Capítulo 2

La certeza

Y entonces caímos sobre la cama. No había jerarquías. No había centro. Solo piel. Lenguas. Humedad. Calor. El placer era compartido, extendido como un manto que nos envolvía a los tres.

Yo la miraba —la verdad, no podía dejar de mirarla— y pensaba: esto es amor. No el de los cuentos. Uno más salvaje. Más valiente. Porque esto también era confianza. De la profunda. De la que no necesita palabras

No sé cuánto tiempo paso, pero así nos dormimos. En paz, sabiendo que habíamos cruzado un límite y con la satisfacción de saber que nunca volveríamos atrás.

Desperté con ella al lado. Su cuerpo cálido, enredado con el mío. Su expresión… en paz. Como quien ha soltado una carga sin darse cuenta de cuánto pesaba.

Él, dormía cerca. Y no, no sentí celos. Sentí otra cosa. Algo raro, nuevo: gratitud.

Lo que habíamos vivido no fue una locura pasajera. Fue una entrega de verdad. Un salto sin red. Y lo hicimos juntos. Con los ojos abiertos. Sin mentiras.

Ella estaba más libre. Más suya. Y eso, lejos de alejarme, me enamoró más. De ella. De lo que somos cuando nos atrevemos.

No hubo pérdida. Solo expansión. Como si hubiéramos estirado los límites del amor hasta abarcar también el deseo.

Y ahí, en esa cama, lo entendí: compartir no nos rompió. Nos hizo más nosotros.

Fin.