En una playa de Brasil
Me encontraba con mi marido de vacaciones en una playa de Brasil, de la que no voy a decir el nombre.
A mi marido le voy a llamar Juan aunque no se llama así.
Somos un matrimonio liberal. ¿Qué quiere decir eso?. Pues que estamos abiertos a todo tipo de experiencias.
No nos importan las infidelidades siempre que el uno se lo consienta al otro. Bueno prácticamente siempre lo que hacemos es un cambio de parejas. Pero en esta ocasión lo que sucedió fue digamos sólo para él o por lo menos compartido.
Estábamos en la playa y me fijaba en las miradas que Juan echaba a las bellezas morenas, tostadas, rubias, negras que pasaban a nuestro alrededor.
Lo sorprendente fue que en los días siguientes nos dimos cuenta de que algunas de esas hermosas Afroditas eran lo que los de allí suelen llamar bonecas que en castellano quiere decir muñecas y que no son otra cosa que transexuales o lo que es lo mismo auténticas mujeres con la única diferencia de que tienen pene.
Esa noche quemados por el sol le confesé a Juan que algún morbo me producían esas «mujeres» porque siempre me las había imaginado con grandes penes.
Seguro que como el de mi marido que mide unos 22 centímetros. Pero a Juan no le daba morbo sino auténtica pasión. Estaba deseandito estar con una o mas de esas bonecas para hacer de todo con ellas.
El caso es que a la semana siguiente mi marido (bueno y yo también) que es muy sociable logró relacionarse en la playa con una de esas lindísimas mujeres transexuales.
Era hermosa. De ojos verde azulados. Grandes pechos. Escultural. Mas alta que yo que soy bastante corpulenta.
Llevaba un tanga. En su piel estaba todo el mestizaje de aquella tierra. Vi que el pene de mi marido estaba en erección y el de ella también. Tenían el mismo tamaño aproximadamente.
Se puso tan pesado que la tuvimos que invitar a comer.
Ella se llamaba Luana y hablaba bastante bien el español. Olía a muy buen perfume.
La hora de la siesta no fue tal. Mi marido ardía y yo quería hacerle feliz.
Delante de ella nos desnudamos mostrando Juan su torso atlético y yo mi carnalidad. Cogí su pene y le hice una felación. Luana nos miraba y decía: «bárbaro».
Juan le miraba a ella. Me saco su pene de mi boca y la cogió de la mano llevándosela al cuarto. Yo me quedé ahí quieta. Unos minutos sin decidirme a entrar.
La puerta no estaba cerrada. Conozco a mi marido. Estaría deseando que yo entrase.
¡Vaya panorama el que me encontré!. Los dos estaban tumbados de lado haciendo un 69 con ambos penes metidos en sus bocas y casi metiéndoselos hasta el fondo.
Vi que mi marido se detuvo y se puso de pie. Me hizo un gesto con la cabeza. Yo fui a chupársela. Quise metérmela también hasta el fondo y tosí.
Juan volvió a la cama con ella, que le miraba anhelante de deseo. ¡Que salida estaba!. Se sentó sobre el besándole; apretándose y frotándose sus enormes penes.
Yo aproveché y lamí al mismo tiempo los dos falos que no dejaban de agitarse todo pegados. Los gemidos de ambos me contagiaron. Jadeos, suspiros, gemidos.
Juan la empujo y la tumbó sobre la cama aplastando su sexo contra el suyo. Dos grandes penes congestionados que estaban a punto de explotar de semen, el uno contra el otro.
Pegué mi cara a la cadera de Juan y le cogía el cipote y me lo metía en la boca. Luego le dejaba que continuase con su desenfreno.
Una de sus posturas preferidas es cogerme de espaldas, así sentados. Y eso es lo que hizo con ella. Pero sin penetrarla.
El roce de sus penes era una masturbación. Los ojos de ambos se disparaban y como jadeaban. En ese momento tuve un orgasmo.
Como le agarraba sus pechos. No dejaba de masajearlos. ¡Que grandes las manos de mi marido!.
Me sentía celosa. Pasé mi lengua vibrante recorriendo ambas carnes erectas. Sobre ambos capullos y explotaron casi al mismo tiempo.
Primero él y luego ella poniéndome la cara, el cuello, los hombros, mis pechos de sus eyaculaciones.
Gritaron de placer y yo con ellos.
Me he decidido a contar esta historia aunque mi marido no quería.
Amo los travestis