Capítulo 10

Una vez que el autobús llegó a su destino Margarita, acompañada de la fiel Gertrudis descendió del mismo. La muchacha iba cabizbaja, hundida pensando que estaba condenada a pasar el resto de sus días en un convento y que nunca más iba a volver a ver a su amado Carlos. Todo el camino había tenido que ir aguantando la charla de Gertrudis ¿pero tu en que pensabas niña? ¿Cómo se te ocurre deshonrarte así? ¿sodomía por Dios? Y bla, bla, bla…

En la propia parada cogieron un taxi que las llevó a las afueras de Madrid, al convento de las hermanas liberadoras, una comunidad especializada en recoger a niñas descarriadas de buenas familias que aquí recibían una penitencia acorde a su pecado y que, además, ayudaba a mantener el orden social.

Nada más llamar a la imponente puerta de madera maciza, se abrió una pequeña cancela donde la hermana custodia de la portería les preguntó quienes eran y que querían. Una vez Gertrudis las había identificado, les abrió la puerta y las acompañó a ver a la madre superiora, Sor Digna.

Al abrir el despacho de la madre superiora observaron una estancia fría, sobria, con paredes gruesas de piedra, sin apenas adornos, varios flagelos y cilicios colocados ordenadamente por tamaños en una pared lateral, un crucifijo sobrio de madera con figura de porcelana, un cuadro de escenas religiosas de la virgen y un cuadro del papa y otro del caudillo.

¡Tomen asiento por favor! Les indicó Sor Digna con solemnidad, al tiempo que ella misma se sentaba. Gertrudis antes de hacerlo abrió el bolso y sacó una carta de D. Venancio dirigido a la madre superiora. Ella la abrió y la leyó haciendo gestos que ni Gertrudis ni Margarita pudieron descifrar.

Bien, comenzó Sor Digna, por lo que me dice mi viejo conocido D. Venancio (ambos habían coincidido durante la guerra y D. Venancio la había salvado de una horda de salvajes que la tenían retenida y la violaban, azotaban y sodomizaban a diario), ha sido usted señorita descuidada, promiscua, desvergonzada y claramente desconsiderada con los esfuerzos de su bendito padre. El en esta carta me relata lo sucedido y me autoriza a hacer lo que estime oportuno con usted, ya que desde ahora pertenece a mi comunidad. Señora Gertrudis, le agradezco que la haya traído hasta aquí sana y salva, pero a partir de ahora nos encargamos nosotras. Hermana custodia, por favor, acompáñela a la salida.

Margarita lloró y, tratando de agarrarse al ama de llaves, imploró que no la dejara allí, pero fue inútil…¡compórtese y asuma lo que ha hecho! Le gritó la madre superiora. Mientras Gertrudis abandonaba la estancia camino de la salida Sor Digna tocó la campana y al momento apareció otra monja.

¡Sor Rebeca te enseñará cual es tu celda y te acompañará al ritual de iniciación y te enseñará nuestras normas y costumbres!

¡Si madre superiora! Contestó Sor Rebeca

Margarita hizo ademán de coger su maleta y acompañar a Sor Rebeca, pero ella con un gesto le dijo que no lo hiciera, ya fuera del despacho de la madre superiora y mientras recorrían el atrio del convento, la joven guía le dijo que sus cosas ya no le harían falta, que allí todas usaban los mismos ropajes.

La celda era pequeña, fría, austera, muy austera, apenas un catre, un orinal, una cómoda de tres cajones, una mesita de noche con un misal, una palangana, una jarra y un crucifijo. A Margarita se le vino el mundo encima. La aplastante realidad hizo que comenzase a llorar desconsoladamente… A Sor Rebeca le dio un poco de pena y trató de animarla…ya verás esto no es tan terrible, a veces lo pasamos bien…

A veces lo pasamos bien… esas palabras retumbaron en su cabeza…a veces…a veces…¡Dios mío que había hecho!

El ruido de la campana le hizo notar a Sor Rebeca que ya era el momento de llevar a la novicia a la iniciación.

¡Acompáñame, es la hora! ¡coge la ropa que está encima del catre!

Margarita obedeció cabizbaja y, con la ropa entre sus brazos, la siguió dos pasos detrás de ella. Al cabo de unos minutos llegaron a una estancia con una gigantesca puerta doble de madera que debía medir dos metros y medio de alto por lo menos, era imponente pensó Margarita. Con una facilidad inusitada Sor Rebeca la empujó y se abrió de par en par…ante ellas se abrió una gran estancia, que en algún momento había sido una capilla pero que ahora estaba repleta de bancos a los lados, donde debía haber unas cuarenta monjas diseminadas por los bancos y un gran espacio central con varias sillas y una especie de potro.

A medida que las dos jóvenes avanzaban por el pasillo central bajo la atenta mirada de las demás monjas, por una puerta lateral accedía Sor Digna y otra monja que no conocía.

Los dos se sentaron en las sillas centrales.

Cuando llegaron al punto central Sor Rebeca la situó en el lugar exacto que le correspondía frente a la madre superiora. Esta comenzó su discurso:

“Hermanas, esta es Margarita, una joven pecadora que ha deshonrado a su familia de modo consciente. Hoy la iniciaremos en la comunidad de las hermanas liberadoras y pasará a llamarse Sor Marga. Comencemos”

A una señal de la Sor Digna, dos monjas se acercaron y desnudaron a la joven. La madre Superiora se bajó de su silla y se acercó a la muchacha, la rodeó y evaluó. A un gesto suyo hizo que las dos monjas la obligaran a doblarse hacia delante y le separaran las piernas, mientras Sor Digna observaba y analizaba el ojete…

ya veo, ya veo, ummmm, murmuró la madre superiora.

Con un gesto acercaron una silla y sentaron a la pobre Margarita. Pronto apareció otra hermana portando un cojín de terciopelo granate con unas tijeras encima. Sor Digna las cogió y dando fuertes tirones al pelo de la pobre muchacha le cortó el pelo hasta casi dejarla rapada por completo. Margarita lloraba desconsoladamente.

Con otra señal las dos monjas la cogieron y la llevaron al potro, donde la tumbaron doblada boca abajo con los pies apenas apoyados en el suelo por las punteras.

¡esta vez te ataremos por ser la primera!, le dijo Sor Digna, pero a partir de hoy deberás observar la regla de la obediencia y acatarás el flagelo con sumisión como lo hacen todas las hermanas y, a un gesto de la madre superiora, todas las monjas se giraron, levantando sus hábitos y mostrando su culo desnudo a Margarita que podía observar líneas rojas marcadas en todas esas nalgas.

En cuanto estuvo atada y expuesta, desnuda, con el culo en pompa, las piernas estiradas y la cabeza rapada, observó cómo le daban a la madre superiora un flagelo, un mango de madera al que van unidas siete cuerdas de esparto, como representación de los siete pecados capitales con tres nudos cada en cada cuerda. Margarita, o Sor Marga como se debía denominar a partir de ese momento iba a recibir su penitencia.

Serás flagelada siete veces por cada falta cometida, tal y como marcan nuestras costumbres, hoy por ser el primer día solo serán siete, pero serán lo suficientemente duros para que te sirvan de bautismo.

¿Qué decimos después de cada flagelo? Preguntó en voz alta Sor Digna

¡gracias señor por enderezar mi rumbo y dar fuerzas a la madre superiora para ejercer tus designios! Contestaron todas al unísono

¿te ha quedado claro?

Si señora, contestó Sor Marga

Comencemos

ZAS, el primer latigazo fue tan sumamente doloroso que Sor Marga no pudo por menos que gritar de dolor AYYYYYYYYYYY y se olvidó de decir la letanía

Y bien?

Duele mucho, por favor piedad

ZAS, volvió a caer un latigazo fuerte sobre sus nalgas que ya estaban marcadas con el primero… AYYYYYYYYYYY volvió a gritar la muchacha y se olvidó otra vez de decir la letanía

Veo que eres dura de entendederas

En ese momento Sor Marga giró levemente la cabeza y vio como Sor Rebeca le hacía señas con la boca para que repitiera la letanía

ZAS, el tercero fue mucho más doloroso porque la carne de las nalgas ya estaba machacada pero la muchacha recordó y ¡gracias señor por enderezar mi rumbo y dar fuerzas a la madre superiora para ejercer tus designios!

Eso ya está mejor, ves como si pones interés sabes hacerlo…que sepas que los primeros no son válidos al no llevar el agradecimiento

Sor Marga cerró los ojos resignada

ZAS ¡gracias señor por enderezar mi rumbo y dar fuerzas a la madre superiora para ejercer tus designios! El flagelo era con mucho el peor instrumento de castigo que había probado

ZAS ¡gracias señor por enderezar mi rumbo y dar fuerzas a la madre superiora para ejercer tus designios! Las nalgas ardían con tanta intensidad que no creía poder resistir ni el más leve roce de una tela

ZAS Ayyyyyyyyyyyyyyy ¡gracias señor por enderezar mi rumbo y dar fuerzas a la madre superiora para ejercer tus designios!

ZAS ¡gracias señor por enderezar mi rumbo y dar fuerzas a la madre superiora para ejercer tus designios! El castigo era terrible

ZAS ¡gracias señor por enderezar mi rumbo y dar fuerzas a la madre superiora para ejercer tus designios! En esas paredes además resonaba con un eco aterrador

ZAS ¡gracias señor por enderezar mi rumbo y dar fuerzas a la madre superiora para ejercer tus designios! Sor Marga no podía creer que hubiese acabado…por un lado no querían que la desatasen, porque no creía tener fuerzas para ponerse en pie…

Sin embargo y para sorpresa de Sor Marga, no la desataron, eso comenzó a preocupar a la joven, no podían seguir castigándola, no podría resistirlo.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos una vez más por la siniestra voz de Sor Digna que le anunció al resto de la congregación lo siguiente: ¡Sor Marga tiene el vicio en el cuerpo, por sus partes y contra natura, es por ello y, según nuestras costumbres, deberá llevar el tahalí!

¿tahalí, que es el tahalí? Pensó Sor Marga, totalmente aterrada. Sus miedos se vieron corroborados cuando una monja trajo un cinturón ancho de cuero que llevaba enganchado en dos puntos unos cilindros de metal de forma fálica redondeada…¿Qué van a hacer con eso? Preguntó Sor Marga con voz aterrorizada…

¿necesitas orinar? Preguntó indiferente Sor Digna

Sor Marga vio la ocasión de liberarse para poder tratar de evitar el dichoso tahalí, pero para su sorpresa se acercó una monja con un orinal y poniéndolo entre las piernas le dijo, ¡orina hermana!

Sor Marga estaba hundida, con el pelo rapado, el culo masacrado, expuesta como un animal en el potro y ahora tenía que orinarse encima delante de todas las demás monjas…la vergüenza era terrible, estaba completamente humillada, en un solo instante le habían quitado la poca dignidad y orgullo que le quedaba. Sor Digna lo sabía y esa era una de las funciones de la ceremonia de iniciación. La muchacha se resignó a su suerte y comenzó a orinar. Al acabar se acercó Sor Rebeca y le limpió sus partes con suma delicadeza, en ese momento, Sor Marga, sintió un leve amago de excitación, pero desapareció enseguida, porque vio como embadurnaba los falos metálicos con grasa de cerdo y, con gran habilidad, Sor Digna le clavó uno en el coño y otro más grande en el culo, lo que le provocó un tremendo dolor a Sor Marga. Abrocharon las hebillas en la parte posterior de la espalda encima del culo, de una manera tan intrincada que para una persona sola resultaba imposible quitárselo. Sor Marga quedó empalada por ambos orificios y tendría que pedir permiso a otra monja para poder quitárselo para hacer sus necesidades u otros menesteres.

Sor Digna dio orden de desatarla y la vistieron por primera vez con los hábitos de monja. En ese momento supo que ninguna llevaba nunca ropa interior. La acompañaron a un banco y la ayudaron a sentarse, cosa que le resultó insufrible, tanto por el dolor de las nalgas, como por las molestias que le provocaban los dos falos que la empalaban.

Una vez sentada Sor Digna dio paso a la otra Monja que había entrado con ella y que estaba sentada en la silla central, esta se puso de pie y desenrollando una especie de pergamino comenzó a leer en voz alta:

Sor Angustias, siete por no cuidar la huerta

Sor Julia, siete por romper dos platos

Sor Inés, siete por blasfemar

Sor Rebeca, 14 por leer textos prohibidos

Sor Verónica, 21 por negarse a la subasta

Como supo después Sor Marga, se trataba de Sor María, la hermana relatora, que anotaba todas las faltas para ser castigadas un día de la semana en esa sala. Una a una todas fueron pasando voluntariamente por el potro y recibiendo el flagelo de Sor Digna. Cuando llegó el turno de Sor Rebeca ésta fue castigada con más severidad que las anteriores por, según explicó la madre superiora, estar leyendo textos eróticos que se negaba a indicar de dónde los había sacado. A pesar de la dureza del castigo Sor Rebeca aún tuvo ganas para hacerle un guiño a Sor Marga que no entendía como podía soportarlo con tanta energía, para ella había sido algo terrible.

La última fue Sor Verónica y a ésta, si tuvieron que atarla, la paliza fue considerablemente dura, porque se había negado a la subasta, pero ¿Qué era la subasta?

 

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