Mi marido es un desastre (05: Crucero)

Aquí no acaba la historia de los juegos de mesa, pero tengo que contar lo que me sucedió dos o tres semanas después.

Guillermo apareció preocupado, muy preocupado. Le pedí que me dijera varias veces que le sucedía, pero me decía que no sucedía nada. Yo sabía que algo me ocultaba. Sólo después de pedirle que me contara que le sucedía me empezó a contar algo.

-No me vas a perdonar. Te acuerdas que le pedí dinero para ampliar la oficina. Pues como el banco no me lo daba se lo pedí a una mujer de la que me hablaron. Silvia. Ahora me está costando devolvérselo y quiere quedarse con todo. Con la oficina, con la casa…con todo.-

Me puse yo también muy preocupada. -¿Qué podemos hacer? ¿No puedes entregarle algo en garantía?-

-La casa era la garantía. He hablado con el banco y dice que ahora sí me pueden dejar el dinero. Pero tardarán al menos quince días. Silvia me pide una garantía personal…-

-¿Qué tipo de garantía personal?-

-Pues es, quiere retener a una persona para asegurarse que dentro de quince días le pagaré. Le he hablado de ti y me ha dicho que.-

Le grité entonces. -¿Qué te ha dicho?-

-Que sí. Que te irás con ella de crucero en su yate dentro de dos días y si conforme pasan los días no se va arreglado el tema, pues entonces pensará en pagarse con tu trabajo.-

Mi marido me explicó que como le debía cinco millones de pesetas, un interés del 15% hacían setecientas cincuenta mil pesetas al año. Eran dos mil pesetas diarias de interés, más la amortización. Si mi trabajo diario lo valoraba en quince mil pesetas al día, entonces trece mil eran de amortización. Y así se pensaba cobrar Silvia, haciendo un cálculo simple, en unos 13 meses. Pero ¿En qué tendría que trabajar para cobrar quince mil pesetas?

-En el mar se cobra muy bien.- Me respondió mi marido.

Mi entrega la realizaría Guillermo en dos días en un puerto deportivo cercano a Alicante, donde Silvia pasaba las vacaciones, así que me fui preparando. Hice un par de maletas en lo que llevaba lo que consideraba necesario. Nos dirigimos en el coche recién comprado de Guillermo al puerto. Me revolvía las tripas montar en ese automóvil comprado con un dinero que debía haber sido para pagar a Silvia. Buscamos en el puerto el yate de Silvia. Se llamaba «Transilvania». Bonito nombre para un yate cuya dueña se llama Silvia.

Nos dirigimos hacia un yate enorme. Era un yate de quince metros de eslora, por lo menos. Nos recibió una chica de pelo rizado y acento vasco. Idoia, se llamaba. Llevaba una coleta improvisada con una cinta y una camiseta sin mangas, de esas que tiene las sobaqueras tan anchas que si te colocas detrás te pueden ver los pezones cuando levantas el brazo. Eran, por lo demás, unas tetitas pequeñas, casi pueriles.

Idoia tenía unos rasgos duros, de pómulos marcados, ojos negros, pequeños y achinados y nariz aguileña y boca de labios cortos y finos. Su mandíbula era cuadrada y fuerte. Tenía una musculatura bastante desarrollada. Lucía unos pantalones vaqueros cortados a la altura de la inglés. Unas zapatillas de deporte muy usadas remataban su vestimenta. Estaba morena, bueno, más bien colorada. Debía tener unos treinta años

Idoia dio la voz de aviso a Silvia, que saludó desde la barandilla a Guillermo. -¡Venga, que pase!- Dijo haciendo una seña. Y cuando estaba ya dentro con mi equipaje, le dijo a Guillermo. -Ya te llamaremos.- para darle a entender que se fuera. Mi marido me intentó besar pero yo eché la cara a otro lado, como venía haciendo hace dos días.

-Te llamaré – Me dijo con una mirada triste.

Silvia apareció delante de mí en un momento. Era muy guapa. Debía tener veinticinco años. Tenía la piel del color de las almendras, por el sol. Venía en bikini. Era bajita y menudita, muy nerviosa. De pelo castaño y ojos marrones y almendrados. Su cara redonda acababa en una barbilla triangular. Era, como digo, bajita, pero de miembros estilizados y delgada. Elegante.

-Mira, esta es Idoia, la capitana. Idoia; Eva.- Nos dimos dos besos de rigor, mientras Idoia me miraba con mirada penetrante. Le gustaba marcar muchos sus gestos y posturas.

-Silvia me llevó al habitáculo interior del yate, donde me parecía increíble el partido que le sacaban al espacio. Tras un salón, había un pasillo, a un lado el baño, al otro la cocina donde estaba Celia.

-Mira, esta es Celia. Es la cocinera. Espero que te guste lo que cocina. Nos ha costado mucho convencerla para que venga.- Y dijo esto guiñándole un ojo.

Celia era dominicana y negra. Era una negra de carnes compactas. Llevaba unos pantaloncitos cortos que dejaban ver dos piernas largas rematadas en unos muslotes y un culo prominente. Detrás del delantal se adivinaban unos pechos generosos. Estaba muy pelada, a pesar de lo cual, sus pelos estaban rizados. Sus ojos eran grandes, su nariz achatada y los labios saltones. Tenía un cuello largo y unas espaldas más bien anchas. Celia me saludó dulcemente

Había tres camarotes. Uno a cada lado del pasillo y el de Silvia, más grande, al final. Silvia me abrió las maletas y me quitó lo que pensaba que no iba a necesitar… es decir todo menos un par de camisetas, las zapatillas y los bañadores y las bragas.- Aquí no necesitarás más.-

Luego me explicó mi cometido.- Tendrás que encargarte de la limpieza y la plancha. Harás las camas, tenderás la ropa que metas en la lavadora, barreras… Ya sabes que vamos a valorar tu trabajo en el yate bastante bien. –

Me volvió a explicar lo que me había contado mi marido sobre la forma de pagar.- Mientras más se retrase tu marido, más me pagará, pero como tú ganas más que los intereses, en realidad la deuda disminuye. Pero si no lo veo bien, entonces haré cosas para sentirme pagada más rápido.- Y hizo esto pasando un dedo por mi cuerpo entre los senos.

Zarpamos y vi a mi marido asomado al muelle de protección. Nos dijimos adiós. Era casi de noche. La vida en el barco era tranquila y muy familiar. Cenamos y me acosté pronto. Me acostumbré bastante bien al oleaje. Pero a cosa de las dos de la mañana quise ir al servicio. Al salir del dormitorio observé que la puerta de Silvia estaba abierta y escuché unos gemidos. Me acerqué y sólo vi las piernas de color avellana de Silvia, abiertas, y en medio de ella, las plantas de los pies de Idoia.

«Parece que tengo mala suerte con las lesbianas… Todas me tocan a mí». Fui al servicio y volví a asomarme ligeramente, lo suficiente para ver que de cintura para abajo, Idoia estaba encima de Silvia, y por las extrañas correas que aquella llevaba atada a la cintura, yo diría que se la estaba follando. Me metí rápidamente en mi dormitorio, que no tenía llave y tardé en dormir esperando que apareciera Idoia con aquello de un momento a otro.

Al día siguiente, en alta mar, todo me parecía un poco surrealista. Silvia paseaba en tanga por todos sitios. Sus tetitas aparecían por todos los sitios, por las ventanas, al final del pasillo…

Celia cantaba canciones de su país mientras se encargaba de la cocina. Idoia hacía de marinero. La radio sonó. Era mi marido que mediante un sistema que Silvia tenía en casa recibía las llamadas. Silvia le preguntó cómo iban las gestiones.- ¿Dos semanas? ¿Me tomas por boba? Te doy tres día, si dentro de tres días no tienes el dinero, pasamos al «plan B».-

Idoia le preguntó al cortar la conversación. Silvia le respondió:- Dentro de dos días pasamos al plan B.-

-Entonces, dentro de dos días empiezo yo.- Si; mientras puedes empezar con esa- Dijo señalando a Celia, que cantaba despreocupada en la cocina.

No entendía la conversación. No sabía que era el Plan B y saberlo me asustaba, así que no les pregunté. Después de la conversación, Silvia me ordenaba despóticamente.

Nunca me había fijado en el cuerpo de las negras. Celia me parecía un cuerpo curioso. Sus palmas de las manos blancas, sus extremidades tan largas. Me entretenía mirándola.

El primer día se me hizo larguísimo. Eso era no parar. Me acosté pronto y dormí como un lirón, pero me despertó una conversación que tenía lugar al lado. Idoia intentaba convencer a Celia.- Venga, mujer…sólo un ratito…el besito de ayer fue muy bonito.-

Por su parte, Celia protestaba. – Déjame, marinera…no lo hagas…que nos van a oír- Idoia continuaba. Celia parecía protestar menos y bajar el tono de voz hasta que ambas voces se hicieron casi imperceptibles, pero entonces empezó a oírse el rítmico crujir de unas maderas, agitadas por un balanceo copulador.

Celia empezó a decir cosas ininteligibles y alternaba la charla con gemidos amorosos, hasta que sólo se escucharon los gemidos. Al rato escuché pisadas de Idoia marchando hacia el cuarto de Silvia. «Esto significaba que empezara con Silvia». Mal se me ponían las cosas.

Fijándose una bien podía ver como Idoia sobaba discretamente a Celia al día siguiente y no me hubiera extrañado oírlas amarse esa noche si no hubiera sido por que caí como un lirón.

A la mañana siguiente, Silvia esperaba la llamada de Guillermo. Celia, al servirle el café se lo derramó ligeramente. Silvia la miró con rabia. Celia se debió poner nerviosa, pues dejó caer el azucarero, que se rompió.

-¿Has visto lo que has hecho? ¿Esto quien me lo paga?- Parecía celosa por lo de Idoia. Celia miraba el suelo.

-¡Me lo voy a cobrar! ¡Vaya que si.-

Esa misma mañana comprendí porque me estaba dispuesta Silvia a valorar tan alto mi trabajo. Al acabar de limpiar la cubierta, entré al salón y me extrañó no ver a Celia. Esperaba que saliera del baño, pero me dirigí a él y la puerta estaba abierta y el servicio libre. Me asomé a su cuarto. Celia estaba tumbada en la cama, mirando al techo, con los pantalones y las bragas bajadas hasta sus rodillas, Sus piernas estaban ligeramente dobladas. Se había desprovisto de camiseta y sostén. Silvia estaba de rodillas, con la boca sobre uno de aquellos pezones oscuros, casi negros. Tenía su mano puesta entre las piernas de Celia.

Celia me vio asomarme, pero miró al cielo, sin decir nada, esperando a que todo aquello pasara. Me fui de allí para no ser descubierta.

Guillermo llamó con malas noticias y Silvia le dio permiso a Idoia para «proceder». No tardó ni media hora en empezar a tirarme los tejos.- Mira…aquí en el mar no tenemos hombres y tenemos que arreglarnos nosotras.-

Idoia no perdía prenda.- ¿Lo has probado alguna vez? , Si no lo has probado no puedes decir que no te guste.-

-¡Sí; lo he probado y no me ha gustado!- 
-A lo mejor es que lo has probado poco. Por lo menos reconoce que al menos has tenido una inquietud.-

-Es muy largo de contar. Mi respuesta es ¡No!-

Pero Idoia no se dio por vencida. A las dos horas me ofreció un cigarrito «especial». No fumo casi nunca. Por eso tal vez no se diferenciar un porro de un cigarrillo de tabaco de petaca. Pero aquello me dio un subidón que no veas. Estábamos en el puente y teníamos música. Yo vestía sólo con una camiseta y el bikini debajo. Idoia me besó. Yo no reaccioné cómo reaccionaría una señora. Seguí bailando y me volvió a besar.

Al tercer beso me hice una pasa. Dejé que me tocara el culo mientras me metía la lengua en mi boca. Se juntó tanto a mí que sentí sus dos tetitas casi pueriles sobre mi pecho.

Bueno, esa noche, mientras dormía apareció en mi dormitorio, solo vestida con unas bragas. Yo dormía con unas bragas y otra camiseta. Me asusté al verla, pero antes de que le dijera nada dijo «chisss», mandándome callar, cerrando la puerta tras de sí y poniendo un dedo en mi boca y repitiéndome «chisss».

Idoia me besó en la boca colocada de rodillas delante de mí, que estaba tumbada en el camastro y me subió la camiseta para acariciar mis pechos. Me tocaba todas las tetas con la palma de la mano. Estuvo así un rato hasta que mis pezones se erizaron, Luego, su boca abandonó mi cara para comenzar a comerme las tetas, lamiendo mis pezones.

Su mano, a todo esto, realizaba una trayectoria hacia mi vientre, e introduciéndose dentro de mis braguitas comenzó a frotarme el clítoris y a excitarme. Movía el dedo provocando que mi clítoris se rozara con la yema. Luego, introdujo la mano un poco más y pude sentir su dedo penetrarme, mientras me comía las tetas, que mantenía cogida con su otra mano, que se peleaba con mis propias manos, que intentaban ellas mismas amasarme mis senos.

Me corrí reprimiendo mis chillidos, deseando que aquella mujer me penetrara aún más profundamente, que me arrancara el orgasmo de mi interior y que no fuera un ejercicio de mi propio deseo. Me besó en la cara y la vi salir. Me fijé en que tenía unos cachetes gorditos y bien puestos, pero de piel un poco más basta que la delicada piel de Silvia.

Me costó cruzar la mirada con Idoia aquella mañana. Me estaba seduciendo. Yo no quería que lo hiciera, pero tampoco me negaba. Pero Idoia tenía «tablas» en estos lances. Me cogía por detrás y me agarraba los brazos mientras me besaba la cara. Su fórmula mágica era una caricia con un toque sensual.

Esa misma mañana, mientras estaba en cubierta, Silvia entró a la cabina. Entré al rato. Miré en la cocina. De Celia, como único rastro sólo quedaba la ropa. Escuché como si alguien hiciera gimnasia en la habitación de Silvia. Me dirigí allí pensando que podía aliviarles en algún esfuerzo.

Al entrar me encontré a Silvia, de espaldas y delante de la espalda de Celia. Silvia no llevaba camisetas, pero tampoco bragas. Sólo veía unas correas que cruzaban su cintura y sus muslos. Celia estaba también desnuda. Identifiqué aquellas correas como algo parecido a lo que una amiga de mi marido llamada Juani me había metido dentro hacía unas semanas. Celia ponía los brazos apoyándose en la pared y aguantaba los metesacas de Silvia. No me quedé mucho tiempo viéndolas, naturalmente.

Esa noche esperé despierta impaciente a Idoia, pero me dormí decepcionada, sin que llegara. Pero de madrugada, la sentí aparecer, en bragas, como el día anterior. Me besó tiernamente e hizo casi todo igual que el día antes, pero cuando estaba tocándome el clítoris, comenzó a quitarme las bragas. O a quitarme las bragas. O la ayudé.

Me cogió de las caderas y me llevo hacia ella, doblando mi cintura hasta llevar mi coño a la altura de su boca y me hizo disfrutar de lo lindo. Su boca era lo más dulce que mi coño había probado nunca. Rozaba mi clítoris, se metía en mi sexo mojado, con una sensibilidad y una delicadeza que nunca hubiera pensado antes que deseara que una mujer me volviera a comer el coño.
A la mañana siguiente, no pude ocultar mi felicidad al ver a Idoia y ésta me saludó muy cariñosa, incluso delante de las otras dos me dio un beso en la boca. Me puse colorada. Me fijé que Celia no llevaba puesto más que un tanga debajo del delantal. Los bordes de sus pechos negros aparecían por los extremos del delantal.

Comencé mi actividad en el barco. Mi marido debía de llamar hoy o mañana. Al subir al puente de mando, Silvia se fue al habitáculo. Tuve la tentación de seguirla para espiarla, pero me contuve. Idoia irónicamente me preguntó.- ¿Qué pasa? ¿Hoy no tienes ganas de verlas?- No pude responder más que un «No».

Idoia me dejó que cogiera el timón. Agarraba aquella rueda mientras ella se ponía detrás de mí y me cogía las manos. Sentí hincarse su muslo entre mis nalgas. Idoia me besaba el cuello y los hombros de una manera irresistible. Metió su mano por debajo de mi camiseta y me bajó la parte de arriba del bikini. Yo la dejaba hacer.

Mientras me tocaba las tetas, Idoia bajó su mano para meterla dentro del tanga. Yo seguía asida al timón, sintiendo su dedo penetrarme y sintiendo la blandura de su vientre en mis nalgas. Me abandoné a ella. Idoia me masturbó así. Me corrí y sólo entonces me di la vuelta para intercambiar nuestros besos de amor.

Llegó la noche e Idoia no esperó a que todos se acostaran para aparecer en mi cuarto. Me estaba quitando la camiseta cuando apareció allí, aún vestida. A mí me pilló en bragas.

-¿Qué haces?-

-Ya ves.- Idoia se quitó la camiseta y dejó ver sus tetas. Luego cerró la puerta

-Pero…Van a saber lo nuestro…- La dije preocupada.- Ya lo saben… Anda, haz algo por la Patria, vete quitando las bragas-

Me quité las bragas mientras ella se deshacía de los vaqueros. Nunca me había fijado. Debajo de los sucios y raídos vaqueros cortados y deshilachados, Idioma no llevaba bragas. Tenía un coño de pelo negro y dura, que le cubría bien sus partes.

-Hoy tengo ganas de que me comas el coño, nena.-

-Pero es que yo no sé.-

-Bueno, no te preocupes…Tú has solo lo que yo te voy haciendo a ti. Tiéndete…No, en la cama no. Pon el colchó en el suelo y recoge el camastro.-

Seguí sus instrucciones. El camastro era abatible. Yo lo recogí. Me tumbé en el suelo. Me fijé en su coño negro desde el suelo. Nunca había visto ninguno. Idoia se colocó a gatas, pero al revés mío. Estaba en mi cara. Hicimos un giro de cuello para besarnos y empezó a avanzar hacia los pies. Cuando su boca estuvo frente a mis pechos se entretuvo en besármelos. Sus tetitas caían sobre mí, minúsculas pero exquisitas. Roce su punta con mi lengua. Sus pezones reaccionaron rápidamente y parecían dos fresas en medio de un huevo frito.

Siguió su trayectoria descendente. Ahora estaba en mi ombligo y mi vientre. La acariciaba y lo besaba. Sentía su lengua jugar con él. Luego ya estaba frente a mi coño. Yo tenía el suyo muy cerca. Idioa se tendió en parte sobre mí. No ponía todo su peso, pero nuestras pieles estaban en contacto.

Veía el coño de Idoia, pero la parte de detrás, las nalgas. Idoia me agarró de los muslos y pasando los brazos alrededor de ellos, puso su mano en ambos partes de mi sexo, separándome los labios.- Haz tú lo mismo que yo.-

Su coño abierto era para mí algo exótico. Una rica ostra, una fruta tropical. Sentí su lengua lamer dentro de mí. Yo hice lo mismo. Su coño olía a un olor fuerte, a mar, pero me atraía. Su sabor era ligeramente amargo.

Su lengua era de una osadía increíble. Me separaba los labios del sexo y su lengua me penetraba hasta donde pensaba que no podía llegar una lengua. Intenté hacer lo mismo, pero estaba en una actitud autocomplaciente. Mi coño debía destilar jugos. Su sexo me empapaba la barbilla.

Empecé a sentir que me introducía un dedo a la par que me lamía. Una mano se ponía peligrosamente en una nalga. La yema de uno de sus dedos me rozaba al ano. Incrusté mi cara contra su sexo, intentando devorarlo. Un calor intenso me recorría el cuerpo. Me empapaba de sudor.

Empezaba a sentir el cosquilleo de mi vientre, mis labios y el clítoris a punto de reventar y una sensación interior que sólo se mitigaba, y parcialmente moviéndome en el colchón. Me consolaba saber que Idoia pasaba por un trance similar.

Comencé a correrme. Quise reprimirme para que no me oyeran, pero de repente no me importaba más que follar. Idoia me penetró todo lo que pudo con su dedo mientras me mordía el clítoris con sus labios, intentando que no se escapara por mis movimientos convulsivos. Me terminé de correr poco a poco.

-Ahora me toca a mí…- Dijo Idoia sentándome sobre mi cara y apoyándose con sus brazos extendidos sobre mis muslos. SU coño se estrelló en mi cara y comenzó a moverse contra mí. Era mi nariz lo que se metía en su sexo, mientras le lamía el clítoris con la lengua. Una oleada de flujo me resbaló por las mejillas mientras ella se corría.

Idoia, tendida a mi lado me lamió sus propios flujos de mi cara. Estuvimos así hasta dormirnos. Luego, al despertare de madrugada, ya no estaba.

– Eva, tu marido me llamó esta mañana temprano. Creo que vamos a pasar a la segunda fase del plan B. Desde ahora puedo hacer uso de ti.- Silvia me miraba en su camarote, desde donde me había requerido a eso de las once de la mañana, mientras hacía mis labores. – Y voy a empezar ahora mismo. Le he contado algo de lo tuyo y lo de Idoia. Se ha mostrado muy conmovido. Quizás si te como el coño yo también tenga a bien pagarme.-

Silvia se levantó de la cama y me ordenó que me sentara en la cama. -¡Venga, que es para hoy!…quítate las bragas antes.- Me quité las bragas. Mi sexo quedaba cubierto por la camiseta, pero al sentarme, se me veía.

– Lo primero que vamos a hacer es quitarte la barba. Aquí sólo Idoia lleva barba.- No sabía a qué se refería. Silvia tiró de mi camiseta. Estaba sólo con la parte de arriba del sostén. Puse mis manos entre las piernas.

-Será mejor que te tumbes.- Me tumbé y colocó una almohada debajo de mis nalgas. La vi coger unas tijerillas adivinando que comenzaría por recortarme los pelos. Oía la tijerilla cerrarse y abrirse, hasta que finalizó su cometido. Miré a mi sexo mientras Silvia cogía una especie de desodorante del que salió una espuma blanca con el que comenzó a untarme el sexo. Veía mi monte de Venus recortado toscamente desaparecer bajo la espuma de jabón que iba extendiéndose.

Luego empezó a desaparecer el jabón de mi sexo rasurado por una cuchilla desechable. Mi piel aparecía limpia de pelos, entre los restos de la espuma. Silvia me acariciaba ahora los labios, primera la parte cercana al clítoris y luego ya entre las piernas.

Cuando acabó, me limpió todo con una esponja y lego colocó una toalla mojada con agua templada encima de mi sexo. Fue una sensación gratificante. -Ya te puedes ir.- Me dijo.

Esperaba algo más. No comprendía porque me había afeitado. Bueno. No había olvidado a que siendo una financiera, Silvia estaba acostumbrada a jugar con el tiempo .Al quitarme la toalla descubrí una pequita en mi pubis que jamás había visto. Fui a ponerme las bragas.

-¡No! Hoy no llevarás bragas. Quiero que Idoia se ponga caliente todo el día.- Cuando salía del habitáculo, oí como Silvia llamaba a Celia. ¿Visitaría la negra esta mañana al barbero también?

Idoia se puso a cien al verme. Toda su obsesión era acariciarme el sexo desnudo.- Hoy te voy a comer.- repetía una y otra vez… Me ató la camiseta a la cintura y metió su mano entre las piernas por detrás mientras me enseñaba a navegar. Me calentaba tanto como yo a ella.

No llegó a la noche. Idoia, después de comer, fue al cuarto de Silvia, que le hizo un gesto diciendo que se iba a dormir la siesta. Me dijo Idoia que subiera con ella al puente de mando. Tenía medio metido por la cintura algo como una linterna. Era alargado y liso.

Idoia no se anduvo por las ramas y me quitó la camiseta. Entonces se agachó y comenzó a comerme el coño sin pelos. Su lengua se pasaba de un lado a otro. Se recreaba. Yo ponía mis manos sobre su cabeza. -Idiocia, cariño….aaayyyy…..aaayyyy.-

Idoia me agarraba de las nalgas y me las abría y su lengua pasaba entre mis piernas como por una avenida desierta. Pronto estuve muy húmeda. Entonces sacó de su cintura aquel objeto alargado y cilíndrico que acababa en una punta roma.- Qué vas a hacer…no…Cariño…no…nooooooo.-

Idoia me metió aquello lentamente y comenzó a moverlo dentro de mí. Yo me acariciaba los pechos unas veces, y otras estiraba del pelo a Idoia, que seguía metiéndome aquello mientras me lamía el clítoris. Me corrí allí de pié. Mis piernas flaqueaban pero al caer tropezaba con el puño de Idoia que me insertaba con aquel pene-espada.

-Me has…. follado.- Le dije con la voz entrecortada mirándola fijamente.

Me miraba orgullosa. -Tienes un coño muy rico. ¿Sabes? ¿Te lo ha dicho tu marido alguna vez?-

Mi marido no me lo había dicho nunca. No había hablado con él desde que embarqué. Las únicas noticias eran las que Silvia me proporcionaba.

Me puse la camiseta y bajé al baño a asearme. Peor al verme Silvia me llamó. -¿Qué? ¿Le ha gustado a Idoia el nuevo look de tu coño? ¡A ver!

Silvia me cogió de las caderas y acercó su nariz a mi sexo.- ¡¡uhmm!! ¡Huele a zorra recién follada!-

Silvia metió su cabeza entre mis piernas y comenzó a lamer entre mis muslos. Me excitaba de nuevo. Puse las manos tímidamente en la cabeza. De repente se incorporó y me agarró las manos con fuerza clavándome las uñas.

-¿Qué te has creído? ¡Cómo se te ocurre tocar a la señora! – Tiró de mí hacia abajo hasta que me puso de rodillas. Entonces comenzó a meter el pie entre mis piernas y empezó a darme masajes con sus dedos en mis partes.

-¡Coloca tus manos detrás del cuerpo y levanta la cabeza!- Sus pies tan pronto se me metían entre las nalgas como me rozaban el clítoris o probaban la humedad de mi raja. Aguantaba recta, pero fue un alivia cuando aquella loba de mar me cogió del cuello para que pusiera mi cintura encima de sus muslos. Mi cabeza quedó a un lado de su cintura. Me levantó la camiseta y comenzó a acariciar mi espalda a la vez que pellizcaba mis senos. Me corrí mientras le besaba la parte superior de su muslo exterior. No era un beso sobre la carne, sino sobre la suave tela del tanga, mientras sentía que el dedo gordo de su pie se introducía en mi raja mojada.

Esa noche me quedé esperando a Idoia, que no apareció. Sin embargo la sentí en el cuarto de Celia. Me rompió el corazón. Tal vez por eso me peleé con la negra al día siguiente.

Fue mientras las dos jefas se bañaban en el mar, cerca de una costa que avistamos después de varios días. Fue una pelea tonta. Yo fregaba el salón y ella se empeñaba en recoger la mesa. Yo creo que fue efecto de llevar tantos días sin pisar tierra. El caso es que de un manotazo le rompí un collar de piedrecitas que tenía y se puso a llorar mientras recogía cada una de las piedrecitas del suelo.

Lloraba tan desconsoladamente que dejé de fregar y me puse a ayudarla. Pero se fue a su dormitorio a seguir llorando, intentando recomponer el único recuerdo que le quedaba de su país.

AL llegar Silvia e Idoia, Celia fue a contarle lo sucedido. La vi aparecer más calmada después de hablar con ellas. Luego, las jefas me llamaron. Querían hacerme un regalo.- ¡Eva! ¡Sube al puente! Allí estaban las dos recién salidas del mar, con los pelos húmedos. Llevaban sólo el tanga puesto.

-Verás…-me dijo Silvia.-Anoche Idoia y Yo nos preguntábamos si te habrían follado alguna vez a la vez.-

– No…Nunca lo han hecho.-

-¡Lo ves! Te había dicho que en el fondo es una mosquita muerta… ¡No la puedo llevar allí!- Prosiguió Silvia. No tenía ni remota idea de donde era allí.

-Pero aprende rápido. Ya verás.- Idoia se dirigió hacia mí y me cogió la mano para que la pusiera en el timón. Luego yo puse la otra, pero de repente sacó unas esposas y me las colocó de manera que me trabó las manos al timón. No tuve tiempo de reaccionar.

-Esto es por sui te asustas al principio-. ¡Seguro que luego te gusta!- Idoia abrió una toalla en la que llevaba envueltos dos consoladores, uno plateado y otro de color negro. Silvia eligió el negro e Idoia cogió el plateado. Torcía el cuello para ver todo esto. Me bajaron las bragas de un tirón.

Intenté revolverme, pero Idoia me agarró de las piernas -Es mejor que tú empieces por detrás.- Le dijo a Silvia, que procedió a embardunar aquel miembro de vaselina. Luego, empezó a presionar aquello entre mis nalgas. No quería ya moverme, sólo juntaba las nalgas para evitar que me penetrara.

-¡Noooo! ¡Noooo! Soy virgen de ahí.-

Silvia se rio.- ¡Vaya! Esto vale por lo menos que le descontemos a tu marido cien mil pesetas de la deuda.- Y prosiguió. Lo sentía ya introducirse. Idoia se había colocado delante de mí de rodillas y me abría las nalgas mientras presionaba con su cabeza en mi vientre, para echarme hacia detrás. Sentí un dolor y luego un extraño placer al sentirme penetrada. Sentía gusto en mi culo y también en la vagina. Silvia terminó de clavarme aquello y ahora sentía como lo movía dentro de mí y lo retorcía. Sentía ganas de mearme… No sé cómo explicarlo.

Entonces empecé a sentir cómo Idoia hacía lo propio por delante. Sentí que aquello se deslizaba por mi vagina. Ya no quería gritar, ni hablar, ni negarme no nada. Sólo quería disfrutar del momento. Sentí las manos de idoia de nuevo en mis nalgas. Silvia me agarraba del pelo y me obligaba a doblar mi cintura. Luego me agarró el hombro con los dientes y me mordía, mientras me cogía el cuerpo con una mano, que de paso me agarraba los pechos, que intentaban escaparse, con fuerza.

Miré hacia abajo pues me intrigaba cómo podía mover Idoia aquel consolador si me separaba ambas nalgas. Efectivamente, al sentir sus pelos rozarse rítmicamente con mi vientre imaginé lo que sucedía. Idoia mordía el extremo del consolador y lo movía con la boca, aquello que sentía no eran los dedos, sino sus labios. Esa fue la gota que colmó el vaso para sufrir un orgasmo. Me puse a chillar, sabiendo que nadie nos oiría, como un cerdo en un matadero. -Ohhhggg Ohgggg Oooohhhhggg.-

Pasábamos Celia y Yo sin mirarnos, muy ofendía la una con la otra. Pasamos así todo el día Silvia nos comunicó que al día siguiente llegaríamos a Melilla. Lo debíamos celebrar. ¿Cómo? Con una fiesta.

-Pero con ese enfado que tenéis las dos no va a ser posible. Tenéis que hacer las paces. Venga, daos un besito.- Nos acercamos las dos sin mucho entusiasmo y nos besamos en el carrillo. Nunca había tenido tan cerca de una negra.

A Silvia entonces comenzó a írsele la olla. -Así no…Venga… más cerca… abrazaros y daros varios besos. Celia me abrazó y comenzamos a besuquearnos. Sentí sus dos tetas cerca de las mías. Silvia se acercó y nos desabrochó los sostenes arrebatándonos.

– En la boca…En la boquita.- Decía mientras se tocaba el sexo.

Idoia nos miraba sonrientes. Le dijo por fin a Silvia.- Has visto que lo ha hecho bien antes. Esta noche vamos a ver qué tal se le da el cuerpo a cuerpo.-

Celia y yo juntábamos nuestros labios entre nuestras bocas. Me parecía una lengua y unos labios deliciosos. Aquellos ojazos negros me calentaba. Eran dulces y salvajes. Seguíamos las instrucciones de Silvia y nos tocábamos ahora los pechos, Luego pusimos nuestras manos en el conejo de la otra y comenzamos a masturbarnos. Era un coño grande y húmedo. Sus dedos comenzaron a penetrarme.

Puse la mano en sus nalgas, unas nalgas cubiertas por una piel dura pero suave. Era una mujer de una fortaleza y a la vez una dulzura increíble. Nos corrimos las dos, la una en la mano de la otra para deleite de las espectadoras.

La idea de la fiesta continuó. Podíamos ver unas luces que se extendían sobre unas montañas que se adivinaban como Melilla. Estábamos las cuatro en tanga, y bailábamos sobre la cubierta ebrias de alcohol. No comprendía a Idoia. Yo pensaba que me amaba e incluso en un momento pensé que me estaba enamorado de ella, pero ahora pasaba de mí. Y de repente comenzó a bailar cerca de mí, seduciéndome, casi acosándome.

-Vente a mi cuarto.-

-No-

-¿por qué?-

-Porque creo que sólo me quieres para follar.-

Idoia se rio y tiró de me hacia el cuarto. Yo me dejaba remolcar y al entrar comenzó a besarme impetuosamente Me tiró sobre la cama y me quitó las bragas para comerme el coño. Me estaba poniendo muy cachonda. Se quitó las bragas delante de mí y pude ver aquellas barbas que cubrían su sexo que tanto me habían impresionado.

-Espera un momento.-Fue al armario. Yo me asomé al pasillo. Silvia estaba engullida en la labor de hacer el amor entre las piernas de Celia. Al mirar a Idoia, esta se había puesto un objeto que yo ya conocía, pues aquella amiga de mi marido. Juani, lo había utilizado conmigo ya.

-¡Fóllame! Por favor…follarme.- Sí, Idoia me resultaba irresistible. Desearía irme con ella al fin del mundo. Abrí mis piernas y el recibí, permitiendo que introdujera todo aquel enorme miembro dentro de mí y entregándome a ella, sus caprichos y sus vaivenes, hasta correrme como si estuviera con mi marido, en el que pensé fugazmente mientras me corría.

Idoia se quedó tendida sobre mí. – Eres perfecta. Eres la mejor adquisición de Silvia en muchos años.-

-¿Cómo?-

-Si…Voy a recomendarle a Silvia que te lleve al Local de Barcelona. Allí serás la reina de la ciudad.-

Poco a poco Idoia me fue contando los planes y rompiendo el corazón. Silvia tenía una red de casas de citas. El plan era meterme en un puticlub de carretera, pero estaban decidiendo que era muy buena y me iban a promocionar de otra manera. Idoia había estado…probando la mercancía.

Me puse echa una fiera, por eso, no me extrañó que al despertar en mi cama, y sentir los ruidos de la ciudad, adiviné nuestra llegada al puerto, pero mis manos estaban atadas a una barra de hierro y no podía escaparme, como deseaba.

Celia vino a traerme la comida.- Pobrecita…Si necesitas algo me lo traes…Pobrecita.-

Al medio día llegó al barco un alemán. Era un alemán grandote y delgado. Con barba. Hablaban en Alemán, Estuvieron hablando un rato. Al principio la conversación era muy seria, pero tras un estrechón de Mano con Silvia e Idoia, y unas copitas, el ambiente se volvió jovial.

De repente, vi que el alemán venía a mi cuarto de la mano de Idoia. Estaba desnuda y no sabía cómo ponerme para que no me viera. Fue inútil. El alemán me agarró de una pierna y tiró de mí. Sentí a las tres compañeras de viaje asomadas formando un alboroto jovial y riendo. El alemán consiguió que mi cuerpo saliera de la cama de cintura hacia abajo. Quedé de rodillas frente a la cama, apoyada en ella, con los brazos estirados.

El alemán se bajó los pantalones y se puso de rodillas entre mis piernas. Yo me intentaba librar. Quise gritar pero me tapó la boca con fuerza. Sentía su polla dura detrás de mí. Silvia le dijo algo y se levantó.

Idoia vino a mí y estirándome del pelo con fuerza me dijo- ¡No me defraudes! ¡Como vuelvas a gritar te tiro al mar!- Miré para atrás. El alemán se estaba colocando un condón. No tardó en ponerse detrás de mí.

Estaba achantada por las palabras de Idoia. Sentí de nuevo el pene de aquel hombre, y el aliento alcoholizado en mi nuca. Para colmo, el alemán se equivocaba de agujero. -Nooo…por ahí no…- Las mujeres soltaron una gran carcajada.

-Síiiii, Por ahí síii.- Dijo Silvia al fín Y el alemán comenzó a penetrar mi culo mientras colocaba una manaza sobre mis senos y otra en el coño, intentando arreglar con la mano lo que debía haber hecho con la polla. Era la segunda vez que me daban por detrás en un día y esas eran las dos únicas veces que me habían dado por detrás.

-A los clientes les gusta mucho ¿sabes? Tienes que aprender.- Dijo Idoia. El alemán se movía detrás mía y yo me retorcía sintiendo aquello empalarme. Era inútil resistirse, así que comencé a relajarme y a disfrutar. EL alemán se corrió y lo sentí embestir contra mi ano con dureza. Era una sensación gratificante, especialmente cuando sacó su picha. Terminó de masturbarme con la mano.

Salimos de Melilla y paramos el barco en Alta mar. No me soltaban. Decían que estábamos cerca de la costa y que Málaga estaba a unas horas. Luego ya Silvia tenía infraestructura para llevarme a alguno de sus burdeles. Ya no iba a ir a Barcelona, pero estaba bien para Valencia.

Sentí llegar una motora y hablar en francés a Idoia y unos hombres. Y sentí descargar unas cajas.

Silvia estaba pescando, y cuando la barca se alejaba gritó de alegría.- ¡Mira la pescada que he pescado! ¡Es cojonuda!-

Idoia y Celia le hacían la pelota Vino a mi camerino, donde permanecía esposada. -¡Mira Eva que pescada! ¡Es enorme! –

-Pues a mí…la verdad es que no me parece tan grande.-

Silvia me miraba el coñito, pues estaba desnuda. -¿cómo qué no? Es enorme.- Se fue un poco decepcionada, pero miraba la pescada y miraba mi sexo. Algo tramaba. En efecto. La sentí hablar con Celia.

-Prepárame esta pescada…le cortas todas las alitas menos la de la cola…y las branquias.- Al rato vi aparecer a Silvia con la pescada, cruda en una bandeja.

-¡Mira! ¡No te parece ahora grande!-

-Pues igual que antes.-

-¡No aprecias el tamaño de las cosas!- Dejó la pescada a un lado y comenzó a acariciarme un tobillo, pero de repente lo agarró y se sacó una cuerdecita de la espalda y antes de que me diera cuenta lo tenía atada a un extremo de la cama. Para ella fue fácil separarme la otra pierna y atármela por los tobillos a la otra, pero poniendo la tabla de la cama entre medias, de manera que quedaba con las piernas separadas y con ambos pies unidos debajo de la tabla. Preveía sus intenciones y empecé a ponerme nerviosa.

– Verás como sí que es muy grande el pescadito.- Decía esto mientras buscaba algo en su bolso. Cogió un pequeño objeto envuelto en un papelito con brillo metálico y lo abrió. Resultó ser un preservativo. Silvia se dedicó a meter el pececito dentro del preservativo, empezando por la cabeza.

-¡No lo harás!- Decía adivinando que sí lo haría.

Silvia había metido todo el pescado dentro del preservativo. Sólo quedaba fuera la colita. Se puso a chupetear la cabeza mientras me miraba con los ojos ligeramente entornados y se acercaba a mí., con su tanga solamente y meneando graciosamente las caderas. Se sentó entre mis piernas y comenzó a rozarme el conejo con el pescado.

Me retorcía y le pedía por favor que me dejara, que no lo hiciera, pero Silvia estaba convencida que tenía un derecho sobre mí. Comenzó a mover el pez con más fuerza, haciendo más presión. Yo intentaba evitar mi penetración, pero estaba maniatada y tenía mis tobillos amarados. La cabecita del pez hundía sus ojitos, cubiertos por la gabardina entre mis labios.

Empecé a dejarme de mover cuando ya mi penetración era irremediable y estaba medio consumada. Fue entonces cuando me di cuenta avergonzada la gran hinchazón de mis pezones. El pez se resbalaba dentro de mi vagina por efectos de su naturaleza escurridiza, la lubricación del preservativo y la humedad de mi vagina, que se abría para recibirlo. Silvia miraba y reflejaba una gran excitación en sus ojos. Disfrutaba follándome con la pescada.

El pez era realmente grande.- ¿A que es grande el pececito?-

-¡SSSIII!, Muy grande!- Respondí al final mientras me corría fruto de la excitación que me producía el movimiento de aquel pez que se movía por arte de Silvia como si lo acabaran de sacar del agua.

Silvia se marchó con su pez, tirando el preservativo al suelo y cogiendo la pescada entre los brazos y acariciándola con la mejilla como si fuera un osito de peluche, mientras cantaba aquello de «Ay mi pescadito no llores ya más». Yo permanecí así, atada, sin saber si lo del pescadito provocaría una promoción hacia el puticlub de Barcelona o el replanteamiento de lo de valencia para enviarme a una casita de luces rojas en una solitaria carretera de Murcia.

Permanecí así unas horas. De repente hubo en el barco una gran algarabía.- ¡Que vienen! ¡Que vienen!- Gritaba Idoia.

-¡Tíralo al mar!- Decía Silvia. De repente se oyeron las voces autoritarias de unos hombres.

– ¡Qué nadie se mueva!- Lo que faltaba. ¿Serían unos piratas que me secuestrarían y me llevarían a una abandonada donde abusarían de mí hasta la saciedad?- Unas botas militares y detrás un pantalón de color verde rompieron mi maleficio. Era la Guardia Civil, rápidamente me soltó de mis ataduras y me permitió vestirme.