Mis vecinos me alegraron el día
Enfermedades las hay de todos los colores, muchas personas enferman a lo largo de su vida, la mayoría se recuperan otros caen.
En mi 24 años de vida, hasta el momento, he sufrido todo tipo de enfermedades, constipados, gripes, indigestiones, dolores de cabeza, dolores de muela, etcétera.
Pero todo eso no es nada comparado con la enfermedad que más me afecta, el aburrimiento.
Odio aburrirme y lo peor es que me aburro con una facilidad pasmosa. Dicen que es porque soy muy apasionada, muy visceral y cuando algo nuevo ocurre en mi vida lo exprimo tanto y tan rápido que termino por agotarlo.
Mi canso de ello y vuelvo a aburrirme como el primer día. A veces uno puede combatir el aburrimiento con la llamada de un amigo, recibiendo una carta o un email si tienes pareja, que no es mi caso, puede irte de fiesta o al cine, etcétera.
Siempre hay una salida y yo siempre que puedo echo mano de ella. Pero hay un día al año en el que es absolutamente imposible evitar el aburrimiento.
Hablo del 15 de agosto día festivo. Son demasiado las casualidades que coinciden el 15 de agosto y que contribuyen a hacerle un día extremadamente aburrido e inactivo.
Estamos a mediados de agosto, no hay nadie. Todos se han ido de vacaciones y los que no se han ido no quieren que les molesten. Las calles están vacías. La tele ofrece porquería y no se ha estrenado nada de fe en las salas de cine. Un asco para entendernos.
Pero curiosamente, mi último 15 de agosto me reservaba una grata sorpresa. Bueno, en realidad dos.
El reloj había dado las cuatro de la tarde y no pasaba nada. No sonaba el teléfono, no tenía emails. Mucho menos cartas en el buzón. La tele estaba apagada y yo reposaba en el sofá estirada y fumando, maldiciendo tanto aburrimiento.
Además, como bien sabéis, el calor de agosto es insoportable y a menos que dispongas de aire acondicionado, las altas temperaturas no contribuyen a hacerte lo más soportable. Estaba ya punto de gritar histérica cuando llamaron a la puerta. Recuerdo que me sorprendí mucho. No esperaba a nadie y menos ese día.
Abrí y me topé con Álvaro y Miguel, mis dos vecinos. Dos tipos de lo más corriente, aunque eso sí, extremadamente bien educados. Intenté deducir que iban a pedir antes de que abrirá la boca, pero no me dieron tiempo.
Sencillamente se estaban aburriendo tanto como yo, y lo único que buscaban era compañía. Bueno, pensé, tengo… no tengo nada que hacer, así que les hice pasar. Se sentaron en el sofá y les traje un par de cervezas.
Entonces Álvaro, que es el más guapo y hablador, me comentó que realmente no venían a por las cervezas. De hecho, no venían ni siquiera a entablar una conversación. Únicamente venían a follarme, me quedé de una pieza.
Por unos momentos, dudé, de decir, si no serían los más de 30 grados lo que me causaban alucinaciones, pero por si acaso Álvaro insistió.
Solo que esta vez, sirviéndose, de sus refinados modales, añadió que lo harían si yo estaba de acuerdo y me prestaba ello, por supuesto.
No cabía duda, esos tíos estaban como cabras. Me senté en el sillón y pensé, siempre bajo la atenta mirada de Álvaro y Miguel.
Me di cuenta de que no echaba un polvo como dios manda, desde hacía un par de semanas, y después de todo, acaso tenía alguna otra cosa mejor que hacer.
Me puse en pie y me deshice de la camiseta que llevaba puesta.
La lancé contra mis dos vecinos y exclamé. ¿A qué estamos esperando? Los chicos me rogaron que siguiera desnudándome poco a poco, mientras entraban en calor.
No tenía mucho más que quitarme, pero para cuando me encontraba desnuda del todo, ellos llevaban unos minutos, sacudiéndose. A la par casi, casi al mismo ritmo, resultó un cuadro bastante cómico.
Sus pollas estaban tiesas y abultaban un montón, no sé, eran una pasada, apuntaban hacia el techo.
Recuerdo que mientras me contorneaba, lo mejor que sabía y deslizaba la mano por entre las tetas, me fijé en ambos sexos y mi temperatura aumentó. Comenzaba estar realmente cachonda.
No sé cuánto tiempo necesitaban ese par para animar todos sus aparatos, pero yo no estaba dispuesta a esperar ni un segundo más.
Me lancé sobre ellos, y mientras agarraba el miembro de Miguel con la mano izquierda, iniciada un sube y baja, me lleve a la boca la polla de Álvaro.
Y mamé su glande con locura. Atornillé mis labios alrededor del calvo, mientras Miguel dirigía mi mano para incrementar el placer de su paja.
Eche para atrás, y sujeté ambas pollas con las dos manos, masturbando arrítmicamente y sonriendo.
Me gustaba ver a ese par dejándose llevar, echando para atrás sus cabezas y gimiendo gustosamente, mientras yo le daba al ejercicio con las muñecas.
Era justo dedicarle unos lametones a Miguel, que hasta ese momento se había portado muy bien, calladito y sin decir nada. Así fue, directamente hacia sus cojones, y los lami.
Chupe el escroto con mi lengua irrefrenable, babee cada uno de sus morenos pelillos, y juguete diabólicamente, con lo que había en el interior de esa bolsa carnosa.
Mareando sus huevos nerviosamente, lanzándolos de un lado al otro, naturalmente el pobre Miguel estuvo a punto de perder el raciocinio.
Las pedí que se pusieran de pie, uno a cada lado, y llevé a la práctica uno de mis sueños, lamer dos grandes a la vez.
Hacerlos chocar entre ellos, el propio roce de un glande contra el otro, contribuyera a incrementar el éxtasis de ambos machos. Recuerdo, que sujetaba cada polla con una mano.
Mis técnicas feladoras eran realmente pura anarquía, un lametón aquí y otro allá.
Chupaba los huevos de uno, mientras masturbaba al otro, o lamía con la punta de la lengua, el orificio del grande del primero, al mismo tiempo que mis dedos, acariciaban los testículos del segundo.
No hubo un momento, en el que había boca de par en par dispuesta a hacer caber, ambos músculos a la vez, y aunque no lo logré, fue un momento sencillamente espléndido, muy, muy excitante.
El fin de tanto magreo era lograr disponer de un buen par de pollas, y esas duras y rígidas, y ese trabajo ya estaba hecho, así que tocaba el siguiente paso.
Miré a mis dos viriles amantes, y les dije, ahora ya sabéis que toca, ¿verdad? Quiero que me folléis a la vez. Supongo que nunca antes lo habían hecho, o al menos eso parecía viendo sus expresivas muecas de sorpresa.
Quizás, a lo que no estaban acostumbrados era que una chica se lo pidiera tan abiertamente, pero es que francamente me gusta que me follen dos tíos a la vez.
No es la primera vez que me la meten por el culo y por el coño. De hecho es una experiencia brutal que recomiendo a todas mis amigas. Puede ser doloroso, lo digo que no.
Pero una vez superado ese momento, lo que una siente es difícil de expresar.
Algo así como una desgarra salvaje que recorre todo tu cuerpo, y te conduce al éxtasis más absoluto, ni es ser lo describiría mejor.
Y tuve a Álvaro debajo de mí, y dirigí su polla vibrante y carnosa hacia mi coño, se deslizó suavemente a través de las cavidades de la raja, y un primer cosquilleo, recorrió mi estómago, abrí bien las piernas, y pedí a Miguel que lamiera mi culo, con el fin de dilatarlo un poco.
El chico demostró no estar muy puesto en el tema, pero no hizo mal trabajo. Mientras Álvaro, me asestaba golpes entre las piernas con su disparado sexo. Miguel humedecía mi parte trasera compasión.
No cesaba de lamer, y lo verdad es que en situaciones así, los espasmos musculares se hacen notar, y cuantos más mejor.
Quería indicarle a Miguel que ya podía penetrarme con su polla, pero los continuos escalofríos que me proporcionaba ambos maromos a la vez, dificultaban mi capacidad de habla.
De habla, en realidad de todos mis sentidos, andaban disparados, y cada vez que intentaba abrir la boca un chispazo, en mi columna me lo impedía.
No hizo falta esforzarse más. El mismo Miguel tomó la iniciativa, y me clavó su robusto sexo en el culo. Este no puso marcha atrás, y mi sexo no puso mucha resistencia. Dejo que el glande de mi vecino cruzara el umbral, y comenzara un mete y saca, sin parangón.
Ahí estábamos los tres. Encima del sofá intentando sacarle partido al aburrido quince de agosto. Sudábamos como animales.
Parecía como si alguien no hubiera vaciado diez cubos de agua encima, pero a pesar de ello no estábamos dispuestos a frenar.
Todo lo contrario, el ritmo de nuestro polvo múltiple se había acelerado, y aquello tenía que terminar a lo grande, como un mega orgasmo de entrar en los anales del sexo fácil.
Después de unos minutos dando rienda, suelta, a una doble penetración cargada de energía.
El primer en echar los líquidos fue a Miguel. Era de esperar, el chico sacó su sexo de mi culo, que se contrajo en cuanto se notó libre de esa carga, y tras un par de sacudidas, el esperma volcó sobre mi espalda.
La sensación de calentura no fue muy bien recibida por mi castigado cuerpo, pero en fin, aquello era los de menos.
Estaba demasiado concentrada en el lograr mi propio orgasmo, que ocurrió justamente en el momento en que Álvaro empujaba su polla hacia afuera de mi coño, para salpicar sin querer las piernas de Miguel, que aún intentaba recuperarse del polvazo.
Chillé y estremecí, como lo hacen en los relatos eróticos de las revistas guarras.
Mi cuerpo, tal y como si alguien hubiera dedicado a llenarme la piel de agujas, se deslizaba por todas las extremidades de el orgasmo, perdí la noción de la realidad.
Dolor y placer, llegamos al límite de lo soportable, extasiados, cansados, casi mareados, pero conscientes de la felicidad y la satisfacción que uno siente justo después de echar un buen polvo.
¿Quién dijo que los vecinos son un estorbo?