Sexo a los 43 con el cabello suelto, con mis rulos desafiantes y abundantes y finalmente el rojo de mis labios en un tono furioso.
Porque yo ya había visto alguno, y su contemplación no me había producido la sensación de unos dedos helados recorriendo mi columna vertebral, ni había erizado el pelo en mi nuca, ni me había dejado la boca seca, como en aquel momento.