Sexo embarazoso
Capítulo 1: El descubrimiento
La verdad es que nunca me imaginé que a esta altura de mi vida el embarazo sea posible. Soy una mujer de casi cuarenta años, y si bien el estado de gravidez no resulta extraño a mi edad, lo raro es que no tengo pareja estable, y siempre tuve el cuidado de tomar las precauciones para no quedar grávida. Mi vida se limitaba al trabajo, soy contadora de una multinacional de productos eléctricos, y nunca me ocupé en tener una vida marital como toda mujer espera. Como dije mi edad, paso a describir mi cuerpo: soy morocha, delgada, y mis amantes dicen que soy hermosa. En el día de hoy me encuentro con una preñez de ocho meses, producto de la relación con un gerente de mi empresa, casado el ladino, y no se hará responsable de su hijo. Nunca traté de llevar esto al trámite judicial, tal vez por temor a perder mi trabajo o quizás porque no vale la pena, ya que obligar a un hombre a hacerse responsable es algo que no me interesa; así que con lo gano en mi actividad me da para mantenerme. Quizás en un futuro, se haga cargo de algo, o tal vez cuando nazca la criatura este se enternezca y venga conmigo o me ayude a criarlo. En mi trabajo nadie me preguntó nada, ya todos saben mis costumbres liberales en materia de sexo. De repente dirán: ¡pobre, esto le pasa por degenerada! ¡Al diablo con todo! Hoy me siento feliz con mi embarazo, y al momento me encuentro con licencia maternal. Lo cierto que estar en casa me aburre un montón, así que cuando puedo salgo a pasear o visito a alguna amiga de confianza. Fue durante mis paseos que algo me sucedió, y que es lo que me interesa relatar. Resulta que en unos de esos días de la semana pasada, en un día espléndido salí a dar una vuelta por el centro de la ciudad. Paseaba por las calles con mi vestido de embarazada y la verdad es que parecía una señora felizmente casada esperando familia. Caminé por espacio de una media hora, lo que me cansó, así que fui a tomar algo fresco a un bar que estaba en el centro de compras donde me encontraba. Pedí una gaseosa sabor pomelo, y para comer un sándwich caliente. Sentado frente a mi mesa estaba un joven estudiante (suponía esto por sus libros), el cuál repasaba apuntes mientras tomaba un café. El muchacho era de unos veinte años supongo, castaño, y de unos hermosos ojos café. Mientras lo observaba, fui sorprendida por su mirada penetrante, la que quitó de los apuntes que estaba leyendo. Al instante me esbozó una sonrisa de gentileza, a la que respondí con una sonrisa similar, pero desviando mi mirada debido a la vergüenza que me dio el hecho de observarlo. Este suceso pasó sin contratiempos, y a los minutos de tomar mi refrigerio, decidí ir a casa, ya que era algo tarde. Pagué la cuenta y cuando me quiero levantar, debido a lo torpe que me siento con mi gorda panza, tiré de la mesa la botella de refresco vacía, la que se hizo pedazos contra el suelo. Lógicamente el incidente, desvió la atención de todos los presentes en el bar, pero antes de que llegará el mozo, se apersonó el joven que estudiaba en la mesa de enfrente. Me preguntó si me había lastimado, y le respondí que no sucedió nada, sólo que se había roto la botella. Me ayudo a pararme y vinieron los mozos y limpiaron el desastre. Pedí disculpas por el accidente, y me dijeron que no había problemas. En todos estos instantes el joven no se separó de mi lado, y cuando me retiraba me invitó a acompañarme a tomar un taxi para volver a casa. Le agradecí la gentileza, pero él insistió. No pude evitarlo y acepté que me acompañara hasta la parada de taxis del centro de compras. Tomó los libros y apuntes de su mesa, dejó dinero sobre la mesa para pagar su cuenta, y me acompañó a la salida. Mientras íbamos hacia allí, me comentó que era estudiante de economía y que estaba en la ciudad becado, ya que era del interior del país. Me alegró que estudiara lo mismo de lo que yo era, y ahí comenzamos un breve diálogo sobre los estudios en la facultad y situaciones afines a la misma. Me comentó que dentro de un mes rendiría un examen de importancia, y le sugerí un texto que le ayudaría mucho. Claro que decir eso a un muchacho del interior becado fue demasiado, ya que el libro era de un autor extranjero y su costo era muy elevado. De inmediato le propuse y como forma de agradecer su gentileza, que me acompañara a casa y yo le prestaría ese libro, ya que lo tenía de mis tiempos de estudiante. Un poco remiso, pero aceptó. Tomamos un taxi, y al cabo de unos quince minutos estábamos en mi apartamento. Lo invité con un café mientras yo buscaba ese libro en la biblioteca. Encontré el libro, se lo di, y terminó su café. Le di una tarjeta, donde están mis datos (Vanessa Gerder, contadora, tel.: 4562…), y lo invité a que volviera cuando quisiera, ya que me impresionó como un buen muchacho. Se despidió, y luego que cerré la puerta me puse a pensar en él. ¡Qué tonta!, cómo se iba a fijar en mí, si le doblo la edad, y estoy embarazada de ocho meses. Además debió suponer que sería casada, era imposible imaginar corromper a este bello muchacho del interior. Esa noche, mientras se disponía a dormir, sonó el teléfono. Era extraño que ello sucediera, ya que no suena en la noche y más si estaba de licencia. Atiendo y sorprendentemente era Franco (el muchacho del bar) el que estaba del otro lado de la línea. Le pregunté que le sucedía, y me dijo que debido a lo difícil del examen, sino era molestia, no lo ayudaba a preparar el mismo. Se le notaba una voz avergonzada, y además era vital para él salvar esa materia. Me apenó mucho, y como estaba de licencia, le dije que viniera en la mañana siguiente que lo ayudaría a preparar ese examen. Al otro día, a las nueve de la mañana, vino Franco con un montón de libros y apuntes, y mientras desayunábamos, estudiamos, repasamos y practicamos. Cerca del mediodía decidimos detenernos a tomar un descanso, y fue en ese momento que me pregunta sobre mi marido. Un poco vergonzosa le respondí que no era casada, y me pide disculpas por el mal momento.
– ¡A veces pasa! me dijo
– ¡A mí es la primera vez! agregué sonriente
Le conté como me había sucedido esto, y pareció compadecerse de mí. Eso me molestó un poco, ya que después de todo no me parecía tan vergonzoso el hecho de ser una futura mamá, además me seguía sintiendo atractiva a pesar del estado de gravidez en que me encontraba. Pareció darse cuenta de mi humor repentino, y con gran habilidad me halagó diciendo lo hermosa que me veía con mi panza de embarazada.
– ¿Te gusta cómo me veo? le pregunté emocionada
– ¡Sos hermosa, y tu estado te pone aún más linda! ¡Tenés una figura muy bonita! me respondió
En ese momento, el hecho de que un joven, un hombre en definitiva, me halagara me hizo entrar en pensamientos perversos. ¿Por qué mi mente se deriva a impulsos sexuales, en medio de mi embarazo? Este joven que tenía enfrente de mí podía ser mi hijo, pero su belleza masculina hizo que de una manera sorprendente le hiciera una pregunta fuerte y directa.
– ¿Sabés hace cuanto no estoy con un hombre íntimamente?
Franco se sorprendió, se recostó sobre el sofá en que estaba sentado, y con una sonrisa desviada y dándole un tono humorístico me responde: ¡Y…desde que estas de encargue! ¿No?
– ¡Cierto! – dije, ¡No he estado con un hombre desde hace ocho meses! agregué
Mi respuesta más incómodo lo puso, y trató de cambiar la conversación, pero se lo impedí.
– ¡Franco, por favor, no te sientas mal! ¿Acaso no soy una mujer? ¿No dijiste que soy atractiva? dije
– ¡Es que esta situación no me complace mucho! me respondió
– ¿No te imaginas las noches de excitación que tengo que soportar? ¡Siempre fui una mujer muy excitada, con grandes jornadas amatorias! ¡El sexo siempre me gustó! agregué secamente
Me le acerco, él se quiere alejar y el respaldo del sofá no le permite hacerlo. Me siento a su lado, coloco una de mis manos en su pierna y con la otra mano lo tomo de la nuca y acerco sus labios a los míos. Un beso fulgurante se produce y mi lengua buscaba la suya en forma salvaje. Nuestros fluidos se entremezclaban y su resistencia sucumbió cuando su lengua se entrecruzó con la mía en una lucha titánica por pugnar entrar en mi boca. Ahí supe que su excitación había sido activada, y sus brazos se estrecharon sobre mi espalda. Mi abultado vientre le estorbaba, por lo que me acosté sobre el sofá, mientras él me besaba desde el suelo. En ningún momento desde que lo había violado con mis labios, estos se habían despegado. Terminado este éxtasis de pasión, él se paró frente a mí y tomando de mis brazos me ayudó a pararme. Volvimos a besarnos y abrazarnos. Lo tomé de la mano y nos dirigimos a mi dormitorio. Entramos y cerré la puerta. Una sonrisa salió de su rostro y creo que mi alegría era indescriptible. Me comencé a desvestir, pero me detuvo, ya que él quería hacerlo por mí. Lo dejé, se puso en mi espalda, besó mi cuello, mi mejilla y mi oreja. Mientras lo hacía sus brazos tomaban mi panza, y a través de su pantalón con mi cola sentí su erección. ¡Había hecho calentar a este hombre! Sentí su vigoroso pecho en contacto con mi espalda y comenzó a desabrochar los botones de mi rosada blusa. Me la quitó, y mis senos cargados eran sostenidos por un soutien blanco, que dejaba transparentar mis oscuros pezones. Sus manos acariciaban mi abultado vientre, mientras sus labios lamían los lóbulos de mis orejas. Sus besos me excitaban en sobremanera, y poco a poco comencé a bajarme la falda especial que llevaba puesta. Cayó a mis pies, y quedé en ropa interior: mis bragas se perdía entre mis carnes, y parte de mi vello pubiano asomaba sobre los bordes de mi tanga. Franco se agachó detrás mío, y un brusco estremecimiento invadió mi ser, cuando sentí su lengua recorrer mi trasero. De inmediato me di vuelta, y frenéticamente lo besé en los labios. Me acosté en la cama y mientras acariciaba mi vagina por encima de mis bragas, se empezó a desnudar rápidamente. En un instante, estaba como vino al mundo frente a mis ojos. Sus músculos torneados ofrecían una espléndida imagen de este adonis por naturaleza. Y lo más sorprendente era su erecta verga, goteante de líquido preseminal, la cual era de un tamaño respetable. Sin duda estaba entre las más grandes que había visto. Se acostó y puso su cabeza entre mis piernas, olfateó y saboreó sobre mi bombacha y mis gemidos de placer se ahogaban en la habitación. Quitó mis bombachas y quedé con soutien y con mi concha al descubierto. Su lengua mojada ubicó el centro de mi placer: el clítoris aparecía más caliente que nunca. Lo lamió con frenesí hasta que convulsiones de orgasmo tomaron mi cuerpo. Liberé mis senos de sus cárceles de satén, y mis erectos pezones asomaron como rugientes volcanes a puntos de explotar. Mientras me retorcía de placer, con mis manos presione mis tetas, y cuando alcancé el clímax, fue tal la presión ejercida sobre mis senos, que sorprendentemente manantial de vida: leche, comenzó a salir a borbotones de mis tetas. Dejó mi concha Franco, y ante tal sorpresa, sus labios mamaron mis pezones, tratando de saborear el calostro de mis senos, mientras sus manos se repartían tocando mi clítoris y sobando mi panza de ocho meses de gravidez. Había llegado el momento de devolver esa gentileza, y poniendosé boca arriba, con su pija como una estaca, rígida y brillante de jugos, busqué con mis labios saborear esa belleza. Mi lengua tocó la punta de su tiesa verga, y una súbita reacción lo sumió en el placer. Mi boca envolvió esa barra de carne, y mis labios recorrieron sus veinticinco centímetros de erección, hasta que mi úvula avisó el final del recorrido. Comencé a subir y bajar, saboreando con mi lengua los jugos que este volcán emanaba. Los gemidos de Franco no se ahogaban, sino que se hacían más y más fuertes. Estuve varios minutos degustando su verga, hasta que de golpe me detuvo, y dijo que era tiempo de pasar a la próxima etapa. Por un instante me pregunté si no estaría en el camino equivocado, ¿sería adecuado un relación sexual en mi estado? Mientras emergía estos pensamientos a mi cabeza, estaba de espalda con las piernas bien abiertas y mi panza brillante y tirante hacia arriba. Se colocó encima de mí y sostuvo su peso sobre sus extendidos brazos, a ambos lados de mi cuerpo, evitando que mi vientre no sea presionado por su físico. Su verga palpitante buscaba su orificio biológico, e instintivamente mi concha buscaba su tapón natural. El momento llegó y poco a poco, su gruesa y enorme pija comenzó a hacerse lugar entre mis labios vaginales, y avanzó centímetro a centímetro hasta el cuello de mi ocupado útero. Como una especie de tope, Franco comenzó a cogerme suavemente, y descubrí que el sexo entre un hombre y una mujer embarazada era posible. Sus embistes, y el rocé de su polla, hacían que mi placer fuera intenso. Sus labios acrobáticamente mordían y chupaban mis pezones, y leche materna afloraba entre la comisura de sus labios. Mis manos tomaban su trasero y lo presionaban contra mi peludo pubis, no queriendo que su húmeda estaca abandonara mis entrañas. De un momento a otro la explosión llegaría para ambos, y las entradas de su verga se hicieron cada vez más rápidas y violentas, y sentí como su orgasmo se iba acercando. El momento arribó y en un par de estocadas el grito de placer de Franco invadió la habitación, y sus veinticinco centímetros de gruesa pija, estallaron en mi interior derramando un torrente caliente e increíble de semen viril. Me llegó el orgasmo a mí también, y en un esfuerzo sobrehumano, alcé mis piernas al cielo, y cuando el clímax volvió a mi cuerpo, un cruce de mis piernas sobre su espalda, fueron como un candado, sellando para siempre un secreto que celosamente guardaremos. Se retiró de mí, y por los labios de mi concha asomaba, hilos de semen y jugos varios; y de su vara se veía monstruosamente gruesa, nervuda y brillante de humedad. La flacidez le ganó, y un beso de mis labios sobre ella primero y sobre los de Franco después, fue el agradecimiento que le tuve a este gran favor prestado. Rendidos en la cama, nos levantamos y nos duchamos juntos. Me confesó que nunca había esperado cogerse a una embarazada, pero que de aquí en más recomendaría a los hombres que se fijen en ellas como una mujer cualquiera. Salimos de la ducha, almorzamos y continuamos estudiando y…. ¡cogiendo!
Capítulo 2: Querido doctor
Después de la aventura tórrida que tuve y sigo manteniendo con Franco, se me abrió una nueva puerta en mi vida sexual. Realmente mis sensaciones se habían multiplicado y gozaba del sexo como nunca lo hubiera esperado. Nuestros encuentros sexuales fueron llevados al máximo, y en una semana que nos conocimos cogimos varias veces. Las clases de ayuda que le proporcionaba para el examen, Franco me las pagaba con una buena dote de verga y unos deliciosos torrentes de caliente semen. Sorprendentemente, a la otra semana de conocerlo, Franco tuvo que viajar de urgencia al interior, pues su abuela materna cayó enferma repentinamente y falleció. Me dijo que permanecería por un lapso de dos semanas en su tierra, y que aprovecharía en los ratos libres a estudiar para el examen. No puedo negar que su viaje no me agradó en lo más mínimo, ya que mis cuotas de sexo se cortaron de golpe. ¿Quién se fijaría en mí, preñada de ocho meses y pico? Las masturbaciones que tuve que hacer fueron apoteósicas, y tuve que satisfacerme con un gran pepino y bastante vaselina. Sentía que algo extraño me ocurría, mi deseo sexual era incontenible, peor que antes. Ya de por sí era muy puta y calentona, pero como que el embarazo lo multiplico por mil. No pasaba ni una hora, que tenía que salir corriendo a buscar mi amante pepino. Se me aliviaba y al rato me venían unas ganas incontenibles de coger. Estaba como desesperada, las ganas de coger eran impresionantes, y no sabía cómo hacer para satisfacerme, porque a los pocos días, el pepino si bien me aliviaba, ya me tenía harta. Era una verga artificial, sin vida propia y sin lo que más me gusta: con rico semen calentito. Hacia el fin de la semana, luego de cinco días sin mi querido Franco, y con unas ganas de coger de puta madre, me tocaba la visita al ginecólogo. Concurrí al consultorio, y se me vinieron ideas increíbles de hacerlo con mi doctor. Me dije a mi misma: ¡estás loca, es un profesional, no me va a dar corte! Claro, el doctor estaría aburrido de mirar conchas y señoras embarazadas, que supuse que la pija ni se le pararía. Esa mañana mis deseos sexuales eran enormes. Cuando llegué a la sala de espera del consultorio, había varias señoras de encargue. La mayoría de ellas acompañadas con sus esposos. Lo cierto es que me dio un poco de envidia, al pensar que ellas tenían marido, y bueno, por lo menos si tenían ganas de coger, contaban con una pija a la orden. Yo como mujer independiente, no tenía marido fijo, y cuando consigo a un semental como Franco, que disfrutaba de cogerse a una embarazada, tiene que desaparecer repentinamente. Cuando me tocó el turno de pasar al consultorio, tenía toda la bombacha mojada de la calentura que traía. Los pensamientos mientras esperaba me habían hecho manar muchos jugos vaginales. ¿Qué pensaría el doctor? Bueno que me importa, después de todo era médico, y no tenía que esconder lo mal que la estaba pasando sin una verga a la orden. Mi doctor era un cuarentón, alto, morocho y con una barba corta. Estando ya dentro del consultorio me dijo:
– ¡Hola Vanessa, ¿cómo estás?!
– ¡Bien doctor, pero últimamente me está pasando algo increíble! le respondí
– ¡Bueno, vamos a ver! ¡Quítate la ropa interior y súbete a la camilla! me ordenó
Con disimulo, me quité mi empapada braga rosada de encaje. Estaba que chorreaba de jugos, y sin que se diera cuenta, la guardé en mi bolso. Ya acomodada en la camilla, el doctor dejó de escribir en el informe y dijo:
– ¡Bien veamos cómo está la futura mamá!
Con los guantes de látex tocó mi vagina y es lógico que se le mojó toda la mano. El comentario fue obvio y engañar a un doctor es imposible
– ¿Qué ha pasado aquí? ¿Vanessa tenés pérdidas o es lo que me imagino?
No pude mentir, además creo que se dio cuenta de lo que pasaba.
– ¡Es lo que se imagina doctor! ¡Tengo unas ganas incontenibles de mantener relaciones sexuales! lo dije lo más prolijo que pude, mientras mi libido interior decía: ¡Pedazo de pelotudo, estoy que reviento por tener una buena pija, dura y llenita de leche calentita! ¡Ponémela dentro marica!
El doctor frunció el ceño, esbozó una sonrisa, y sin mayor importancia me dijo:
– ¡Pasa algunas veces! ¡Las embarazadas en general restringen su actividad sexual durante su gravidez, y casi la eliminan en los últimos tres meses de embarazo! ¡Hay otras que lo hacen normalmente, como si nada pasara, y llegan hasta el día antes del parto con relaciones sexuales normales! ¡Pero hay otras, y creo que es tu caso, que el embarazo las pone muy excitadas, y tienen una especie de fiebre uterina, que las convierte en unas verdaderas ninfómanas! ¡Cuando más avanzado su embarazo, más ganas de tener sexo tienen!
– ¡Eso es lo que me está pasando doctor! – respondí de pronto
Bueno, empecé a contarle como ocurrió todo, cuando conocí a Franco, mis relaciones sexuales, y como tuvo que dejarme por un tiempo en forma repentina.
– ¡A veces sucede Vanessa, pero tu fiebre uterina es importante! ¡Estás toda mojada, pero tu embarazo va espléndido! me comentó
– ¡Qué bueno! agregué
¡Veamos qué podemos hacer! ¿Te has masturbado para quitarte tensión? me preguntó
¡No sabe cómo doctor! ¡Me masturbo un sinnúmero de veces al día, se me alivia y al rato tengo que volver a hacerlo! ¡Estoy descontrolada, necesito a un hombre de carne y hueso!
¡Es increíble lo que te ocurre Vanessa! ¡Por lo general, la masturbación alivia y algunas embarazadas llevan su fiebre de esa manera, sobre todo cuando tienen un embarazo riesgoso! me dijo
Se sentó en la silla, escribió en mi historia clínica, y yo me disponía a bajarme de la camilla, cuando me ordenó que continuara ahí. Dejo de escribir, llamó a la enfermera, le comentó algo que no pude escuchar y esta salió del consultorio.
¡Vamos a hacerte un pequeño tratamiento que te aliviará! me ordenó
¡Qué bueno doctor! ¿En qué consiste el mismo? pregunté
¡Espera, ya vas a ver! ¡Cuando venga la enfermera te vas a dar cuenta! dijo
Apenas terminó de decirme esto, apareció la enfermera y dijo:
¡Ya derive el resto de las pacientes al Dr. Hellman, y la señora Naiers vendrá mañana a verlo doctor! ¡Ah, aquí está la vaselina para el tratamiento!
La verdad es que no entendía nada, y pensé para mis adentros: ¿qué pasará ahora?
¡Mirá Vanessa, aunque suene increíble una forma de aliviar tu fiebre uterina, es a través del sexo! ¡Pero no el sexo convencional, sino el sexo anal! me dijo
Me sentí shockeada, y lo único que dije fue un ¡¡¡queeeé!!!
Lógico, me sentí abrumada porque jamás esperé una respuesta de ese tipo de un médico. Enseguida me explicó que biológicamente, el hecho de mantener relaciones durante mi embarazo había dejado mi clítoris sensible y la presión de mi panza contra mi vejiga, hacía que tuviera unas ganas incontenibles de sexo. La penetración anal me daría placer y haría que la sensibilidad se fuera a mi ano, y las ganas de sexo se harían más esporádicas. Bueno eso fue lo que entendí, pero lo que me importaba era que mi problema estaba en vías de solución. Me ordenó quitarme toda la ropa, y cuando estuve totalmente desnuda en el consultorio, comenzó a quitarse la ropa el doctor. Y lo más sorprendente que también la enfermera, que era una señorita joven, también se empezó a desnudar. Al cabo de unos minutos estábamos todos en bolas, el doctor, la enfermera y yo: la embarazada.
De pronto, el doctor y la enfermera se empezaron a besar y yo como una tarada los miraba.
¡No te pongas nerviosa Vanessa! ¡La idea es que llegues al máximo de tu fiebre uterina! me dijo
Continuaron besandosé, y la enfermera, se agachó y comenzó a chuparle la pija al doctor. El tamaño que adquirió ese miembro viril era impresionante, medía como unos veinticinco centímetros de largo por unos cinco de diámetro: era un pijón monstruoso.
¿Es grande, no? me preguntó con una sonrisa perversa
La enfermera mamaba y mamaba y el doctor gemía como loco. Me empecé a tocar y la concha estaba que ardía de los chorros calientes de mi vagina.
¡Así Vanessa, pajéate, mientras nos miras como gozamos del sexo! dijo lascivamente el médico
Las ganas de sexo crecieron exponencialmente, me tiré en el suelo y me pajeé hasta acabar como una yegua en celo. Pero al minuto me venían ganas de sexo otra vez. Tenía una laguna entre mis piernas y estaba que reventaba por tener una verga dentro de mí: ¡quería esa verga enorme!
El doctor puso en cuatro patas a la enfermera, y la penetró por detrás violentamente. Se la clavó hasta los huevos de un solo golpe. El gemido que dio la pobre mujer y las lágrimas de sus ojos me pusieron nerviosa.
– ¡Ayyy! ¡Ayyy! ¡Qué dolor! ¡Por favor doctor, sáquela, sáquela de ahí! gritaba la enfermera
– ¡Aguanta puta, es el tratamiento que hay que hacer! ¡Es por el bien de la medicina! gritó el doctor
Ya no daba más. Quería coger y punto. Me paré y me acerqué a ellos. El doctor me hace una seña y me invita a mirar su verga clavada: ¡qué hijo de puta, se la metió todita en el culo de la enfermera! ¡Con razón lloraba la pobre diabla!
– ¡Así pedazo de puta, mirá como le cojo el culo! me gritó obscenamente
El doctor empezó el mete y saca en el ano de la enfermera, y se ve que le dolía a ella y a él. Se la sacó del culo, y sangraba la pija del médico e hilos de sangre manaban del esfínter de la enfermera.
¡Un poco de vaselina, hay que lubricar! dijo el galeno
Tomé la vaselina del escritorio, se lo quise alcanzar pero me dijo:
No, úntame vos la verga con vaselina y ponele un poco en el orto de esta brisca! gritó de golpe
Tomé vaselina entre mis manos y cuando se la iba a poner me cortó, y me puso la pija a la altura de mi cara: ¡chúpamela Vanessa, mama esta pija palpitante!
Su miembro lucía enorme, brilloso, pulsante y sucio de sangre, pero me sorprendió algo: olía a mierda. Acercó mi boca, y cuando lo iba a meter entre mis labios, impulsivamente volví hacia atrás, pues vi que un trozo de mierda, mezclado con sangre, asomaba en la punta de su glande. Me tomó de la nuca y me la enterró hasta la garganta.
¡Dejate de cosas, chupa mi polla, mámala pedazo de puta! gritó asquerosamente
Mamé y lamí la verga, dejándola bien limpita y la unté de vaselina. Lo empecé a pajear, pero me cortó, ordenando que le untará vaselina en el abierto esfínter de la pobre mujer. Prácticamente tres dedos se perdieron en su negro hoyo, el cual poco a poco iba tomando su tamaño natural.
¡Córrete! me dijo, ¡voy a continuar con el tratamiento! Se la volvió a clavar en el orto, y empezó con el mete y saca. Realmente la vaselina es el mejor lubricante, ya que la enorme barra de carne se deslizaba como un pistón en el ojete de esta hembra. Los gritos de dolor, se transformaron en gemidos de placer.
¡Así doctor, cójame el culo como siempre lo hace! gemía la enfermera
La verdad es que no entendía nada de nada. Yo era la del tratamiento y el culo se lo estaban rompiendo a otra. De pronto, mientras taladraba el orto, me dijo: ¡Ponte debajo de ella, y chúpale la concha! Me acomodé como pude, ya que mi panza me estorbaba un poco, y sin querer había formado un perfecto sesenta y nueve con la enfermera. Mi lengua buscó su clítoris y lo encontré. Lo chupé como nunca, mientras el pijón de mi doctor, invadía el recto de la enfermera, haciendo un ruido húmedo, mezcla de la lubricación de la vaselina con los jugos preseminales de la verga. La concha estaba inundada y saboreé los jugos que de ella manaban. De pronto, el éxtasis me invadió. En el otro extremo de mi cuerpo una lengua me chupaba la concha. ¡La enfermera estaba lamiendo mis jugos, y con la punta de su lengua buscaba desesperadamente mi ojete! La imagen era impresionante, una embarazada haciendo un sesenta y nueve con la enfermera, mientras el ginecólogo con su pijón de veinticinco centímetro de largo, le cogía el culo a esta última. De pronto se detuvo, sacó su pollón del recto, llenó de vaselina, jugos, sangre y con un olor mierda bárbaro. Se paró, nos ordenó pararnos y me indicó que me pusiera en la camilla. ¡Bueno, me llegó la hora, me dije interiormente! Me acomodé, abrí mis piernas, el doctor se agachó y me comenzó a chuparme la peluda concha. Su lengua escarbaba en mis labios vaginales, y mi clítoris era presionado entre sus labios.
– ¡Me acabo, me acabo! grité entre gemidos, ¡Sí, chupe mi concha doctor, lame la conchita de la embarazada! agregué lascivamente. A todo esto la enfermera, masajeaba mi enorme panza de ocho meses y medio, untándola con vaselina, y besándome en la boca. ¡Qué tratamiento estoy recibiendo!
En un momento, el doctor dejó de lamer, su barba estaba mojada de mis jugos y su saliva, se paró y fue hasta el gabinete, y volvió con una brocha, crema de afeitar y una maquinilla. Ahora sí que no comprendía nada de verdad, ¿el doctor se iba a rasurar? ¡Qué ilusa que fui! La enfermera comenzó a cortarme los largos pendejos con una tijera quirúrgica, y me untó la concha con crema y ahí supe que lo que iban a afeitar eran los negros pendejos de mi concha. La afeitada final la hizo el médico, quién con una precisión fenomenal, me quitó todos los pelitos, dejándome la concha como la tenía cuando era una niña: bien peladita y rosadita. Me enjuagó la concha con agua tibia, y me dijo:
¡Ahora sí, el tratamiento empieza! Tomó su enorme badajo entre sus manos, mientras la enfermera lo untaba de vaselina. Me empezó a frotar su enorme cereza entre los labios y mi clítoris, haciendo pequeñas inserciones, sacándola inmediatamente.
– ¿Te imaginarás que este vergón no te lo puedo meter en el estado que estás? ¡Podría hacerte daño, y no queremos que nada suceda a tu embarazo! me dijo muy seriamente.
Escarbaba mi conducto natural, y de a poquito iba tanteando mi pequeño y virginal orificio. Tengo que ser honesta, a pesar de mi liberal sexualidad nunca había cogido por el culo. Un dedo de la enfermera untado en vaselina fue la primera sonda que invadió mi ojete. Masajeándolo, fue dilatándolo poco a poco, de manera de permitir que los cinco centímetros de grosor de la verga, se insertaran lo más cómodo y menos doloroso posible. El momento llegó: cerré mis ojos, apreté mis labios, y mientras la enfermera masajeaba mis tetas y mi panza, una enorme barra de carne comenzó a introducirse en mi culo. Centímetro a centímetro, y en forma distinta a lo que pasó con la enfermera, mi recto fue invadido por la pija: la más grande que me hubiera cogido. Al cabo de unos segundos, toda la masa estaba dentro de mí y reprimí sobrehumanamente el llanto, ya que el dolor era impresionante. Podía sentir sus testículos, golpeando mis glúteos, y la lengua de la enfermera lamía mi clítoris con increíble frenesí.
– ¿Sentís mi pija en el culo, pedazo de putita preñadita? – me dijo lascivamente el doctor. ¡Yo te voy a sacar las ganas de andar cogiendo en tu estado! agregó
– ¡Despacito por favor, el culo me duele mucho doctor! protesté
– ¡Cállate puta, yo soy el médico y sé muy bien lo que hago! – gritó de golpe
Y sin más miramientos, y sin aviso alguno, comenzó a cogerme el culo con esa pija gigante a una velocidad como lo hacen los conejos. Exploté en un solo grito, y traté de zafarme, pero la maliciosa de la enfermera me sostuvo, mientras el doctor me sujetaba de la panza e invadía y salía de mi prieto orificio.
– ¡Ayyy, ayyyy, no, por favor, no! grité desconsolada, ¡el culo, mi pobrecito culo, me lo está desgarrando todo, sáquela doctor, no aguanto más! agregué entre gritos, lágrimas y forcejeos.
– ¿Querías pija?, ¿querías coger mi amor?, ¡yo te voy a sacar la fiebre uterina de una sola vez, pedazo de preñada puta! gritó salvajemente
– ¡Así doctor, sin compasión, usted es el mejor ginecólogo del mundo! ¡Es un especialista en la fiebre uterina de las embarazadas! – dijo la maliciosa de la enfermera.
– ¡Por favor doctor, me está deshaciendo el culo, ayyyy! – imploré desconsolada.
– ¡Sé lo que hago! dijo el malvado, mientras su pija escarbaba en lo profundo de mi ojete.
En esa situación me tuvo unos minutos, bombeando fuerte dentro de mi culo, sintiendo el roce de su impresionante glande. De repente, un espasmo me sobrevino y un dolor en el bajo vientre invadió mi ser: me vinieron ganas de cagar.
– ¡Me cago, me cago, por favor, me vinieron ganas de cagar! grité de golpe
– ¡Ah, puta, no evacuaste antes de venir! ¡Esperá, no vayas a cagarme todo! dijo el médico
Sacó su enorme pija, y pude verla cuando se hizo a un lado que estaba bien dura, toda roja de sangre (me había roto el culo) y con suciedad a caca en la punta de su glande. De inmediato, la enfermera tomó una chata, me la colocó debajo y casi sin proponérmelo, un montón de mierda maloliente salió por mi agrandado ojete, proveniente de mis intestinos. Un olor nauseabundo invadió el consultorio, y la chata estaba llenita de excrementos. De mi ojete, goteaba jugos, mierda líquida, y en este éxtasis me vinieron ganas de terminar con el tratamiento.
– ¿Terminó doctor el tratamiento? pregunté ingenuamente
– Para nada, esto no termina hasta que acabo! dijo groseramente
De inmediato se acomodó entre mis piernas, y sin limpiar nada, me clavó su sucia verga en mi deshecho ojete. El bombeo fue retomado, y empecé a gozar del sexo anal como nunca lo hubiera imaginado.
– ¡Así papito, cógete el culito de esta pobre embarazada! ¡Deja ya tu leche! – grité lascivamente
– ¡Ah putita, cómo te gusta esta pija en tu culo, tomá, tomá, brisca de mierda! – contestó el doctor
De repente un espasmo nos envolvió y arqueandosé sobre mi gorda barriga, el bombeo se incrementó: el doctor estaba por eyacular. Yo gozaba como una perra en celo, y ni siquiera sentía esa polla en mi recto. Sólo me dedicaba a disfrutar como siempre lo he hecho. En un momento, la pija gorda salió de mi desvirgado ojete, y tomándola entre sus manos comenzó a pajearse, tratando de eyacular. Como si estuvieran sincronizados, la enfermera arrimó una silla al lado de la camilla, y de un salto el doctor se paró encima, de forma que su palpitante pija quedara a la altura de mi cara. Evidentemente pretendía acabar en mi cara, y traté de cerrar los ojos. Se pajeaba mientras emitía gemidos e insultos soeces como: ¡embarazada puta!, ¿querés mi leche caliente?, ¡brisca de mierda!, y la enfermera se dedicó a chuparme la concha rasurada y el culo destrozado, dándome un placer indescriptible.
– ¡Abrí la boca puta! ¡Voy a acabaaaaaaar! gritó el médico
Sin oponer resistencia, y con los ojos aún cerrados, abrí mi boca e instintivamente saqué mi mojada lengua, y casi al instante un torrente de semen caliente y espeso cayó sobre ella, al momento que el doctor gritaba de éxtasis placentero. Degusté esa leche caliente, al que me lo fui tragando poco a poco, y el glande lechoso era refregado entre mi lengua, labios y mejillas. En ese momento acabé, ya que la enfermera terminó su trabajo en mi concha, tomando y lamiendo mis jugos vaginales, con mezcla de semen y tal vez mierda. Era lo más guarro que me hubiera ocurrido en la vida. Terminamos exhaustos, y la verdad es que con un polvazo de esta forma le sacan las ganas a cualquiera.
– ¡Esto es lo que precisaba Vanessa! me dijo el doctor recomponiendosé, al momento que se limpiaba la pija con agua y jabón y comenzaba a vestirse otra vez. Lo mismo hizo la enfermera, pero sin hacer comentario alguno. Mientras tanto, yo estaba en la camilla, toda sucia, cagada y con el culo hecho una flor. Me ayudaron a bajar, me lavaron la concha, la panza y la cara. Comencé a vestirme despacito, ya que el culo me dolía como nunca. Antes de ponerme los sostenes, el doctor me interrumpió y dijo: déjeme ver sus senos por favor! Tomó mis pezones al mismo tiempo y presionó contra mi areola, sacando un chorro de leche que saboreó.
– ¡Muy sabrosa tu leche Vanessa! ¡Tu bebé sabrá disfrutarla! ¡Vístete! me dijo.
Me vestí y antes de salir me dijo que con este tratamiento se me iban a ir las ganas de coger, por lo menos un poco. Si necesitaba otro tratamiento, que viniera cuando quisiera, que para eso él era un médico. Me despedí, concerté una cita para la semana que viene y partí rumbo a mi casa, caminando despacio y con el ojete hecho añicos. Lo cómico, que a la salida, en la calle me cruzó con una señora mayor que me dice: ¡que bien le queda el embarazo, se ve que usted es una señora de verdad!
Capítulo 3: La máxima experiencia
Indudablemente, después de tan tremendo tratamiento por parte de mi doctor, las ganas de coger se fueron quedando. Pero las mismas duraron sólo unos días. Al poco tiempo mi concha necesitaba de una buena dosis de verga, y lo que es peor el culo también se puso vicioso. Mi culito desvirgado necesitaba de una buena pija, bien larga y gorda. La cuota de emoción se puso a la orden cuando en forma repentina y desagradable, me llegó una carta de Franco, el cual me decía que me quería muchísimo, pero que las cosas se habían complicado en su pueblo, pues al parecer su abuela había dejado una herencia en sucesión y el despelote familiar fue tremendo, por lo que estiró su estadía sin tiempo estimado. Lógicamente el examen que Franco pensaba dar lo pospuso para el otro período regular. Y aquí me encontraba yo, solita, con mi panza grandota de casi nueve meses de embarazo y a punto de parir en cualquier momento, y con unas ganas de coger de puta madre. Traté de ir nuevamente al ginecólogo, pero no estaba dispuesta soportar semejante tratamiento. Además justo me agarró una fuerte calentura uterina (ganas de coger) en un fin de semana largo, con feriado incluido. ¿Qué iba a hacer ahora? Demás está decir que pepinos, zanahorias y bombillas pasaron mi gruta de placer, tratando de aliviarme. ¡No había caso! Las pajas que me hacía no apagaban del todo mi fuego interior. Las ganas de mamar y sentir una buena pija de carne y hueso me estaban poniendo al borde de la locura. De tanto darle a las «verduras», y con mi conchita destilando juguitos, decidí dar una vuelta por el centro, tal vez algo aparecía. Recorriendo por las calles, pasé por un kiosco de revistas. Mirando revistas varias, veo en el lugar destinado a aquellas de corte pornográfico una revista americana que tenía como título: «Bizarre pregnant sex», y en la foto de la tapa había una chica embarazada con una polla en la boca, mientras un negro le daba bomba por atrás. No se pueden imaginar lo que aquella imagen provocó en mí: la concha parecía una catarata de jugos, mis pezones manaban leche, y en un ataque de locura y sin sentido alguno, compré esa revista. Estoy segura que el kiosquero me habrá mirado con una cara de no entender nada, pero como hoy en día el capitalismo salvaje manda y el dinero es sólo lo que importa, me la vendió. Salí rauda para mi casa para poder ver tranquila ese material. Cuando llegué, rompí la envoltura en la que venía, y la abrí en la primera página al azar que palpé. La foto que vi allí fue apoteósica: una rubia preñada a punto de parir estaba siendo doblemente penetrada por dos negros bien pijudos, uno se la metía en la concha y el otro le taladraba el orto. La chica en su gesto disfrutaba como una yegua. Cómo se imaginaran las pajas que me hice con esa revista fueron de otro planeta. Y lo que es peor la calentura uterina me hacía reventar de placer: se me aliviaba y al rato me venían unas ganas de coger tremendas. En uno de esos impasses, mirando la revista, leí en la parte destinada a los contactos e intercambios de parejas, un aviso que me cambiaría la vida y todas mis experiencias sexuales. El aviso decía así: «Jorge y Caín alivian tu fiebre uterina. Nos especializamos en embarazadas. Tel: 8723…..». ¡Era lo que estaba precisando: dos especialistas que aliviaran mi deseo sexual desenfrenado! Sin dudarlo un instante tomé el teléfono y llamé a ese lugar. Me atendió una persona masculina, y luego de pasarme los horarios y la tarifa, no dude y salí raudamente al apartamento donde atendían estos «especialistas». Cuando llegué al lugar, me abre la puerta un adonis ¡negro!, un moreno de 1,90 metros y ancho de espaldas como una puerta. Llevaba puesto una camiseta de basquetbolista, y unos pantalones cortos además de unas zapatillas de ese deporte. Casi sin quererlo o yo que sé, miré de reojo los atributos de su entrepierna: el bulto que tenía metía miedo, y ¡sólo la tenía dormida! Me invitó a pasar, dijo que su nombre era Jorge, y que me pusiera cómoda. Me dio de beber un refresco, mientras me pidió que le contará todo lo previo que ustedes ya conocen.
¡No te hagas drama, con mi «socio» te vamos a aliviar!- me dijo, ¡lo garantizamos!- agregó
Me hizo pasar a una habitación donde había una cama de dos plazas y me ordenó que me desvistiera totalmente. Me saqué la ropita, primero mis zapatos, luego mi vestido de futura mamá, y a continuación mis soutienes y mi bombacha blanca de encaje. Ahí quede desnudita, con mis tetas gordas llenas de leche y mi panza gorda de casi nueve meses de preñez. Me dijo que me acostara boca arriba sobre la cama, y así lo hice. El moreno, sin sacarse la ropa, abrió mis piernas y ubicó su lengua entre ellas. Al instante un flash de placer me atacó: su lengua lamía con avidez mi clítoris y los labios de mi vagina. Prácticamente este moreno me estaba cogiendo con la lengua. De tanto darle me hizo alcanzar un orgasmo impresionante. Mi concha destilaba litros de jugos, y el moreno se los saboreaba con una sed asombrosa. En el momento del clímax. Apreté su cabeza con mis piernas y arqueandomé sobre mi espalda, mí abultado vientre se elevaba como un volcán a punto de estallar.
¡Ahhhh, me acabo, me acabo, ahhhh!- grité entre gemidos de placer
Cuando se me pasó el éxtasis de placer, me tranquilicé, y rendida sobre la cama, el moreno comenzó a sacarse la poca ropa que llevaba puesta. Primero se quitó la remera de basquet, luego las zapatillas del mismo deporte, y por último el pantaloncillo corto. Se lo sacó en forma erótica, y ahí si vi lo más increíble que jamás hubiera soñado: una pija negrísima, larga y bien gruesa. Estaba rubricada por gruesas venas. ¡Y estaba dormida! Cuando el negro quedó en pelotas, se montó sobre mi panza con cuidado, tomó su badajo negro, y sosteniéndolo con su mano, me puso los huevos negros y peludos sobre mi boca.
¡Chúpame las pelotas, mi amor!- me ordenó
De inmediato uno de esos «bombones» entró en mi boca y con mi lengua y paladar chupé ese testículo hermoso. Al mismo tiempo el moreno comenzó a parar ese monstruo de carne que llevaba entre sus piernas. Me sacó los huevos de la boca (llegué a chuparlos a ambos), y me colocó la pija en la cara, diciéndome que se la chupara. El glande rojo oscuro era casi más grande que los huevos. La verga mediría unos veinticinco centímetros de largo y un grosor como la de una botella de gaseosa mediana. Internó esa barra en mi boca, y ya con el glande nomás, me hizo arrancar una arcada, porque de tan larga que era, me tocó la campanilla de la garganta.
¡Despacito, despacito!- me dijo, ¡tenés que saborearla poco a poco!- agregó
Empecé a mamar esa polla, y la calentura iba invadiendo mi cuerpo otra vez. El moreno me estaba cogiendo la boca. Me hizo detener, me pidió que me arrodillara sobre la cama, y él se paró frente a mí, colocando su verga frente a mi cara, dura y llena de saliva y jugos preseminales. Me la volvió a meter, y me comenzó a coger. Cuando le vinieron las ganas de acabar, me sujeto por la nuca con sus fuertes manos y comenzó a bombearme la boca con un fuerte frenesí. Prácticamente me estaba ahogando, y en un instante chorros de semen caliente y espeso, llenaron mi cavidad bucal. Como no tenía salida, ya que el negro presionó su pubis contra mis rostro, sintiendo sus pendejos en mi nariz, y sus manos sosteniéndome la cabeza por la nuca, esos borbotones de leche espesa y calentita me los tuve que tragar para no sucumbir. Me tomé varios chorros de esperma del moreno, mientras gritaba como loco del placer que estaba sintiendo. Cuando terminó, retiró su pijón de mi boca, y casi al momento, una arcada de puta madre me atacó, y entre vómitos asquerosos, leche del negro escupía al suelo, atorada de tanto semen que el tipo había lanzado. Caí rendida sobre la cama, tosiendo y escupiendo leche cada tanto, mientras el negro, se volvió a acariciar su polla nuevamente, tratando de ponerla en posición de combate. Mientras la ponía dura otra vez, el negro con una de sus manos acariciaba mi panza, masajeandomé el vientre, escupiendo mi barriga y frotando su saliva sobre ella. Al tiempo que hacía esto, estaba liquidada de la mamada que había hecho, el moreno me decía frases eróticas, tratandomé de hacerme calentar.
¡Qué linda está la mamita con su pancita!, ¡Te voy a coger el culo para no «dejarte preñada»!- me lo decía en forma irónica. ¡Ah, te gustó coger sin cuidarte, ahora te voy a preñar por el culo! ¡Cuántos tipos de cogieron para dejarte esa panza!- decía lascivamente. ¡Y lo bueno que la vas a pasar cuando venga mi socio Caín! Y la verdad es que no me acordaba del otro tipo, el que supuestamente decía el aviso. Cuando ya tenía la verga negra bien dura y con ganas de marcha, me puso en cuatro patas. Mi concha quedó a total disposición, mientras mi panza rozaba sobre la cama. La verdad que yo ya estaba caliente de nuevo, y en un ataque de locura, grité: ¡metemé esa pijita negra de una vez! Hasta el día de hoy me arrepiento de lo que dije, porque al instante, veinticinco centímetros de carne, invadieron mi caliente interior, y un grito desgarrador sonó en la habitación. En un segundo sentí los huevos del moreno golpeandomé entre las piernas, y me di cuenta que me la había metido hasta mi ocupado útero. Al momento el negro me empezó a coger con una locura perversa, y debido a lo grueso de su pija, mis labios y clítoris gozaban con esa tranca de un macho negro. Disfrutaba como una yegua, mientras gritos de placer y gemidos de gozo inundaban la habitación, y el negro decía cosas perversas como: ¡cómo me gusta coger a las preñadas!, ¡te voy a llenar de leche la concha y el culo! Se podía sentir el sonido de la pija taladrando mi concha, y disfrutaba como loca. De repente un vacío se apoderó en mi gruta de placer, y casi al momento una sensación que ya había experimentado antes, volvió a aparecer: me la había clavado en el culo, sin tratamiento previo.
¡Aaaaaayyyyyy! ¡Ayyyyyy!- grité llorando desconsolada, ¡me está lastimando!
¡Aguantá putita!- me gritó, ¡éste es el tratamiento!- agregó
Podía sentir las bolas del negro golpeando en mi concha, mientras el negro bombeaba su enorme pija negra dentro de mi culo. El moreno apoyó su torso sobre mi espalda, y con sus brazos tomó mi abultada panza, bombeándome el culo como si estuviera loco. El culo me dolía impresionante y si me quejaba del médico, este negro tenía que matarlo. Mientras me cogía el culo, me decía cosas asquerosas al oído como: ¡cuando venga mi socio vas a saber lo que es bueno!, ¡te vamos a enseñar a no andar preñada por ahí!, ¡se te van a ir las ganas de coger o me corto los huevos, preñada puta de mierda! El dolor en mi culo, pasó a ser placer y estas frases aumentaron mi calentura como nunca lo hubiera imaginado. Y entre esas frases yo gritaba a viva voz: ¡no siento nada, no siento nada, que pija chiquitita tiene este negro marica!, ¡qué tengo en el culo, esa pija es más chiquita que la del hijo de puta que me preñó! ¡Dalé negro puto, no podes con una embarazada! Entonces el negro se empezó a descontrolar y por un instante sacó su polla de mi prieto esfínter, y lo que vi no lo creerán: la verga estaba inmensa, toda mojada, sucia de sangre y con un olor a mierda que asustaba. Escupió sobre su badajo negro y me lo volvió a enterrar y entre dos o tres sacudidas el negro se acabó. Chorros calientes y bien espesos de esperma llenaron mi recto e intestinos, haciendo que por los bordes de mi culo salieron ríos de semen mezclados con sangre de mi culo roto y heces de mi oscuro interior. A los minutos, el negro sacó su flácido miembro de mí, y con su pija toda sucia, me ordenó que se la limpiara con la lengua. El sabor era de terror, semen, jugos, sangre y mierda era el principal contenido de ese licuado. Yo estaba con ganas de seguir cogiendo, a pesar de que el culo me lo había desecho el negro a pijazos, y protesté porque la calentura aún la tenía.
¡No te preocupes!- me dijo, ¿para qué crees que tengo socio?- agregó con una sonrisa
¿Y dónde está ese marica, porque no lo he conocido y reviento de calentura?- inquirí en tono de severo reproche.
¡Ya está aquí, pero antes ve a lavarte al baño, y ya lo traigo!- me dijo afirmativamente
Me levanté como pudo de la cama, y fui al baño, donde aproveché para cagar. Me senté en el inodoro, y casi sin fuerza, me eché una buena cagada. Una mezcla de caca, con sangre y semen llenó el fondo del inodoro. Me limpié el culo con agua y papel, me lavé la boca y retorné a la habitación. Cuando entro, el negro se había vestido, y de inmediato le pregunto: ¿Dónde está tu socio? ¡Mirá que tengo unas ganas de coger impresionante!
¡Tranquila!- me dice, acuéstate y lo traigo. Me acosté en la cama, el negro se acercó a la puerta de la habitación y abriéndola dice: pasa Caín, aquí hay una putita preñadita que requiere tus servicios! Al instante quedé helada con lo que vi: el famoso socio Caín que entró a la habitación era un enorme perro gran danés, negro como el moreno, y con una pinta bárbara. De inmediato cubrí con las sábanas mi desnudo cuerpo, y grité: ¿qué es esto? ¡Qué diablos es ese perro!
¡Es mi socio Caín!- me dijo el negro, ¡es un experto cogedor de mujeres, especialmente embarazadas!- agregó
¡Estás loco, tenés que internarte!- le respondí, ¿cómo se te ocurre que voy a dejarme coger por un perro?- agregué rápidamente
¡No tengas miedo!- dijo, ¡es un experto y está entrenado!- volvió a decir
¡Pe…Pe…Pero, estás loco, me puedo agarrar cualquier peste!- dije ya tartamudeando
¡Tiene todas las vacunas, y va al veterinario periódicamente, lo baño cada tres días, y además es el experto en curar la fiebre uterina, en especial en las embarazadas!- dijo el moreno, ¿no te dije que el servicio es garantido?- me preguntó
¡No me acuerdo, además no dice nada de perros ni otra cosa!- dije, ¡yo creí que Caín era una persona como vos!- agregué
¡Justamente, el secreto del tratamiento está en Caín!- me dijo el negro
¿Cómo es eso?- pregunté, ¿por qué tiene que ser el perro?, entonces ¿para qué me cogiste antes?- volví a preguntar.
¡Lo anterior era un precalentamiento, para que no te sientas sorprendida!- dijo, ¿cómo se te ocurre que te diga de buenas a primeras que el perro es el que te va a coger?- preguntó
¡No sé, no sé, no, mejor me voy y me dejó de joder!- dije rápidamente
¡Cómo quieras, te devuelvo el dinero, pero acordate de las calenturas que te vas a agarrar, y de las pajas que tratarán de aliviarte momentáneamente!- me respondió el moreno.
Por un instante lo pensé, y me acordé de los sufrimientos que había pasado, las noches de pepinos y zanahorias, las pajas interminables, mi deseo de una buena verga que me llene todita de leche espesa.
¡El momento es ahora!- volvió a decir el negro, ¡te vas a sorprender con el tratamiento de Caín!- agregó.
Un montón de cosas pasaban por mi cabeza, y por un momento me sentí en el limbo de la perversidad total: tratar mi fiebre uterina, estando embarazada a punto de parir, ¡por un enorme perro! Me sentí sucia, y entonces dije: ¡No es cierto, los perros no cogen con las mujeres ni con nada que no sea de su especie!
¿No me crees?- inquirió el moreno, ¡Veamos!- dijo repentinamente.
De inmediato el moreno, encendió un televisor que había en la habitación, tomó un vídeo de dentro de un armario con una cinta, y sacando esta última del estuche me lo tiró en la cama diciéndome: ¡Mirá sino me crees y después contaje! En la caja de la cinta había una foto de un perro copulando con una mujer, y pude ver la cara de gozo de la puta. Me explotó la libido y mi corazón latía rápidamente deseosa de ver la cinta. Puso el cassette y apretando play puso el vídeo a funcionar. En la imagen vi algo increíble: una hermosa mujer estaba siendo penetrada por un perro enorme por la vagina. Pude escuchar los gritos de placer y el aliento desesperado del can mientras ensartaba a la mujer con una furia terrible. Por un instante dejé de ver el televisor y miré hacia el costado de la cama donde Caín estaba acostado sobre el suelo, tal vez esperando a que me decidiera al tratamiento. Pude notar como una pequeña punta colorada asomaba en el capullón negro de su pija. El moreno me interrumpió de pronto: ¡Mirá, mirá, vas a ver algo increíble! El perro de la película comenzó a copular frenéticamente a la chica, y en un primer plano la verga del perro se enterró toda dentro de la concha de la mujer. El perro acabó y chorros de semen inundaban a la hembra, mientras restos de leche salía por el borde de los labios vaginales. De pronto el perro quiso sacar la tranca porque ya había acabado, pero se le había formado una pelota en el fondo de la verga que no le permitía el paso por los estrechos labios de la pobre mujer. Los gritos de la chica fueron desgarradores, y los aullidos del perro le dieron un ambiente supe excitante. ¡Quedaron abotonados!- dijo el negro.
Las imágenes en la televisión fueron reactivando mis impulsos sexuales nuevamente. La fiebre uterina estaba volviendo. Indudablemente la imagen en la televisión fue ampliando mis desenfrenados deseos libidinosos. Me quité las sábanas de sobre mi gordo cuerpo, y mis manos se dirigieron a mi gruta llena de jugos. La paja que me comencé a hacer fue increíble. Mientras lo hacía, en la televisión se seguían sucediendo las imágenes de zoofilia increíbles, perros fornicando a bellas mujeres, a mujeres gordas, a veteranas de más de cincuenta años, y lo más impresionante fue cuando vi que una embarazada como yo, cogía con un gran pastor alemán como si nada. La mujer se dejaba penetrar tanto por la concha como por el culo, e incluso llegó a quedar abotonada con el perro, cuando el can se la cogió por el culo. Los aullidos del animal con los gritos de la mujer terminaron por entrar en una fiebre uterina como nunca lo hubiera imaginado. Mi concha comenzó a destilar jugos y mis dedos se dirigieron a mi clítoris, frotándolos de placer. Me recosté sobre la almohada de la cama, y con mi vientre en alto, con una mano me pajeaba mientras que con la otra apretaba alternativamente los pezones de mis tetas, llenitas de calostro. Saqué mi mano de la concha y saboree los jugos del placer y con mis ojos cerrados disfrutaba del pajazo que me estaba pegando. En este éxtasis de lujuria una extraña sensación me sobresaltó: en mi concha una lengua invadía mi interior. Miré y lo que vi me dejó helada. El perro, Caín, se había subido a la cama y su cabezota esta incrustada entre mis piernas y por mi vientre gordo, no me dejaba ver, pero era lógico que me estaba haciendo una mamada de putísima madre. Miro al costado de la cama y el negro esbozaba una sonrisa de gozo, al tiempo que me decía: ¡Ahora si te vas a curar de esa fiebre uterina del todo! ¡Disfruta al máximo de Caín, no te vas a arrepentir! La lengua del animal me estaba llevando a un orgasmo como nunca lo hubiera imaginado. Los espasmos de placer que me sobrevenían sintiendo los lengüetazos del perro eran que parecía que en cualquier momento estaba deseosa de ser penetrada.
¡Quiero una pija! ¡Necesito una verga por favor!- gritaba yo desesperada
¡Ponete en cuatro patas mi amor! – me ordenó el negro
Sin dudarlo un instante, casi siguiendo los instintos naturales me puse como las perras, levantando mi culo al aire, revoleando y excitando al pobre animal, el cual desesperado intentaba montarme, pero el negro lo tenía sujeto.
Suéltalo, déjalo que me monte de una vez! ¡No nos hagas sufrir más de deseo! – imploré al negro
¡Ay que dejarlo que se caliente bien! ¡Mirá como ya sacó su enorme verga de su forro!- dijo el negro
Observé de reojo, y la visión que tuve fue alucinante. Una enorme polla roja y nervuda asomaba de entre el vientre del can. Goteaba líquidos de excitación, y los jadeos y chillidos del animal por poseer a su hembra ardiente inundaban la habitación. De repente, el perro se soltó, y con sus patas delanteras, arañó mi abultado vientre, y de una sola estocada (se ve que tenía enorme experiencia) una enorme verga de carne se alojó en mi chorreante vagina. Los sentidos se me desvanecieron, porque la manera que fornicaba el perro era impresionante. Podía sentir como me cogía, y lo estaba disfrutando como nunca. Los veinte centímetros de verga animal se estaban alojando en mi concha. Los golpes de sus testículos contra mi culo los podía sentir, y la lengua babeante sobre mi espalda la percibir. De improviso, el animal aceleró sus embistes, y la sensación de lleno se hizo presente cuando su verga me estaba haciendo doler.
¡Me duele, me duele! ¡Sácalo por favor! – le imploré al negro
Sopórtalo, está por acabar, y se le está formando la pelota en los labios de tu concha! – me dijo
Fueron los minutos más dolorosos e increíbles de mi vida sexual. La mezcla de placer con dolor era algo perverso, cuando al instante se detuvo el perro, y una enorme oleada de semen inundó mi concha, mientras el perro seguía con su verga alojada en mi concha.
¡Ahhh, me acabo! ¡La puta que lo parió, me está llenando de leche la concha!- grité salvajemente.
¡Esto no es nada! – dijo el negro, ¡ahora empieza lo mejor!
Y lo mejor era que el perro comenzó a tironear y su verga no se salía de mi concha, ya que la pelota que se le formó se trancaba entre mis labios vaginales. Sin duda habíamos quedados abotonados.
El perro, giró su pata trasera por sobre mi culo, y su verga como un eje enterrada en mi concha.
La embarazada y un perro, pegados culo con culo, enganchados como los perros. Mientras litros de semen caliente de perro inundaban mi vagina, y ríos de este se salían entre mis apretados labios vaginales, chorreando entre mis muslos. El negro se acercó y comenzó a masajearme la panza, a la vez que me decía: ¡Esto es lo que te va a aliviar! ¡Una buena poronga de perro en tu concha te curará de tu fiebre uterina! De inmediato, se apartó, y sacando su polla, me hizo que se la chupara mientras el perro Caín, jadeaba de placer, derramando semen en mi interior. La pija del negro, creció en mi boca, y a los pocos minutos torrentes de semen me entraban en la boca, y otros eran vertidos sobre mi rostro. El abotonamiento duró como unos veinte minutos, y fue una sensación de vacío lo que se apoderó de mí. Miré hacia atrás, y la impresión de ver la pija de Caín, roja, gorda, y chorreante de semen y restos jugos me hizo dudar si no me habría hecho daño. El negro me acarició mi abierta y chorreante concha, y me dijo: ¡Perfecto! ¡Ha salido a las mil maravillas! A todo esto Caín se echó sobre el piso y lamía su «herramienta de trabajo», palpitante de tan terrible jornada de sexo.
Me levanté y me di un baño de película, donde en realidad fue Jorge el que me bañó y me dejó limpita. Me vestí, y después de pagar lo acordado me fui a casa. A los tres días, volvió Franco de su estadía, la que culminó sorpresivamente. Por supuesto no le dije nada de todas estas aventuras sexuales. Hoy estoy felizmente casada con Franco (ya que me propuso matrimonio después de parir) y soy una señora de la casa, y pude por fin sentar cabeza. Sobre si algún día repetiré las aventuras relatadas, no sé, pero lo que sí sé es que, de la fiebre uterina me curé de verdad.
FIN