Lecciones por Internet
Soy una chica de 21 años, alta, delgada, de piel blanca, ojos cafés, de pelo cortito y senos chiquitos pero bien firmes, vivo sola en el D.F. y la experiencia que les voy a contar no tiene mucho tiempo y fue real.
Los fines de semana acostumbro a chatear hasta altas horas de la noche, de preferencia en starmedia.
Al principio entraba a las salas de amigos, o de personas de 20 años, pero conforme me fui aburriendo empecé a entrar a las salas de sexo.
Al principio solo me divertía con los chicos y chicas en las salas «ardientes», «lesbianas», «cama redonda» y «todo vale».
Poco a poco me fui involucrando con las charlas al grado que para sentarme a chatear me quitaba toda la ropa, dejándome solo una bata para poder masturbarme cómodamente al tiempo que conversaba con alguien que decía estar haciendo lo mismo, ya fuera hombre o mujer.
Se me hizo una especie de vicio, y los fines de semana ansiaba llegar al depa, después del reven, para sentarme ante la compu y tocarme hasta correrme dos o tres veces, luego una ducha y a la cama.
En las recientes fiestas de navidad las salas estaban casi desiertas, así que al entrar no tuve oportunidad de encontrarme con gente conocida (con las que había intercambiado fotos o conversaciones telefónicas) así que empecé a vagar por las demás salas, las salas creadas por los usuarios.
Había una sala que me llamó mucho la atención, creo que fue mas morbo que otra cosa, se llamaba «zoofilia mujeres d.f.», y como nunca había oído hablar del tema, entré y esperé un rato a ver que pasaba.
Contrariamente a su nombre, la sala estaba plagada de hombres, las mujeres entraban e inmediatamente se salían, pues al entrar te empiezan a molestar con bajezas de naturaleza sexual (regularmente entro con un nick «neutro» precisamente para que no me molesten).
Al parecer nadie charlaba de nada, solo alguien que se hacía llamar «Dr. Zoo» estaba «tirando» imágenes (anotando direcciones de Internet).
Casi no me interesan las direcciones que «tiran» pues alguien me comentó que están plagadas de virus, o en el mejor de los casos, de publicidad de esa que abre una ventana tras otra, y como mi computadora es bastante lenta me choca que se trabe cuando pasa eso.
Creo que fue por error, al querer contestar un «privado», que en vez de clickear para contestar un mensaje, di click en una dirección que habían «tirado», y era precisamente una foto de una mujer haciéndolo con un perro.
Lo que vi fue de alguna manera fascinante, no podría explicar claramente lo que sentí al verla, pero me excitó muchísimo, como nunca me había excitado.
Inmediatamente, casi automáticamente, me empecé a tocar, y mi vagina empezó a mojarse.
Tiraba muchísimas imágenes, tan rápido que no pude verlas todas, pero las que veía me calentaban más y más. De repente dejó de tirar, y yo la verdad estaba ardiendo, así que al pedirle que tirara más empecé a charlar con él.
Me estaba tocando bien rico y a veces no podía contestarle, cosa que él comprendió y me tuvo mucha paciencia.
Me preguntó que si ya lo había hecho, y al contestarle que no, me dijo que porque no traía a mi perro.
¿Porque no se me había ocurrido antes? bueno, en parte porque tenía muchas dudas, que me hizo favor de aclarar, así que salí al jardín y llamé a Darky, mi pastor alemán.
Moja tus dedos en tu vagina y dáselos a oler- Me dijo (Cosa que yo hice como hipnotizada).
Darky los olió y los empezó a lamer.
Abre tus piernas y mete su cabeza en medio ¿Qué hace?- Mmmmm ¿Que que hace? -pensé- Maravillas¡¡¡ Metió su hocico húmedo entre mis piernas y yo estaba derritiéndome.
Me empezó a lamer riquísimo, al tiempo que yo me tocaba mi clit y mojaba la silla con su saliva y mis jugos vaginales.
Así estuvo un rato, creo que grité cuando me corrí por tercera vez -espero que nadie haya oído.
Por esa noche fueron suficientes orgasmos, así que con muchos esfuerzos saqué al Darky, pues se notaba que quería seguir con ese jueguito tan cachondo. Me despedí de mi nuevo amigo, me fui a la ducha y después a la cama.
Toda la semana me anduvo zumbando en la cabeza la idea de coger con Darky, de chuparle su generoso pene y demás cosas que había visto en las fotos que mi amigo había tirado en el chat.
Fotos que guardé celosamente en mi compu y que a ratos miraba, extasiándome al verlas detenidamente.
Aún me quedaban dudas, como la enorme bola que se veía en las fotos en la base del pene de los perros. ¿Le crecería a Darky su miembro tan enorme como en las fotos?
La verdad se lo había visto de fuera unas cuantas veces, nunca le tomé importancia.
Parecía un lápiz labial, y en las fotos había perros mucho más chicos que Darky, pero con unos miembros enormes…
Llegó el tan ansiado sábado.
Metí a Darky a mi cuarto. Entré al chat pero el Dr. Zoo aún no había llegado. Abrí mis fotos «de perritos» como las llamo y me empecé a extasiar con esas imágenes tan mórbidas, tan llenas de ese instinto bestial que me electriza.
Me despojé de toda la ropa, y ya que hacía bastante frío, me puse solo una blusa sport y una vieja chamarra «cazadora» que me llega hasta las rodillas.
Darky me miraba atentamente, como esperando el momento en que lo llamara. Solito buscó con su hocico babeante mi vagina húmeda.
Al primer contacto de su lengua con mis labios vaginales tuve un riquísimo orgasmo, que me estremeció de pies a cabeza.
Mientras Darky se deleitaba con mis juguitos (ya que le encanta saborearlos debido a que las feromonas femeninas son similares a las de las hembras, según me explicaría después mi «maestro») con una mano me abría los labios y con la otra me tocaba mi clítoris, mientras contemplaba las fotos de «perritos».
Iba por el tercer orgasmo cuando al fin entro mi amigo a la sala. Nos saludamos efusivamente.
Como pude le explique que Darky estaba ahí conmigo, que me estaba lamiendo y que yo ya estaba mas que dispuesta a dar el siguiente paso.
Está por demás decir que cuando introducía su lengua rasposita en mi vagina me arrancaba verdaderos gemidos de placer, y varias veces trate de contenerme para no gritar.
A medida que me lamía, su pene iba creciendo cada vez mas, hasta tomar un tamaño mas o menos regular, y chorreaba abundantemente. Ambos estábamos muy excitados.
Con mucha dedicación y paciencia, otra vez, mi amigo me fue despejando mis dudas, hasta que no pude más y me despedí de el, apagué la compu y puse manos a la obra.
Me indicó que si se la quería mamar tuviera mucho cuidado de no tocar su verga con los dientes, ya que son bastante delicados, y yo la verdad estaba ansiosa de engullir esa deliciosa verga, de ese color rojo encarnado, tal y como lucen en las fotos.
Me acosté en la alfombra, de lado, levanté la pierna, y al tiempo que le succionaba ávidamente su deliciosa verga (al principio su sabor es muy fuerte) su hociquito olisqueaba y lamía «todo lo que sabía a mí» como dijera mi «maestro».
Me había advertido que le vendara las patas delanteras, si no quería que me arañara cuando me cogiera, y que no se la mamara mucho tiempo si no quería que se corriera rápido.
Me olvidé de vendarle las manitas, así que acabé bastante arañada de la cadera, de las nalgas y de la espalda. Pero me puse de «perrito» a tiempo para que lograra penetrarme.
No le costó mucho trabajo.
Tan pronto me puse de «perrito», subió sus patas y me sujetó de la cadera, empezando a embestir rítmicamente.
No hizo falta guiarle la verga para que atinara en mi vagina, que en esos momentos estaba ansiosa por ser penetrada.
«Punteó» dos, tres veces, a la cuarta sentí como su verga me penetró de un jalón, ya que tan lubricados como estábamos, bastó con que la puntita de su verga alcanzara los labios de mi vagina para deslizarse completita hasta adentro.
Mi cuerpo respondió estremeciéndose ante la llegada de un inexplicablemente rico orgasmo.
Esos momentos fueron en verdad impresionantes.
Sentí que su verga me quemaba, pero con un calor exquisito. Limaba completamente mis paredes vaginales y lo hacía muy rápido, arrancándome dos orgasmos mas.
El éxtasis llegó después de unos minutos, cuando se encaramó en mí y logró introducirme su enorme bola.
Me sentí completamente llena, creí que no podría moverme, ni siquiera voltear, sentí que me partía en dos.
No obstante, él seguía cogiendo rítmicamente.
Después de unos minutos sentí como su bola se empezaba a hinchar dentro de mi dolorida vagina.
Acto seguido empezó a inundarme literalmente con su lechita.
Sentía -y no lo podía creer- como se corría dentro de mí, arrojando tremendos chorros de semen.
Semen abundante y ardiente -la temperatura corporal de un perro mediano es aproximadamente de 100º, me explicaría después mi maestro.
Después Darky se bajó de mi espalda, y quedamos «culo con culo» por un rato.
Después de unos diez minutos de sentir su verga palpitando dentro de mi, Darky se apartó haciendo un ruido muy peculiar, y su lechita salió a borbotones de mi vagina.
Esa noche no hubo ducha.
Me quedé ahí tirada en el piso, borracha de placer, con la vagina anegada de semen de mi Darky.
Desde entonces duerme conmigo.