mirándolo desde la puerta de la casa, pensando en si estaba bien, si esto era correcto. Tenía miedo e inseguridad.

Germán

Llegué a mi casa y fui directamente a la ducha, me sentía sucio, muy sucio.

Estuve horas bajo la ducha refregando todas las partes de mi cuerpo, −esto no puede seguir, tiene que terminar, esto terminó –dije saliendo de la ducha mirándome en el espejo.

Qué me está pasando, ¿otra vez va a volver a repetirse la misma historia?

Esta sensación de estar sucio la siento porque soy un ser despreciable, no puedo jugar de esta manera con los sentimientos de Tomás, porque no solamente le haría daño a él, sino también al Peque.

No soy bueno para retener a las personas que me importan, tarde o temprano me terminan dejando, debo quedarme solo, sé que lo entenderá, es una persona mucho más madura de lo que era antes.

A la mañana siguiente no tenía nada de ganas de presentarme a trabajar, ni de salir de la cama. Lo único que logré hacer fue mandar un mensaje a Luis avisando que no iría. Luego enviaría otro, avisando que ya no volvería. –Es lo mejor para todos –me dije a mí mismo.

A media mañana me levanté muy desganado. Varios clientes me habían llamado, pero los había rechazado a todos. No me sentía de humor.

Fui hasta la cocina para preparar algo de café. Sonreí.

La bebida favorita de él, claro, después de la cerveza.

Pensé mientras me servía el café y me iba a la mesa. Siempre me había gustado mi casa, pero hoy la veía tan gris, tan aburrida, tan limpia, tan ordenada.

El timbre sonó y eso me sacó de mis pensamientos. De mala gana me acerqué a la puerta y sin mirarla abrí. Casi me desmayo cuando lo vi ahí parado como hace casi cinco años atrás, pero mucho más maduro, mucho más interesante, mucho más hombre.

− ¿Qué hacés acá? –Fue lo único que pude decir.

−No te presentaste a trabajar –dijo abriéndose paso para entrar a mi casa, auto invitándose.

−No me siento bien –dije cerrando la puerta– voy a presentar la renuncia.

−¿Ganas más siendo puto?

−No.

−¿Entonces? ¿cuál es la razón por la que vas a renunciar?

−Qué querés que te diga –dije mirando hacia abajo, no tenía el valor para verlo a los ojos, sé que nada de lo que diga será útil.

−¿Por qué no me mirás a los ojos?

−No puedo seguir, por favor ándate –levanté la mirada hacia los ojos de Tomás, era hermoso, no podía evitarlo, estaba enamorado de él.

−Hace cinco años me dijiste algo parecido, hace cinco años tomaste una decisión por los dos. Yo la acepté y renuncié a vos sin pelear.

−No sigas… ¿No entendés?… Vos y Santy, y yo… no…

me estaba empezando a poner muy nervioso

-¿Por qué no podés entender que nosotros no podemos tener un futuro juntos? No soy el indicado para dar amor.

−¿Qué?

−Vos sabés, yo no puedo, anoche cuando fui a tu casa–empecé a hablar más tranquilo, sentándome en el sillón de la sala– me sentía sucio, no podía soportar estar en la misma casa que ustedes después de… no solamente eso, vos estás en cada pensamiento mío, por más que quiero no logro concentrarme, traté de ocultar este sentimiento dentro de mí, pero no puedo, aun después de tantos años sigue vivo y esperando que me correspondas.

−Te correspondo −me interrumpió Tomás, pero no lo dejé continuar.

−¡No!, mierda, ¡no! No podés amar a una persona como yo, no soy digno de vos. No sabés nada de mí, no sabés que no sé cocinar, no sabés que toco la guitarra, que me gusta cantar, no sabés nada de mi pasado, ¡no sabés nada! No sabés cuánto mal hice en mi vida, a cuánta gente lastimé… Jamás me perdonaría si a ustedes les llegara a pasar algo.

Una cachetada me interrumpió; con una mano en mi mejilla y sorprendido, miré a Tomás que estaba a punto de llorar, jamás nadie me ha levantado la mano.

−Dejá de decir boludeces, es verdad, no sé nada de vos, pero estas últimas semanas me di cuenta de quién sos, cuando estás con Santy te volvés un papá oso. No te importa nada, te esforzás por hacer bien tu trabajo sin importar que no sepas nada. Te enfrentaste a la escuela y a la rubia tarada sin necesidad. Puede ser que todavía no te conozca lo suficiente, pero vos a mí tampoco y sin embargo muchos años después me buscaste y me enfrentaste, ¿por qué? Por una vez, dejá de ser un cagón; una vez te escapaste. ¿Pensás hacer lo mismo ahora? ¿Acaso no te valorás?

Simplemente miré hacia abajo, no tenía nada que decir, sus palabras eran duras, pero reales.

‒Muy bien, tienes razón, me tengo que ir, no eres la persona que conocí hace tantos años; yo crecí, maduré y me hice cargo de mis decisiones y un claro ejemplo es Santy. Yo avancé y ¿tú?, retrocediste –me dijo Tomás mientras caminaba hacia la puerta con la vista levantada–. No eres la persona que conocí. No eres la persona de la que me enamoré… no te vuelvas a presentar a trabajar y no vuelvas a presentarte en mi vida nunca más. Este es un adiós, es un final.

Tomás empezó a caminar hacia la salida decidido a sacarme de su vida. Ya estaba todo dicho.

O tal vez ¿no?

Cuando estaba a punto de abrir la puerta lo tomé de la mano y lo hice girar, lo acorralé contra la pared para que no escapara, puse la mirada intensa, como sé que a él le gusta y no la aparté.

−No voy a permitir que me hables así– dije tan fríamente, logrando que Tomás temblara de miedo. –No tenés idea de lo que yo viví, de las decisiones que yo solo tuve que tomar, y… de… lo… que perdí.

En esa última palabra las lágrimas empezaron a salir de mis ojos.

−No. No la tengo– me volvió a interrumpir Tomás. Pero fue demasiado tarde, ya había comenzado a besarlo.

Un beso lleno de pasión, de sentimientos, de necesidad.

Sin darnos cuenta, no sé en cuánto tiempo, ya estábamos en la cama completamente desnudos, nuestras manos viajaban por todo el cuerpo, ambos nos deseábamos, ambos necesitábamos esto.

Tomás se separó, me miró y me dijo: -Necesito saber que mañana no desparecerás como hace cinco años.

−Yo… necesito saber. ¿Estás dispuesto a intentar que esto funcione?

−Sabés cuál es mi respuesta.

−Y vos la mía.

Volvimos a besarnos con más ganas y a jugar con nuestras manos.

Nuestras erecciones estaban al máximo, gotas de líquido pre seminal caían de ambos, necesitaban atención urgentemente; con un movimiento rápido, giré y metí el pene de Tomás en mi boca, este no perdió tiempo e hizo lo mismo, formando un 69 perfecto, ambos chupábamos con mucha fuerza, como si nuestras vidas dependiesen de ello.

Sin sacar el pene de su boca, llevé los dedos al agujero de Tomás empezando a penetrarlo y a darle fuertes nalgadas, provocándole gemidos que no lograban salir de su boca, ya que tenía mi gran pene dentro de ella.

Tomás sacó su pija y se levantó poniendo su trasero justo encima de mi cara abriéndolo con ambas manos para que mi lengua tuviera mejor acceso.

Mientras que Tom me masturbaba con la mano, lo penetraba con la lengua, hasta que este no aguantó más y lo giré; quedé acostado en la cama y coloqué a Tomás encima de mí, para poder ver su rostro mientras. Los dos estábamos disfrutando, el uno del otro, ambos nos sentíamos completos, una sensación de paz nos invadió a los dos.

Cuando mi pene estuvo por completo dentro de MI Tomás, este empezó a cabalgar con fuerza y a gemir como una puta en celo; desde mi posición lo miraba con tanta pasión, ver el rostro de satisfacción me llenaba, no necesitaba acabar para sentirme realizado, ver ese hermoso rostro me colmaba de alegría y satisfacción por completo.

Pude sentir que los músculos de Tomás se tensaban, significaba que estaba por llegar al orgasmo; inmediatamente tomé el pene de este y empecé a masturbarlo, logrando sacar gran cantidad de semen y esparcirlo por todo mi pecho; al sentir el líquido tan caliente en mi pecho y en gran cantidad no aguanté más y también acabé llenando el interior de mi amante.

Tomás gruñó al sentir ese líquido caliente en su interior, me miró fijamente.

Una palabra se estaba formando en mi boca, pero tenía miedo de que saliera, usé las pocas fuerzas para no abrirla, y no decir algo, de lo que me pudiera arrepentir luego.

Llevé mis manos sobre mi pecho y recogí un poco de semen.

−Esta es tu esencia, yo te marqué acabando dentro tuyo, ahora vos me marcarás con tu esencia dentro mío -y sin decir nada, llevé el líquido que recogí a mi boca y me lo tragué-. Ahora te pertenezco para siempre.

Tomás se inclinó para besarme probando un poco de su esencia.

Ambos dormimos abrazados.

Estuvimos durmiendo una o dos horas cuando el sonido del mi celular nos despertó.

−¿Un cliente? −dijo adormecido Tomás.

−Sí, pero no lo voy a atender, quiero quedarme con vos–dije dejando que el celular siga sonando.

−Atendelo, de todas formas, tengo que ir al local, solo dame tiempo para bañarme.

−En serio ¿no te molesta?

−Ya te dije que no. Cuando termines, vení a comer con nosotros a casa, Santy se puso triste cuando se levantó y no te vio –dijo dirigiéndose al baño.

−Está bien, voy a tratar de terminar temprano para ir -dije viendo ese hermoso trasero que escurría algo de semen. Una gran sonrisa se dibujó en mi rostro, si Tom quería darle una oportunidad a esto, yo, aunque tuviera miedo no se la negaría

‒adelante –me dije.

Me puse muy contento cuando terminé con mi último cliente a las 7:00 de la tarde. Llamé rápidamente a Tomás para avisarle que iba a ir temprano a su casa para comer con ellos. Me bañé, me puse mi mejor ropa y me preparé para salir. Cuando fui a tomar mi celular, este empezó a sonar. -¡Por favor, que no sea otro cliente! -rogué.

Por suerte no era otro cliente sino Tomás preguntándome si podía pasar por el super para comprar una botella de vino.

Suspiré y me pregunté si esto podía ser una escena familiar normal.

Me dirigí hasta mi habitación y descorrí un cuadro homoerótico que estaba en frente de mi cama, detrás de este se encontraba mi caja fuerte.

Al abrirla contemplé la gran cantidad de dinero que tenía. Siempre me preguntaba qué haría con él. Con muchos años de trabajo había logrado acumular una pequeña gran fortuna. Aparte, antes de conocer a Tomás, había hecho un trabajo: fingir ser el novio de un multimillonario. Eso me había dejado mucho dinero, más de lo que ganaba en un año.

Una vez, un cliente me aconsejó depositar mi dinero en un plazo fijo por unos años para generar intereses. No lo necesitaba, pero ya tenía tres plazos fijos de miles de pesos en tres bancos diferentes, a varios años.

Soy bueno en este trabajo. Aparte, le dedicaba todas las horas de mis días, y no tenía gastos. Ya que siempre estaba solo. ¿Lo seguiría estando?

Esta noche sabría esa respuesta.

Junto a todo ese dinero, también había un arma, la cual se encontraba cargada y lista para ser usada. Hace un año, un cliente trató de propasarse conmigo. Soy fuerte, pero él tenía un arma y me apuntó. Tuve miedo de morir, pero por suerte el disparo nunca salió y pude darle una gran golpiza al viejo verde que quería más de lo que podía pagar.

Desde ese momento supe que, si quería seguir haciendo esto, debería tener más cuidado y tener algo que me protegiera en caso de que las cosas se complicaran. Me quedé unos minutos contemplando el arma. Había aprendido a disparar, sé usarla y tengo permiso para tenerla. Espero nunca tener que acudir a ella.

Salgo de mi casa y subo al auto. Miro para el asiento de atrás y veo la silla que le había hecho colocar a mi hermoso vehículo para poder llevar a Santy a cualquier parte. Fue una muy buena idea.

Dejo mi auto en el estacionamiento de un supermercado que hay cerca de mi casa. Me sentía feliz. Bajé con una gran sonrisa y entré al lugar.

Dentro del supermercado, muchos me miraban fijamente. Soy consciente de mi atractivo; no solo se debe a mi belleza natural, sino también a mi manera de vestir. Desde hace tiempo, opto por marcas exclusivas; llevo puesta una camisa blanca y unos pantalones negros, un conjunto que tiene un alto valor monetario. Además, llevo accesorios que me hacen sentir poderoso y hermoso. No fue hasta hace unos meses que alguien me ayudó a comprender el impacto que tiene la ropa que usas. Cada vez que entro en un lugar nuevo, tanto hombres como mujeres suelen voltear a mirarme.

Lo peor, intentan coquetear conmigo, aunque sin éxito.

Siempre pensé que si querían estar conmigo, entonces deberían pagar.

Fui a la parte de vinos y un repositor se me acercó con una gran sonrisa.

−Buenas noches señor. ¿Puedo ayudarlo en algo?, -me dijo mientras me miraba de arriba abajo, nada disimulado y mordiéndose los labios; otra vez la misma historia, a veces era agotador cuando esto sucedía.

−Sí, quiero llevarle un buen vino a mi futuro novio. ¿Qué me recomienda? –dije sin dejar de ver los vinos– ¿tiene algún sector de juguetería para llevar a mi futuro hijo algo también? –Agregué con una gran sonrisa mientras giré mi rostro para ver su reacción.

−No, –contestó de mal humor– la venta de bebidas alcohólicas es hasta las 21, si no se apura no va llevar nada‒dijo alejándose de ahí, yo simplemente lo miraba alejarse con una sonrisa.

−Tom tiene un mejor culo que ese flaco – pensé.

Una vez comprado el vino, pasé por una juguetería que encontré en el camino. Allí, tuve casi la misma escena que en el supermercado, pero esta vez con una mujer.

Finalmente, llegué a la casa de Tomás. Estaba muy ansioso. Antes de bajarme del auto, miré mi celular y lo apagué. Esta vez no me sentía sucio, todo lo contrario. No quería que nada arruinara esta noche.

Me bajé del auto, fui hasta la puerta. Antes de golpear, dejé las cosas en el suelo. Me agaché lo más que pude y golpeé.

La puerta se abrió, y, como esperaba, un pequeño duende salió corriendo con su pijama puesto. Me abrazó con todas sus fuerzas. Esta vez estaba preparado y no me tiró al suelo como la primera vez.

Estaba feliz.

−¡Hola Peque! Te extrañé tanto -dije con una sonrisa, las palabras eran completamente sinceras, porque en verdad lo extrañé, a los dos, no puedo evitarlo ya, son parte de mi vida.

Detrás del niño apareció Tomás, también con una sonrisa, me ayudó a levantar las cosas que había dejado en el suelo.

Santy se puso a jugar con su nuevo juguete muy emocionado, mientras que Tomás y yo lo mirábamos desde la cocina tomando un poco de vino.

−¿Te gustaría quedarte a dormir, claro si no tenés ningún cliente esta noche?

Me preguntó Tom de la nada, esa pregunta me puso un poco tenso.

−Me encantaría ‒respondí mientras me acercaba al Peque para jugar con él, eso lograría bajar un poco mis nervios y sacaría de mi la tensión que tengo…

Parecíamos dos niños, ya que os dos nos divertíamos con el nuevo juguete que le compre, y aunque no haya visto ninguna de las películas de Tranformer este juguete me gustaba mucho.

−Niños, a lavarse las manos, la comida ya va a estar–gritó Tomás desde la cocina, provocando que los dos, estalláramos de la risa, ambos nos levantamos y fuimos al baño jugando una carrera para ver quién llegaba primero; obviamente, Santy ganó.

La cena estuvo mucho más agradable que la otra, se sentía un aire de armonía, paz y amor. Al terminar, Tomás trajo el postre, frutillas con crema. Resultó ser mi favorito y el de Santy, suscitando una pequeña pelea entre nosotros dos, por ver quién comía más frutillas con mayor cantidad de crema; nuevamente Santy ganó, pero quedó lleno de crema, ambos empezamos a reír por cómo lucía el Peque.

Tomás era un simple espectador, no dijo ni una palabra, tenía una sonrisa muy grande en su rostro. Yo no recordaba cuándo había tenido una cena como esa, creo que nunca en mi vida… quiero que esta se repita todas las noches.

−Muy bien mi pequeño guerrero, es hora de ir a dormir–dijo Tomás, mientras trataba de limpiar a Santy.

−No tengo sueñoooo –dijo este, con un gran bostezo.

−Vamos. Te voy a llevar a la cama mientras tu papá levanta la mesa –me apresuro a decir, tomando en mis brazos al Peque, que otra vez bostezaba.

Tomás

Ya habían pasado alrededor de diez minutos desde que Germán y Santy habían entrado a la habitación, era sabido que, para dormir al Peque, primero tendría que pasar por una guerra de almohadas o algo por el estilo, y tal vez Germán tendría que leerle algún cuento.

Estaba lavando los últimos platos cuando siento que alguien me abrazaba por detrás y empieza a besar mi cuello.

−¿Se durmió? –pregunté girando para rodear mis brazos en su cuello.

−Sí –dijo plantando un beso en mis labios− tengo un par de problemas.

−¿Cuáles? –pregunté un poco asustado.

−Primero no tengo piyamas, en realidad no uso. Me gusta dormir completamente desnudo en cualquier época del año.

−No es un problema ese –respondí algo más relajado.

−Segundo −tomó mi mano y la llevó a su entrepierna– tengo un pequeño, que todavía no está dormido.

−Bien, debo encargarme de dormirlo, y seguramente debe querer jugar.

−Tercero, último y más importante… Una vez que pruebe tu cama voy a querer dormir todas las noches contigo y verte despertar todas las mañanas.

Ambos nos miramos y nos besamos, pero este beso era distinto, transmitía sentimientos, era un beso cálido, tranquilo.

Los dos fuimos a la habitación y nos acostamos en la cama tamaño King.

No perdí el tiempo y lo desnudé tan rápido como pude.

−Tranquilo bonito, esta vez hay tiempo de sobra -me dijo acariciando mis mejillas.

En mis labios, se empezó a formar una palabra, no me sentía preparado para decirla aunque tenía muchas ganas, el miedo se hacía presente; ya habría tiempo.

Estuvimos toda la noche haciendo el amor, los dos despertamos cuando sentimos unos suaves golpecitos en la puerta.

Me giré y vi a Germán durmiendo tan tranquilo… Una sonrisa apareció en mi rostro. Él era perfecto.

−Buenos días –habló Germán abriendo los ojos –sos muy lindo cuando te despertás.

−Buenos días, vos también. –La sonrisa seguía en mi rostro, pero se me fue cuando vi la hora.

−¡Es tardísimo! –Salí de la cama asustado, y otra vez los golpecitos en la puerta-. Con razón Santy está despierto.

Germán se puso el bóxer y fue a abrir la puerta para que Santy entrara.

Mientras, también, me ponía la ropa interior.

−¿Dormiste con mi Papá?

Miré a Germán un poco desorientado ante la pregunta del Peque.

−Eh… sí… −le respondió Germán.

−¡Entonces voy a tener hermanitos!, quiero tener hermanitos –exclamó saltando de felicidad; mientras Germán empezaba a reír, Santy se quedó quieto y lo miró fijamente

−¿eres mi nuevo papi?

Germán se puso pálido antes la pregunta del niño.

−Ey pequeño hombrecito es hora de bañarse, por lo visto no vas a ir al jardín, es muy tarde y yo tengo que ir al local–interrumpí haciendo racionar rápidamente a Germán que se agachó a la altura de Santy y le dijo.

-ya veremos.

−Ger, andá al cuarto de Santy y traeme algo de ropa mientras preparo el baño.

−¿Yo? –preguntó confundido.

−Sí vos. Ayudame por favor.

−Hace mucho que, no visto a un menor, y cuando lo hacía… no era muy bueno.

−No es tan difícil, andá al cuarto de Santy y traeme un pantalón y una remera, están en su ropero –le pedí mientras me llevaba a Santy a la ducha.

Germán

Entro al cuarto del pequeño con algo de miedo, tratando de no tocar nada. «Esto es inútil», me digo para mí mismo. «Ayer estuve jugando guerra de almohadas en esta habitación y ahora entro como si estuviera a punto de robar algo».

Fui hasta el ropero y vi un pantalón vaquero muy chiquito y una remera blanca de sus personajes favoritos. Sonreí, pensando en lo bien que se vería con esa ropa.

Salí de la habitación y me dirigí al baño. Al entrar, la escena que vi me llenó los ojos de lágrimas.

−Te dejo la ropa del Peque aquí.

−¿Viste que no era tan difícil?

Habló en tono burlón Tomás, mientras me salpicaba juguetonamente.

−Bien, me voy a cambiar.

Entro al cuarto y empiezo a cambiarme, viendo a mi alrededor la habitación es bastante amplia, y la cama muy cómoda. Podría acostumbrarme a vivir aquí.

−¡Germán!

Escuché el grito que salía desde el baño, fui corriendo con el pantalón apenas abrochado, pensando que algo malo había pasado.

−¿Qué? –entré al baño algo exaltado.

−No me trajiste un bóxer para Santy.

−Vos no me lo pediste– pensé algo confuso.

−Es obvio que si se va a bañar tiene que ponerse ropa nueva incluyendo el bóxer, o vos cuando te bañás ¿no te cambiás la ropa interior? −preguntó con una sonrisa.

−Es verdad, disculpá, ya vuelvo.

Salgo del baño y me dirijo a la habitación del Peque. Al entrar, abro el primer cajón de la cómoda y encuentro las medias. Lo cierro pensando que no son lo que estoy buscando. Abro el segundo cajón y veo un montón de bóxer del Peque. Me quedo mirando fijamente, pensando en cuál sería el indicado. Yo solo uso bóxer blancos, pero en el cajón hay de todos los colores. Al final, tomo uno blanco.

Cuando voy a salir, me choco con los zapatitos del Peque. Recuerdo que entró la habitación de su padre descalzo esa mañana, así que seguramente los necesitaría. Los tomo y camino de vuelta al baño, orgulloso de llevar los zapatitos del niño.

−Acá está el bóxer del Peque y mirá, te traje las zapatillas–le mostré con una sonrisa.

−Perfecto. ¿Y las medias?

−¿Medias?

−Sí, medias, van en los piecitos, antes de poner las zapatillas.

Sin decir una palabra y con el ceño fruncido, salí del cuarto de baño y fui hasta la habitación una vez más. Quién diría que fuera tan difícil vestir a un niño.

Abrí el cajón donde había visto las medias, pero lo que encontré fueron todas sin pares. Empecé a buscar, pero ninguna tenía par. Abrí varios cajones más, hasta que encontré uno con todas las medias nuevas, sin usar. Tomé unas blancas y salí de vuelta al cuarto de baño, rezando para tener todo, y no tener que volver a buscar otra prenda.

−Acá tenés. ¿Por qué tenés tantas medias sin pares?

−En esta casa siempre que termino de lavar desaparecen medias. No sé qué ocurre, es como si un fantasma se llevara las medias de Santy.

−¡Ahh! ¿Querés que prepare café mientras terminás de vestir a Santy?

−Claro.

−Yo quiero leche –gritó el Peque muy emocionado.

Deposité un beso en la cabeza del pequeño y me fui a la cocina.

Caminaba a ella cuando escuché sonar el celular de Tomás que se encontraba en la mesita de luz, miré sin importancia al aparato, hasta que me doy cuenta que era una llamada de Max. Rápidamente tomé el celular y atendí.

−¿Hola? ¿Qué quieres?

−¿Eh? ¿Este es el celular de Tom?

−Sí, pero tu jefe se está bañando. ¿Qué necesitas?

−¿Quién eres tú?

−No reconoces mi voz.

−¿Germán?, eres un desgracio, dile por favor a Tom que se apure, no puedo entrar al local y…

−Sí… sí… sí, yo se lo diré a tu jefe.

Corté la llamada y tiré el celular encima de la cama. Me dirigí a la cocina con entusiasmo. Hoy iba a ser un gran día.

Entré a la cocina y quedé boquiabierto al ver lo grande que era. No había podido apreciarla antes. Vi cajones y estantes por todos lados, incluso electrodomésticos de última generación. En una esquina, había un par de cajas de mudanza con algunas cosas dentro. No les di mayor importancia. Comencé a preparar el café para mi ¿novio?, y la leche para mi ¿hijo? Todavía era demasiado pronto para llamarlos de esa forma.

Por suerte, no me resultó difícil encontrar lo que necesitaba para prepararles un desayuno decente.

Al cabo de unos minutos, entraron a la cocina Tomás y Santy.

−Qué lindo te ves –dije tomando al Peque de los brazos de su padre.

–Espero que te guste la leche que te preparé.

Santy se sentó en la mesa y empezó a tomar toda la leche y a comer las galletitas que le había colocado.

−Este es tu café… me tomó tiempo, pero creo que descubrí cómo te gusta.

−Está muy rico -dijo dando un sorbo y guiñándome un ojo. Está recién levantado y aunque ya está vestido y listo para ir a trabajar, tiene… no sé cómo describirlo exactamente, pero tiene algo que lo hace ver más hermoso de lo que es, se ve más radiante, no puedo negarlo, es hermoso y estoy completamente enamorado de él.

−Estaba pensando, ¿tenés que ir al local?

−Sí.

−Bueno, yo me quedo con el Peque, hasta que salgas. ¿Qué te parece?

−Mmm. No sé.

−Tú, compañero, ¿quieres pasar toda la mañana conmigo?

−¡Chí! ‒dijo el pequeño con la boca llena de comida. Se veía muy gracioso, aunque a su padre mucho no le agradó, y aunque se veía gracioso, hay modales que tendría que aprender.

−Santiago no hables con la boca llena.

−Perdón.

Agachando la cabeza en modo de disculpa, por Dios este niño es tan adorable.

−Perfecto, vos andá al local, el Peque y yo nos vamos a divertir, más tarde te vamos a visitar.

−¿Y tus clientes?

−No te preocupes, puedo atenderlos por la tarde cuando salgas del local, y a la noche volveré para cenar contigo.

Tomás

Asegurándome de que Germán y Santy iban a estar bien, salí rumbo al local donde esperaba encontrar a Max en la puerta. Al llegar, pude notar dos vasos de café arrugados en el suelo, como si alguien los hubiese apretado en sus manos. También noté que Max estaba manchado con un poco de café en su camisa blanca. Además, se encontraba muy molesto.

−Perdón por hacerte esperar –dije sin poder mirarlo a los ojos.

−No importa… ¿Quisiera saber si me puedo cambiar de sucursal?

Preguntó de la nada, muy enojado; creo que se dio cuenta por qué llegué tarde, era una pena, parece un buen trabajador.

−Sí claro, no hay problema.

La mañana transcurrió tranquila. Mandé a Maxi a otra sucursal e hice venir a Luis. Tenía mucho que hablar con él. Necesitaba a alguien con quien descargarme. Necesitaba a mis amigos.

Estas últimas horas habían pasado muchas cosas y todavía no podía asimilarlas muy bien.

Cuando llegó Luis, ambos nos pusimos a hablar de todo lo ocurrido en tan pocos días.

−¿Vos estás seguro de esto?

−No.

−¡Ay! Tom, ¿qué voy a hacer con vos?

−No seas tonto.

−El único tonto acá sos vos. Tenemos que juntarnos todos para hablar de esto.

−Sí, necesito unas cervezas bien frías con mis buenos amigos.

Pasamos el resto de la mañana hablando hasta que fuimos interrumpidos por un pequeño, con una sonrisa muy contagiosa.

−¡Papi! ‒dijo Santy entrando al local y corriendo hasta mis brazos, un niño muy animado, como hace mucho no veía.

−Hola, ¿qué anduvieron haciendo? ‒Pregunté sin dejar de mirar a Germán que tenía una gran sonrisa. Era una sonrisa auténtica, no la que les daba a sus clientes, era una sonrisa que solo yo o Santy podíamos ver.

−Tuvimos en la plaza y fuimos a comprar juguetes.

−¿Más?, −preguntó Luis.

−Sí, para un niño que se porta bien, nunca es suficiente–respondió Germán; Luis y yo nos miramos y preferimos guardar nuestros comentarios.

Santy se dirigió a la sección de consolas portátiles, donde se quedó mirando con fascinación. Los tres adultos nos quedamos mirándonos, sin saber qué decir.

De repente, alguien entró al local y se dirigió directamente hacia nosotros. Nos quedamos paralizados, mirándonos el uno al otro, sin saber qué hacer.

El hombre se acercó con cautela, sin darse cuenta del niño que estaba mirando las consolas. Una vez que estuvo cerca, sacó un arma de su cinturón y gritó con voz nerviosa:

-¡Nadie se mueva!

Los tres nos dimos vuelta para ver al sujeto que apuntaba el arma. Estaba muy nervioso.

−Tranquilo ‒dijo Tomás; se notaba que estaba tratando de mantener la calma, mientras él decía eso, yo intentaba ubicar a Santy.

−¡Callate! -gritó apuntando el arma a Tomás, el ladrón estaba muy nervioso, y yo un poco asustado, no quería que nada malo les pase a las personas que estaban alrededor mío, jamás me lo perdonaría.

−¡Papi!

Apareció Santy corriendo, sin darse cuenta de lo que estaba pasando.

El ladrón giró, apuntando el arma al menor. Germán, con gran destreza, corrió hasta donde estaba Santy y lo abrazó con todas sus fuerzas. Un disparo fue lo único que escuché.

Un líquido rojo brotaba por debajo del cuerpo de Germán, y no dejaba de fluir.

Lentamente, cerró los ojos.

Corrí hacia donde estaba su cuerpo, con lágrimas en los ojos.

—Te amo —fue lo único que pude decir, mientras cerraba sus ojos por completo.

Lentamente fue cerrando sus ojos.

Corrí hacia donde estaba su cuerpo con lágrimas en mis ojos.

–Te amo. –Fue lo único que pude decir mientras cerraba sus ojos por completo.

Epílogo

Tomás

El sol entra por mi ventana, eso me despertó.

Busco medio dormido a la persona que hace un par de semanas me había confesado su amor, pero no la encuentro.

Giro mi cuerpo para mirar el techo de la habitación, no puedo creer lo rápido que pasó el tiempo y todo lo que había pasado.

Me había mudado a una casa mucho más grande que la anterior con un par de habitaciones extras, un parque muy, pero muy grande.

Era todo lo contrario de lo que le había pedido a Marcelo, pero como siempre, mi amigo me sorprendía.

Incluso el precio, me pareció muy barato por lo que es.

Aunque creo, que había algo raro atrás de todo esto.

Las lágrimas empezaron a caer cuando me acordé de lo que había pasado tiempo atrás, de cómo Germán había salvado la vida de mi hijo, y de esa palabra…

En ese momento me di cuenta que las cosas hay que decirlas cuando uno las siente y no esperar a que el momento perfecto llegue, porque podría no llegar nunca más.

Por esa razón me prometí decírselo cada 5 minutos.

Me levanté de la cama, me puse la bata y caminé silenciosamente hasta la cocina, donde se encontraba Santy con cara de enojo, mirando fijamente a unas tostadas quemadas, y un Germán sin remera con un brazo vendado tratando de controlar su risa. Esa escena me resultó muy tierna, y, nuevamente, las lágrimas empezaron a brotar mientras silenciosamente miraba y escuchaba lo que pasaba.

−Se quemó otra vez –decía Santy cruzando los brazos y mirando enojado la tostada.

−Somos malos en la cocina Peque –dijo algo cómico y algo frustrado.

−¿Y ahora? –dijo desilusionado.

−Mmm dejame pensar… en la esquina hay una panadería que hacen desayunos, podemos ir a comprar uno y decirle a tu Papi, que nosotros lo preparamos.

−¿Eso no es mentir?

−Eh, es una mentira piadosa, aunque seguro se va a dar cuenta.

Terminó de decir y empezó a ponerse una remera tratando de no forzar mucho el brazo vendado. Luego de hacerlo, miró hacia donde me encontraba y me guiñó el ojo.

−Apurate Peque antes que tu Papi se despierte y nos arruine la sorpresa por su cumpleaños.

Los dos salieron de la casa. Por suerte, Santy no se había dado cuenta de que yo estaba despierto. Volví a mi habitación y me acosté nuevamente, me quedaría ahí hasta que esos dos vuelvan con el desayuno.

Mi cabeza empezó a revivir lo que había pasado ese día.

Después del disparo, el ladrón salió corriendo del local muy asustado. Luis llamó rápidamente a la policía y al servicio de ambulancia. Yo estaba en shock, no podía moverme. Había mucha sangre; y lo peor, no sabía de quién era esa sangre.

Después de unos minutos, me acerqué temblando y vi cómo los ojos de Germán se cerraban.

Logré escuchar una palabra salir de sus labios. Lloraba con todas mis fuerzas.

Luis apareció y trató de mover a Germán para ver la herida y para ver a Santy que estaba hecho un bollito abajo del cuerpo de Germán, asustado. No podía decir ni una palabra.

Reaccioné al verlo y lo abracé. Lo levanté y lo llevé al fondo del local, por más que quería quedarme y saber cómo se encontraba Germán. Mi hijo estaba temblando de miedo al igual que yo. Pude sentir a lo lejos que una ambulancia se acercaba.

Me aseguré que Santy no estuviese lastimado y me dispuse a salir, para ver a Germán… cuando estaba por abrir la puerta, esta se abrió bruscamente, Diego entró y me abrazó muy fuerte.

−Tranquilo, los médicos dijeron que no es nada grave, lo van a llevar al hospital para asegurarse −dijo tratándome de calmar–, deberías ir con ellos, yo me llevo Santy a casa, llamé a Marce para que vaya al hospital y se quede con vos.

−¿Cuándo llegaste? –fue lo único que pude decir.

−Pasaba por aquí cuando escuché el ruido de la ambulancia y vine rápido para acá.

−Gracias.

Le di un gran beso a Santy y salí, me subí a la ambulancia y nos fuimos rumbo al hospital.

Una vez en el hospital, me dijeron que tenía que aguardar en la sala de espera.

Habían pasado diez minutos cuando llegó mi amigo Marcelo.

−Hola pibe. ¿Se sabe algo?

−No. −dije muy bajo, casi como un susurro, todo mi cuerpo está temblando, tenía miedo, mucho miedo.

−Tranquilo todo va a estar bien.

−Tuve que habérselo dicho.

−¿Qué cosa?

−Lo que siento por él, no sé si voy a tener oportunidad.

−Estás exagerando las cosas –me interrumpió Marcelo–, el disparo no fue certero. Por lo que Luis pudo ver no fue nada grave.

−¿Entonces por qué se desmayó?

−Hay que esperar a ver qué dice el médico… Tom, tengo que decirte algo, esta mañana Ger me llamó para…

Fuimos interrumpidos por el médico que salió del quirófano, empezó a llamar a los familiares de Germán. Al escuchar su nombre me levanté rápidamente y me acerqué al doctor, necesitaba saber que él estaba bien.

−Él se encuentra muy bien, le sacamos la bala, y ahora lo llevaremos a una habitación privada −dijo con una sonrisa. Parecía bastante tranquilo, y eso ayudó a que yo me tranquilice.

−Qué bueno.

−¿Usted es la pareja? −preguntó el médico.

−Sí.

−Muy bien, necesito que vaya a recepción y lo registre.

Busqué entre las pertenencias de Germán y encontré su documento y el carnet de la obra social, los tomé y fui a registrarlo, me quedé unos segundos viendo la foto de su documento, lucía joven y atractivo como ahora, aunque mucho más lindo.

Una vez hecho el trámite fui a toda prisa a la habitación donde se encontraba.

Entré sin golpear, me asustó un poco la imagen que vi, pero luego observé que dormía profundamente con una sonrisa en su rostro, eso me dio mucha calma.

Tenía puesto una intravenosa y varios aparatos más.

Me acerqué y tomé su mano; en un susurro dije −Yo también.

Me senté en el sillón de la habitación para mandar mensajes a mis amigos, para avisar que estaba todo bien, que tenían que esperar a que despierte. Eso ocurrió alrededor de las dos de la mañana, cuando lo hizo, yo dormía, o trataba de dormir medio incómodo en el sillón.

Trató de sentarse en la cama, pero el dolor de su brazo no lo dejó mover y un grito se le escapó, despertándome por completo.

−¿Qué creés que estás haciendo?, −preguntó, mientras me ponía al lado, lo empecé a examinar con detalle para saber si se encontraba bien.

‒Dejá de mirarme de esa forma, estoy bien… quería hacerte lugar para que te acuestes conmigo.

−¿Estás loco?, mirá si te lastimo.

Ambos nos quedamos mirando muy fijamente, ambos queríamos decir una palabra, pero no nos animábamos.

Me acerqué lentamente y le di un suave beso en los labios.

−Gracias.

−¿Por qué? –preguntó confundido.

−Por haberlo salvado. Te…

La puerta se abrió dejando entrar a la enfermera que venía a controlar a Germán. Lo miré y me di vuelta, pero me tomó de la mano y no me dejó continuar, ambos nos miramos –yo también –dijo.

A la mañana siguiente Germán rogaba para que lo dejen ir, me dijo que no le gustaban los hospitales, que le traían malos recuerdos. Después de mucho ruego y algunos gritos lo dejaron ir, pero con la promesa de que iba a hacer reposo.

Fui yo quien se acercó al médico y le aseguró, que así sería, ya que me lo llevaría a mi casa en donde no tenía ningún tipo de poder. Cuando llegamos, Santy lo recibió con un tierno abrazo, tenía miedo de lastimarlo, él también lloró, aunque era chiquito entendía lo que había pasado. Germán lo abrazó despacio y también lloró. Yo, al verlos, también lloré.

En la casa se encontraban Luis, Diego y Marcelo.

Estuvieron hablando toda la mañana hasta la hora del almuerzo.

Me llevé al Peque para lavarle las manos y sentarnos a comer.

Germán

Cuando vi que Tomás se llevó a Santy para lavarle las manos aproveché a hablar con uno de sus amigos; aunque no me caen muy bien, en esta ocasión su ayuda me servirá.

−Marcelo, ¿hiciste lo que te pedí? ‒pregunté asegurándome que Tom no apareciera.

−Ay boludo, ayer casi meto la pata.

−¡Qué raro vos! –exclamó Luis.

−¿Tenés algo que decir?, –lo cuestioné con una mirada furiosa.

−Chicos no empiecen, ¿qué tenías que hacer? –preguntó Diego mirándome de mala gana, sabía que aún no me toleraba, no me importaba, es mutuo.

−Germán me habló pidiéndome que cambie los criterios de búsqueda de la casa para Tomás y Santy, me dijo que busque una más grande y en una localidad mejor.

−¿Y eso por qué? –preguntó con el ceño fruncido.

−Porque quiero que él sea mi novio y quiero que tengamos un hogar donde nosotros podamos generar nuestros propios recuerdos. Tomás y yo necesitamos un lugar donde empezar de cero. Obviamente con Santy.

−¿Y tú vas a estar con él mientras también te acuestas con otros? ¿Qué clase de futuro puedes darle si cada vez que suena ese celular tienes que salir a cogerte a algún tipo?,‒dijo muy molesto Diego. Justamente por eso no lo tolero, porque tiene razón en todo lo que dice.

¿qué futuro puedo darles a ellos dos?

¿Y si me vuelvo a equivocar?

¿Y si vuelvo a fallarle a las personas que quiero?

En ese momento entraba Tomás a la sala con Santy en brazos, y mi celular empezaba a sonar, otro cliente. Diego me mira con furia en sus ojos, mientras yo miraba la pantalla de mi celular, levanté la vista de ella para ver el rostro de Tomás, aunque sonreía parecía apagado, eso me hizo dar cuenta de una cosa.

−No vas a poder atender a los clientes con ese brazo todo vendado.

Me levanté del sillón y fui hasta la puerta seguido de todos, miré nuevamente mi celular, mi iPhone; miro a Santy y a Tomás.

–Los elijo a ustedes dos.

Tras decir eso aventé mi celular lo más lejos que pude con mi brazo sano, este, se estrelló contra el suelo rompiéndose en mil pedazos.

Giré, me acerqué a Tomás y me puse de rodillas.

-Los elijo a ustedes dos ahora y siempre, en las buenas y en las malas; Tom, llegaste a mi vida en busca de pasar un buen rato, para mí eras un cliente más, pero te fui conociendo y me fui enamorando más y más, hasta que no lo pude controlar y tuve que escapar para no lastimarte; una vez me llamaste cobarde y lo era, porque tenía miedo, miedo de perderte, miedo de que no sintieras lo mismo que yo, miedo…

−Callate por favor –dijo Tomás entre lágrimas interrumpiéndome– solo tenés que decir una palabra, y voy a ser tuyo para siempre.

Me levanté, lo abracé por la cintura con mi mano sana, y lo besé.

Todos, menos Diego, aplaudieron, y Santy saltaba de contento, aunque no entendía mucho lo que pasaba.

Tomás

Sentí la puerta de mi habitación abrirse, me metí entre las sábanas y cerré los ojos para que no se dieran cuenta de que estaba despierto.

Santy empezó a saltar arriba de mi cama gritando ‒¡¡Feliz Cumpleaños!!

Me tiré encima del Peque para hacerle cosquillas, mientras que Germán hacía malabares con la bandeja ya que contaba con una sola una mano para que no se cayera nada, y poder dejar todo en la mesita de luz, para unirse a su familia, como él nos había bautizado hace un par de semanas atrás.

Se tiró en la gran cama olvidándose de su brazo. Un grito de dolor salió de su boca.

−¿Realmente querés curarte, o te gustaría estar con el brazo lastimado el resto de tu vida? −lo cuestioné algo molesto.

−Sí, pa, tenés que cuidarte para que me puedas cargar –dijo imitando a su papi el menor.

−No vale, son dos contra uno ‒respondió a las amenazas algo cómico Germán, agarrando una almohada y golpeándome con esta.

Agarré otra y respondí. Santy, al ver que no había más almohadas en la habitación de sus padres, fue a la suya y buscó una. Volviendo a la habitación la arrojó con toda su fuerza sin apuntar, tuvo tanta suerte que golpeó en la mesita de luz tirando el desayuno en la alfombra.

Por un momento se quedó congelado, nosotros lo miramos, bajó su cabeza y empezaron a caerse algunas lágrimas.

−Y bueno, desayunamos afuera –dijo Germán poniéndose de pie y yendo hasta donde estaba Santy– yo también quería ir a desayunar afuera –confesó con una sonrisa. Me agaché y lo abracé con todas mis fuerzas, es el hijo perfecto.

−Levantemos este desastre y vayamos a desayunar.

2 años después

Germán

Somos una familia muy unida entrando a la escuela del niño.

Habrá un acto y él actuará.

Tomás llevó a Santy hasta donde estaban sus compañeritos y su profesora, mientras yo buscaba con la mirada a una persona que me pareció ver en la entrada del colegio; cuando la identifico, me acerco lentamente con ganas de darle un golpe y romperle la nariz.

−¿Qué hacés acá? –le dije de muy mala gana cuando lo tuve en frente, si no estuviésemos en un lugar público lo golpearía.

−Disculpá, ¿quién sos?

Me miró de arriba abajo mordiéndose los labios, el idiota tuvo el descaro de guiñarme un ojo; yo lo mato.

−Te voy a decir una sola cosa y más te conviene que te quede en claro, ellos son mi familia, tú los abandonaste para poder estudiar y no te importó qué les podía pasar, si te acercas, te aseguro que te vas a arrepentir el resto de tu vida, no soy de repetir las cosas, toma esto como la única amenaza.

−¿Tú sabes quién soy yo? –preguntó algo confundido.

−Sí. ‒Dijo una voz atrás de él, cuando se dio vuelta para ver quién había hablado se encontró con un puño que lo hizo escupir un poco de sangre.

−Será mejor que te vayas ‒dijo Diego, quien venía acompañado de Marcelo y Luis.

−Vine a recuperar lo que por derecho me pertenece.

-A ver cómo te va con eso, Tomás no te ama y ya se dio cuenta de la clase de persona que eres, mejor evita un papelón y retírate –dijo Marcelo.

−Te lo voy a hacer sencillo –dijo acercándome lo más posible a él y poniendo mi voz más amenazante− recibí una bala por el Peque y desde ese día me aseguro que no le falta nada a ninguno de los dos, tengo muchos contactos que pueden hacerte desaparecer sin levantar sospechas, ¿o te vas o no volverás a ver la luz del sol jamás? Ellos son míos ahora, son mi familia –lo amenacé.

Alexis, al escuchar eso, pegó media vuelta y se fue lo más rápido posible, sin decir ni una palabra.

Los tres chicos me miraron con asombro, pero asintiendo.

−¿En serio tenés contactos de ese tipo? ‒preguntó Luis.

No respondí esa pregunta, solo sonreí.

−¿Por qué tan contentos?‒ interrumpió Tomás abrazándome.

−¡Nada! ‒dijimos los cuatro al mismo tiempo y nos fuimos a buscar lugares para ver el espectáculo.

−Mañana va a ser un gran día –le dije al oído a Tomás.

−Sí, tendremos a nuestra princesa con nosotros.

−Sí… te amo.

‒Y yo a ti. TE AMO.

¿Nunca te enamoraste?, hace mucho me hicieron esa pregunta y yo dije que no… Respondí que el amor es una ilusión que sirve para tapar las cosas que están mal en tu vida. Hoy me doy cuenta lo equivocado que estaba; el amor no es una ilusión, es todo lo contrario… desde que conocí a Tomás mi vida cambió, me hice más fuerte y más sabio.

Ahora que sé lo que es amar, no pienso dejar de hacerlo, ellos son míos, mi familia, mi todo. Tenía miedo de fallar una vez más, y que una vez más la vida me arrebatara a los seres que aprecio de mi lado… pero si no arriesgás no ganás.

Hoy soy una persona nueva, muy atrás quedó mi etapa de puto, de Taxiboy; es parte de mi pasado, no lo pienso olvidar ya que me dio y me hizo conocer muchas personas que fueron los que me formaron, y gracias a esas personas descubrí lo que es el amor.

El querer es poder, esa frase se aplica aquí, tiene mucho significado para mí.

Cuando me escapé de mi casa hace tantos años, nunca pensé que iba a tener lo que tengo ahora.

Mi camino es uno solo con ellos a mi lado, es hora de seguir hacia adelante…

Fin

(continuará…)

Continúa la serie