Me confieso totalmente fetichista de la ropa interior femenina y en especial de las pantaletas, especialmente de las muy sexis, coquetas y atrevidas, no importa el modelo, color o talla, la única condición es que hayan sido usadas por una mujer y si ésta es cachonda mas apreciadas son para mí.
Soy varón joven de 20 años de edad, vivo con mis padres y una hermana de 22 años, se llama María.
Vivimos en un edificio de departamentos ubicado al sur de la capital de México, mi querido país, en ese departamento hemos vivido toda la vida, ahí nacimos mi hermana y yo, aunque mis padres, al inicio de su matrimonio, han tenido otros domicilios.
El edificio se compone de 10 departamentos y puedo asegurar que tengo cuando menos una pantaleta de cada una de las vecinas del inmueble, incluso de quienes ya no viven aquí por haberse cambiado de domicilio, excepto de las muy grandes de edad o quienes no usan lencería medianamente provocativa.
El gusto por la lencería me nació a temprana edad, a los doce años, ya que como cualquier chico que esta saliendo de la niñez e iniciando la adolescencia practicaba la masturbación motivado con imágenes de mujeres que aparecían desnudas en revistas que ocasionalmente pasaban por mis manos a préstamo de algunos amigos de la escuela o bien que yo compraba en cualquier puesto de periódicos, sin embargo me atraía y excitaban mas las que aparecían vistiendo ropa intima, en actitud de bajarse las pantaletas o bien con ellas bajadas.
La simple palabra «pantaletas» me excitaba imaginándolas como las había visto en esas revistas que he mencionado, incluso me fascinaba, y aun me encanta, ver los catálogos de ropa donde tenían sección de lencería y que llevaban a casa mi hermana o mi mama.
Creo que desde entonces me volví fetichista de las pantaletas femeninas.
Cuando estuve seguro de mi preferencia por esta excitante inclinación de placer sexual de fetichismo por las pantaletas fue un par de años después, un día que mi hermana lavó la ropa intima que había usado en la semana y por estar lloviendo la tendió en el baño para su secado, entre otras prendas había siete pantaletas tipo bikini de distintos colores y modelos, sin saber lo que me esperaba entre al baño a orinar y me encontré con tan agradable espectáculo, no podía apartar la vista de aquellas prendas que aunque he de confesar no extremadamente sexys o atrevidas me parecían de lo mas cachondo, en aquel momento mas que pensar en el cuerpo de mi hermana vistiendo esos calzoncitos eran las propias braguitas las que me llamaban poderosamente la atención y me mantenían «lelo» mirándolas, no me dì cuenta en que momento ya tenia el miembro muy parado queriendo masturbarme, supere el temor y me anime a tocarlas, eran suaves de material fino en diseños discretos, pero en estilo bikini y los olancitos que rodeaban el resorte de las piernas me provocaban superlativamente de tal forma que termine por hacerme una suculenta «chaqueta» sin despegar la mirada de aquellas pantaletitas que tanto me excitaban.
A partir de ese día se creó en mí una apasionante obsesión por las pantaletas femeninas, al ir por la calle veía a cualquier chica e imaginaba que tipo de pantaletas traería puestas, en ocasiones lograba ver como se les marcaban las pantaletitas bajo su ropa exterior e inevitablemente se me paraba la verga, incluso seguía por un buen tramo a la chica para irle viendo el contorno de sus calzoncitos, había días en que me gustaba, aun lo hago, ir a los centros comerciales exclusivamente a ver a las chicas que se les marcan las pantaletas y tratar de adivinar de que color serian y si lograba verle los calzoncitos a alguna al sentarse o al bajarse de algún auto o por cualquier medio, le dedicaba la masturbación del día.
Recordando el día en que mi hermana tendió sus pantaletas en el baño, se me ocurrió que en la azotea del edificio podría tener un gran espectáculo viendo las pantaletas de las vecinas y saber que estilo usaban, estarían perfectamente identificadas en virtud de que las jaulas para tendido de ropa están numeradas por departamento.
Pasando de las palabras a los hechos ese mismo día subí a la azotea para deleitarme viendo las pantaletas de las vecinas, recuerdo que las primeras que vi fueron las de la chava del Depto. 2, se llama Amparo, ha de tener unos 25 años, eran unas pantaletas negras del tipo convencional pero por la parte delantera llena de encajes semi trasparentes, otras amarillas del mismo tipo y otras beige con olanes de encaje en los resortes. Ese día solo ella había lavado pantaletas pero no fue obstáculo para masturbarme viendo sus bragas.
Pensé que el mejor día para ver el excitante espectáculo seria el sábado que es cuando la gente no va a la escuela o al trabajo y lo dedican a labores del hogar como lo es el lavado de ropa y efectivamente el sábado siguiente varias de las jaulas de tendido tenían ropa y en la mayoría de ellas había pantaletas, así que con la verga bien parada empecé a clasificar a las propietarias, llevándome muy agradables sorpresas de vecinas que aunque vestían exteriormente de forma muy conservadora su lencería era de lo mas atrevido y excitante, así como otras vecinitas que no había necesidad de adivinar que les encantaba la lencería sexy por su forma de vestir exteriormente y de cómo se les marcaba bajo su vestimenta y tan solo lo estaba reafirmando, me sentí afortunado ya que la mayoría de las vecinas usaban lencería coqueta como la que a mí me excita y termine por masturbarme ante tan provocativa exhibición.
No había duda de mi preferencia fetichista por las pantaletas de mujer, sin embargo lo que no me dejo lugar a la menor indecisión fue el día que fui de visita a la casa de un amigo, éste vivía con sus padres y su hermana un año mayor que nosotros, durante la visita me dieron ganas de entrar al baño, para lo cual pedí permiso y al estar orinando me dì cuenta que ahí estaba la cesta de la ropa sucia, no pude contener el impulso de abrirla y ver que es lo que estaba dentro, lo primero que encontré fueron las pantaletas de la hermana, cuyo nombre no recuerdo, solo le decían «la chata», eran una pantaletitas tipo bikini negras diminutas, no me explico como podía caber el hermoso cuerpo de «La Chata» en tan pequeñísimos calzoncitos, enseguida imagine que eran los que había usado el día anterior, los olfatee y el aroma de la vagina de la chica me embelesó de tal manera que decidí robármelas poniéndolas en mi pene, era la primera vez que robaba unas pantaletas, me excito de tal manera que no podía hacer que la verga perdiera la erección que había adquirido con tal hecho y me daba miedo que mi amigo se diera cuenta de lo parado de mi pito y en consecuencia del hurto que había realizado, al mismo tiempo me puse nervioso al grado supremo, me temblaba todo el cuerpo, por lo que decidí retirarme de manera repentina. Aun por el camino sentía temor y mí mente se llenaba de ideas en cuanto que al descubrir la falta de las braguitas enseguida sabrían que había sido yo quien las robó.
Ya en casa fui al baño y ahí las estuve observando hasta la admiración, incluso encontré un par de vellos púbicos, las olfatee, acaricie, bese y lamí para terminar masturbándome frotando mi pene con ellas.
Durante todo el día y los subsecuentes, la posesión de tan estimulante prenda intima no se apartaba de mi mente y constantemente iba a donde las tenia escondidas para examinarlas, acariciarlas, olfatearlas y besarlas sin dar crédito aún que en ellas cupiera el cuerpo voluptuoso de «La Chata», que dicho sea de paso estaba super buenota y tenia fama de muy cachonda.
Una mañana que, como de costumbre, desperté caliente, saque las pantaletitas y en un impulso irrefrenable me las puse para ver como me quedaban a mí, me ajustaban a la perfección, seguía sin entender como era que tan diminuta prenda le quedaran a la hermana de mi amigo, decidí ponérmelas todo el día bajo mis calzoncillos normales, era muy excitante sentir en mi cuerpo la fina tela de aquella delicada prenda intima que hacia apenas un corto tiempo habían estado en el cuerpo de una mujer cubriendo sus partes más intimas, el roce de mi cuerpo con la delicada tela de las pantaletitas me llenaban de lujuria y me mantenían con el pene erecto la mayor parte del día, era una sensación difícil de describir pero de lo mas sensual, esa noche al acostarme decidí quitarme la trusa y dormir solo cubierto con tan deliciosa pieza de lencería, fue de lo mas cachondo. Nunca habría imaginado que a partir de ese día el uso de pantaletas femeninas sería de lo mas común y excitante en mi vestimenta diaria.
Al día siguiente lo primero que hice fue masturbarme con las deliciosas pantaletas de «La Chata» y que ahora eran mías y solo para mí.
Ese día, para mi buena suerte, cuando entre al baño para ducharme lo primero que vi en el cesto de la ropa sucia fueron las pantaletas que había usado el día anterior Mary, mi hermana, eran una pantaletitas tipo bikini de color azul eléctrico con encajes blancos en los resortes de las piernas y un coqueto moñito blanco al centro de la parte superior delantera, eran pequeñitas de un material ajustable que podían ser de cualquier talla, no pude resistirme a tocarlas, olfatearlas aspirando el aroma intimo de mi hermana y pasar la suavidad de la tela por mis mejillas. Mientras me duchaba no dejaba de pensar en ellas, por momento me animaba a tomarlas y usarlas durante el día y en otros prefería no arriesgarme a ser descubierto en mi propia familia.
Al salir del baño comprobé que mi hermana ya se había ido a la escuela y solo estaba mi madre, así que dejándome llevar por mis impulsos eróticos fui hasta el baño y tome el bikinito, lo lleve hasta mi recamara y sin meditarlo me lo puse, esta vez no use calzoncillos sino solo las pantaletitas sucias de Mary bajo mi pantalón, la sensación de los diminutos calzoncitos de mi hermana en contacto con mi piel me mantenían en un estado de cachondez indescriptible, la verga se me ponía erecta a cada momento y tenia unas enormes ganas de masturbarme pero prefería seguir gozando de tan tremenda excitación. En varias ocasiones durante el día pense en robármelas para disponer de ellas a mi antojo, pero decidí que no era conveniente arriesgarme, además que las podría seguir usando las veces que quisiera y con el aroma intimo de Mary.
Cuando la noche llegó, en la soledad de mi cuarto, me estuve mirando en el espejo deleitándome al ver como me quedaban los diminutos calzoncitos y termine por masturbarme frotando mi pene con ellos y una vez que me vine, sigilosamente fui al baño y deje las pantaletas de mi hermana en donde las había tomado, imaginando ya desde entonces cuales pantaletas traería puestas ese día y que a la mañana siguiente podría usar yo.
Pasaron varias semanas en las mismas circunstancias, usando las pantaletitas que mi hermana había usado el día anterior, sin dejar de subir a la azotea para mirar las pantaletas de las vecinas y masturbandome con tan excelente exhibición de la mas variada y excitante lencería. Cada día que pasaba estaba mas convencido que no había nada más provocativo que una coquetas pantaletitas femeninas y el fetichismo por estas excitantes prendas intimas se iba fortaleciendo mas en mí.
En una ocasión mi madre me pidió que la llevara en el auto a visitar a una amiga que se llama Sara de edad ya madura pero de un cuerpo excelente, la cual tiene una hija de unos 25 años de nombre Yolanda que esta aun mejor de cuerpo que su señora madre, estuvimos en su casa durante toda la tarde escuchando su platica que a mí no me interesaba en lo mas mínimo, pero lo trascendente fue cuando me dieron ganas de ir al baño a orinar, lo primero que se puso en mi camino fue la cesta de la ropa sucia y ni tardo ni perezoso me aboque a revisarlo, entre varias piezas de lencería destacaban un par de pantaletas del tipo convencional, de talle bajo, totalmente transparentes, se podría leer un libro a través de ellas, eran una de color azul cielo y la otra blanca, en seguida me «enamore» de ellas y aunque había varias más, decidí que me robaría ambas, eran las mas excitantes que habían pasado por mis manos, su transparencia total me aprecian de lo mas cachondo y sobra decir que mi verga estaba a su máximo de erección, con velocidad inusitada me quite el pantalón y me las puse encimadas ambas en la que ya traía de mi hermana ya que se me ocurrió que no habría lugar mas seguro para que no me las pudieran descubrir.
El nerviosismo hizo presa de mí tal y como la vez primera en que me robe las de «La chata», era apenas la segunda vez que robaba una sensuales pantaletas, así que empecé a presionar a mi madre para que nos fuéramos y después de un rato así lo hicimos.
A partir de entonces me hice adicto a robarme las pantaletas sucias que podía, ya fuera en las casas de las amigas de mi hermana, las de las hermanas o madres de mis amigos, de las novias que tuve y de sus hermanas, independientemente de que algunas de ellas me las regalaban por su propia voluntad, de amigas o casas que visitaba en compañía de mi madre, en fin en cualquier oportunidad que tuviera.
Ante la imposibilidad de robar pantaletas sucias de la mayoría de mis vecinas, inicie a robármelas de las jaulas de tendido de la azotea del edificio aunque estuvieran lavadas pero con la certidumbre de que habían estado en las partes intimas de ellas.
Las primeras que me robe de la azotea fueron de unas vecinas que por cierto ya no viven aquí, sus nombres son Hilda y Malù, tendrían unos 23 y 21 años respectivamente, les robe varios bikinis de diferentes colores y estilos.
De ahí en delante empecé a robarme las pantaletas de todas las vecinas, algunas más sexys que otras, de alguna solo una y de otras varias, pero puedo decir que tengo pantaletas de todas ellas, pero las que más me excitaban y que dieron paso a cosas mas extremas en mi pasión por las pantaletitas femeninas fueron las de «la señorita Lucina», era una dama de aproximadamente 30 años que se hacia llamar «señorita», su vestimenta exterior no era muy provocativa pero su ropa intima era sorprendentemente sensual, coqueta y atrevida, es la lencería mas sexy que he visto en este edificio. Ahora ya no vive aquí, pero guardo los más candentes recuerdos de Lucina y por supuesto varias de sus pantaletitas.
El primer día que supe de las pantaletas de Lucina fue un día que mi hermana subió a tender su ropa a la azotea y bajo muy entusiasmada platicándole a mi madre que en la jaula de tendido de la «señorita» había visto la lencería de ésta y que era pequeñita y super atractiva, que parecía ropa de muñequita por su tamaño, colores, encajes y transparencia.
Al escuchar lo anterior mi impulso por subir a la azotea para ver tal espectáculo fue irrefrenable, al llegar a la jaula de secado correspondiente me quede boquiabierto, estaba plagada de lencería de todo tipo, baby dolls transparentes, brassieres, ligueros, medias, negligés, bodys, etc., pero fundamentalmente diminutas pantaletitas tipo tanga llenas de encajes y transparencias de lo mas excitantes, de todos colores predominando el rojo, negro, naranja, amarillo y nude. Sentía que la verga me explotaba de la magnifica erección que me provocaba la excitante exhibición, nunca me hubiera imaginado el tipo de lencería que acostumbraba la «señorita», sobre todo que usara liguero que por la cantidad que de esta prenda había, así como medias y la ausencia de pantimedias, seguro usaría liguero a diario, sin poder refrenarme me vi precisado a masturbarme ahí mismo y a empezar a pensar como me podría robar alguna de sus deliciosas pantaletitas ya que la jaula tenia candado.
No pasaron muchos días para que se me ocurriera que con un alambre con la punta de gancho podría meterlo por entre el enrejado enganchar las pantaletitas y jalarlas hacia mí, a riesgo de que se rompieran, pero haría el intento.
El siguiente martes, que era el día en que la sirvienta de la «señorita Lucina» lavaba la ropa, subí a la azotea «armado» del alambre en forma de gancho y decidido a apropiarme de alguna de las deliciosas pantaletas de mi sabrosa vecina.
Tal como lo imagine en la respectiva jaula había la lencería que había usado durante la semana y las pantaletitas más cercanas a la reja de la jaula eran unas tanguitas de color beige con encajes por el frente rematadas con un coqueto moñito al centro de la parte superior y totalmente transparentes por la parte trasera, aunque había algunas aun más excitantes, me decidí por ésta por estar mas cerca de la reja, metí el alambre y las prendí de él y tire de ellas con firmeza desprendiéndolas del lazo llevándolas hacia mí, rápidamente las puse en la bolsa de mi pantalón y baje a mi casa.
Las piernas me temblaban en cada escalón de la escalera que bajaba, hasta llegar a mi recamara en donde me extasíe observándolas, acariciando las suavidad de la fina tela con que estaban confeccionadas y aspirando en ellas buscando algún aroma de las partes intimas de Lucina, eran diminutas, me imaginaba que poco le taparían a la vecinita, que la mayor parte de su vello pubico quedaría al descubierto, en caso de que no estuviera depilada o tuviera escaso el vello, besaba en el puente de las pantaletitas imaginando que ahí había estado su vagina, sus nalgas, su culo y su vello, en fin fantasee hasta el cansancio, luego lo mejor, me las probé, me ajustaban a la perfección y si así me quedaban a mí ya me imaginaba como le quedarían a ella, termine por masturbarme frotando mi verga con ellas y por supuesto las «estrene» en mi cuerpo dejándomelas durante el resto del día y todo el día siguiente y por supuesto en mis planes estaba repetir la «hazaña» todas las veces que pudiera y así lo hice periódicamente.
En ese tenor pasó tiempo de exquisita excitación coleccionando pantaletas de todos tipos y diferentes mujeres, tanto sucias como lavadas y usando casi a diario los calzoncitos que mi hermana había usado el día anterior.
Entre otras tuve una novia que se llama Isabel, una chica muy guapa y de buen cuerpo sin llegar a ser excelente, se vestía muy a la moda con cortisimas minifaldas y pantalones muy ajustados, lo único malo de ella era el tipo de pantaletas que usaba que eran del tipo convencional nada sensuales.
Aunque era muy cachonda y nos dábamos una manoseadas de órdago a cada momento que teníamos oportunidad e incluso teníamos relaciones sexuales los fines de semana, no sabia como decirle que usara pantaletas mas atrevidas, diminutas, tipo tanga con transparencias, etc., así que lo único que se me ocurrió fue regalarle algunas a ver si le gustaban y ella sola siguiera comprándose de ese estilo.
Fui a conocido almacén departamental y superando el nerviosismo y la gran vergüenza que me daba compre tres pantaletas tipo tanga muy sexys en los colores que más me excitan, negro, rojo y amarillo, transparentes en la parte trasera y con encajes por el frente.
Al llegar a mi casa de tan solo verlas y tocarlas ya tenia el pene endurecido a su máximo, me frote con las tres pantaletitas tratando de impregnarlas de mi deseo lubrico para cuando Isabel se las pusiera sintiera mis vibraciones calientes, les quite las etiquetas y las guarde como recuerdo, metí las pantaletitas en una cajita que envolví cuidadosamente y con un moño rojo remate el «regalito» y esa misma noche se las regale, insistí en que en ese momento estrenara una de ellas, ella acepto y me regalo a su vez las que traía puestas, eligió las amarillas y nos excito tanto la situación que terminamos en un motel dándonos una rica cogida.
El plan dio resultado, pasada una semana de aquel regalito, ella misma me pidió que la acompañara a comprar algunas otras que fueran de mi gusto, cosa que hice encantado de la vida.
Al ver el exitoso resultado alcanzado con Isabel, decidí ponerlo en practica con mi hermana, así que nuevamente tuve que pasar la enorme vergüenza de ir a comprar otras pantaletitas, le compre cuatro, una tipo bikini negra, pequeñita totalmente transparente, dos tangas de colores rojo y amarillo iguales a las que le regale a Isabel, y una pantaletas tipo convencional de talle bajo, es decir que llegan mas abajo del ombligo, totalmente transparentes de color nude o color carne.
Una vez en casa hice el mismo procedimiento que con las de Isabel frotándolas en mi miembro, esta vez no le quite las etiquetas, ya que se me ocurrió regalarle unas pantaletitas que le había robado a la hermana de una amigo y que estaban prácticamente nuevas, me imagino que solo se la había puesto una o tal vez dos veces, era una tanguita azul eléctrico transparentes con destellos brillantes plateados, me excitaba pensar que estas pantaletitas adquirirían mayor carga sensual al haber estado cubriendo las partes mas intimas de dos mujeres distintas, así que le puse una de las etiquetas que había guardado de las pantaletas que le regale a Isabel tratando de que pasaran por nuevas.
Ahora la duda era como darle esas cinco joyas del erotismo sin ser muy obvio en mis intensiones.
Después de dos días de pensarlo, me fui por lo más sencillo que se me ocurrió, le dije a mi hermana Mary que la bolsa con tan exquisitas prendas me la había encontrado en el asiento trasero de un taxi que esa mañana había tomado y la baje como si fuese mía, pero tomando en cuenta la clase de prendas que eran se las regalaba y que ojalá le gustaran.
Mary abrió la bolsa y luego de examinar la lencería que en ella se encontraba, manifestó de inmediato su aceptación y jubilosa la llevó a su recamara a probarse la ropa intima que con tanta excitación le había regalado, minutos después salió diciéndome que le habían quedado justo a su medida, independientemente que eran unitalla.
Al día siguiente «estreno» justamente las pantaletitas azules que alguna vez fueron de la hermana de mi amigo, por cierto que recupere las etiquetas ya que pensaba reciclarlas en su momento al darle algunas pantaletas de las vecinas o mis novias que pudieran pasar como nuevas.
En los días subsecuentes siguió estrenando las demás pantaletitas que le obsequie, y yo usándolas al día siguiente, el fin de semana fue de compras y claro se compro tres tanguitas más, tan sensuales como las que usaba la «señorita Lucina», con lo que me anote otro éxito al inducirla a usar lencería mas atrevida que la que ya usaba. Nunca ha dejado de asombrarme como puede caber su rico cuerpo en tan diminutas pantaletitas.