El domingo siguiente se casaba una vieja amiga de la infancia, y ese sábado por la noche celebraba su despedida de soltera en un local de la ciudad.
A tal evento había invitado a sus cuatro mejores amigas que ya estaban todas casadas, entre las que evidentemente me encontraba yo.
Todas habíamos pasado ya los cuarenta años.
Nos dijo que el local que había elegido era muy curioso e innovador, pero que no lo conocía, ya que una compañera de su trabajo se lo había recomendado.
Lo cierto es que estuve a punto de no poder acudir por culpa de los tremendos celos de mi marido, puesto que en los trece años de matrimonio nunca he salido por la noche sin él, pero al final le convencí haciéndole comprender que tan solo se trataba de tomar unas copas con unas buenas amigas, a las que él conocía perfectamente.
El sábado, después de cenar, mi marido me llevó en el coche hasta el local donde habíamos quedado.
Ya se encontraban allí dos de mis amigas acompañadas de sus maridos.
Permanecimos en la puerta hasta que llegaron las otras dos.
Una vez que estábamos todas, nuestros respectivos maridos y el novio de nuestra anfitriona se despidieron de nosotras y se marcharon.
Parecía un local muy normalito. Se trataba de una especie de disco-pub y no había demasiada gente. En un lateral había una barra atendida por tres atractivas camareras.
En el centro una gran pista de baile y alrededor mesas por todas partes, atendidas por varios camareros impecablemente vestidos.
La música estaba bastante alta sin ser atronadora, lo que permitía hablar sin tener que chillar.
Dejamos nuestros abrigos en el guardarropa y nos sentamos en una de las mesas.
Uno de los camareros tomó nota de nuestro pedido. Al cabo de cinco minutos escasos nos sirvieron las copas.
Luego comenzamos a bromear con nuestra amiga sobre su futuro matrimonio y la pérdida de libertad.
Al cabo de quince minutos uno de los camareros se acercó hasta nuestra mesa y nos preguntó que si éramos las de la despedida de soltera.
Cuando le dijimos que si, nos pidió por favor que le acompañáramos.
Entre risas nerviosas nos levantamos y seguimos al camarero. Nos condujo hasta el fondo del local, dónde había tres puertas cerradas.
De dos de ellas colgaban sendos carteles que indicaban los aseos de señoras y caballeros. De la otra colgaba un cartel que ponía privado.
El camarero presionó disimuladamente una especie de timbre que había al lado de esa puerta.
A los pocos segundos la puerta se abrió.
Apareció un caballero muy bien vestido de unos cincuenta años que nos invitó a entrar. Una vez todas dentro el camarero se retiró y el otro hombre cerró la puerta con cerrojo tras de sí.
Nos condujo por un estrecho pasillo hasta otro local.
Era una habitación mas bien pequeña en la que había una escueta barra de bar, una mesa con seis sillas en el centro, un diminuto escenario flanqueado por gruesas cortinas rojas, una puerta que indicaba aseo, y otra puerta, a la derecha del escenario, sin ninguna indicación.
Nos acomodamos en la única mesa que había.
De detrás de la barra, el hombre que nos había recibido nos sirvió nuevas copas y luego desapareció por una cortina que había tras la barra.
De pronto las luces comenzaron a apagarse, quedando únicamente encendidas dos grandes focos de luz roja, y la música bajo su intensidad.
La cortina del escenario se abrió y aparecieron tres tíos impresionantes que nos hicieron un striptease integral, solo para nosotras.
Lo cierto es que nos lo estábamos pasando genial.
Uno de los «boys», que era de raza negra, completamente desnudo, se acercó hasta nuestra mesa y preguntó quien era la chica que celebraba su despedida de soltera.
Como por un resorte, las cuatro señalamos a nuestra amiga.
Entonces el negro se la sentó encima de las rodillas y la invitó a que le tocara su miembro, que dicho sea de paso era descomunal.
Entre risas nerviosas nuestra amiga comenzó a acariciar aquel tremendo aparato, pero el chico no se empalmaba ni a tiros.
Las risas fueron incrementándose hasta que el jolgorio fue frenético. A todo esto, el camarero aparecía de vez en cuando con nuevas copas.
Después de media hora nuestra amiga consiguió por fin que el miembro del negro se empalmara.
Si ya estando flácido era enorme, os podéis imaginar su tamaño ahora.
Jamás pensé que pudiera existir un pene de esa longitud y grosor.
Entonces el «boy» se levantó y desapareció entre las cortinas del escenario. Las luces volvieron a encenderse y la música subió su volumen.
Luego volvió a aparecer el camarero con una botella de cava y cinco copas.
Tras servir el cava en las copas nos dijo que la función había terminado, pero que si la chica que celebraba la despedida quería «pasar un buen rato», abriera la puerta de la derecha, al lado del escenario, y se introdujera ella sola.
Luego desapareció nuevamente tras las cortinas de la barra.
Todas animamos a nuestra anfitriona para que entrara por aquella puerta, pero ella se negaba continuamente entre risas histéricas.
Como quiera que no se decidía me lancé en su ayuda, la cogí de la mano y la llevé conmigo hasta la puerta en cuestión.
Entonces giré el picaporte y la entreabrí. Dentro no se veía nada. La supuesta estancia estaba completamente a oscuras.
Para animar a mi amiga abrí del todo la puerta y me adentré unos centímetros.
Ella seguía riendo sin parar y tiraba de mi mano hacia fuera. En el forcejeo siguiente, mi amiga consiguió soltarse de mi mano y Yo, por la inercia del tirón, me caí sentada en el interior de aquella oscura habitación.
Mi amiga, con el ánimo de seguir la broma cerró la puerta dejándome dentro en la más absoluta de las tinieblas. Acto seguido sonó un ruido seco en la cerradura de la puerta.
Me incorporé e intenté abrirla, pero fue inútil, la puerta se encontraba bloqueada, tanto por dentro como por fuera.
A los pocos segundos una luz verde parpadeó en unos de los laterales de la habitación.
Me incorporé y me dirigí hasta allí. Se trataba de un monitor pequeño flanqueado por dos botones a cada lado, que se encontraba empotrado en la pared, muy similar a un cajero automático bancario.
Bajo el monitor había una especie de tapa de aluminio, así mismo empotrada en la pared. Entonces en el monitor comenzaron a aparecer letras verdes muy luminosas sobre un fondo negro.
La frase rezaba: «BIENVENIDA A LA SILLA DEL ORGASMO. POR FAVOR, PARA COMENZAR LA SESIÓN PULSE EL BOTÓN ROJO».
A pesar de estar realmente nerviosa e intranquila la curiosidad me pudo y apreté el botón indicado. La leyenda anterior desapareció, y en su lugar salió otra: «ANTES DE COMENZAR ES CONDICIÓN OBLIGATORIA QUE SE DESNUDE POR COMPLETO Y DEPOSITE SU ROPA EN EL HABITÁCULO DE ABAJO. UNA VEZ EFECTUADO ESTE REQUISITO, PULSE EL BOTÓN VERDE».
Al mismo tiempo sonó un zumbido suave y la tapa de aluminio, situada bajo el monitor, se abrió dejando al descubierto un pequeño cajón.
Aquella situación era algo surrealista pero, que demonios, sentía verdadera curiosidad por el tema, así que sin pensármelo dos veces comencé a quitarme la ropa.
A medida que me iba despojando de prendas las iba depositando en el cajón.
La blusa, el pantalón y los zapatos. Entonces apreté el botón verde. Un nuevo mensaje apareció en la pantalla: «POR FAVOR, DEBE DEPOSITAR TODA LA ROPA EN EL CAJÓN».
Aquello me dio a entender que alguien me estaba observando por una especie de cámara oculta, lo que me provocó una doble sensación de miedo y excitación. Tras nos segundos de pausa decidí continuar hasta el final.
Me quité los panties, el sujetador y las bragas, depositándolas en el cajón.
Volví a presionar el botón verde. Esta vez no hubo más mensajes. El zumbido volvió a sonar, cerrándose la tapa de aluminio con mi ropa dentro.
Y allí me encontraba, en un lugar desconocido, sin saber lo que se me avecinaba y encerrada a cal y canto en una curiosa habitación, como Dios me trajo al mundo.
Entonces una luz roja, procedente de varios focos ubicados en el techo, iluminó tenuemente la estancia.
Era más bien pequeña, calculé unos cuatro metros de longitud por dos metros de anchura.
Desde mi posición, en la pared de enfrente se encontraba el monitor anteriormente citado, y el habitáculo por donde había desaparecido toda mi ropa.
Detrás tan solo había una puerta completamente lisa, sin picaportes ni cerraduras.
A mi derecha se encontraba la puerta bloqueada por la que había accedido a la estancia, y a la izquierda, un curioso sillón negro anatómico con multitud de accesorios, similar al de un dentista.
El suelo estaba enmoquetado con una mullida y acogedora alfombra, que evidentemente estaba diseñada para estar descalza sin pasar frío.
El monitor volvió a parpadear. «POR FAVOR, ACOMÓDESE EN EL SILLÓN».
Debo reconocer que aquella situación me resultaba algo violenta, pero, ¡qué caramba!, había dado el paso de desnudarme y tenía curiosidad por saber el desenlace de toda aquella parafernalia.
Me dirigí hasta el sillón negro y procedí a sentarme.
Inmediatamente después, la puerta lisa, que se encontraba ahora a mi derecha frente al monitor, se abrió.
De su interior surgió una silueta de mujer, vestida de negro y con una máscara en la cara, que, sin dirigirme la palabra comenzó a operar el sillón.
Primero me colocó dos correas en las muñecas, las cuales fijó a cada uno de los apoyos laterales del sillón, inmovilizándome totalmente los brazos.
Después hizo lo propio con mis tobillos, sujetándomelos al faldón del sillón por medio de dos pequeños grilletes.
Luego me colocó una correa más larga, a la altura de mi cintura, la cual abrochó por detrás del sillón, dejando mi cuerpo literalmente pegado al respaldo.
Por último reguló el reposacabezas para situarlo a mi altura y desapareció, sin despedirse, por la misma puerta que había entrado.
A los pocos segundos una nueva silueta tomó forma en el umbral de la misteriosa puerta.
Esta vez se trataba de un hombre, que también portaba una máscara en su cara.
A medida que se iba acercando hasta mí pude comprobar que estaba completamente desnudo, a excepción de un diminuto tanga que delataba su enorme paquete. Era un tipo alto y muy musculoso, de raza negra.
Al llegar al sillón, accionó un mecanismo oculto y comenzó a oírse un zumbido mecánico.
Primero el faldón del sillón pareció partirse en dos, separándome las piernas.
Luego, la mitad del asiento se plegó hacia dentro, de tal forma que mi coño quedaba totalmente abierto y suspendido en el aire.
Pese a todo, el sillón me seguía resultando cómodo.
El hombre se arrodilló entre mis piernas y comenzó a acariciar mi sexo con una de sus enormes manos.
Frotaba mis labios vaginales y me pasaba un dedo suavemente desde el clítoris hasta el mismísimo ano.
Aquello comenzó a ponerme cachonda y a humedecer mi sexo.
En un momento dado, uno de sus dedos fue profundizando entre mis labios vaginales hasta penetrarme.
Entonces comenzó a meterlo y sacarlo al mismo tiempo que hundía su cabeza entre mis piernas y me lamía el clítoris.
Pasados unos segundos, sin dejar de mover su lengua, su dedo se salía de mi vagina y comenzaba a inspeccionarme el ano. Tras un suave forcejeo hundió su dedo en mi ano hasta hacerlo desaparecer en él.
Ahora su dedo entraba y salía de mi ano al mismo tiempo que me frotaba el clítoris con la punta de su lengua, y otro de sus dedos me penetraba nuevamente el coño.
Entonces comencé a experimentar un tremendo orgasmo que me hizo gemir de placer.
Cuando mi orgasmo amainó, el hombre se incorporó del suelo y se quitó el tanga. Tenía el miembro enorme y completamente erecto.
Entonces accionó otro mecanismo que hizo subir al sillón hasta que mi coño se situó a la altura de su pubis. Apuntó aquella tremenda herramienta entre mis labios vaginales y fue empujando lentamente hasta que su glande me penetró.
Luego, ya sin la ayuda de sus manos, empezó a metérmela muy despacio hasta conseguir clavarla entera, a pesar de su tamaño. Entonces comenzó a follarme despacio.
Poco a poco la velocidad de sus caderas iba en aumento y mi coño no paraba de abrirse y rezumar flujo.
Tardé menos de dos minutos en encadenar tres orgasmos consecutivos de una intensidad que no conocía hasta ese momento. Luego bajo de nuevo el ritmo y continuó follándome muy lentamente.
De pronto apareció otro negro en la habitación, del mismo estilo que el anterior e igualmente protegido con máscara. Se acercó hasta el sillón y, mientras el otro seguía jodiéndome el coño, se colocó a horcajadas sobre mi pecho.
Bajo una cremallera situada en el centro de su tanga, se sacó la polla, que también era de un tamaño considerable a pesar de encontrarse semi-erecta, la apuntó hacia mi cara y comenzó a mearse.
En un primer momento sentí repulsión al notar su orina caliente en mi rostro, pero poco a poco me fue dando tal morbo que terminé por abrir mi boca para permitir que el potente chorro me penetrara dentro. Incluso reconozco que llegué a tragar parte de su lluvia dorada.
Cuando terminó de mear, me la metió en la boca y yo comencé a chupársela. Poco a poco su rabo comenzó a adquirir una gran dureza.
La negra piel de su prepucio se fue retirando hacia atrás dejando al descubierto el capullo, el cual comencé a lamer con verdadera excitación y ansia.
En ese momento, el bombeo de su amigo me produjo un nuevo orgasmo.
Minutos después el negro que tenía encima me sacó su polla de la boca y me acercó sus hermosos testículos. Adivinando sus deseos comencé a lamerle los huevos mientras el se masturbaba.
De vez en cuando me la metía en la boca para que se la mamara un rato y luego volvía a ofrecerme sus huevos mientras se masturbaba.
Todo ello sin que su amigo parara de joderme un solo instante.
En un momento dado, el tipo que me estaba follando me preguntó, con voz grave, si podía correrse dentro de mi coño.
Yo le respondí que lo hiciera, ya que tomo la píldora anticonceptiva con regularidad, así que aceleró su bombeo hasta alcanzar un ritmo frenético.
Entonces me sobrevino un nuevo orgasmo, justo en el momento en el que comencé a sentir su leche quemándome las entrañas.
Seguía descargando su semen dentro de mi coño, cuando la polla que tenía en la boca soltó un potente chorro de lefa en mi garganta, y luego otro, y después otro más.
Estaba tan excitada que no dude un solo segundo en tragar hasta la última gota de aquel cuajo tibio y espeso. El otro negro había descargado sus huevos en mi coño. Luego los dos tipos desaparecieron por la puerta interior.
De nuevo salió la mujer que me había atado al sillón. Se acercó hasta mí, y, antes de desatarme, empezó a lamer los restos de semen que tenía en la comisura de mis labios.
Después se agachó e hizo lo propio con los de mi coño.
Aquello me dio tanto morbo que me corrí de gusto mientras me lavaba el coño con su lengua. Finalmente me liberó de mis ataduras y desapareció por la puerta, que esta vez se cerró tras de sí.
Cuando me levanté del sillón, me temblaban las piernas.
Además, era la primera vez que perdía la cuenta de los orgasmos que había disfrutado en una sola sesión de sexo.
El monitor volvía a parpadear: «PARA FINALIZAR PULSE EL BOTÓN AMARILLO. PARA UNA NUEVA SESIÓN PULSE EL BOTÓN AZUL».
Por una parte no podía con mi alma, mi cuerpo estaba impregnado de sudor y semen, mis amigas me esperaban fuera, ya debía ser muy tarde, mi marido también me estaría esperando en casa, pero por otra parte nunca había sentido aquel placer, ni había disfrutado de aquella envergadura de penes, así que…
PULSÉ EL BOTÓN AZUL.