Este relato es absolutamente cierto, por ello permítanme que omita los verdaderos nombres de los que en el aparecen, así como el de los lugares.
Pongamos que nos llamamos Lola y Alex.
Nos conocimos en la facultad y al poco tiempo ya éramos pareja.
Me hubiera gustado poder decir que ambos, o que al menos uno de nosotros, era de una familia acomodada, y que por ello disponíamos de coche o de una segunda residencia familiar donde tener nuestros encuentros.
Sin embargo éramos unos vulgares estudiantes de clase media, que se veían obligados a recurrir a los parques y/o a los pubs oscuros cuando el presupuesto lo permitía.
Yo había tenido otras novias con las que había recurrido a dichos lugares, pero a diferencia de Lola, estas ponían muchas dificultades en concederme mis deseos si las circunstancias no nos concedían una total intimidad.
Con Lola era distinto.
Se dejaba tocar, me la chupaba o incluso follaba en pubs o en parques siempre que hubiese la suficiente oscuridad o diese la impresión de que no íbamos a ser vistos. Siendo honestos, por muy oscuro que estuviese, si yo podía ver o intuir lo que otras parejas hacían, seguro que ellos hacían lo propio con nosotros. Sin embargo nos auto engañábamos pensando que nadie nos veía, yo porque estaba más caliente que el palo de un churrero, ella… ¿por exhibicionismo?.
La primera vez que pensé que podía ser esa la causa fue un día que la acompañé hasta la parada del autobús.
Vivíamos cada uno en una punta de la ciudad y careciendo de vehículo estábamos condenados al uso del transporte público.
Aquel día nos habíamos entretenido más de la cuenta y ella había perdido el último autobús, con lo cual teníamos que esperar a que empezase a funcionar el primero del servicio nocturno, para lo que todavía restaba una hora.
La parada estaba en una avenida céntrica, en la que a esa hora aún hay mucho tráfico de vehículos pero muy pocos transeúntes. Tal vez porque sabíamos que la espera iba a ser larga, nos dedicamos a hacer lo que más nos gustaba. Nos besábamos y acariciábamos de la misma manera que lo haría cualquier pareja en una situación similar.
Sin embargo Lola, tal vez agradecida de que compartiera con ella la espera de su autobús y que luego tuviera que esperar un rato similar al mío, fue un poco más lejos.
No contenta con sobar mi paquete por encima del pantalón, bajo mi cremallera e introdujo su mano en el interior de mi calzoncillo. Pese a la estrechez, agarró mi miembro y le imprimió un movimiento claramente masturbatorio.
Cualquier observador atento hubiese llegado a la conclusión de que me estaban haciendo una soberana paja, pero la dejé continuar auto engañándome al pensar que nadie se iba a dar cuenta. Pero, puede que porque la postura fuese incomoda, o puede que porque simplemente lo deseaba, Lola, con un movimiento rápido y preciso, extrajo de su jaula al pajarito (en aquel momento todo un pajarraco) y sin darme tiempo a reaccionar se lo introdujo en la boca. Protesté, alegue que estábamos en un lugar público, que cualquiera nos podía ver, pero en el fondo no hice nada por impedir que continuase chupándome la polla.
estábamos en un lugar público perfectamente iluminado y ninguno podía alegar que nadie no podía ver, ya que podíamos observar la cara de sorpresa de los automovilistas al pasar junto a nosotros y oír los bocinazos que algunos nos dedicaban.
Pese a todo, nadie puede tachar a Lola de haberse tomado a la ligera el trabajo que estaba haciendo, muy al contrario, ya que se regodeaba en él, retrasando todo lo que pudo el momento de mi orgasmo.
Cuando me veía próximo al mismo, extraía mi miembro de su boca y se limitaba a darle suaves lengüetazos en la punta.
Pero tanto va el cántaro a la fuente que termina por romperse. En su enésima interrupción, calculo mal y se extrajo mi polla de la boca justo cuando yo comenzaba a correrme, y aunque inmediatamente volvió a metérsela para tragar hasta la última gota, no pudo evitar que le llenase toda la cara con mi esperma.
En la calle, con mi polla aún en su mano, con la cara llena de semen y riéndose a mandíbula batiente, no era precisamente el retrato de la esposa perfecta que una madre quiere para su hijo. Sin embargo, tal vez por ello, yo la amaba. Pero para mí desesperación no volvió a repetir nada similar, ni por voluntad propia ni a petición mía.
Como muchas parejas, a los dos años de noviazgo sufrimos una crisis. Para estropear más la situación cometí el error de serle infiel con una buena amiga suya, que para remate, después de pedirme que guardase en secreto el desliz, corrió a contárselo a Lola. Además de cómo adultero, quede como un mentiroso, y la venganza de Lola no tardó en llegar. Salió con una amiga a ligar y tras localizar a la víctima adecuada, según me contó luego tenía que ser más guapo que yo para que la venganza fuese completa, le pidió que la llevase con su coche a un lugar apartado y allí se dejó follar. A modo de despedida, y no sin cierto recochineo hacia mí, después de dejarse follar le hizo una mamada. El chico, al que meses más tarde nos encontramos por casualidad en un bar, debió pensar que aquella había sido la noche de la suerte de su vida.
Al día siguiente, dándome una lección de sinceridad, me lo contó todo. Reconozco que, el saber que los cuernos no me dejaban pasar por el marco de la puerta sin agacharme, me dolió. Sin embargo tenía que reconocer que su acto pagaba una infidelidad mía y que, queriéndola como la quería, estaba dispuesto a perdonar casi cualquier cosa. Lo que no reconocí, ni siquiera a mí mismo, es que cuando Lola me contó lo sucedido tuve una enorme erección. Conforme me lo contaba, yo le pedía que me explicase los detalles más morbosos y disfrutaba con ellos. Me dolían los cuernos, pero también me dolía la polla de lo dura que la tenía. Me la imaginaba besándolo, dejándose desnudar, gozando con el miembro de otro, limpiándose con un clínex el esperma que él le había depositado en su interior, chupándosela, tragándose su semen, etc. Y me gustaba. Deseaba poder haber estado allí y haberlo visto todo sin ser descubierto.
Durante días, cada vez que pensaba en lo que Lola había hecho, corría a mi habitación a masturbarme como un adolescente. Cuando hacíamos el amor, imaginaba que era el otro el que la poseía obteniendo unos orgasmos tremendos. Estaba obsesionado, por ello cuando consideré que la relación había vuelto a su cauce normal, le insinué la posibilidad de realizar un trío con otro hombre. Aunque reconoció que en alguna ocasión había tenido esa fantasía, se negó en redondo y yo no me atreví a volver a proponerlo.
Finalizados nuestros estudios universitarios y una vez conseguido trabajo, nos compramos un piso y sin más dilación nos casamos. Nuestra vida sexual por supuesto cambió. Teníamos lugar de encuentro y no sin un deje de tristeza dejamos de usar los parques y los pubs. El piso no lo teníamos totalmente amueblado y aún faltaba por comprar las cortinas, pero éramos felices de vivir juntos. Era un piso alto y teníamos una terraza donde en las cálidas noches de verano era sumamente agradable tomar el fresco con una cerveza en la mano. Generalmente, por el calor, solíamos ir desnudos por la casa durante todo el día, y al llegar la noche, apagábamos las luces y salíamos a la terraza de la misma guisa. Estábamos convencidos de que por la altura y por la oscuridad era imposible que desde los pisos de enfrente o desde la calle pudiésemos ser vistos.
Una noche, estando en la terraza desnudos, nos pusimos cariñosos. Normalmente, cuando esto sucedía nos íbamos a la habitación donde consumábamos el encuentro. Sin embargo aquel día no. Lola, arrodillándose a mis pies, comenzó a chuparme la polla, y aunque le sugerí la posibilidad de continuar en el lecho matrimonial, hizo oídos sordos a mis ruegos y continuó chupa que te chupa. Lo prolongó hasta que supongo que dedujo que yo no me resistiría y entonces se sentó sobre mí y empezó a cabalgarme. Yo la tengo bastante gorda y normalmente es muy difícil que consiga penetrarle en esa postura si previamente no lo he hecho en otra más favorable, sin embargo en aquella ocasión estaba tan lubricada que entró sin la menor resistencia. Pese a todo la postura era incomoda y además no confiábamos en que la silla aguantase el peso de ambos durante el coito. Por ello la incorporé y le pedí que apoyara los codos en la mesa para de esta manera poder penetrarla desde atrás. Es esta postura podíamos ver la calle y la gente que por allí pasaba, aunque estábamos convencidos de que ellos a nosotros no podrían vernos. El orgasmo fue tan intenso para ambos, que repetimos la experiencia en diversas ocasiones.
Una noche salimos a tomar unas copas con unos amigos por el barrio. A la vuelta, como la temperatura era agradable decidimos dar un paseo. Al pasar junto a nuestra casa, por curiosidad miramos a nuestro balcón. Distinguíamos, pese a la oscuridad, las macetas, la mesa, las sillas y de haber habido una pareja follando, a la pareja. Al subir a casa miramos a las terrazas de los pisos de enfrente y comprobamos que, aunque con dificultad, veíamos a nuestros vecinos de enfrente. No tuvimos la seguridad de haber sido vistos, pero, con aunque con menos frecuencia, continuamos haciéndolo en la terraza. Eso sí, nunca hablábamos del tema, nunca nos confesábamos que nos pudiese excitar la posibilidad de ser vistos.
Una noche salimos a cenar y bailar. Volvimos tarde, bebidos y calientes. En el garaje, al bajarnos del coche Lola se subió el vestido y se quitó las bragas. Ella sabe que me gusta que vaya sin ellas, por lo que pensé que su intención era calentarme con la idea de que debajo del vestido no llevaba nada. Por ello me sorprendí cuando vi que no se bajaba el vestido y que de esa manera se dirigía al ascensor. Aunque era tarde, siendo una noche de día festivo y en verano, corríamos el peligro de encontrarnos a algún vecino que volviese de fiesta o que simplemente aprovechase el frescor de la noche para pasear el perro. Mostrando su chocho y su culo, que no deje de tocar en todo el trayecto, subimos en ascensor y esperamos en el rellano a que pudiese meter la llave y abrir la puerta de nuestra casa. Reconozco que los nervios me hicieron tardar más de la cuenta, no encontraba la cerradura, y que cualquier vecino pudo vernos por la mirilla de su puerta. Si alguien nos vio, nada nos dijo en los siguientes días. Pero las sorpresas no habían acabado por aquella noche.
En aquel verano en el que todavía no teníamos aire acondicionado, durante el día teníamos todas las ventanas cerradas para evitar que entrase el calor, pero por las noches las abríamos todas para que entrase el fresco. Antes de irnos de cena las habíamos abierto todas y así las encontramos al llegar. Lola recorrió la casa y se dirigió hasta la habitación encendiendo a su paso todas las luces. Eso convertía nuestra casa en un escenario completamente iluminado visible desde las ventanas y terrazas de enfrente, con el agravante de que aún no disponíamos de cortinas que actuasen de telón para la función que se iba a desarrollar. Cuando alguna vez me había encontrado en mi terraza saboreando una cerveza y disfrutando de la brisa nocturna y una luz se había encendido en el bloque de enfrente, involuntariamente había dirigido mi mirada hacía allí y había observado la escena, normalmente inocente, que se desarrollaba al, otro lado de la calle. Por ello estaba seguro que si en aquel momento teníamos vecinos en su terraza, estarían atentos a lo que ocurría en mi dormitorio. Lola no es tonta y seguro que por su cabeza había pasado un pensamiento similar.
Entre besos y abrazos nos desnudamos uno al otro y empezamos a revolcarnos en la cama. No tenía la seguridad de estar siendo observado, pero la mera posibilidad me excitaba. Lola debía tener pensamientos similares, pues empezó a desplegar toda su sabiduría amatoria. Comenzó demostrando que sabía comerse una buena polla y que lo hacía con calma, deleitándose en ello. Cuando lo estimo oportuno me requirió para que iniciásemos un 69, eso sí, colocándose ella debajo. Pero nuevamente pidió cambiar de postura y tumbándose con las piernas bien abiertas me pidió que la penetrara. De hecho, comenzamos mostrar todos los conocimientos que del Kamasutra teníamos, manteniendo cada postura el suficiente tiempo como para que se quedase perfectamente gravado en la retina de un posible observador. Me estaba follando, era un mero muñeco a las órdenes de mi esposa que indicaba en cada momento lo que debía hacer y de qué manera. La follé a cuatro patas, de lado, se sentó sobre mi miembro, primero mirándome y luego de espaldas a mí, y cuando ya no podíamos más volvió a la postura del misionero en la que obtuvimos un inolvidable orgasmo. Al terminar bajó la persiana, apagó la luz y nos pusimos a dormir como si no hubiese pasado nada.
A la mañana siguiente, cuando trate de hablar de lo sucedido la noche anterior, ella le quito importancia. No habíamos hecho el amor con la ventana abierta y la luz encendida para ser vistos, simplemente hacía calor y a ella le gusta ver bien lo que está haciendo. Además a esas horas era imposible que nadie nos viera. No había exhibicionismo en su comportamiento, sostenía ella, cuando hace el amor con su marido no piensa en nada mas ni tiene en cuenta el entorno. No me convencían sus argumentos, pero tampoco quise rebatirlos. En cualquier caso, hasta que no pudimos comprar cortinas, me acostumbré a mantener las persianas siempre altas. Cuando íbamos a hacer el amor a la habitación esperaba a ver si ella las bajaba o no, y si no las bajaba sabía que aquella noche tendríamos un polvo especial.
Fue aquel verano cuando, casi por casualidad, descubrimos las playas nudistas, aficionándonos tanto a ellas que odiábamos la sola posibilidad de llegar a tener la más mínima marca del bañador. Pero también descubrí que, además tener el culo moreno, lo que me gustaba de esta playa era ver la cara de deseo de otros hombres cuando mi mujer, con su cuerpo desnudo y contorneándose, se dirigía al agua. Lo que no pensé entonces fue que a ella también le gustase recibir ese tipo de miradas.
Tal fue la obsesión que teníamos por tener «el culo moreno» que, aunque no fuese verano, siempre que hiciese un día cálido y soleado hacíamos una escapada a la playa para tomar el sol desnudo durante unas horas. Generalmente esos días cálidos de primavera o de otoño la playa estaba prácticamente vacía, pero a nosotros nos daba igual. Uno de aquellos días la playa estaba desierta, a excepción de un pescador que con su caña probaba fortuna. A petición de Lola nos pusimos relativamente cerca de él, según dijo porque así le podíamos pedir que vigilase la ropa si decidíamos darnos un baño.
Tras colocar las toallas y desnudarnos, el ritual exigía que nos untásemos el uno al otro bronceador. Pero una cosa es untar, y otra lo que hizo ella conmigo. Hizo todo lo posible por excitarme obligándome a ponerme boca abajo para ocultar la erección, y cuando lo consiguió, me pidió que le hiciera a ella lo propio. Me lo tomé al pie de la letra y al igual que ella hice todo lo posible por excitarla. Pensaba que llegado a un punto ella me pediría que la dejase, pero para mi sorpresa me pidió que fuese más osado y que le metiese mano sin ningún miramiento. Le recordé que el pescador no paraba de mirarnos de reojo desde que nos habíamos desnudado y por toda respuesta comenzó a frotarme mi erecto miembro.
Me había dado el banderazo de salida y yo, con mi mástil en sus manos, introduje mis dedos en su vagina. ¡Estaba chorreando!. Generalmente dedicamos un buen rato a los juegos antes de iniciar el coito propiamente dicho, sin embargo estaba vez me urgió para que la penetrase sin más dilación. Le volví a recordar que teníamos un espectador a escasos veinte metros y que una cosa era tocarnos de una manera más o menos disimulada y otra follar descaradamente, pero no le importó. Entré en aquel mar de flujos vaginales y con apenas diez embestidas conseguí el orgasmo más rápido de la historia de mi mujer. Pensé que aliviada su calentura me pediría que saliese y terminaría con la mía de un modo más discreto. Sin embargo me rogó que continuase hasta el final, que debo de reconocer que en mi caso tampoco se demoró demasiado.
Se puso de pie e invitándome a mí a hacer lo mismo, me cogió de la mano y juntos nos dirigimos hacia el pescador. No sabía lo que pretendía hacer ahora ni me atrevía a preguntarlo. Al llegar a la altura del pescador se puso en cuclillas y con la mayor naturalidad le preguntó si no le importaba vigilar nuestras ropas mientras nos bañábamos. Por la postura de ambos, el pescador sentado y ella de cuclillas frente al él, estoy convencido de que tuvo una magnifica panorámica del coño de mi mujer rezumando leche. Al principio pareció que no entendía la pregunta. Su miraba oscilaba entre el sexo de mi mujer y charco que empezaba a formar en la arena el semen que del manaba, cuando por fin respondió que estaría encantado. Con los muslos de Lola mojados de semen, nos dirigimos al agua donde nos dimos un ligero baño pues la temperatura del mar no permitía muchas alegrías. Cuando de vuelta a casa quise hablar de lo sucedido, ella aseguraba que el pescador, pese a nuestros jadeos nunca había girado la cara y que además estaba demasiado lejos para vernos. Por supuesto no recordaba haberse puesto de cuclillas para que el individuo le viese bien el coño y comprobase que se le habían corrido dentro. De hecho tampoco me volvió a dar oportunidad alguna de repetir lo sucedido.
Pero en lo que nuestra manía por las playas nudista llegó a ser un inconveniente, fue en el tema vacaciones. Buscábamos un lugar de vacaciones que tuviera playa nudista, pero en la que la misma no estuviese demasiado lejos de nuestro alojamiento. No queríamos tener que coger el coche o hacer grandes caminatas para podernos desnudar. Así, a través de unos amigos, conocimos de la existencia de camping nudistas, donde en la playa (si la tenía), en la piscina, en el bar, en suma, en cualquier lado podía estar uno desnudo.
Finalmente elegimos un camping en la Costa Brava donde pasaríamos 15 días en un bungalow con dos habitaciones, salón, cocina y baño. El camping era realmente encantador, tenía piscina, zona deportiva, pinares, bar, supermercado, yacusi y estaba a solo 3 kilómetros de una playa nudista. Pero sobre todo, las normas no solo permitían el nudismo, sino que lo obligaban en todas sus instalaciones mientras que la climatología lo permitiese. El ambiente era fundamentalmente familiar, matrimonios con hijos de todas las edades, aunque también abundaban parejas solas o grupos de dos o más parejas. Los primeros días los pasamos con una cierta rutina. Nos levantábamos tarde y tras desayunar nos íbamos a la piscina hasta las dos, hora en la que tomábamos una cerveza y nos íbamos a nuestro bungalow a comer. Por la tarde, a la hora de más calor, dormitábamos un poco o bien leíamos hasta que, a cosa de las seis volvíamos a la piscina hasta que la cerraban a las ocho. Luego tras ducharnos y cenar nos encerrábamos en nuestro nidito para hacer el amor hasta altas horas de la madrugada. Así transcurrió nuestra vida en el camping hasta el tercer día, en el que llegaron ellos.
Ellos eran Toñi y Javi. Eran maestros y aprovechaban todos los años sus dos meses de vacaciones pagadas, para hacer una gira por distintos campings nudistas de España y el sur de Francia. Solían para en uno, si encontraban «ambiente» se quedaban hasta que se aburrían, si no lo encontraban se marchaban al tercer día. Lo que siempre era fijo era que al menos una semana la pasaban en el sur de Francia.
Lola conoció a Toñi en el supermercado, y desde el principio notamos que ambos tenían muchas ganas de trabar amistad con nosotros. Quedamos esa misma noche en invitarlos a cenar en nuestro bungalow. Como la noche era fresca todos estábamos completamente vestidos, sin embargo ello no fue obstáculo para que la conversación desembocase en derroteros sexuales. Hasta aquel momento nosotros pensábamos que, dado el carácter familiar del camping, la gente que allí veraneaba lo único que deseaban era poder tomar el sol desnudos durante todo el día. ¡¡Inocentes!!. Javi y Toñi nos hicieron ver en seguida que además había muchas parejas y matrimonios que lo que realmente buscaban era ligar. Ellos, sin ir más lejos, confesaban que lo único que buscaban era gente agradable con la que poder meterse en la cama. Aunque, para ser más exactos, el que se metía en cama era Javi. Toñi normalmente colaboraba en las tareas de seducción de su marido a modo de celestina, conformándose si acaso, en participar como mirona. Solo en muy contadas veces se unía a la fiesta de una manera más activa.
Por supuesto, Javi aquella noche nos propuso discretamente realizar un trío con él, y para facilitar las cosas Toñi alego tener mucho sueño y nos dejó solos. Sin embargo ni Lola ni yo nos dimos por enterados, aunque cuando Javi se fue, hicimos el amor y fantaseamos con esa posibilidad. En mi se había vuelto a despertar el morbo de ver a mi mujer acostada con otro hombre.
La noche nos resultó productiva. Al día siguiente veíamos el camping con otros ojos, intentando adivinar quien se acostaba con quien y quien simplemente lo intentaba. Tenían razón, había al menos tres grupos de dos parejas cada uno en los que resultaba difícil saber a ciencia cierta quien era el marido de quien, y quien la esposa. Pero además, observamos que en la piscina se entablaban muchas amistades que terminaban en reuniones nocturnas en la tienda, caravana o bungalow de uno de ellos. Supongo que nuestra amistad con Toñi y Javi tampoco pasó desapercibida para los demás que, interpretándola erróneamente, pensaron que nosotros también estábamos «en el juego» y empezaron a insinuársenos. Así, nuestros vecinos, un matrimonio con dos hijos, el panadero, ella «sus labores», nos invitaron una noche a unas cervezas en su bungalow y, entre «niño no toques eso» y » María dile a tu hijo que se esté quieto», nos propusieron un intercambio de parejas en nuestro bungalow, «porque aquí los niños se podrían enterar». Con mucha educación y halagados por la proposición, la rechazamos porque «nosotros no hacemos esas cosas». Sin embargo aquella noche la fantasía durante el coito incluyo al panadero y a su esposa.
Pese a la negativa de la primera noche Javi y Toñi se convirtieron en inseparables nuestros, sin dejar por ello de insinuar la posibilidad de meternos los tres en la cama o alabar las virtudes del sexo libre. Viendo que las insinuaciones no bastaban, cambiaron de táctica. Durante varios días Toñi intento sin éxito que yo dejase a solas a Lola y a su marido: me invitaba a jugar al tenis, a acompañarla al pueblo, a ayudarle a reparar el coche, etc… Lola y yo conocíamos sus intenciones y habíamos decidido que si ocurría algo seria estando los dos presentes y sin que nadie se enterase.
Por fin, el jueves por la noche Javi vino solo a hacernos una visita. Como hacia fresco y no teníamos ganas de vestirnos nos habíamos encerrado en el bungalow. Lola preparaba la cena y yo oía la radio cuando sonó la puerta. Había puesto una excusa tonta para visitarnos y la conversación se notaba que era de compromiso.
– Quieres que te eche una mano con la cena cariño – le dije a mi mujer en un momento en el que el silencio resultaba demasiado incómodo. – No gracias – Me dejas que le eche yo una mano a tu mujer – me pregunto Javi con malicia. – Si ella te deja… – respondí yo consciente de donde quería él echarle las manos a mi esposa.
Sin esperar más respuesta se levantó y se dirigió hacia Lola y rodeándola por detrás, comenzó a besarle una oreja mientras con una mano cogía un pecho y con la otra acariciaba su pubis. Estando ambos desnudos era imposible que mi mujer no notase pegada a su culo la semi erecta polla de Javi. Lola intento resistirse diciendo; «no, para», pero él no soltaba su presa. Cuando intentó revolverse, Javi estampo un beso en sus labios. Fue un beso largo y cálido al que Lola respondió con naturalidad. Yo mientras, observaba la escena con la polla dura y pensaba; ¡valla un cornudo consentido que estas echo!.
Cuando sus labios se separaron, ella sin decir palabra vino al salón. Lo que había hecho le gustó, pero la habían cogido por sorpresa, no había tenido tiempo a reflexionar sobre si quería o no hacerlo, y ahora esperaba que yo tomase una decisión. «¿Por qué no nos echamos un rato en la cama para abrir al apetito para la cena?», pregunte, obteniendo la aprobación por unanimidad.
Ya en la cama, Javi se centró en los pechos y boca de Lola, mientras que yo me dedicaba a sacarle brillo a su chochete con la lengua, ya que iba a recibir la visita de un extraño, lo adecuado era que estuviese bien limpio. Ella, mientras tanto, no se quedaba manca y le dedicaba un solo de zambomba a Javier que ni la filarmónica de Londres. Pero como Lola toca de oído, se ve que los resultados no satisfacían del todo a Javier, que decidió por su cuenta y riesgo cambiar la zambomba por la flauta, introduciéndole está en la boca hasta la campanilla. Yo, por mi parte, decidí que ya le había dejado el coño suficientemente limpio como para pasar la revista del sargento más exigente de nuestro glorioso ejército, pero que para estar más seguro, lo mejor sería que lo probase yo mismo. Así, con un «alegro maestroso» comencé mi mete-saca, mientras que Javier con un «adagio ma non tropo» continuaba con su chupa-chupa.
La orquesta funcionaba a las mil maravillas y el concierto se aproximaba a su último movimiento. Cambiamos de postura y ahora era yo el que disfrutaba de la mamada y el de la follada. Al principio el cambio no le gusto demasiado a Lola, Javier la tenía más corta y no le llegaba hasta el fondo, sin embargo poco a poco se fue dando cuenta de que eso tenía también sus ventajas, pues gracias al modo especial de meterla, la punta estimulaba una zona de la vagina próxima al punto G y le proporcionaba un placer extraño.
Javier no era precisamente un corredor de fondo. Por la cara y los gemidos resultaba evidente que se encontraba próximo al orgasmo. Sabía que cuando se corriese, ella aún no estaría apunto y mi intención era rematar yo la jugada. Pero cuando vi su cara de placer y pensé que se estaba follando a mi mujer, que la había puesto súper cachonda, que se estaba corriendo en su interior y que cuando yo la metiese estaría lleno de su nata, no pude evitarlo, me puse frenético y le llene la boca con mi semen mientras él daba las ultimas embestidas. Javier se disculpó por no haber conseguido que Lola se corriera, y tras argumentar que se le había hecho muy tarde y que nosotros teníamos que cenar, se marchó a contarle su victoria a su mujercita.
Yo lo había acompañado a la puerta y cuando volví me encontré a Lola masturbándose. «Por favor acábamelo, con la polla, con la boca o con lo que sea, pero acábamelo», me dijo. Mi polla aún no se había recuperado del encuentro anterior, pero me parecía lógico dar una respuesta a su acuciante grito de socorro, así que me arrodille entre sus piernas dispuesto a terminar con mi boca lo que no habían conseguido antes dos pollas. Al principio pensé que me daría asco, pero cuando vi como la leche brotaba de su gruta y se deslizaba hasta su ano, me volqué a lamer como un loco preso de la excitación. Ya conocía el sabor del semen por que en alguna ocasión, tras hacerme hecho una felación, habían encontrado ese sabor en la boca de alguna mujer al besarla, y sabia cuando lamía que no era ese sabor lo que me enervaba, sino el semen en sí mismo. Era la prueba de que un hombre había gozado en el coño de mi mujer. Rebañe hasta la última gota hasta que note su sabor picante en la garganta, y entonces, ya con la polla bien dura, me follé a Lola consiguiendo que se corriera ella dos veces antes de hacerlo yo.
Como era costumbre en ellos al día siguiente se marcharon a otro camping de su ruta. Una vez conseguido su propósito de acostarse con mi mujer, ese camping había dejado de tener interés para ellos, y marchaban en busca de nuevas aventuras en nuevos lugares. Nosotros continuamos allí como habíamos previsto hasta el final de nuestras vacaciones. Sin embargo, algo había cambiado en nuestra pareja. Si antes me excitaba fantaseando sobre un supuesto hombre sin rostro poseyendo a mi esposa, ahora lo hacía con un hombre con rostro y sobre todo con polla. Si antes especulaba sobre las posibles reacciones que mi esposa tendría ante las embestidas de otro varón, ahora recordaba su cara de gozo, su vagina húmeda, sus gemidos y sus suplicas para que alguien finalizase lo que aquel hombre y yo habíamos dejado a medias. Comencé a sugerirle la posibilidad de buscar un hombre para realizar un trío, y tanto insistí que finalmente ella termino por acceder.
Teníamos conocimiento de la existencia en nuestra ciudad, de un local donde acudían muchos matrimonios en busca de intercambio de parejas y de tríos, y allí nos dirigimos para satisfacer mis deseos. Nos abrió la puerta una rubia con unas tetas capaces de amamantar a todo un hospital pediátrico, enfermeros, médicos y celadores incluidos, que ayudo a Lola a quitarse su abrigo, que junto con su bolso y mi abrigo fueron a parar a una pequeña habitación, tras la barra, donde se amontonaban las prendas de otros clientes. La estancia donde nos encontrábamos no era muy grande y estaba deficientemente iluminada. En una de sus paredes, ocupándola casi completamente, se encontraba una barra donde además de la rubia pechugona servía un hombre que deducimos debía ser su pareja. En un extremo de la barra pendía, sobre un soporte, una televisión en la que se emitían películas pornográficas, supongo que para hacer ambiente. Tras asegurarse de que sabíamos dónde nos habíamos metido, la rubia de prominentes pechos se ofreció a enseñarnos el resto del local., que además de la zona de bar constaba de una pista de baile y de una zona de reservados con unos sofás, no demasiado cómodos, dispuestos en semicírculos entorno a mesitas bajas.
Nos explicó que, en el fondo, aquello funcionaba como un bar cualquiera. La gente venía, pedía una copa y trataba de ligar con quien le gustase, con la única diferencia de que lo hacía en compañía de su pareja. Pero había otra diferencia más, las parejas tímidas podían solicitar los servicios de la rubia pechugona o de su compañero para que mediaran como celestinos con otras parejas o chicos. Nos sentamos en la barra y pedimos unas consumiciones. El local comenzaba a llenarse y la clientela era variopinta. Había parejas de elevada edad, ellos barrigudos y calvos, ellas tratando de camuflar la edad con abundancia de maquillaje y con modelitos excesivamente cortos, excesivamente escotados o excesivamente ceñidos. Al verlas se me antojaba pensar que a cualquiera de aquellas «marujas» podía encontrármelas en la cola de la charcutería y no sospechar a que se dedican por las noches.
También había parejas de treinta y tantos. Ellas aunque vestían provocativas lo hacían con una cierta discreción, del mismo modo que cualquier mujer un poco presumida pudiera hacerlo en una ocasión especial. Igual que con los mayores, no intuía en ellos nada especial que me permitiese reconocerlos en la calle como asiduos a club de contactos.
Por último había chicos de distintas edades, siempre solos, que consumían sus bebidas repartiendo las miradas más directas e insinuantes a diestro y siniestro. Algunos estoy seguros que no tenían demasiadas dificultades en ligar en circunstancias normales, pero venían aquí a buscar experiencias fuera de lo normal. Los había también que lucían anillo de casado. Según la rubia de la prominente pechuga, o bien sus esposas no querían ni oír hablar de estos temas, o bien ellos no querían compartirlas con nadie aunque se acostasen con las esposas de otros.
El local se había llenado a rebosar y nosotros seguíamos atrincherados en la barra con miedo a cruzar una mirada con nadie. Se notaba a legua que éramos novatos, que éramos carne fresca, sin embargo nadie parecía tomar la iniciativa de ligar con nosotros, tal vez porque la camarera no sabía aun bien que era lo que buscábamos. De hecho ni siquiera nosotros lo teníamos demasiado claro. Por fin la tetuda rubia se nos acercó acompañada de un joven de unos veintinueve años. Nos lo presentó como «un chico muy especial» llamado Ricardo.
Ricardo nos llevó a la parte de dentro y nos sentó en un reservado donde, tras decirnos que era médico y que tenía una novia que no sabía nada de estas historias, empezó a contarnos sus experiencias en aquel lugar. Mientras hablaba ni Lola ni yo perdíamos detalle del espectáculo que se desarrollaba a nuestro alrededor.
Justo enfrente de nosotros había un grupo de unas ocho personas de ambos sexos. Mientras seis de ellas hablaban con toda normalidad dos follaban frenéticamente. La mujer de unos cuarenta años se había remangado el vestido de noche y, sin bragas, se había sentado sobre el miembro de un ejecutivo gordo y sudoroso. Los demás daba la impresión que no le prestaban atención, sin embargo no estaban ni a un palmo de ellos. El gordo se corrió. Ella malhumorada porque se había quedado a las puertas del orgasmo se levantó y tapo su vagina con la mano para que la lefa que le goteaba de la misma no lo manchase todo, y así, con el vestido remangado, se fue al lavabo a limpiarse. Cuando volvió del servicio, ya con la indumentaria decentemente arreglada, recogió al que debía ser su marido, y que no era precisamente el gordo sobre el que había trotado, y se marcharon.
En otro rincón dos hombres desnudaban a una mujer mientras esta les chupaba los miembros alternativamente. Terminaron follándosela por turnos, como buenos hermanos, primero uno luego otro, cambiando de postura en cada relevo. Mientras una pareja sentados enfrente de ellos, sin quitarles los ojos de encima se masturbaban mutuamente.
A mi espalda empecé a oír los gemidos que antecedían a un orgasmo. Me giré y pude ver como una chica a cuatro patas chupaba la polla de un hombre sentado en un sofá mientras un segundo chico le barrenaba el chocho con su enorme falo. Ella estaba vestida, simplemente le habían subido la falda y le habían bajado las bragas hasta los tobillos. Lucia unas medias y un liguero de lencería fina. El orgasmo lo tenía próximo pero la polla de la boca le amortiguaba los gemidos. Completaba el cuadro una segunda mujer que, con una mano entre las piernas repartía besos y caricias a los miembros del terceto.
La conversación y el espectáculo nos tenía a cien. Ricardo se excusó un momento para ir al lavabo, por lo cual aprovechamos para comentar la jugada. Aunque ninguno de los dos estaba completamente seguro de hacerlo, ella por miedo a que yo luego tuviese celos o simplemente la considerase una puta, y yo por miedo a que ella me reprochase que la había obligado a acostarse con otro y que eso era prueba de que había dejado de quererla, finalmente decidimos continuar adelante. Ricardo había regresado del lavabo interrumpiendo nuestra conversación, sin embargo ya estaba todo dicho, ya estaba todo decidido. No sabía cómo dar el primer paso por lo que confiaba que Ricardo, con más experiencia que nosotros, tomaría la iniciativa. De todos modos para facilitar las cosas dije que iba al servicio. Lola me miró y supe que sabía que la estaba entregando al sacrificio al dejarlos a solas.
Me demoré en lavabo todo lo que pude para dar tiempo suficiente a Ricardo para seducir a mi mujer. Pero cuando volví me asusté. No estaban en el reservado donde les había dejado y por un momento pensé que se habían marchado a casa de Ricardo dejándome con un palmo de narices y otro de polla. Me tranquilizo ver que el tabaco y el encendedor de Lola estaban allí. Los busqué con la mirada y por fin los vi bailando. Hasta aquel momento no había prestado atención a la pista de baile y a lo que allí ocurría, supongo que porque era la zona más oscura del local y con lo que había visto en otros sitios me había bastado. Ahora, pese a la oscuridad, podía intuir, más que ver, que en la pista tampoco se quedaban mancos.
En un rincón, apoyada a la pared una mujer era follada de pie por un hombre mientras con una de sus manos masturbaba a un segundo. Un grupo de cuatro personas bailaban juntos mientras se intercambiaban besos y caricias a diestro y siniestro. Algunos solo bailaban con su supuesta pareja regodeándose con la contemplación de lo que ocurría a su alrededor.
Pero lo que acaparaba mi atención era ver como un hombre estaba besando a mi mujer y como ella no solo se dejaba hacer sino que respondía con pasión. El entonces bajo una mano y la introdujo entre las piernas de Lola. Subió la corta y ajustada falda lo suficiente para que pudiese ver sus braguitas blancas y como la mano se introducía en las mismas. Le estaba metiendo los dedos en la raja y ella se estaba dejando, pero no solo eso, sino que además estaba tomando también la iniciativa y le estaba sobando el miembro por encima del pantalón. Yo estaba al rojo y dudaba entre levantarme y unirme a ellos o masturbarme allí mismo. Lola le saco entonces el miembro y comenzó a masturbarlo. Ella había insistido en quedarse en el borde de la pista para que yo pudiese verlo todo, pero él la empujo hasta la pared y le bajo las bragas. Quería follársela allí mismo.
Lola forcejeaba porque aunque estaba muy excitada no lo estaba lo suficiente como para dejarse follar por un desconocido en público, además, sabía que desde ese nuevo sitio yo podría ver poco o nada de lo que acontecía. Ella estaba dispuesta a follar con otro y conmigo, incluso con otro solo, pero yo debía de estar allí participando aunque solo fuera como mirón, sino se sentiría adultera, sucia, culpable. Me incorporé y me dirigí hacia la pista. Me resulto un poco difícil convencer a Ricardo para que continuásemos en casa pero al final accedió, ante la perspectiva de o todo o nada no cabían dudas.
Montamos en su utilitario y nos dirigimos a nuestra casa. Él había sugerido la posibilidad de ir a otro lugar de encuentros donde había una enorme cama redonda, allí la gente solía venir con su pareja o con alguien más, comenzaba a follar y cuando se quería dar cuenta estaba liado/a con algún desconocido/a de la otra punta de la cama. Una autentica orgía, nos dijo. Rechazamos cortésmente la oferta, era la primera vez que juntos hacíamos algo por el estilo y nos parecía demasiado su ofrecimiento. Lola se sentó delante y él, como no, aprovechaba los cambios de marcha, primero para rozar la rodilla, luego para acariciar los muslos y por último, en los semáforos, para tocarle descaradamente la entrepierna. En el numerito de la pista Ricardo había quitado las bragas a Lola, y cuando decidimos ir a casa fueron directamente al bolso, por lo que cada vez que se ponía el semáforo en verde unos dedos impregnados de flujo se agarraban al volante.
Una vez en casa pusimos unas copas para perder los miedos, sin embargo nadie tomaba la iniciativa. Ricardo era el experto, pero no hacía nada para demostrarlo, hablaba de vaguedades y eludía cualquier acercamiento a Lola. Así que decidí poner una película porno con temática de tríos por si con el ejemplo… Al principio parecía que aquello tampoco iba a funcionar, Lola y yo, que estábamos hartos de ver aquella película la mirábamos como si de algo nuevo y desconocido se tratase, y Ricardo, a la izquierda de Lola no movía ni un dedo.
Cinco minutos de película bastaron para que me decidiera yo a tomar el primer paso que nadie parecía querer tomar. Comencé a besar a Lola mientras que con una mano le acariciaba los pechos. Por el rabillo del ojo pude ver como Ricardo comenzaba a tomar posiciones en el coño de ella, que al sentirse tocada por él giro la cabeza y comenzó a besarlo. Nos habíamos colocado ya en la parrilla de salida, y entre besos y caricias, cuando nos quisimos dar cuenta estábamos los tres desnudos. Él se arrodilló entre sus piernas y comenzó un concienzudo cunnilingus, yo no sabía muy bien que hacer pero no me quería quedar en fuera de juego, por lo que opte por subirme al sofá e introducirle el miembro en la boca a Lola.
Estaba muy excitado y tenía miedo de correrme antes de tiempo y tener que quedarme el resto de la velada como simple mirón, así que propuse ir a la cama donde, de manera más cómoda, podíamos pasar a mayores. Lola se tumbó boca arriba y yo aproveche que su chocho estaba ahora libre, para comenzar a cabalgarla. Ahora era Ricardo quien se sentía desplazado, por lo que opto por colocarse junto a la cara de Lola y meterle el rabo en la boca. La postura no era muy cómoda para él, pero tan poco lo era del todo para mí, pues me estaba follando a mi mujer con una polla a menos de diez centímetros de mi boca.
Entonces Lola, que hasta ahora había estado chupando gustosa, en un rasgo de generosidad que le honra, se sacó la polla de la boca y me la puso en mis labios. Por un instante dude en aceptarla, no porque no la desease, sino porque me daba vergüenza mamar un rabo delante de mi mujer. Pero como la carne es débil y la de aquella polla era tan dura, la ocasión la pintan calva y tenía los huevos llenos de pelos, más valía polla en la boca que ciento volando. Al principio me líe un poco, pero luego le cogí el truquillo a aquello de chupar y follar y empecé a pasármelo divino. Tanto es así que tuve que volver a parar y ceder mi puesto a Ricardo que sin dudarlo acepto.
Ricardo la coloco a cuatro patas y empezó a bombearla, supongo que quería evitar la postura anterior y sufrir el riesgo de tener una polla a escasos centímetros de su rostro. No puse inconvenientes al cambio ya que me permitía sentarme al otro extremo y, agarrándola de las orejas, marcar a Lola el ritmo de felación. Lola comenzó entonces a correrse, dejando de mover la cabeza aunque sin sacarse el miembro de la boca, con lo que sus gemidos recordaban a los de un trompetista con sordina.
Satisfecho de su triunfo, Ricardo intento cambiar de agujero, pero Lola al percatarse de sus intenciones le interrumpió aduciendo que ya que la iban a encular y tenía dos pollas a su disposición, le gustaría probar la doble penetración. Fui al cuarto de baño por vaselina y cuando volví encontré a Lola trotando como una loca sobre él. ¡No hijo no!, protesté, el ser el marido da derecho a elegir agujero, si tú has sugerido culo, tú te quedas con el culo, le dije.
Me tumbé en la cama y la senté sobre mi miembro inclinándola hacia adelante para que Ricardo le pudiese untar la vaselina. Le costó un poco entrar pero cuando lo consiguió todo fue como coser y cantar. Notaba su miembro en cada embestida y parecía que estaba separado del mío por una pequeña membrana que estallaría cuando menos nos lo esperásemos. Sin embargo a ella no parecía que le hiciese daño, más bien al contrario, gemía y casi gritaba de gusto. Podía ver la cara de ella y si me giraba un poco la de él, la de ella no era precisamente la de una santa esposa, la de él reflejaba la proximidad de un orgasmo.
Aceleré el ritmo, pretendía hacer coincidir mi orgasmo con el de Ricardo y a la vez provocar el de ella. Entonces noté como una vibración atreves de la pared vaginal, se estaba corriendo. Lola debió sentirse inundada por detrás porque automáticamente comenzó a correrse provocando con sus gemidos a su vez mi orgasmo. Ricardo y yo nos quedamos rendidos y sudorosos en la cama mientras que Lola se iba a lavar, a su vuelta el comenzó vestirse comentando que se lo había pasado muy bien con nosotros y que si queríamos, podíamos quedar otro día, para lo cual nos dio su teléfono.
Al quedarnos solos comentamos lo sucedido y rememorándolo nos sentimos tan cachondos que tuvimos que volver a pegarnos un polvo. Casi gozamos más entonces que antes, porque conforme recordábamos lo sucedido nos explicábamos lo que habíamos sentido en cada momento.
A la mañana siguiente, al despertarme, la descubrí llorando desconsoladamente.
Decía que era una puta, que había follado con dos hombres, que me había puesto los cuernos, que había hecho todo lo posible para llevarse a la cama a un hombre que no era su marido, y que encima le había gustado.
Le trate de hacer entender que no era una adultera porque yo estaba delante, estaba de acuerdo y deseaba lo ocurrido.
Pero sus remordimientos eran tan fuertes que me hizo prometerle que no volveríamos a hacerlo más.
Yo le prometí que nunca más lo haríamos, a no ser que ella consintiera en ello.
Y no mentí.
Sin embargo desde entonces, varias veces al año me concede una noche loca y en ella buscamos a un chico o a una pareja con la que tener una aventura.