Una tarde de verano, decidí salir a caminar y me encontré con una placentera sorpresa. Saludos a todos, soy Micaela nuevamente. Para quienes no me conocen, me describo un poco: en el momento en que ocurrió esta historia, tenía 25 años, mido un metro ochenta, tengo pelo castaño, soy morocha, con pechos pequeños y, como me gusta decir, nalgona. ¡Amo mi culo! Es lo más sexy que tengo. Soy de Argentina y zoofílica desde hace algunos años. Ahora que tengo un poco de tiempo, quiero compartir otra de mis experiencias, una en la que tuve la suerte de cruzarme con un callejero cerca del río, que terminó dándome una hermosa cogida al aire libre.
Todo comenzó en las últimas semanas de verano. Decidí ir a un río que queda a unos 20 kilómetros de mi casa, un lugar que suelo visitar los fines de semana con amigos y amigas. La idea original era ir con ellos, pero estaban ocupados con sus cosas, así que lo dejamos para otro día. Sin embargo, después de una semana muy estresante, necesitaba despejarme, caminar, ver naturaleza y respirar aire puro. Por eso, tomé la decisión de ir sola.
El sábado por la mañana transcurrió con tranquilidad. Preparé una mochila con un termo de agua y algo rápido para comer, me puse ropa cómoda —una blusa de tirantes sin top, una pollera corta de mezclilla, amplia en la parte de abajo, y un hilo de encaje para estar fresca— y salí a tomar el transporte que me dejaría cerca del río. El día estaba perfecto: no llegaba a los 30 grados, estaba soleado y yo me sentía muy entusiasmada.
La zona del río está en un pequeño pueblito rodeado de campo y una autopista. Es un lugar hermoso, ideal para relajarse y despejar la mente, muy tranquilo. Al llegar, comencé a caminar por un sendero que en algunos tramos cruza el río y tiene ramificaciones hacia un bosquecito que corre en paralelo. Todo iba con normalidad hasta que decidí sentarme a descansar cerca del mediodía.
Fue entonces cuando apareció él: un perro sin raza definida, de estatura media, pelo amarillento, algo flaco, con un hocico grueso y negro. Siempre me han gustado los animales, y los perros, en ese momento, se habían convertido en mis favoritos por razones obvias. Cada vez que me cruzo con uno en la calle, me acerco; si se dejan, los acaricio un rato y, si tengo algo a mano, les doy de comer. Con este perro, mi primera reacción fue saludarlo amistosamente. Él, muy dócil, se acercó a olfatear mi mano y, descaradamente, también mi mochila, donde llevaba la comida. Decidí compartirle un pedazo de pan.
Después de comer, el perro se echó frente a mí y empezó a retozar, creo que de satisfacción. Hasta ese momento, no había pensado en hacer algo más con él, ni siquiera me había dado cuenta de que era macho hasta que se acostó en el suelo. Pero entonces ocurrió algo chistoso y excitante a la vez: el muy cabrón comenzó a lamerse las bolas. Ahí descubrí que era macho. Mi mente se llenó de sorpresa y alegría, como cuando recibes un regalo inesperado. Cuando siguió lamiéndose hasta llegar a su verga, me reí por dentro y pensé: «Esto es una señal, me la está ofreciendo en bandeja».
Me levanté y miré alrededor para asegurarme de que nadie me observara con sospecha —la paranoia de que alguien descubriera mi secreto siempre está ahí—. Había poca gente a la vista. Me agaché, le acaricié la cabeza, le di otro pedazo de pan y comencé a caminar hacia un lugar más alejado y discreto, nuestro nidito de amor. Estaba decidida: quería que ese perro me cogiera. Había pasado casi un mes desde la última vez que estuve con un perro, y la idea me tenía muy nerviosa y caliente. Sentía mi concha palpitar, mi cuerpo temblaba y un cosquilleo en el ano anticipaba lo que vendría.
Caminé unos minutos por un sendero que parecía abandonado, asegurándome de que nadie me viera. El perro me seguía. Llegué a un claro rodeado de vegetación densa, donde el río ya no se veía. Conocía el lugar y sabía que por ahí no pasaría nadie. Una vez segura, me dispuse a hacer que ese animalito me cogiera. Me quité toda la ropa y quedé completamente desnuda frente a quien sería mi macho esa tarde.
Me agaché en el suelo cubierto de hojas y comencé a acariciarlo. Estaba muy caliente, solo necesitaba calentarlo a él. Acaricié su cabeza lentamente, en silencio, mientras mi corazón latía a mil y mi cuerpo temblaba de impaciencia. Al perro no parecía molestarle; se mostraba manso y complacido. Seguí acariciando su pecho hasta llegar a su pija y sus bolas. Poco a poco, frotaba mi cuerpo desnudo contra el suyo, amasándole la verga que le colgaba entre las patas. Cuando el manoseo se convirtió en masturbación, el perro reaccionó y saltó sobre mí, intentando montarme por todos lados.
En voz baja, le dije: «Tranqui, papito, no te zarpes; déjame acomodarme en cuatro como una verdadera perra en celo». Me puse en posición, con el orto bien parado y las piernas abiertas, dejando que mis nalgas se abrieran solitas para que su pija tuviera vía libre. El perro se me trepó como toro, me agarró de la cintura con unas ganas que casi me parten y comenzó a bombearme como loco, aunque sin embocarla todavía. Al principio, me daba picotazos rápidos; su pija chorreaba de ganas, rozándome la concha y el culo. Desesperada, bajé un poco el orto, lo levanté más, bien ofrecido, y en una de esas embestidas, ¡zas! La pija entró de una, hasta el fondo del orto.
«¡Uff, la concha de la lora!», grité, con el culo en llamas. La sensación de su verga caliente en mi ano era de lo más placentero. Gozaba y soportaba sus embestidas mientras él seguía dándome sin parar. Gemía como loca, pero recordé que estaba en medio del monte, así que me tragué los gritos y me entregué a la cogida. «¡Dámela toda por el orto, papito, no pares!», sollocé, mientras me seguía clavando hasta el fondo. Qué pedazo de verga, ¡la puta madre!
Estaba en cuatro, con el orto bien parado, ofreciéndoselo como perra en celo para que mi macho se descargara toda su calentura. Quién sabe cuánto tiempo llevaba ese perro sin coger; me estaba dando muy rico. Solo se escuchaban los jadeos del perro y el chapoteo de nuestros órganos sexuales al juntarse. Quise aullar como guacha en un telo, pero estaba en el monte, así que me mordí los labios, bajé la cara y la clavé contra el pasto y las hojas, ahogando los gemidos. Agarré la toalla y la mordí con fuerza, casi rompiéndola, mientras el placer me partía en dos.
Era único el placer que me daba ese perro callejero. Por momentos, se mezclaban los sonidos de la cogida, los jadeos de mi macho, el roce de su cuerpo con el mío, el viento entre los árboles y algunos pájaros. Siempre que lo había hecho al aire libre había sido de noche y con ropa puesta, por si tenía que salir corriendo. Pero esta vez, estar desnuda entre los arbustos, con un perro cogiéndome, era una experiencia salvaje de verdad.
El placer era enorme; sentía cada empujón hasta el fondo de mi ano. Gemía suave: «Umm, sí, así, papi, métemela toda, qué rico, ‘písame’ como a una hembra de tu especie, soy tu perra, ¡aaaah!». El placer aumentó cuando el perro aceleró y me abotonó bien el culo con su hermosa bola, que se sentía de buen tamaño. Luego vino una inyección de leche caliente. Estaba en éxtasis. Me sentía sucia, transpirada, con una pija sabrosa bien metida en mi culo, bombeando semen sin parar.
El perro se giró para bajarse de mí, quedando pegados culo con culo. Sentí su verga girar en mi interior, expandiendo mi recto y mi ano. Eso me dio un placer indescriptible y me hizo correrme de forma explosiva, como pocas veces en mi vida. El placer fue tanto que hasta me vine a chorros. No tomé el tiempo de cuánto estuvimos abotonados, pero después de un rato se liberó con el clásico «plop», seguido de un río de leche escurriéndome desde mi colita abierta, que él atendió con su lengua babosa y caliente.
Me recompuse, giré y me acosté de lado en el suelo mientras miraba con admiración a mi amante limpiarse la pija. En un momento, volteé hacia mi cola, que todavía chorreaba, y le dije: «Qué rica cogidota me diste, papacito, te mereces un premio». Me acerqué a él, caminando en cuatro patas como la perra que soy, y comencé a acariciarlo con la intención de saborear su verga. Como he dicho antes, me encanta mamar vergas de perros: la sensación cálida al metérmela en la boca, la forma en que cambia su rigidez al contacto con mi lengua, los chorritos tibios y saladitos. ¡Uff!
Mientras él se limpiaba, intenté darle un beso de lengua, a lo que respondió de forma deliciosa. Luego volví a su verga y lo ayudé con su limpieza. Me encantaba recorrer su pija con mi boca, medio salada, con un gusto muy rico. Estaba tan caliente que se sentía el calor que emanaba. Aunque estaba un poco flácida, con la mamada que le di se puso dura otra vez. Se la chupé enterita. ¡Qué pijota tan rica y grande! Qué macho tan vergudo me había encontrado. Se la mamé hasta dejarlo seco, sacándole toda la leche. También saboreé sus bolas, de pelo corto, calientes, con un sabor a tierra; era un callejero de verdad.
Cuando su pija volvió a estar en reposo, él se quedó descansando, agitado por el calor. Le di un poco de mi agua mientras me vestía y limpiaba. Estaba por ordenar mis cosas e irme cuando, de repente, el perro erizó todo su pelaje, empezó a gruñir y se enfocó en una dirección. Me asusté, pensando que alguien podría estar espiándome. Me asomé, pero no vi nada. Mi macho seguía gruñendo y salió corriendo hacia donde miraba. Cuando descubrí el motivo, vi a otro perro olfateando el aire. Este era mucho más grande, corpulento, con un collar, parecido a un galgo pero más musculoso y cabezón. Mi macho fue directo a enfrentarlo, pero perdió la pelea y huyó despavorido.
Me quedé pensando si este nuevo perro habría olfateado el olor a sexo que provocamos. Empezó a acercarse, olfateando en mi dirección. Me metí entre los arbustos y observé si alguien venía a buscarlo, pero nada. Decidí irme, sintiendo que algo tibio me escurría por la cola: era la leche de mi macho. Inevitablemente, me calenté otra vez. Me dije: «Tengo tiempo, y ya que nadie vino a buscar a este perro, ¿por qué no intentar un segundo polvo con mi nuevo amiguito?».
Hice un rodeo por mi nidito del placer para asegurarme de que no hubiera nadie cerca. Me quité la ropa otra vez y traté de llamar su atención. Fue fácil: se acercó rápidamente, olfateándome. Lo contemplé: era de edad media, entre negro y cafesoso. Hice un chasquido con los dedos, se los di a oler y me los lamió de una. ¡Era mi día de suerte! Este perro parecía dispuesto a complacerme también, y su capuchón se veía rico.
Me acosté junto a él, acariciándolo, dándole besos y frotando mi cuerpo desnudo contra el suyo. Él se dejaba dócilmente, jadeando relajado. Le acaricié todo el cuerpo: con mi mano izquierda le rascaba la cabeza, y con la derecha recorría su espalda, pecho, lomo y, por supuesto, su paquete, que se estaba poniendo duro. Mis caricias tuvieron efecto. Le hice una paja, y él empezó a culear al aire, soltando chorros de esperma. Se puso de pie, inquieto; estaba listo.
Yo me moría por un segundo polvo. Me puse en cuatro patas, sintiendo mi clítoris duro y mi concha chorreando. El perro intentó montarme, pero de forma tímida, como si no estuviera seguro de que me estaba entregando a él. Le dije: «Amor, esta hembra es toda para ti». Creo que me entendió, porque se bajó a lamerme, enfocándose en mi culito de forma exquisita. Como ya estaba un poco abierta de la cogida anterior, su lengua entraba más profundo, dándome un placer infinito.
Luego se subió y, por suerte, no hizo falta tantearme. Con mi colita ya dilatada, de un envión me la enterró hasta el fondo. La fuerza fue tal que me empujó contra el suelo. Sostuve mi culo con fuerza para sentir su bombeo intenso. A diferencia del perro anterior, este me la metía con saña, con violencia. Nuestros cuerpos sonaban como aplausos húmedos. Sentía mi culo dilatarse al máximo, su bola entrando y saliendo, llenándome de placer.
Algo único pasó con este perro. Mientras me clavaba su verga, empujó con tanta fuerza que mi cara quedó contra el piso. Posó sus patas delanteras en mi espalda, ejerciendo presión y llenándome de rasguños. Eso me calentó aún más; adoro cuando un perro es dominante. El sonido de mi esfínter con su verga era exquisito; por momentos parecía que se me escapaban peditos, pero era mi ano dándole besitos a su verga. Mordía la toalla otra vez.
Me cogió unos 30 segundos y se quedó trabado en mi culo. Puso sus patas delanteras en el suelo, dejó caer su peso sobre mí y se quedó quieto. Escuchaba sus jadeos agitados. Aunque tenía su pija en el orto, me sentía vacía porque su vergota me hacía doler. Sentía cada pulsación de su miembro con un chorro de semen perruno. Me llevé los dedos a la concha y me masturbé suavemente, aumentando la velocidad. Cuando llegué al orgasmo, mi cuerpo se contrajo por completo. El dolor en el ano fue intenso por tenerlo dentro; él también sintió dolor, porque dio un pequeño chillido y un tremendo jalón. Con mi culo ya dilatado, se salió con un «plop». Mi culito quedó complacido, pero super abierto; sentía hasta el aire entrándome.
Caí rendida, y él se quedó parado, jadeando, con la verga colgando, largando chorritos de leche caliente. Estaba sucia, dolorida, rasguñada, con olor a sexo, pero satisfecha; me había sacado todo el estrés. No tenía energías para chuparle la pija a mi nuevo marido, así que me limpié con la toalla y el agua que me quedaba. Mi ropa estaba limpia, colgada de una rama, pero mi cola aún latía y chorreaba juguito de amor. Puse un pedazo de papel higiénico para contenerlo.
Vestida, me aseguré de que no hubiera nadie cerca y salí caminando, seguida por el perro. Caminaba medio raro, pero lo disimulaba. De camino al autobús, el perro se separó en una calle diferente y lo perdí de vista. Me encantó cómo me trataron esos perros, como una perra más de las tantas que seguro se habían cogido.
Antes de subir al transporte, tuve que pedirle el baño a un comerciante local para cambiar el papel higiénico que contenía la semilla de mis machos. Esa noche, al llegar a casa, me masturbé porque mi concha se quedó con ganas y aún sentía la sensación en mi cola. Me habían dejado bien abierta, así que me vine con facilidad.
Finalmente, me di un baño y me fui a dormir temprano. Esos esplendorosos machos me habían dejado agotada y dolorida, pero satisfecha y feliz como hacía tiempo no estaba. Espero sus comentarios.
Hola, bueno no se que pasó con este relato, pero el lenguaje cambia yo lo subí de una manera y se público de otra. Alguien sabe porqué?