Resulta que un día Elena, la mujer de José (nuestro amigo de «El lado positivo«) buscando algo que se le había perdido, dió «vuelta la casa» y se topó con el vibrador que su marido guardaba celosamente.
El hallazgo la hizo olvidar de lo que estaba buscando.
¿Qué hacía ese aparato en su casa? Evidentemente, al no ser de ella, era de su marido.
¿En que andaría metido? ¿Tendría otra mujer? ¿Sería homosexual encubierto? Miles de dudas que la sumían en la desesperación acudieron a su mente.
–Tranquila Elena –se dijo– esto tiene que tener una explicación y cualquiera sea me la tiene que dar José.
Un poco más calma volvió a su búsqueda mientras esperaba la vuelta de su marido.
Ni bien llegó, casi no le dejó quitarse el saco, le dijo:
–¿Qué es esto? — mostrándole el aparatito hallado.
El tono de piel de José subió a un rojo intensó. Quiso articular una explicación y sólo se escuchó decir:
–Un… vibrador.
–Eso ya lo sé pero, ¿Qué significa? ¿Tenés otra mujer con la que lo usas?
–¡No!
–¿Te volviste maricón?
–¡¡No!!
–¿Lo encontraste en el ascensor?
–¡¡¡No!!! la… la…. próstata –balbuceó.
Poco a poco, recobrando la calma, le fué brotando la historia que ya conocemos*. Muerto de vergüenza pero fielmente, contó, paso a paso, todo a su mujer.
Elena, que lo conocía profundamente luego de 30 años de casados, sabía que esa historia aunque con visos de increíble, era la verdad.
–¡Pobre viejo! ¿Por que no me lo dijiste antes, así te ayudaba?
–No me animé. Me daba mucha vergüenza.
Feliz por conocer la verdadera versión, Elena comenzó a bromear para sacarlo de tan embarazoso estado.
–¿Qué me contás? Después de tantos años de machito venir a perder el invicto con un pedazo de caucho con pilas.
–No te rías que no tiene nada de gracioso.
–Ya se viejo, debiste haber sufrido mucho, ¿verdad?. Pero no te preocupes, desde ahora yo te voy a ayudar.
–El tratamiento ya terminó. Pero igual sigo, preventivamente –aclaró.
Toda esta situación despertaba un poco el morbo de Elena que estaba ansiosa por participar en una sesión de masajes de su marido.
Insistió hasta convencerlo de que ese era un buen momento para hacerlo.
José, ya desnudo, le dió ciertas indicaciones de como tenía que hacer y Elena, con mucha predisposición, enseguida captó.
Cuando vió que su marido comenzaba a tener una erección exclamó con cierta excitación
–¡Epa! Este aparatito es mágico, te la para más rápido que yo.
Agarró la pija de José y se la empezó a masajear acompasadamente con el vibrador.
La cara de placer de José la excito en extremo y a la acción de la mano, agregó la de la boca, comenzando a chupársela acompasadamente.
Elena, que era como la mayoría de las mujeres de su edad, tenía 54 años, bastante reprimida, sintió que iba, poco a poco, perdiendo las inhibiciones.
Después de todo la inédita situación le provocaba con intensidad todos los sentidos.
Detuvo el vibrador y se desnudó. Era realmente una mujer apetecible con un buen par de tetas firmes y un culo redondo y amplio.
Eso ya lo sabía muy bien José, que la había disfrutado, aunque no en la medida y forma que a él le hubiese gustado, durante todos los años de su matrimonio.
Elena se acostó en la cama y le indicó a José que se pusiera arriba para hacer un 69.
No era la forma habitual en que lo practicaban, ella siempre iba arriba, pero el aparatito que José tenía en el culo se manipulaba mejor en esa posición.
Estaba tremendamente caliente y tuvo un orgasmo enseguida que él empezó a recorrer los labios de su vagina y dirigió su lengua sabiamente al clítoris.
Era un experto, la había convertido en una adicta al sexo oral, a pesar de que en un principio se resistió bastante.
Estaba por su tercer orgasmo cuando, desesperada de calentura, mamó con más fuerza la pija de su marido, provocándole, conjuntamente con el vibrador, una intensa acabada.
José nunca le acababa en la boca pero dada la posición y con la pija muy metida en ella, no tuvo tiempo de sacársela antes de recibir la descarga.
A Elena no le desagradó la sensación que le produjo tener todo en semen en la boca ni el echo de tener que haberse tragado parte de él. Pensó, ¿Por qué nunca lo había hecho antes?, arrepintiéndose de tanta leche que desperdició.
Ese pensamiento la inquietó. Ella era una señora y estaba pensando como una puta. Y bueno a su edad que tenía de malo, se podía permitir ser algo puta, pensó tranquilizándose.
Un poco turbados por la situación se miraron fijamente y juntos estallaron en una carcajada.
–¿No te parece que estamos un poco viejos, para estas locuras? –inquirió Elena.
–Yo no inventé los trastornos de la próstata.
Con una curiosidad morbosa, Elena hizo que su marido le contara detalladamente su «inicio anal» y él, en un ataque de sinceridad, le confesó que si bien al principio lo asustaba un poco ahora realmente disfrutaba del jueguito.
–¿Cómo vas a disfrutar con eso metido en el culo?
–¿Vos viste, y sentiste, como se me puso la pija?
–Si.
–¿Y viste que manera de acabar? Que carajo me importa meterme un consolador en el culo, el resultado justifica el esfuerzo. Si eso me convierte en un degenerado, bienvenida la degeneración. Vos también tendrías que probarlo.
–¡¡Estás loco!! En mi culito no entra nada.
–¡Dale! acordate cuando te ponías los supositorios, te gustaban bastante.
El clima de excitación, la charla intencionada y esa sensación de que estaba tirando totalmente la chancleta** hicieron que Elena accediera a que José le metiera un dedo en el culo.
José, además de caliente, estaba eufórico. Durante años había intentado hacerle el culo a su mujer y ante la constante negativa de ella se había resignado a no conseguirlo.
Ahora, fortuitamente gracias a la próstata, estaba dando el primer paso.
Puesta en posición, con el dedo fué suavemente lubricando el orificio de Elena que, siguiendo las indicaciones de dilatar y contraer los músculos, logró sentir el meñique de su marido dentro de ella.
Reemplazó el meñique por el índice que fue también recibido en pleno por ese ojete ya ansioso y deseoso de más. Agregó el dedo medio y Elena lo disfrutaba como nunca se lo hubiera imaginado.
Luego de un rato de jugueteo el ano estaba bien dilatado y los dedos de José entraban y salían a su antojo.
–¡¡¡Hmmm!!! Que gruesos, ¿me estás metiendo tres dedos? –preguntó Elena.
–No, te estoy metiendo la pija. –contestó José que aprovechando el estado de éxtasis de Elena había suplantado los dedos por su verga y ya tenía la mitad de ella adentro.
–¡Salí! –exclamó Elena. Al percibir que José, asustado por su exclamación, comenzaba a retirar la poronga se apuró –¡No! ¡No! no la saques, dejala adentro, pero con cuidado. –e hizo todo lo necesario para que lo que faltaba por entrar, rápidamente entrara.
Con toda la pija adentro, José estaba pletórico y comenzó a disfrutar de su logro, deseado tantos años.
Bombeó suavemente en un principio y a medida que las necesidades orgásmicas de Elena se lo pedían, fué activando el ritmo hasta acabar frenéticamente derramando toda su leche en el ojete de su mujer que disfrutaba como loca los embates que ese trozo duro de carne que regaba su interior con un líquido caliente.
Eufórica, después de haber recibido tal descarga en sus entrañas se lamentó de no haber experimentado, como José siempre quería, mucho antes el sexo por el culo.
–No te preocupes, querida. Todavía tenemos cuerda para un rato.
Y se tiraron a descansar por el desgaste realizado.
Feliz, Elena agradeció el hecho de que la próstata de su marido haya sido la causante indirecta de haber descubierto todo un nuevo panorama que había convulsionado la rutina en la que se fueron convirtiendo las relaciones sexuales últimamente.
Sentía que después de esa cogida tenía cuerda para un largo, larguísimo rato.
** En Argentina, tirar la chancleta significa perder el control.