No quisiera hacer un pormenor de lo ocurrido el sábado por la tarde, pues me fue muy doloroso y no tan excitante.
Nos sentamos en la sala a ver la televisión, como tenía antena parabólica pudimos ver un juego de béisbol internacional.
Aunque no soy fanático, me pareció interesante y lo disfruté. Linda estuvo en calidad de anfitriona, acercándonos cervezas y bocadillos, por supuesto sentándose, al terminar, al lado de Lalo.
Linda se acomodó sentada sobre sus propios pies y recargada en el hombro de su amante, consagrada a contemplarlo.
Después del juego sintonizó Lalo una película muy buena y tuve que observar a mi mujer dedicada a mimar y hacerse arrumacos con Lalo.
Éste no se hacía de rogar y le dedicaba a mi esposa las caricias más desvergonzadas, especialmente concentraba éstas en la firme grupa, veía yo cómo se perdía el dedo medio de Lalo entre las rotundas redondeces de Linda y como ella presionaba su culito contra la mano husmeadora, levantando la colita para facilitarle el camino.
Sin preocuparse de mi presencia, se la pasaron besándose, las más de las veces eran solo besitos de piquito, pero con bastante frecuencia intercambiaban saliva y lengüetazos.
Lo más humillante era la forma en que me ignoraban, ni una sola vez volteó a ver mi mujer hacia donde yo estaba, ni se contuvo de acariciar lascivamente la entrepierna de su amante.
Uno de los baldes de agua fría que recibí, fue cuando escuché a mi esposa decirle a Lalo, «¡Mi Amor!». En forma natural, no recuerdo porque se lo dijo, probablemente «¿Quieres más cerveza, mi amor?» o algo así, pero lo único que yo escuché fue:
«Mi Amor» dirigiéndose a él. La única ocasión en que se dirigió a mí, fue cuando terminó la película y se pararon, al mismo tiempo, para irse a acostar, mi mujer volteó hacia mí y dijo: «Hasta mañana, Cariño» Y sin esperar respuesta, se metieron en su alcoba. Hasta ese momento yo estaba creyendo que me invitarían a unírmeles, pero no, a ninguno de los dos le interesó.
Desde luego que lo que hice inmediatamente, fue dirigirme a mi puesto de observación al lado de su ventana, la luz de ésta estaba encendida, por supuesto, pero Lalo estaba solo, sin embargo, alcancé a oír la voz de mi mujer por la ventana abierta del baño, ella ¡estaba cantando! No me cabía duda de la felicidad de mi mujer, me alegraba por ella, pero era otro hombre el que se la causaba, además uno que menos de 48 horas antes le parecía detestable. Encima, era con mi visto bueno y yo lo había iniciado. ¿Quieren mayor humillación? Esperen un poco.
Lalo se estaba cambiando de ropa. En el momento en que me asomé, estaba poniéndose el pantalón del pijama, pude apreciar que su miembro, aunque de buen tamaño, estaba flácido.
Terminó de ponerse la prenda y se sentó en la orilla de la cama, en ese momento apareció Linda en escena.
No lo podía creer, estaba radiante, vestida (Es un decir) con un camisón, que resaltaba, más que ocultar, sus sensuales encantos.
De seda roja con encaje, era una especie de tubo con tirantitos, que permitía que sus senos, sin sostén, se bambolearan suavemente bajo la tela.
Completaba el conjunto una bata semitransparente, abierta por delante, cuyas faldas apenas llegaban arriba de sus rodillas, a la misma altura que la ropa de cama.
Venía bailando al ritmo de una música que yo no escuchaba, pero no por eso se veía menos sensual.
De pronto, me cayó el veinte, no bailaba para sí misma, bailaba para él, lo estaba provocando. ¡Incitándolo! Meneaba los hombros y las caderas con una sensualidad que en las morenas es natural, pero poco común en una pelirroja.
Quise ver si había reacción en él, pero la forma como estaba sentado no me permitía apreciación alguna. Pero tendría que estar muerto para no excitarse. Linda se acercaba a Lalo y cuando ésta trataba de agarrarla, se alejaba de él riendo.
Claro está que Lalo lo único que hubiera tenido que hacer para alcanzarla era pararse, pero era parte del juego de ambos.
En ese momento yo solté un sonoro suspiro, que afortunadamente ellos no pudieron escuchar. Veía a mi esposa enamorada de este hombre y yo era testigo mudo del proceso.
¡Peor aún! Por mi causa se había dado esta relación. Finalmente, Linda se acercó a Lalo lo suficiente para que éste la abrazara, ella melosa lo besó intensamente, ella misma se sacó los pechos y se los dio a mamar a su amante. Ya su miembro estaba erecto y salía desafiante por la bragueta del pijama.
Linda lo tomó en sus manos y empezó a acariciarlo, mientras él seguía agasajado chupando, mordisqueando y lamiendo los duros pezones. Con una mano le acariciaba las tetas y con la otra el trasero.
Por fin, se levantó Lalo colocando ambas manos en la grupa de Linda, que alzó su cara y paró la trompita para recibir los besos que Lalo se apresuró a compartir. Se estrecharon entusiasmados, él le acariciaba la colita, por encima de la tela del camisón y ella, bajando las manos, con una le acarició el pito y con la otra le sopesaba los huevos, mientras se besaban con pasión.
Lalo se sentó en la orilla de la cama y Linda, levantando la falda de su camisón, se sentó a horcajadas sobre de él, acomodando el caracol en su concha y sentándose lentamente, disfrutando del empalamiento.
Esto, mitad lo vi y mitad adiviné, pues la falda del camisón de mi mujer, hasta la mitad de sus blancos muslos, cubría de mi vista los genitales de ambos.
Como anteriormente me sucedió, me asombró la empatía entre ellos, pues sin cruzar señas ni palabras, actuaban a la par, como si se comunicaran en forma telepática.
La intimidad que había adivinado entre ellos, era ahora inocultable. Curiosamente, lo que más me molestaba, era no poderlos ver.
La desolación se apoderó nuevamente de mi espíritu, así que me regresé a la casa, apenas traspasé el umbral, literalmente me asaltaron, los gemidos y exclamaciones de gozo de mi mujercita, sin lugar a dudas estaba recibiendo una cogida de antología.
Pero no habiendo más y, con la erección que me traía, empecé a masturbarme, porque, me sospechaba en ese momento y así resultó, que esa madrugada no habría visita conyugal.
Eran las diez de la mañana siguiente, cuando me despertaron los inconfundibles quejidos de mi mujer. ¡No lo podía creer! Este tipo, mayor que yo, aunque solo fueran cinco años, poseía una vitalidad envidiable, ni en nuestra luna de miel, yo con entonces únicamente 22 años, tuve tanto sexo en los primeros tres días.
Estaba más asombrado que excitado, por eso mejor me salí de la casa, pero no para ir a espiarlos, pues siendo de día, era más fácil que ellos me vieran desde adentro, a que los viera yo. Preferí ir a dar una vuelta por los alrededores.
El lugar era muy bello, bosque de coníferas, en la ladera de una colina de pendiente muy suave, algo fácil de transitar para un chico de la ciudad, como yo.
Me extasié escuchando los múltiples sonidos de la floresta, sonidos que, por supuesto, no podía identificar, pero no por ello me parecieron menos interesantes.
Ya había pasado mucho tiempo, cuando de pronto, me asaltó una duda. ¿No habría pumas u osos en la región? Con mucho temor me regresé a la finca, no quise correr por temor a despertar el interés de alguno de los depredadores que no había visto, pero que mi imaginación suponía detrás de cada árbol. Suspiré aliviado cuando crucé el portón.
Ya Linda y Lalo estaban preocupados, ella corrió a abrazarme y Lalo abrazándonos a ambos, me dijo: «¡Que bárbaro, hermano! No le quise decir a Linda, pero por aquí hay pumas» Después, agregó: «Temía que nos echaras a perder un perfecto fin de semana» Linda no pudo evitar que se le iluminaban los ojos con el comentario y yo no pude evitar notarlo.
Lalo debía irse, pues tenía algún compromiso, me dijo que al día siguiente empezaría a rellenar mis bodegas, se despidió de Linda que, aun abrazada a mi cuello, le dio un sabrosísimo beso con lengua y todo, me consta, pues estaban sus lenguas a menos de 5cm de mis ojos. Me pareció también que Lalo le acarició las nalguitas, pero no lo podía ver y no estoy seguro, desde luego que ni pregunté.
Lalo se fue, dejándonos a Linda y a mí en la casona. Ella empezó a sollozar abrazándome con fuerza. Me sentí en la Gloria. Tenía ganas de hacerle el amor, pero estaba yo temblando por efecto de la adrenalina.
Linda se calmó después de mucho rato y me dijo que descansara, que me prepararía algo de comer, le dije que un emparedado sería suficiente.
En realidad, no teníamos mucho tiempo, pues teníamos que ir por nuestro hijo al rancho de mi suegro y éste está a una hora de nuestra ciudad, pero por una carretera opuesta a la que llevaba a la cabaña en donde estábamos, así que serían cerca de dos horas de camino, para llegar al rancho y otra hora para regresar a casa, sin contar, que no podíamos llegar con mi suegro y regresarnos inmediatamente.
Así que pasarían fácilmente cinco horas antes de que pudiéramos llegar a nuestra casa.
De cualquier manera, mientras esperaba reposando a que mi esposa me trajera mi emparedado, mi miembro se empezó a entiesar, de tal manera que cuando Linda regresó, era evidente el grado de excitación que tenía. Linda se rio al verme en ese estado. «¡Parece que no tienes tanta hambre!» En realidad, si tenía, es más tenía hambre de los dos tipos, así que tuve una brillante y sucia idea.
Le dije a Linda que se desnudara. Solo traía un pantaloncito caqui, bragas blancas, una playera y sandalias, se dejó únicamente las dos primeras, yo me bajé los pantalones y calzoncillos y me senté en una silla.
Linda se sentó sobre de mí enterrándose mi estaca, por supuesto que su vulva estaba ensopada y no era debido a su excitación, sino recuerdos de glorias pasadas. Entonces le dije que quería que ella me diera de comer en la boca, pero la comida ¡masticada! Mi mujer me vio con extrañeza, pero casi inmediatamente vi que le cambiaron y brillaron con picardía.
Le dio un mordisco al emparedado y empezó a masticarlo lentamente, sin quitarme los ojos de encima, una vez convertido en papilla, empujándolo con la lengua lo introdujo a mi boca, que ansiosa lo esperaba, mi miembro pegó un brinco dentro de su vagina, que respondió oprimiendo suavemente al invasor.
Así continuó alimentándome y estimulándome al mismo tiempo. Faltaban 3 o 4 bocados cuando ya no pude más y añadí mi descarga a las ya saturadas entrañas de mi mujer.
Durante el viaje de regreso, Linda se durmió exhausta. Mientras manejaba, la volteaba a ver por momentos, procurando no distraerme del camino. Lucía radiante, sus blancos muslos, a medias cubiertos por el pantaloncito caqui, coronando sus duros senos, los duros pezones claramente marcados contra la fina tela de la playera.
Pero lo que la hacía ver más agraciada, era el aura de satisfacción total en su semblante. No me hacía ilusiones, ese semblante sería el mismo, sin mi colaboración. ¡Dios, cuanto la amaba! No soportaría vivir sin ella. Esperaba que después de este fin de semana, las cosas pudieran volver a la normalidad, pero sabía que no sería posible.
Llegamos al rancho de mi suegro y después de varios minutos de plática, tomándome del brazo me llevó aparte y dándome un beso en la mejilla me dijo: «¡Gracias por hacer tan feliz a mi hija!» ¿Conoce alguien la frase «Echar sal en la llaga»? Puede adivinar lo que sentí.
El lunes a primera hora fui a mi negocio, estuve inquieto toda la mañana, pero hacia mediodía llegó la primera remesa que me enviaba Lalo, todo el resto de la tarde, continuó llegando material y equipo.
Pronto mis demás acreedores se hicieron presentes con el propósito de embargarme lo que estaba recibiendo, pero afortunadamente Lalo lo había previsto y todo el que me había entregado venía a consignación, pero como me explicó su contador, era solo para propósitos prácticos, en realidad me lo dejaban a crédito y pagadero como lo habíamos acordado Lalo y yo.
Éste hacia honor a su parte del vergonzoso trato. Cuando regresé a casa, mi mujer se alegró con las noticias, pero me pareció un tanto inquieta. Tuvimos sexo aceptable, no apasionado, esa noche.
Al día siguiente continuaron las remesas, hasta llenar la capacidad total de mis bodegas. Esa tarde noté que mi mujer estaba molesta, pero la cena estaba lista y sabrosa, nos fuimos a cama temprano, pero no tuvimos sexo, el miércoles mi esposa estaba francamente irritada y no había hecho de cenar, tratando de tranquilizar las cosas, la llevé a cenar a un buen restaurante, pero siguió su mal humor.
El viernes no me atrevía a llegar a la casa, pero no tenía algún buen pretexto, así que me dirigí a mi casa. ¡Sorpresa! Linda está cantando y la casa está olorosa a estofado. Me ve llegar y cambia, una sombra de preocupación le nubla el semblante.
«Tenemos que hablar» Me dice y siento un nudo en el estómago. «Habló Lalo» Me comunica y siento que la cabeza me da vueltas «Lo invité a cenar y algo más» Agrega. Estoy a punto de vomitar y me siento.
«Lo siento, Cariño. No quiero dejar de ser tu esposa, pero Lalo y yo queremos ser amantes» Por extraño que parezca, sentí una especie de alivio, no me dejaba, simplemente se hacía de un amante, con mi complacencia. No quise ni decir que no estaba de acuerdo, podría resultar en mi abandono y como dice la canción: «La prefiero compartida antes que cambiar mi vida» «Y te tengo otra» Continuó «Estoy embarazada»
«¿De él» Pregunté
«Es lo más probable» Terminó.
Esa noche dormí en el cuarto con el niño escuchando a mi mujer y a Lalo refocilando. Cuando él se fue, a la mañana siguiente, entré a mi cuarto y mi mujer estaba acostada boca abajo, totalmente desnuda y rezumando semen.
Tuvimos una sesión salvaje de sexo, que debimos interrumpir cuando se despertó el niño, pero la reanudamos en la noche.
Lalo «nos» visita tres veces por semana, pero yo tengo acceso todos los días. A Lalo le encanta darle por el culo a mi mujer y a ella le encanta complacerlo.
Lo averigüé una noche que llegué y vi un bulto raro en el trasero de Linda, al preguntarle, me informó que Lalo la visitaría esa tarde, pero como saldría de viaje en la noche, no iba a tener tiempo de prepararla, así que ella lo esperaba ya lista, con un consolador anal distendiéndole el esfínter. Esa información me puso a mil y en cuanto se fue Lalo, corrí a aprovechar la abertura, aunque estuviera ya encharcada.
Visto en perspectiva, no estuvo tan mal. El sexo con mi esposa mejoró notablemente, ella estaba más satisfecha que nunca.
Lalo se sintió comprometido a continuar surtiendo mi tienda y lo hizo hasta que salí de la crisis y pude pagarle a él y a todos mis acreedores, desde luego que cambió mi situación totalmente, pues todos mis competidores quedaron fuera del mercado y pude ampliar mi negocio.
Mi esposa pudo comprar una escuela, no necesito decirles apoyada por quienes y por supuesto, ella es la directora.
Lalo compró la casa que colinda detrás de la nuestra y mandamos a hacer un «estudio» en el límite de ambas casas donde ellos se «entrevistan» con la discreción necesaria.
Mi esposa tuvo una preciosa chiquilla pelirroja como ella y, según supimos después, como la mamá de Lalo.
Quise a la niña como si fuera mía y de esa forma la traté hasta que cumplió los 14 años y ella me dijo, con lágrimas en los ojos, que sabía la verdad y que me quería demostrar su amor…
Pero esa es una historia que prefiero no relatar.