Aire de noche
Desde su cama aún le llegaban las extrañas notas.
Melodías indescifrables que llevaban hasta el fondo de sus genes los ritmos de la noche.
Y se escapó.
Tuvo la sensación de que se elevaba unos centímetros por encima de la cama, sin cables, ni trampa ni cartón que lo sujetasen.
No había ventana, no había puerta que detuvieran al ser que llevaba dentro i que le había robado el alma.
Saltaba terrazas, literalmente volaba las cortas distancias que separaban tejado y tejado.
La luz pálida de la luna bañaba su piel oscura y endurecida.
Las estrellas se estremecían y temblaban al ver puntiaguda cola, su rostro sin cara, el fuego de sus ojos. Y bajo sus pies miles de seres continuaban sufriendo, sudando y soñando como cada día. Respiraba un aliento de fuego helado que no era aliento.
Sus pulmones soplaban más que cualesquiera otros y su corazón bombeaba litros y litros de un espeso líquido negro.
De tejado en tejado gatos y palomas huían asustados a su paso.
Así llegó a su destino. Recordó la dirección: 3º, 1ª; la quinta ventana empezando por la esquina.
Sus garras se aferraron al duro hormigón, bajo su cabeza se extendía la negra lengua de asfalto.
Encontró la ventana. En la oscuridad que había dentro se sentía como en casa. Traspasó la ventana como un sueño. Dentro, la casa descansaba en silencio.
Tan solo una pequeña gota se rebelaba de vez en cuando desde la cocina. Atravesó el comedor esquivando cada uno de los objetos que se escondían en la oscuridad. Hasta el alma de los objetos cobró vida i miles de pequeñas voces le rogaban asustadas que se fuese.
Desde lejos podía sentir el calor de su piel, el latido de su corazón.
Un pequeño resquicio de luz bajo la puerta le indicó el camino a seguir, como un faro en medio de la oscuridad.
La puerta cedió bajo un leve impulso suyo.
La muchacha estaba de espaldas. Desnuda, morena y descalza en medio de la habitación.
Secando las pequeñas gotas que chorreaban de su corto pelo rizado que resbalaban por su cuerpo de sabias formas.
Delante, el espejo medio empañado.
Se acercó lentamente, con mucho sigilo. Todos sus músculos en tensión, como un felino antes de su mortal ataque. La mujer solo pudo ver su propio rostro y la garra posándose en su delicado cuello.
Ahogó su grito y solo vio sus propios ojos, negros y asustados, en el espejo. La garra se paseó lentamente por su piel desnuda.
Uno de sus grandes pezones oscuros se endureció como el acero. Súbitamente su cuerpo se relajó. La mirada se tranquilizó. Sus labios un poco gruesos y húmedos se entreabrieron exhalando olas de placer.
El contacto con la bestia a la vez le provocaba inquietud y le hacía estremecer de placer. Por momentos, ese tacto áspero volvíase más suave y humano.
La punta de esos dedos suaves acariciando la negra mata de pelo de su pubis puso cada poro de su piel en alerta máxima.
Sintió como era elevada, como sus pies desnudos dejaban de tener contacto con el suelo y como algo grande, fuerte y suave violaba su intimidad, penetrando sin piedad en su orificio ardiente y lubricado.
Tenia un tamaño más que considerable y los dedos no dejaban de estimularla desvergonzadamente. Sus pies ya hacia rato que no tocaban el suelo y arqueó su espalda, abriéndose a la vez como una flor de loto.
La energía era infinita, ni se creaba ni se destruía; simplemente se convertía en una fuente inagotable de placer.
Pasaron los segundos, los minutos, y sus músculos comenzaron a dolerse en la búsqueda de aquel extásis inacabable.
Todo su cuerpo estalló en sucesivas y inacabables oleadas de placer, convulsionando hasta el último rincón de su ser.
Nuevamente fué depositada en el suelo. Le fallaron las piernas y poco a poco resbaló por la fría pared donde se apoyaba hasta quedar en el suelo, mirándose con ojos salvajes y temerosos el rostro de su oscuro asaltante.
Embriagada por una mezcla de horror y deseo, le suplicó con la mirada.
El ser sin rostro la levantó en brazos y se la llevó sin el más mínimo esfuerzo.
La chica lamió la piel escamada y negra de su cuello. Una pequeña joya de atravesaba su lengua, con dos pequeñas bolas de acero en cada extremo.
La dejó sobre la cama, mientras ella separaba sus piernas sin ningún pudor, ofreciéndose a sus caricias, levantando y separando sus piernas hasta que casi sus rodillas tocaban sus pesados y morenos pechos. No esperaba encontrar ya aquello más sensual, sino esa ola más áspera de placer que le requemaba las entrañas.
Con un poderoso movimiento fué volteada, quedando su vientre contra la cama y siendo obligada a ponerse de cuatro patas como una perra.
Su sexo se deshizo nuevamente como la mantequilla, en contacto con aquel cuchillo caliente. Separó aún más las piernas, buscando aquel contacto que abrasaba su alma.
Lentamente comenzó a notar una leve presión allí donde menos se lo esperaba. Intentó negarse, pero una nueva oleada de sensualidad desbarató sus últimas defensas.
Se rindió con facilidad, mientras notaba como su pequeño y delicioso orificio posterior era obligado a abrirse poco a poco.
Pese al dolor inicial acabó abriéndose y encajando como una funda.
Se preguntó como podía ser eso. Su extraño amante no podía estar en dos sitios a la vez.
Esta vez fué más violento, más extraño, más salvaje, pero tanto o más excitante que antes.
Como si montara un rudo potro sin domar. I sin embargo parecía más humano que cualquier cosa, como si fuera más allá de lo humano.
Por momentos las manos de su partenaire se humanizaron y la pareció que detrás había un rostro vagamente familiar. Susurró un nombre que conocía de siempre.
El hechizo comenzó a languidecer con las primeras luces. Como si hubiese pronunciado el sortilegio.