A El fin de semana siguiente a su visita al exclusivo club Nueva Amazonia la vida de Alberto y Cristina había dado un vuelco completo. En el pasado ninguno de los dos había mostrado interés por las relaciones de dominación-sumisión, pero tras ser admitidos como ciudadanos de Nueva Amazonia, aquel club singular donde las mujeres reinaban y los hombres eran sumisos y obedientes, todo había cambiado. Cristina se sentía cada vez más cómoda y segura en su papel de ama, era como si el comprobar que su novio obedecía cada una de sus órdenes, por muy absurdas o humillantes que éstas fueran, le hiciera sentirse cada vez más segura en su rol de ama. Por su parte Alberto estaba descubriendo un mundo nuevo y excitante en la sumisión. Disfrutaba sirviendo y obedeciendo a su novia en todos sus caprichos.
Esa noche Cristina tenía ganas de divertirse con su novio-esclavo. Algo le rondaba por la cabeza desde por la mañana… Le diría a su novio que le apetecía salir a tomar algo, ir a bailar. Quería ligar con algún chico y acabar llevándoselo a casa, por supuesto con Alberto mirando todo el tiempo. Sería una prueba más de la devoción de su chico. Marcó el número del móvil de su novio:
– ¿Sí? Dime Cris – Esta noche nos vamos a bailar. – Como tú digas, Cris. ¿A qué hora tengo que estar listo? – Nos iremos a las diez en punto. – Claro, a las diez. ¿Cómo quieres que me vista? – Alberto preguntaba esto porque era una de las instrucciones de su novia. Desde que ella se había convertido en su amazona decidía que ropa debía o no debía ponerse su esclavo, de forma que Alberto debía preguntarle siempre qué ropa tenía que ponerse- – Puedes ponerte lo que quieras, pero… – Cristina esbozó una sonrisa burlona- …quiero que te pongas unas braguitas. – ¿Bragas? ¿Quieres que me ponga braguitas? – ¿Estas discutiendo mis órdenes, Alberto? – No es eso, Cris, es que… ¿De dónde quieres que saque unas bragas? – Eso a mí me da igual, las pides prestadas o las compras, pero quiero que me recojas con unas braguitas bien bonitas bajo los pantalones. – Claro, Cris, perdóname. No te enfades conmigo, llevaré unas braguitas. – Y hay algo más. Esta noche voy a ir de caza, y quiero que tú veas como te pongo los cuernos con un tío. – Pero… -Alberto titubeó apenas un segundo- lo que tú digas, Cris. -A estas alturas de la conversación Alberto ya estaba totalmente empalmado. La idea de su novia follando con otro hombre, y él observándolo todo porque ella así lo quería le producía una deliciosa mezcla de celos y excitación sexual. – Me gusta que seas tan complaciente, no te preocupes, ya verás como acaba gustándote que folle con otro. Voy a ponerme muy guapa para ligar esta noche. Te espero a las diez en punto, y no te retrases. – El resto del día Alberto no pudo quitarse a su novia de la cabeza. En sólo unos días había descubierto que no sólo amaba a esa mujer, sino que además sentía la necesidad de entregarse completamente a ella, servirla en todo lo que pudiera. Y si hacer el amor con otro hombre le hacía feliz, Alberto no sólo consentiría, sino que disfrutaría viéndola gozar a ella. Recordó las braguitas que tenía que ponerse y volvió a tener una erección.
Veinte minutos antes de los diez Albertos llegó al apartamento que compartía con su novia. Cuando entró en casa, ella ya estaba lista para salir.
– Te estaba esperando -dijo Cris con una sonrisa mientras le besaba dulcemente en la boca- ¿Llevas puestas las braguitas cariño? – Claro, tal como tú me mandaste ¿Quieres verlas? – Por ahora no quiero verlas… sólo dime cómo son. – Blancas, con encaje… son muy suaves, nunca me había probado unas bragas, pero es una sensación agradable. – ¿Cómo las conseguiste? – Las tuve que comprar, en unos grandes almacenes – Seguro que le dijiste a la vendedora que eran un regalo para tu novia… – Pues sí, pero creo que no acabó de creérselo… ¡Qué cantidad de preguntas! La verdad es que pasé mucha vergüenza comprándolas – Alberto, dime una cosa ¿Realmente te gusta llevar esas braguitas? – Me gusta saber que las llevo porque tú así lo deseas… Te adoro, Cris, haría cualquier cosa para complacerte. – Cris sonrió. Aquella respuesta de su novio hizo aflorar en su mente una sensación de deseo nueva, desconocida hasta aquel momento. Sintió el impulso de besarlo de nuevo, pero por alguna razón se contuvo. En lugar de eso dijo secamente:
– Nos vamos ya, tengo ganas de encontrar a alguien para follar con él.
Cogió enérgicamente su bolso y se dispuso a salir sin esperar a Alberto, que salió desconcertado detrás de ella.
Tras una cena rápida Cristina eligió uno de los locales más de moda para empezar la fiesta. Desde que bajó del coche Cris atrajo las miradas, ya en la entrada. Aquella noche estaba espectacular con un vestido granate corto y ajustado. Se había esmerado en arreglarse sin descuidar ningún detalle. Podía conseguir a cualquier chico que se le antojara, ponerle los cuernos a su novio le iba a resultar muy fácil.
Una vez dentro del local, Cris se dio cuenta que desde su ingreso en Nueva Amazonia todavía no había castigado ni una sola vez a Alberto. Después de todo no le había dado ningún motivo, su novio aprendía rápido y parecía entusiasmado con su nueva situación. Pensó, sin embargo, que una verdadera Amazona debía saber castigar a sus esclavos… y además le apetecía muchísimo hacerlo.
– Cariño, tráeme algo para beber – Sí Cris, enseguida voy a la barra.
Apenas tres minutos después volvió Alberto sujetando dos vasos, uno en cada mano.
– ¿Pero qué haces? Te pedí solo una bebida, no dos – Una es para mí… -dijo Alberto bajando la mirada – Te he dicho que me trajeras algo para mí, no te he dado permiso para que tú bebas. – Lo siento, Cris – Ven acércate. -dijo ella mientras sacaba un cubito de hielo del vaso con sus dedos- Voy a tener que castigarte.
La chica se metió el cubito de hielo en la boca y tras chuparlo brevemente metió la mano bajo el pantalón de su novio y comenzó a frotar el hielo por su entrepierna.
– ¡¡¡Ahh!!! Está muy frío… – Eres un quejica. ¿Es que tienes miedo de que se mojen tus braguitas con el hielo? Aguántate, y no vuelvas a desobedecerme. – Cristina continuó masajeándole con el hielo, alternando entre el pene, los testículos y la parte interna de los muslos, hasta que el hielo se le escurrió entre los dedos, ya casi consumido. Alberto tenía la zona dolorida, estaba casi tiritando, pero de nuevo estaba empalmado, su pene abultaba tanto que amenazaba con rasgar las delicadas braguitas, ahora húmedas por el hielo. La chica sacó por fin su mano del pantalón de Alberto y comenzó a secarse en la bragueta del chico, frotando alternativamente la palma y el dorso de la mano. Alberto estaba excitadísimo, miraba la mano de su novia, veía brillar el pequeño brillante en forma de lágrima que adornaba el anillo que él mismo le había regalado cuando decidieron irse a vivir juntos, adoraba sus uñas perfectas, impecablemente lacadas de rojo, subiendo y bajando por su bragueta… De repente notó una sensación de flojedad en las piernas y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no correrse. Al fin Cris se secó completamente la mano con la que había torturado a su chico. Encendió un cigarrillo y dijo:
-Ahora quiero que vayas mirando por el local y que me elijas los mejores tíos para follar conmigo. Por cierto… ¿ya sabes cómo me gustan los hombres? – Haré lo que me digas, Cris. Dime cómo prefieres que te los busque. – Pues mira, los prefiero fuertes, guapos, mejor si son morenos… Anda, sé un buen perrito faldero y búscame unos cuantos candidatos a ponerte los cuernos. – Cristina disfrutaba cada vez más jugando con su novio-esclavo. Lo había castigado por primera vez y ahora no sólo le iba a obligar a ver cómo le ponía los cuernos, sino que además iba a hacerle colaborar activamente en la tarea. Tras dar un vistazo por todo el local, Alberto le sugirió dos o tres chicos que le parecieron atractivos. Con el tercero Cris quedó complacida y se acercó al desconocido, que estaba moviéndose cerca de la barra al ritmo de la música con un contoneo ligeramente chulesco.
Éste enseguida intentó ligársela, ni siquiera tuvo que insinuarse. El pretendiente que le había sugerido su novio era un hombre de unos treinta años, alto, moreno, realmente muy guapo. Cris hizo una inspección visual detenida ahora que estaba más cerca del desconocido. Admiró unos glúteos fuertes y redondos que se adivinaban bajo un pantalón vaquero que le sentaba de maravilla, siguió subiendo con la mirada y tras observar sus manos se quedó petrificada al reparar en un detalle.
No puede ser -se dijo sin apartar la mirada del brazalete que aquel hombre llevaba en la muñeca izquierda- Es un brazalete de esclavo, el signo que distingue a los esclavos de Nueva Amazonia.
Era una posibilidad muy remota. El club de las amazonas tenía apenas 4.000 miembros en todo el mundo, y ella se había encontrado casualmente con un sirviente masculino en su misma ciudad.
Cris decidió que de momento no revelaría su condición de amazona, mantendría el secreto y le dejaría hacer a él.
-Hola, ¿estás sola? – Sí, estoy sola – Me encanta cómo te mueves, preciosa. En serio, bailas muy bien. No vengo mucho por aquí, me llamo… – No me interesa tu nombre -dijo Cris interrumpiéndole. Quería dejarle hacer, pero no se veía capaz de aguantar la versión más pesada del ligón de discoteca, y estaba ansiosa por comprobar si aquel arrogante macho cumplía sus órdenes- Y deberías hablarme con más respeto.
Mientras decía esta última frase empezó a juguetear ostentosamente con la pulsera que le identificaba como amazona. La cara del «ligón» se transformó. Desapareció toda la anterior confianza en sí mismo y casi temblando empezó a disculparse.
– No tenía ni idea, cómo iba a imaginar… lo siento señora. – Realmente funciona -pensó la chica, era la primera vez que se encaraba a un siervo que no fuera su novio.
– Está bien, tranquilízate. La verdad es que es algo muy raro que dos miembros de Nueva Amazonia coincidan fuera del club. Dime, ¿Has venido con tu amazona? – No señora, ella está de viaje – ¿Y te deja salir por las noches a ligar por ahí? – Sí, ella prefiere que me acueste con otras mujeres. – Vaya, qué interesante. -Mientras hablaba con aquel esclavo desvió una mirada para ver lo que estaba haciendo Alberto, que se había quedado en el borde de la pista para no molestar mientras Cris iba de caza. Su novio no se perdía detalle del encuentro entre los dos, aunque él todavía no podía saber que aquel desconocido se trataba de otro habitante de Nueva Amazonia.- Ahora quiero que me beses -dijo Cris de repente – ¿Qué? – ¿Es que no me has oído? ¿Los hombres sois tan tontos que se os ha de repetir las cosas dos veces? – Perdón señora. -el esclavo besó a Cris, y ésta empezó a jugar con el miembro de su supuesto ligón, hasta que se lo puso bien duro. Estaba probándolo, quería saber si era adecuado para llevárselo a su casa. Antes de todas estas maniobras se aseguró de que Alberto tenía un buen ángulo de visión y de que les estaba mirando. No sabía todavía por qué, pero le excitaba tremendamente poner celoso a su novio de aquella manera. Después de un rato calentando al desconocido lo cogió de la mano y se lo llevó junto a Alberto. – -Mira cariño, ¿Qué te parece este hombretón para mí? ¿Crees que me hará disfrutar, crees que me follará bien? ¿Por qué pones esa cara? Ah, ya. Crees que no debería hablar así delante de él. No te preocupes, es un perrito tan obediente como tú. -Dijo mientras subía el brazo del esclavo dejando a la vista el brazalete de Nueva Amazonia. – Eso sí es casualidad… Dijo Alberto mirando el brazalete que él mismo llevaba, idéntico al de aquel otro hombre. – Sí, ¿no es una suerte? Parece que no voy a tener un hombre de verdad esta noche, pero a cambio tengo dos perritos falderos para divertirme. Vamos, no puedo esperar, nos vamos los tres a casa. – No estaban demasiado lejos del apartamento, una vez dentro Cris ordenó a sus siervos que se fueran desnudando mientras ella se sentaba en el sillón y se quitaba los zapatos. Como una niña traviesa, se le ocurrió de repente que sería divertido ver a sus siervos limpiando sus sandalias de tacón alto, por supuesto con la lengua.
-He decidido que los dos os merecéis un premio.
Se levantó del sillón y colocó cuidadosamente sus sandalias granates en el centro del salón.
– Ahí tenéis, podéis lamer mis sandalias, están un poco sucias después de todo.
Actuaba por instinto, era una amazona absolutamente novata, y se divertía con pequeños placeres como el ver a aquellos dos magníficos hombres lamiendo sus zapatos en una postura ridícula. Inmediatamente su novio y el otro esclavo se agacharon para disfrutar de su premio, pero Cris hizo detenerse al nuevo:
-Tú, espera. ¿Cómo te llamas? -Mi nombre es Nacho, Señora. -Bien, Nacho, tú también te mereces lamer, continúa. -Gracias, Señora. El esclavo se agachó de nuevo, ofreciendo su culo a la vista de la chica. -Me gusta tu agujero, es bonito. ¿A tu amazona le gusta meterte cosas por el culo? No contestes, sigue con mis sandalias. -Dijo mientras introducía su dedo índice en el ano de Nacho y lo movía al ritmo de sus lametones.
No los dejó continuar mucho tiempo. Cuando se cansó de explorar el ano de Nacho, que había continuado lamiendo como si nada, dijo:
– Vale, ya está bien. Dejad los zapatos y poneos en pie.
Se acercó a Nacho y empezó a besarlo por todo el cuerpo, para acabar susurrándole al oído:
-Tienes mi permiso para tocarme, quiero que me hagas disfrutar…
Por supuesto Nacho se esforzó en hacer disfrutar a aquella mujer, y olvidándose de su propia excitación se concentró en satisfacer a la amazona. Notaba que no era un ama experta, quizás era una nueva socia, pero eso sólo le estimulaba para obedecerla con mayor devoción. Sin dejar de acariciar juguetonamente el clítoris de Cris le lamía y mordisqueaba los pezones. Los dos estaban de pie, la chica echó la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos se abandonó al placer que aquel hombre le estaba procurando. Por un momento se olvidó incluso de que su novio se encontraba presente. De pronto sintió un beso en la nuca, y una boca que se deslizaba lateralmente por su cuello. Aquella caricia le resultaba familiar. Era Alberto. Tremendamente empalmado, no había podido controlarse y se acercó a su novia. Ésta se sobresaltó
– Tú no puedes tocarme, estate quieto.
Estaba furiosa, más por el hecho de haberse olvidado de Alberto que por la desobediencia de éste.
– Quédate ahí de pie, mirándonos, y no vuelvas a acercarte. Y no se te ocurra correrte.
Nacho reanudó sus expertas caricias, y Cris se relajó de nuevo, volviendo a disfrutar de ese esclavo que el azar había puesto esa noche a su disposición. Era evidente que aquel siervo había sido entrenado por su ama y sabía cómo acariciar a una mujer. Sin prisas, excitó a la amazona hasta que supo que era el momento adecuado de penetrarla. Lo hizo así como estaban, los dos de pie, asiéndola firmemente de las caderas. Cristina no tardó en llegar al orgasmo. El esclavo había cumplido su orden, la había hecho disfrutar.
Mientras oía a su chica gemir de placer en brazos de otro hombre, por el cerebro de Alberto pasaban un montón de sensaciones contradictorias, y no todas agradables…
Sin embargo no podía recordar ninguna situación en la que se hubiera sentido más excitado que en ese momento.
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Esta es la continuación del relato Nueva Amazonia.