– Qué ocurre? A qué viene tanta urgencia? Espero que sea importante, me has sacado en mitad de la clase.

– Verás, tengo un problema muy gordo. Necesito tu ayuda.

– Te noto un poco contentilla, has bebido?

– Sí, pero eso da igual. Verás, te cuento…

[…]

– Tía, tú estás completamente pirada o por lo menos borracha. Cómo me pides eso?

– Es el único modo, por favor.

– Y por qué a mí?

– A quién sino? Eres la única que me puede ayudar. Por favor.

– Joder, qué fuerte! Tú estás segura de esto?

– Completamente…

Andrea llevaba ya cerca de 6 meses de relación con Miguel.

Era un buen tipo. Era guapo, romántico, buen amante… pero tenía un fallo muy grande: era tremendamente celoso.

Se conocieron en una convención de estudiantes, en una de las innumerables y aburridas conferencias a las cuales tenían que acudir.

Andrea estaba desempeñando labores de voluntaria, se encontraba a la entrada del salón de actos ofreciendo panfletos e información.

Cuando se acercó Miguel al stand para recibir información se quedó prendado de los profundos ojos negros de aquella chica morenita, con el pelo recogido en un moño y con una despampanante sonrisa. Fue algo así como un flechazo.

De tal forma que mientras se efectuaba la conferencia, la invitó a ir a la cafetería y ella aceptó, pues tampoco tenía nada mejor que hacer.

Allí Miguel se reafirmó en su idea de que aquella jovencita era maravillosa no sólo de físico, sino también de personalidad.

Al final, dos besos en la mejilla, un hasta luego y el número de teléfono de la chica en el anverso de aquel panfleto de «Energías renovables: ¿futuro o presente?».

La verdad es que poco se puede adivinar de una persona viéndola trabajando, menos aún habiéndola visto apenas 45 minutos, pero Miguel creía que aquella sería la mujer de su vida, de modo que no dudó en llamarla para quedar, eso sí, dejando un margen prudencial de tiempo para no parecer un desesperado.

Pero se llevó una gran decepción cuando volvió a verla.

Realmente, Andrea estaba espléndida. Melena al viento, buen maquillaje, camiseta ajustada y, todo hay que decirlo, bastante escotada, embutida en unos pantalones que marcaban todas sus curvas… muy lejos de aquel hortera uniforme y aquel aburrido aspecto.

Miguel creyó dudar por un momento que fuera la misma chica. Pero, a pesar de la desilusión inicial, pensó que seguía siendo la mujer de sus sueños. Al fin y al cabo, todos tenemos algún fallito.

– No hacía falta que te vistieras así… – Le dijo en un momento en que la conversación decaía.

– Así? Cómo?

– Pues tan… – Puta – tan… provocativa.

– Provocativa? Qué va! Bobadas.

– Bueno, la verdad es que… – Joder, cómo la miran! – estás fantástica.

– Gracias – Y debido a este cumplido le dio un casto beso en la mejilla.

A pesar del desencanto de Miguel, la relación siguió avanzando, y éste pudo comprobar que aquello no había sido casualidad ni un exceso por gustarle la primera cita. De hecho, como ella misma le había dicho, aquel día había ido más recatada que de costumbre.

En realidad no vestía tan exageradamente provocativa como uno pueda llegar a pensar si lo comparamos con las tendencias actuales. Simplemente vestía a la moda, enseñando su cuerpo lo suficiente para no pasar desapercibida, pero lo justo para que las groserías no llegaran a sus oídos.

Desde luego Andrea sería muchas cosas, pero tonta no, y no tardó demasiado en advertir el pequeño gran defecto de su pareja. Al mes de relación, su preocupación por su vestimenta se había ido acrecentando, llegando muchas veces a manejarla a su gusto. Esto hacía que Miguel se fuera considerando ganador.

Mediante la zalamería y las palabras dulces y tiernas, conseguía reducir los gustos de Andrea a los suyos. Y mediante comentarios sobre sus amigas, conseguía acobardarla poco a poco.

– Bueno, chicos, os dejo. Nos vemos, Andrea. Adiós Miguel, mucho gusto – Se despidió Elena de la pareja.

– Adiós – Tras un tiempo prudencial, para que Elena no pudiera oir nada, añadió – Pero tú has visto cómo va?

– Cómo va?

– Joder, con esos pantalones… si se le ve el tanga clarísimamente! Y esa camiseta… seguro que no lleva sujetador! Menuda calientap…

– Oye, oye, no te pases, que es mi amiga.

– Claro, pero eso no quita que sea lo que es. Luego pasan cosas…

Situaciones como esta eran cada vez más frecuentes, y Andrea se iba amilanando, su vestuario se convirtió en mucho más conservador y su círculo de amistades se redujo también mucho.

Cada vez que Miguel la veía hablando con algún chico ponía el grito en el cielo y tenían discusión para rato. Incluso para pedir unos apuntes tenía que hacerlo a escondidas, y si tardaba más de 5 minutos hablando con algún chico, ya venía Miguel buscando bronca porque, según él, no paraba de coquetear.

A las amigas también dejó de verlas progresivamente. Aquella relación no parecía tener nada bueno, pero lo curioso es que le quería, le gustaba, y además disfrutaba con él mucho en la cama. Era el tipo perfecto, excepto por los celos, pero Andrea parecía haberlo asumido.

Miguel le había comido la cabeza a base de cariño, ternura y buen sexo. Era completamente suya. Les auguraba un futuro bastante prometedor… hasta aquel día.

Andrea compartía habitación con Virginia en una residencia de estudiantes. Virginia era el tipo de chica que odiaba Miguel.

Hermosa, buen cuerpo, descarada, sin pelos en la lengua (de hecho lo que tenía era un piercing), provocadora, incluso algo exhibicionista. Toda ella era provocación, era puro morbo. En definitiva, una chica cañón que además lo sabe y lo disfruta.

Andrea había quedado con Miguel en su cuarto de la residencia. Cuando hablaron por teléfono la notó más animada de lo normal. Parecía más feliz de lo normal.

Un tanto desconcertado, pues últimamente estaba muy apagada (él no lo sabía, pero la culpa era suya), decidió sorprenderla, para lo cual le compró un ramo de flores y desechando clasicismos, un conjunto de ropa interior, pues al fin y al cabo era su novio, no? Como tan contenta la había notado, estaba claro que iban a tener lío, de modo que se encargó de pasar por la farmacia a reponer las existencias de preservativos, pues apenas le quedaba uno en la cartera y no era muy de fiar pues llevaba ahí ya más de un mes. Así que además de entusiasmado por verla tan contenta, poco a poco se fue calentando también imaginando la tarde amor que iban a pasar.

Llegó un poco pronto y llamó a la puerta. Nadie contestó. Insistió pero como si nada. Evidentemente no estaba. «Bueno, ella siempre llega tarde» pensó. A los dos minutos apareció Virginia, con la respiración agitada y empapada en sudor.

Llevaba puestos unos pantaloncitos cortos muy pegados, tanto que a Miguel le dio miedo mirar su entrepierna por lo que pudiera llegar a ver, un pequeño top y una cinta para el pelo. Al verla hizo un gesto de desagrado, pero intentó parecer agradable, y la saludó dándole dos besos en la mejilla, mojándose con su sudor.

– Hola, Miguelón, qué? Has quedado aquí con la parienta?

– Sí, bueno, esta mañana me llamó y bueno…

– Claro, claro, Andrea no me había comentado nada, pero no te preocupes – Abrió la puerta y le hizo pasar a dentro -, que yo me doy un duchazo y os dejo solitos para que podáis… – Y gestualmente hizo como si follara.

Miguel se sentó en la cama de Andrea a esperar. Virginia cerró la puerta del baño de un empujón, pero quedó desencajada y al instante se abrió ligeramente.

Miguel no tenía ningún interés en ver a esa zorra en cueros, pero cuando oyó su voz dirigida a él, en un acto reflejo miró hacia el baño.

Él no se creía un chico de esos, que babean ante cualquier tía buena, pero su mirada se quedó fija en el espejo.

Respondió como pudo las preguntas que le hacía Virginia, un gran esfuerzo, pues apenas comprendía de qué le estaba hablando porque él estaba absorto en lo poco que podía ver reflejado, que era el pecho izquierdo y ese culazo que tenía embutido en un tanga blanco.

Cuando Virginia estimó que el agua estaba a su gusto, se quitó lo que le quedaba de ropa y se introdujo en la ducha, corriendo la mampara.

La visión instantánea de aquel coñito con un pequeño mechón de cabello le dejó impresionado y con una pedazo de erección. Como pudo, a duras penas, se recompuso y se deshizo de las calenturientas ideas que tenía en mente.

Para ello, se puso a pensar en Andrea, pero claro, con eso no se bajaba la erección, más bien al contrario. Estaba deseando que la zorra esta se largara y llegara Andrea. Primero le diría que se la chupara, y luego se la metería despacito, para ir aumentando el ritmo hasta que se corriera notando los músculos de… «joder qué empalme!» pensó Miguel, «Y todo por la puta calientapollas esta».

Tal y como había prometido, tardó apenas 5 minutos en ducharse. Salió con una toalla alrededor de su cuerpo, pero las dimensiones de ésta eran de risa.

Apenas llegaba a darle la vuelta entera al cuerpo, fundamentalmente por culpa de la talla 95 de tetas que gastaba la condenada, y de largo no era mucho más.

Las nalgas casi sobresalían por detrás y por delante sus tetas prácticamente asomaban al exterior.

Miguel miraba para otra parte, mientras con sus piernas cruzadas tapaba la erección que mantenía desde que había entrado en aquel cuarto.

La chica con el pelo mojado tenía un aire sensual tremendo. Se lo echó a un lado y comenzó a desenredarse el pelo con las manos mientras le preguntaba a Miguel qué era lo que iba a regalarle.

– No creo que sea de tu incumbencia.

– Joder, no te pongas así. Bueno, da igual, por qué no me alcanzas unas bragas del cajón?

– Por qué no las coges tú misma?

– Porque no me quiero agachar con este modelito, sabes?

«No vas a enseñar mucho más, so puta» pensó para sí Miguel, que resignado se estiró hacia el cajón momento que aprovechó Virginia para tomar la bolsa con el regalito. Miguel se dio cuenta de la sucia estratagema demasiado tarde.

– Eh, tú, trae acá!

– Uuuu, vaya! Qué guarrete. Menudo conjuntito que le has comprado! Me encanta el color rojo, sabes?

– Me importa una mierda, puta asquerosa, devuélveme eso YA!

– Me gusta tanto… me lo voy a probar…

– NOO!

Miguel dio un salto hacia ella mientras se estaba colocando las pequeñas braguitas rojas de encaje.

Se echó sobre ella, que tan sólo pudo meter un pie y fue derribada. El débil nudo de la toalla evidentemente no aguantó tal envite y se deshizo dejando a Virginia completamente desnuda.

El coño rasurado volvió a hipnotizar a Miguel, que se quedó de piedra, igual que su «amiguito». Virginia puso una mano en su muslo derecho, la otra mano acariciando el escaso vello y le dijo con una voz muy erótica:

– Tú no estás mirando demasiado?

La voz provocadora de Virginia tuvo el efecto contrario a lo que pretendía pues rápidamente pensó en Andrea y se dispuso a marcharse de allí. Dio dos zancadas hacia la puerta, puso la mano en el picaporte pero no llegó a girarlo.

– Es que eres maricón? – Le desafió Virginia -. No me lo puedo creer – Miguel se detuvo en seco. Como a cualquier hombre nada le fastidiaba más que se metieran con su hombría -. Estoy hablando contigo mariconazo! – Se dio la vuelta, pero se retuvo, Andrea volvió a su mente.

– Yo… No puedo hacer esto.

– Hacer qué? – Se acercó gateando -. No hace falta que hagas nada, tú solo quédate ahí quietecito… – Le susurró sensualmente.

Con las dos manos desabrochó rápido el cinturón y le puso el pantalón junto con los bóxer a la altura de las rodillas.

Su gorda polla surgió enhiesta cual mástil de bandera, desafiando a Virginia, la cual no dudó un momento en meterse todo aquello en la boca.

Con un ritmo continuado de sube y baja, pringó de saliva todo el instrumento al tiempo que acariciaba sus huevos.

Miguel no tuvo más remedio que dejarse llevar y cerrar los ojos en el momento en que notó el piercing de Virginia sobre su capullo. Era lo más maravilloso que le habían hecho jamás en su parte más delicada. Tenía el picaporte firmemente sujeto para no caerse.

A ratos Virginia separaba la boca de su miembro y le pajeaba a ritmo vertiginoso mientras se relamía la mezcla de saliva y jugos preseminales.

Pero aún no había mostrado todas sus armas.

Miguel vio como dejaba escurrir su saliva hacia sus pechos y con una mano se la untaba.

Cuando se le acercó comprendió lo que iba hacerle. Nunca antes había metido su polla entre las tetas de ninguna chica y aquello fue apoteósico.

El tacto de la suave y delicada piel mamaria casi le hace correrse, pero definitivamente no pudo aguantar cuando volvió a notar la lengua perforada en la punta del capullo y estalló en varios disparos que fueron a parar a esa misma lengua.

La leche inundaba aquella boca, que Virginia abría sensualmente.

El piercing apenas se veía entre el semen, pero al momento volvió a verlo cuando la chica se lo tragó paladeándolo.

– Dios mio…

– Te ha gustado? – Le preguntó arrodillada aún.

– Ha sido genial…

– Jeje, no esperaba menos pero… supongo que no irás a dejarme así, verdad?

– Yo… no puedo… Andrea…

– Que le jodan a Andrea. Cómeme el coño.

– Yo…

– Si no lo haces se lo cuento todo.

– Joder tía… no… no le digas nada.

– Pues ya sabes – Se levantó y se tumbó en la cama -. Si quieres que mantenga la boca cerrada, tienes trabajo que hacer.

Resignado se arrodilló al lado de la cama y se dio a la tarea de saborear aquella almeja babeante, tierna, sin apenas pelitos… La verdad es que era una delicia y no tardó en embriagarse con su aroma y olvidar a Andrea otra vez. No dejó ni un rincón sin explorar, su lengua penetraba hondo entre los pliegues de sus labios.

Mandó sus dedos para reforzar su ataque y ayudar a su cansada lengua. Esto le hizo atacar por los dos frentes de modo que Virginia tuvo pronto los dos agujeros igual de tensos ante la labor desesperada del novio de su amiga.

Se corrió una vez, y luego otra. No tenía tregua, estaba perdiendo, así que aceptó una retirada a tiempo. Le puso las manos en la cabeza y la despegó de su coño babeante. Miguel intentaba darle algún lametón desesperado.

– Tranquilo fiera… no tenías por ahí una cajita de condones? Por qué no sacas una gomita y nos damos un gustazo? – Retirada? Qué va, un inteligente contraataque, aunque el enemigo era duro de roer.

– Ostias, Virgi, en otra situación…

– Te vas a rajar ahora?

– Joder, que Andrea es tu amiga…

– Y? Llevo muchos más años de relación con mi chumino, y desde luego antepongo sus necesidades a las de la puta esa.

– Pero yo no puedo hacerle esto…

– Eso no opina tu amiguito… – Le puso la mano en el pene.

– Me dijiste que… – Apretó un poco más – por favor Virgi… – Otro poco – no… – Un poco más… – vale, tu ganas.

Abrió la caja y se puso un condón rápidamente.

Virginia le aguardaba con las piernas abiertas masturbándose para no perder el calor. Ambos gimieron profundamente cuando la polla de Miguel penetró profundamente y de una vez la raja de Virginia.

Follaban como animales, salvajemente, saltando prácticamente sobre la cama, habían cogido la velocidad de crucero muy rápidamente y tardaron en perderla. Una detrás de otra, las penetraciones eran cada vez más profundas y salvajes, los gritos de Virginia se escuchaban fácilmente desde fuera de la habitación.

Ella se corría pero no se detenía. Seguían dale que te pego y se volvía a correr. Así infinidad de veces hasta que el empezó a dar muestras de llegar también al final y en ese momento la puerta se abrió.

Miguel se paró en seco. Estaba a punto de correrse, tenía los huevos completamente en tensión, casi notaba el semen avanzar por el tronco de su verga, durante unos segundos no sabía si podría dominarse, pero lo consiguió.

Aun así le costó recuperar el aliento. Andrea estaba paralizada, con los ojos abiertos de par en par. Entonces Virginia, acercó su boca a la oreja de Miguel y le susurró sensualmente:

– Por qué no le dices que se una a nosotros? Seguro que lo está deseando…

– Sí… – Se giró -. Andrea, cariño, por qué no te acercas y te unes a la fiesta?

Andrea comenzó a andar hacia ellos. Miguel esbozó una sonrisa triunfador. Todo estaba saliendo de puta madre y además iba a montarse un trío! Llegó a su altura y… zas! Le volvió la cara del revés.

– Vete de aquí ahora mismo grandísimo hijo de puta. No te quiero volver a ver en mi vida.

– Pero… joder, tía…

– LARGO!

– Puedo explicártelo todo, la culpa no…

Apenas pudo decir nada, Andrea comenzó a golpearle de nuevo y tuvo que salir corriendo de allí a medio vestir, con el miembro en semierección, el condón puesto y la cara roja, que le ardía debido al guantazo que le habían arreado. «Maldita hija de puta» pensaba mientras terminaba de vestirse escaleras abajo, «y encima ni siquiera he podido correrme».

– Y tú qué? Te parece bonito?

– Qué pasa?

– Te dije que te enrollaras con él, no hacía falta que te lo follaras.

– La culpa es tuya, que has tardado un montón. Ya no sabía ni cómo retenerle.

– Ya.

– Además, qué más te da? Así gano algo yo también.

– Serás guarra.

– La verdad es que es una pena. El chico valía.

– Sí… dímelo a mí, llevábamos medio año juntos. Me ha costado mucho tomar esta decisión pero… he hecho bien, lo sé, me tenía completamente dominada.

– Sí, hacía tiempo que notaba que no eras la misma.

– Gracias por todo, eres una gran amiga.

– De nada.

– No sé cómo podré pagarte este favor.

– Pues el conjunto que te iba a regalar me gusta mucho…

– Tú siempre tan desinteresada!!!

– Jajaja.