Capítulo 3
- Esclava puta-cerda609. Mi historia I
- Esclava puta-cerda609. Mi Historia II
- Esclava puta-cerda609. Mi historia III
- Esclava puta-cerda609. Mi Historia IV
- Esclava puta-cerda609. Mi historia V
Esclava puta-cerda609. Mi historia III
Así fueron transcurriendo aquellos primeros meses, entre abusos y folladas a esta guarra. Insultos y maltrato. Las bofetadas que me daba sin previo aviso eran cada vez más frecuentes.
Casi cada vez que me hablaba me daba una para que atendiera, acompañada como no podía ser menos con una de sus frases favoritas por aquellos días: «!escucha puta!», zas!, «!ven aquí fulana», zas!, «abre el agujero (cualquiera de los tres), que te la voy a meter», zas!.
Ahora, en la lejanía del tiempo, recuerdo todo aquello como una caída vertiginosa hacia el abismo, que me daba miedo, pero a la vez me excitaba como nada antes lo había hecho.
Cambié una vida normal y agradable, como hija de una respetable familia acomodada, con un futuro a todas luces tranquilo y seguro, por lo que fui desde entonces, la esclava y fulana de un caprichoso pervertido que me trataba a hostias y me regalaba insultos en vez de flores.
Pero la cosa no había hecho más que empezar.
Efectivamente, el siguiente paso fue distanciarme de mis amigas y de mi familia. A las primeras, simplemente me prohibió verlas.
Fue fácil, ellas mismas ya me habían dado de lado al ver que siempre iba vestida como una buscona, sin contar el cambio de personalidad que notaron en mí desde que empecé a salir con aquel chico.
No me importó demasiado perder mis amistades.
De todas formas ya casi no sabía comportarme en sociedad. Me sentía insegura sin mi macho cerca.
Necesitaba estar siempre a su lado, seguir sus órdenes, cumplir sus deseos, someterme a sus caprichos. Mis estudios empezaron a ir mal, cosa que en absoluto importaba a mi novio.
Pero lo que más me dolió fue lo de mi familia. También me atacaba en ese sentido, echando por tierra a mi madre, a quien se refería como «la vieja fulana que parió a la guarra», y a mi padre al que calificaba de «cornudo calzonazos» o «cabrón consentido».
Él no quiso nunca tener relación con ellos, más que la estrictamente necesaria. Y a ellos no les caía demasiado bien ya que le achacaban el cambio tan raro que su hija estaba dando.
Al principio me escondía de mis padres cuando mi novio me obligaba a vestir de puta para salir a la calle.
Se preocuparon mucho cuando mis calificaciones bajaron en la Facultad y me reprendían continuamente por ello. Notaron un claro cambio en mi personalidad.
Me mostraba huidiza e introvertida. Incluso llegaron a llevarme a un psicólogo, que diagnosticó un leve trastorno emocional relacionado con mi autoestima. Nada grave, aunque aconsejó a mi familia apoyo continuo y mucho cariño.
Lo tuvieron. Me apoyaron mucho mientras mi novio me «empollaba» con su rabo por los tres agujeros.
Me demostraron mucho cariño mientras mi novio me abofeteaba e insultaba continuamente.
Me acariciaban mientras mi novio me pateaba el culo si no se la mamaba satisfactoriamente.
Me animaban a estudiar mientras mi novio me sacaba de casa a hostias para que enseñara el coño por ahí a cualquier desconocido o me paseaba por los bares más sucios de la ciudad para exhibirme y de paso entrar en los urinarios y limpiar con mi lengua las meadas de borrachos y todo macho que utilizara los servicios.
Al volver me daba un beso en los labios y comprobaba el sabor de mi boca: -vaya como te apesta la boca a meados de macho, puerca-, yo asentía y me relamía en su presencia para demostrar que me gustaba.
-Eres cada vez mas puta y más sumisa, y creo que ha llegado el momento de ponerte en circulación- me dijo un día. Ese fue su anuncio de que me iba a entregar a otros hombres para que me usaran a placer.
El objetivo, según me confesó era que ahora debía sentirme objeto de uso público.
Ya no debía considerarme como una mujer normal con intimidad y sexualidad propia, sino que debía pensar en mí misma como una ramera sin derecho más que a suplicar los favores del macho que me usara en cada momento.
Desde aquel mismo instante ya no fui solo la puta de mi novio, sino un objeto de servicio público. Igual que los urinarios que tan asiduamente chupaba.
En ellos, los hombres mean, cagan o se hacen pajas. Se limpian las pollas, escupen, o tiran las colillas de sus cigarrillos. Incluso los golpean cuando no funcionan. Ya vendrá luego alguien para limpiarlos o repararlos.
Y para utilizarlo no tienen más que pedir permiso al camarero. Eso exactamente iba a ser yo desde aquel momento, un urinario público. Y mi novio sería el camarero. Lo que en aquel momento no sabía es que en el futuro también él sería quien limpiara el urinario.
Mientras mi novio se explayaba en detalles sobre mi futuro uso, yo, lejos de sentir temor o repugnancia ante lo que me esperaba, me puse tan caliente que comencé a manar fluidos por el chocho.
Tanto «caldo» solté por mi agujero que traspasó la fina tela del pantalón blanco ajustado que llevaba.
Cuando salimos del local iba toda mojada y los clientes no tardaron en percatarse. Salimos de allí entre murmullos y risas de la concurrencia.
Acabé abandonando a mi familia, con quien la convivencia se hacía cada vez más difícil a pesar de sus esfuerzos por ayudarme.
Me fui a vivir con mi novio a su piso prometiendo a mis padres que pronto me casaría, para no manchar el buen nombre de la familia. Seguiría estudiando e intentaría aprobar las asignaturas que me quedaban para terminar la carrera.
Eso tranquilizó a mis padres que todo lo que querían era verme casada y con mis estudios completados. Pero aún tardaría un par de años en casarme.
Mientras tanto, las cosas cambiaron bastante para mí. Ahora estaría siempre controlada por mi macho sin que nadie más se inmiscuyera en sus planes. A veces iba a visitar a mis padres, que seguían muy preocupados, pero ya no podían controlarme.
Mientras tanto mi novio ya había buscado un par de machos que me estrenarían como carne de follar.
Los encontró poniendo anuncios en internet, que pronto fueron contestados por varios hombres. Eligió para empezar a los dos que antes escribieron.
No hizo una selección para ver quien era el más adecuado, ni el más atractivo, ni el mejor dotado.
Eso no importaba. Lo único que importaba es que fueran machos y quisieran humillar, maltratar y follar a la guarra. No pondría reglas, más que él siempre estaría presente y controlaría la situación.
Por lo demás podían, cada uno en su respectivo turno de cita, hacer con esta perra lo que quisieran.
Para ser mi primera entrega a otro hombre era demasiado, pensé.
Aunque mi novio acostumbraba a maltratarme asiduamente, bofetadas, cachetadas en el culo, pellizcos, mordiscos y cosas así, yo nunca había sido castigada rigurosamente.
Nadie me había azotado ni torturado de una forma ordenada o planificada. No estaba entrenada para ello.
Tuve miedo, pero confiaba plenamente en mi macho; eso sí lo me lo había enseñado bien. El primero en probar a esta puta en su nueva faceta esclava fue un hombre de unos cuarenta y cinco años. No era precisamente atractivo.
Era bastante más alto que yo, que no soy muy alta.
Carnes fofas, barriga prominente y el nabo más repugnante que había visto hasta entonces. Hoy, ya ningún miembro me parece repugnante, por muy sucio o desagradable que parezca. Succiono pollas, rabos, vergas, morcillas de toda especie o condición.
Mis actuales Amos me lo han enseñado bien. Mi boca es un sumidero de toda inmundicia, y cualquier cipote de macho, ya sea humano o animal, es para mí el más preciado regalo, y así lo demuestro en cada mamada que hago, chupando, lamiendo y succionando con ansia hasta que el preciado cuajo es depositado en mi garganta y tragado con fruición por esta pelada y sucia guarra.
Pero siguiendo con mi primera experiencia como carne de apareo, aquel hombre demostró ser un pervertido sin escrúpulos.
El encuentro se realizó directamente en su casa. Un piso alto en un barrio del extrarradio de la ciudad. Yo temblaba de nervios, y de vergüenza.
Mi novio me había vestido especialmente provocativa. Más bien debería decir degradante.
Parecía una puta callejera (más tarde llegué a serlo en determinada fase de mi adiestramiento, ya siendo propiedad de mis actuales Amos). Falda de lycra corta, muy corta con un cinturón negro y muy ancho, con una hebilla feísima dorada.
Panties de rejilla agujereados por la zona de mis «entradas».
Sin bragas, la raja y el culo recién afeitados, éste último cuidadosamente untado de vaselina por si el fulano decidía metérmela por ahí sin contemplaciones. Un top de mangas, muy ajustado (de una talla menos que la mía), con gran escote y sin sujetador, con lo cual mis pezones eran como dos balizas que delataban a la ramera.
Zapatos de tacón alto, casi aguja, pero sin serlo, de color negro (eran lo que más me gustaba de mi indumentaria). Llevaba entonces media melena, suelta. El maquillaje que obligó a adoptar mi novio era grotesco. La línea de los ojos muy marcada en ambos párpados y con rabillo al final, sombra de ojos negra y labios rojo sangre. El colorete en un tono rojo espantoso. Parecía un payaso… o una fulana barata. Eso último más bien.
Subimos andando hasta la octava planta (no había ascensor, o estaba averiado, no lo recuerdo bien). A cada planta me temblaban más las piernas y en un momento de lucidez llegué a pensar en abandonar.
En dejar aquel siniestro juego y al pervertido de mi novio que me llevaba, con la mayor naturalidad del mundo, a que un desconocido me metiera su pene en lo que se suponía, debía ser el lugar más sagrado de una mujer, que solo debe ser entregado a aquel hombre a quien se ama.
Ese lugar, desde entonces ha sido el «altar» más profanado del país. Y no solo ese, sino también mi agujero del culo, y cómo no, mi boca de puta, que ya no sabe hablar, si no es para suplicar más leche de macho y más carne gorda y pringosa de cipote. Pero aquel pensamiento se esfumó con el sonido del timbre y la visión de la puerta abriéndose.
– Hola, ¡encantado de conocerte!- saludos, manos estrechadas, un par de sonrisas un poco forzadas.
Yo callada, y con la mirada baja, fueron las instrucciones previas de mi macho. El tipo me miró por encima, como se mira un simple paquete -Pasa, pasa. Veo que has traído a la puta- dijo el fulano, que respondía al nombre de José Antonio. -Siéntate, ¿quieres tomar algo?- Ambos se sentaron, yo permanecía de pie porque nadie me había ordenado otra cosa. Con la mirada baja.
Comencé a ruborizarme. El tipo me dirigía miradas furtivas de vez en cuando, mientras charlaba distendidamente con mi novio.
Él le explicó que me había vestido como el tipo le había indicado. Hablaron sobre mí un rato, como si yo no estuviera presente. Mi no vio se extendió en detalles. Mis más íntimas fantasías fueron expuestas a aquel desconocido sin el menor respeto por mi persona.
Fui desnudada psicológicamente antes que físicamente, lo cual me produjo la más absoluta humillación. Fue entonces cuando mi coño comenzó a manar fluido.
Se me puso resbaloso y lo sentía hinchado y caliente. La «pipa de coño» (el clítoris) enviaba oleadas de placer a mi cerebro. Casi tuve un orgasmo antes de que el tipo se dignara siquiera a tocarme.
Eso me convenció de que, efectivamente, no estaba bien de la cabeza.
Estaba allí, de pie, ante dos hombres que departían sobre mi cuerpo y mis «utilidades», como si fuera un simple objeto. – Así que, según dices, esta fulana hará lo que yo le ordene sin rechistar, y si no lo hace puedo castigarla según mi deseo-, dijo el tipo. -Sí, sí, empléate a placer con ella.
Aprovecha bien la mercancía. Está casi sin estrenar. Sus tres agujeros están a tu disposición, y en cuanto a castigos, tú mismo.
Si te apetece, puedes tortearle las tetas, o golpearlas con los puños.
Morderle los pezones o estrujarlos con los dedos. Yo te diré si en algún momento te estás pasando con ella, pero en principio, me apetece que le des caña. Así se irá preparando para lo que le espera en adelante.
Cuanto antes aprenda a ser una buena esclava, mejor para todos, sobre todo para nosotros- Ambos rieron, mientras yo temblaba, ahora de miedo, aunque mi coño se empeñaba en seguir chorreando.
Mi novio continuó, – Si te apetece, castígale, el culo con el cinturón. Puedes utilizar el que trae puesto – No, gracias, dijo el hombre, – Ya tengo el mío que es grueso, de cuero de vaca.
Por cierto acerca aquí a la puta, que la quiero catar. – Mi novio me cogió del brazo y me acercó hasta él, que comenzó a magrearme las piernas mientras seguía charlando.
Tenía unas manos grandes y velludas. Subió por los muslos buscando mis nalgas y las sobó a gusto delante de mi macho.
Su sorpresa y mi vergüenza fueron mayúsculas cuando tocó mi raja con uno de sus dedos y lo sacó pringado. -¿qué es esto, chico?, ¿es que ya viene follada y no le has sacado el cuajo del coño?- Dijo. -¡Oh no!, la puta trae el coño limpio, solo tiene un poco de vaselina en el culo para que no tengas que preocuparte de lubricarlo. Eso debe ser suyo. Se ha puesto caliente, mientras hablábamos.
Ya te dije que es bastante puta.
No puede evitar mojarse así cuando escucha hablar de pollas- Volvieron a reír. El hombre se limpió la mano en mi falda, y fue al grano, levantándome la falda y ordenándome que me abriera los labios de chocho con los dedos.
Así lo hice, no sin dificultad porque resbalaba y le ofrecí mi interior al macho.
La pipa, hinchada se veía prominente y ligeramente morada por la excitación. – ¡Tiene un buen garbanzo la guarra! (así llamaba el hombre a mi clítoris)-. Tiró de mí y acercó su cara a mi coño, sacó la lengua y comenzó a darle lametones a mi pipa. Ahora me temblaron las piernas, pero fue de excitación.
Casi me desmayo del gusto. Chupaba mi raja como si le fuera la vida en ello. Sorbeteaba mis fluidos con verdadero ansia haciendo ruiditos como de chapoteo.
Me corrí allí mismo, de pie, entre jadeos de perra y ronquidos de cerda salida. Miré a mi novio que estaba con los ojos encendidos de lujuria y le sonreí.
El hombre se levantó, me tomó del pelo y llevó su boca a la mía, metiendo la lengua y sorbiendo mi saliva como antes había mamado mi vagina. Eso me dio un poco de asco, y me sentí un poco incómoda.
Aunque mi novio me besaba así muchas veces, no estaba acostumbrada a besar a desconocidos en la boca.
Hasta aquel día, lo consideré algo más íntimo aun que chupar nabos, porque lo veía relacionado con los sentimientos.
Ahora, después de lo vivido, no siento ningún reparo en que cualquier fulano bese o chupe mi boca, porque he aprendido que ésta tiene la misma categoría que mi coño o mi ano. Es un agujero más que debo entregar agradecida a cualquier macho para su uso y disfrute.
De todas formas no creo que a las chupadas que le dan a mi boca ahora se las pueda llamar besos.
Quién querría besar una boca desdentada como lo es ahora la mía. No, ya nadie me besa. Solo chupan mi boca ocasionalmente, sobre todo los perros cuando me cubren, esos sí se emplean a fondo.
Les atrae el sabor a cuajo y orines que tengo después de un uso «riguroso». Bueno, y mi marido, el cornudo. Ese también me besa, cuando le dejan, claro.
Pero volviendo al tipo que me «estrenó». Después de aquel orgasmo todo fue más fácil para mí. Me dejé llevar, ya entregada, y el hombre hizo lo que quiso conmigo.
Me arrancó el top y me dio un par de bofetadas que casi me hacen caer. Magreó y sopesó mis tetas, que no le gustaron demasiado. -Tienes las ubres muy pequeñas, fulana-, y nueva hostia. Tiro de mi pelo hasta que me hizo arrodillarme.
Se bajó la cremallera y sacó un trozo de carne venoso, casi negro y con una cabeza grande y muy gorda que sobresalía henchida de los pliegues de su prepucio.
Me la «enchufó» directamente y me ordenó chupar. La tenía pringosa por el líquido preseminal y sucia.
Apestaba realmente aquella verga, y sabía peor. No sentí mayor asco que cuando lamía los urinarios públicos, pero sí mayor humillación. No le estaba chupando el cipote. Sencillamente me estaba follando por la boca.
Sus embestidas eran salvajes. Sus cojones golpeaban mi barbilla y me daban arcadas cada vez que entraba hasta la garganta.
No era una polla muy larga, era su cabeza, el glande lo que era enorme.
Se me saltaron las lágrimas con las arcadas y se me corrió el rímel. Tiraba de mi cabeza de atrás hacia delante agarrándome por el flequillo, arrancándome algunos pelos.
Cuando se hartó de follarme la boca me levantó tirándome de los pezones lo cual me dolió tremendamente y me hizo chillar.
Me hizo callar escupiéndome en la cara y volvió a darme una bofetada. No volví a quejarme. Me dio media vuelta, me hizo inclinarme sobre una mesa, quedando frente a mi novio que me miraba y se pajeaba al mismo tiempo, y me montó de un solo golpe.
Cogió mis brazos y me los colocó a la espalda, por lo que no podía incorporarme.
Me embistió una y otra vez con tal fuerza que me arrastraba con mesa y todo en dirección al sofá en que mi novio, cómodamente sentado, se la meneaba como un mono con lo que estaba presenciando.
El tipo seguía bombeando detrás de mí, sin soltarme los brazos. Yo gritaba y suplicaba más aquel cabrón.
Volví a sentir otro orgasmo cuando soltó mis brazos y agarró mi pelo atrayéndome hacia él, volviéndome la cabeza y metiéndome su lengua en la boca a pesar de lo forzado de la postura.
Me soltó y estrujó mis tetas contra la mesa, apoyando todo su peso sobre mí, y mi cuerpo tembló bajo aquel macho, llevado por el orgasmo, que duró mucho. Pero él no se corrió. Aún no. Lo hizo después, en mi culo.
Y esa follada sí me dolió. Su gorda cabeza forzó mi agujero y se encajó perfectamente en mi ano.
Así enculada, me llevó empujándome al baño hasta caer de bruces, con él encima sobre la taza del inodoro.
Me cogió del pelo y metió mi cabeza en water. Se corrió en mi culo en ese instante, entre berridos y embestidas.
Me la sacó como había entrado, de un golpe, se incorporó, y comenzó a mear sobre mí.
Rota por la humillación, y por qué no decirlo, por el placer, acepté aquella lluvia con sumisión y agradecimiento.
Aquella fue la primera vez que alguien se meaba sobre mí. Ni siquiera mi novio lo había hecho nunca.
Y tuve un nuevo orgasmo.
Mi novio, desde la puerta del baño seguía los «acontecimientos», como no, empalmado y «cascándosela».
Cuando el tipo terminó y me dejó tirada en el suelo, con la ropa desecha, mojada toda por sus orines, el culo derramando su leche en el suelo, y el coño pringoso por los orgasmos, vino mi novio, y terminó su paja, echándome el cuajo en la cara.
Después recompuso mis ropas, y sin dejar siquiera que me lavara me sacó de allí.
El hombre había desaparecido. No sé dónde se metió, pero ni siquiera nos despedimos.
Ya en casa, después de una hora en la bañera para limpiarme de toda aquella inmundicia, rompí a llorar desconsoladamente.
Después del baño seguía sintiéndome sucia y humillada.
No he dejado de tener ese sentimiento desde entonces.
De hecho me alimento de él, porque inexplicablemente, la humillación y la degradación de mi persona es la fuente de mi placer, y el sentido de mi vida.
Continuará…