Me llamo Ignacio. Les voy a contar una aventura que viví en mi trabajo.
Había una chica que me hacía la vida imposible. Era todo un pendón. Muy bella, rubia, de ojos azules. Su cuerpo era espléndido.
Yo creo que el mejor de toda la empresa. Era muy ambiciosa. Y ya me di cuenta de que su mayor interés era el dinero.
Todo lo hacía por dinero. Consideraba a cualquier hombre o mujer que se interpusiese en su camino como un rival. Le gustaba hacer un doble juego.
Era toda una cínica. Jugar al papel de buena y de mala.
Conocía la psicología de la persona y luego podía adularla para finalmente atacarla ferozmente. Yo era una de sus principales víctimas.
Pasaron algunos años y logre resistir sus embestidas que lógicamente iban encaminadas en la misma dirección siempre.
Seducirme para manipularme. Pera la verdad es que bien que lo hacía. Tenía que masturbarme frecuentemente pensando en ella. Me volvía loco.
Me ascendieron, pero yo deseaba a aquella chica y estaba dispuesto a hacer lo que fuese por conseguirla. Entonces todavía no estaba casado y tenía 32 años, diez más que ella, una jovencita de 22.
Le propuse que iba a dejar el trabajo y que le ofrecía mi puesto recién ascendido, pero con una condición que ya os podéis imaginar cual es. Ella accedió.
– ¿Cuándo? – me pregunto.
– Hoy -le dije.
La llevé a mi piso y me apreté contra ella besándola en la cara y frotándome con ella. ¡Que ternura tan calentita! ¡Qué linda carita! Me corrí. Pero no penséis que ese era el trato. No. Tenía que acostarse conmigo. Ella era muy lista y lo sabía. Y sabía que cumpliría lo pactado.
Quedamos dos días después. Nos desnudamos.
– Métemela por el culo- me dijo.
Así lo hice. Poco a poco. Quedamos en que no se utilizaría condón. Si quería ella podía tomarse pastillas. Su culo era delicioso. Me volvía loco. Mi corazón latía sin cesar. ¡Que gustazo me daba mi polla dentro de su culo!
La tumbe en la cama. Ella estaba boca arriba y se la metí otra vez por su culo. Me costaba meterla y me imagino que le dolería, pero me devolvía una sonrisa de muñeca Barbie. ¡Como se movía! Cada posición que ella adoptaba me llevaba a las puertas del orgasmo.
– Si. Si, haz todas esas cosas que sabes hacer tan bien…calentar a los machos…pero yo te estoy follando y de qué manera.
Ponía una sonrisita permanente de niña tontita.
La saqué de su estrecho agujero y ella se tiró a chupármela. ¡Qué bien lo hacía la condenada! Me lamía el capullo con su lengua. Luego me hacía una paja y me daba cuenta de la fortaleza de su cuerpo.
Hasta que me corrí. Exploté. Luego le acaricié un poco el clítoris. Y me apartó. Me di cuenta de que yo nunca le había gustado y lo estaba haciendo por conseguir únicamente el puesto.
Este gesto no me gusto. Ella había sido débil y yo me había dado cuenta. Y ella lo sabía. Que tendría que volver a entregarme su cuerpo de nuevo. De momento y sin que mi polla se pusiese dura del todo se la metí por su coño sentándola sobre mí. Así estuvimos algunos minutos.
La volví a llamar dos días después.
– ¿Cuándo?
– Hoy.
Me tiré a lamerle el clítoris. Olía a pescado. Ella me tocó el capullo y me lo acarició con el dorso de su mano.
Le aparté la mano de un golpetazo y apreté la punta de mi cipote contra sus pezones que estaban erectos.
Ella me pasó su lengua por la abertura del prepucio consiguiendo que casi me corriese.
Le metí la polla entre las tetas dejándole una estela con mis jugos. No estoy seguro de que que no le gustase lo que estaba haciendo porque es que tenía sus senos duros como piedras. ¿Estaba excitada?
Me volvió a pasar la lengua por el capullo haciendo que se me pusiese la carne de gallina.
Le di la vuelta y me la follé a cuatro patas.
– Me encantas, me encantas, me encantas – le decía.
Cambiamos de posición y me la follé sentada sobre mí, dándome la espalda. Me corrí, pero no la saqué de allí hasta que me volví a correr de nuevo. Me quede dentro como una hora. Luego me costó sacarla porque se me quedaba pegada. Me quedé completamente satisfecho.
Sí. Cumplí lo prometido. Dejé mi trabajo y mi puesto y se lo dieron a ella que ahora podía ganar más dinero.
Seis meses después recibí un email suyo que decía:
«Cerdo, hijo de puta. ¿Por qué hiciste lo qué hiciste? Si yo te amaba»
No lo entiendo. Entonces porque se comportaba así. ¿Por qué esa incoherencia? ¿Y cómo es que yo dejé mi trabajo así? ¿Por qué me acosté con ella de esa forma? Si yo la amaba también.
¿Por qué esa incoherencia mía? Es la codicia del dinero y la lujuria. No es que seamos cínicos es que somos incoherentes. Sólo pensamos en dinero y en sexo. Maldita sociedad.
Bueno son cosas que pasan