Mi Amor,
Anoche, acostada en esta cama vacía, no podía dejar de pensar en ti. Tu ausencia es un eco que resuena en cada rincón de mi alma, y aunque la distancia nos separa, mi cuerpo y mi corazón te reclaman con una intensidad que me quema por dentro. Te extraño tanto que duele, un anhelo que se enreda en mi piel y no me deja en paz.
Mientras las sombras jugaban en las paredes, mi mente se llenó de ti. Imaginé tus manos recorriendo mi cuerpo, lentas, seguras, como si conocieran cada curva, cada rincón que te pertenece. Cerré los ojos y casi pude sentir tu aliento cálido en mi cuello, tus labios susurrando promesas que me hacen temblar. En mi fantasía, no había kilómetros entre nosotros; estabas aquí, conmigo, encendiendo cada fibra de mi ser con ese fuego que solo tú sabes avivar.
El recuerdo de aquel sábado por la noche que fuimos al cumpleaños de tu amigo, de todos los hombres en el bar, solo tenía ojos para ti, eres el único que atrapa mi mirada, y me estremece cuando cautivo la tuya. Toda la noche no dejabas de desnudarme con los ojos, tus manos siempre buscando alguna excusa para rozar mi piel. Cuando los demás estaban entretenidos con la conversación del momento, sentir tu mano alrededor de mi cintura, estrecharme hacia ti, y sutilmente subir hasta rozar uno de mis pezones con las yemas de tus dedos por encima de mi vestido. Aquel recuerdo estremece mis sentidos, de tan solo pensarlo no puedo evitar apretar los muslos y sentir como el deseo florece entre mis piernas.
Qué ganas de sentir tu mano entre mis piernas nuevamente, no estar aquí sola acostada en la cama añorándote. Imito los movimientos de tu mano con la mía. El taxista robaba vistazos en el espejo retrovisor cuando nos montamos en el asiento trasero, con más de una copa encima y el deseo a flor de piel que sentía que al tocarme se incendiaría en chispas.
Tus labios sobre los míos, mi lengua en tu boca, tu mano en mi pelo, para bajar por mi hombro y apretar mis pechos. Tus dedos provocando mis pezones hacen que te abra las piernas sin siquiera pensarlo, sin importar que estemos donde estemos, sin importar que el taxista estuviera allí conduciendo mientras que tus manos me ponían como una gata en celo.
Tu mano subió debajo del vestido, separo los muslos aún más, desesperada por sentirte. Gimo contra tus labios a medida que tus dedos frotan mi clítoris, mis caderas se ondulan sobre el asiento, la excitación escala hasta el punto que me refriego contra tu mano. Exhalo un gemido de alivio cuando apartas la tela de mi tanga, aquel contacto directo de piel a piel, tu dedo penetrando mi abertura mojada. Tu boca se traga mis gemidos hasta que tienes hambre de más, tu otra mano hala el escote de mi vestido hacia abajo, dejas mis tetas desnudas y expuestas en el asiento trasero de aquel taxi, lo único que me importa es sentir tu boca allí, sí, así, chupando uno de mis pezones luego el otro. Tu dedo entrando y saliendo de mi raja empapada, el aroma de mi excitación impregnando el interior del taxi.
Aprieto los labios tratando de ahogar mis gemidos, pero cualquier intento de sutileza ha desaparecido. El taxista no se ha quejado, así que sin duda no le molesta el espectáculo que le estamos dando. Ya no siento tu boca en mis tetas, y estoy allí sentada de piernas abiertas, removiéndome contra tu mano. Veo que miras al taxista a los ojos por el espejo retrovisor sin aminorar el ritmo de tu mano, el sonido de tus dedos deslizando en mi humedad se siente amplificado.
No sé cómo, pero con tan solo aquel intercambio de miradas le dejas saber que puede ver, pero no tocar, yo soy tuya, nadie más que tú puede tocarme. El taxista aparca para que pueda observar plenamente, girándose en su asiento, veo sus ojos sobre mí y mi hambre de ser exhibida por ti se intensifica.
Sacas tus dedos y restriegas mis propios jugos primero en mis pezones, luego los acercas hasta mis labios y chupo mi propia miel con gula. Tu mano regresa entre mis piernas y bendita sea tu boca como chupa, lame y muerde mis pezones.
El taxista no es más que un espectador silencioso que soba su erección a medida que tus actos me acercan cada vez más al éxtasis del orgasmo, hasta que finalmente aquel cúmulo de placer no le queda espacio hacia donde expandirse sino estallar. El clímax se apodera de mis músculos, de mi voz, de mi respiración. Mi sexo chupa tus dedos en su interior y palpita con fuerza, bañando tu mano en la evidencia de mi placer, hasta que quedo jadeando, y mi cuerpo da pequeños respingos como un corto circuito de sobrecarga eléctrica mientras tu dedo, ya más suave, pero no ausente, levemente sigue estimulando mi centro.
Llevas tus dedos resplandecientes e inhalas mi olor antes de chupar mi esencia. Ajustas mi tanga, bajas el largo del vestido por mis piernas y acomodas mi escote, me muerdo el labio y te miro, ¿cómo es que después de dejarme tan sensualmente satisfecha mi hambre de ti despierta aún más?
El taxista reanudó la marcha, y cuando llegamos a casa le preguntaste cuánto le debías, y él solo te dijo que ese viaje iba por la casa con una sonrisa que llevaba una curiosa mezcla de picardía y respeto.
Tan solo rememorar aquella parte de esa noche y lo que vino después…
No dejo de pensar en el momento en que estemos juntos otra vez, cuando pueda perderme en tus ojos, en tu risa, en el calor de tu abrazo. Eres mi refugio, mi deseo, mi todo. Esta cama se siente tan fría sin ti, pero mi corazón arde con la certeza de que pronto estaremos entrelazados, haciendo realidad cada sueño que anoche no me dejó dormir.
Te amo con todo lo que soy, y te espero con un ansia que no puedo contener.
Siempre tuya,
Dévora