Los dos se atraían muchísimo y necesitaban calmar la calentura de sus cuerpos, les urgía una oportunidad para quedarse solos ya que nadie podía descubrir lo que sentían el uno por el otro
Cerré entonces mi mano sobre su verga, siempre por encima de la sábana, y empecé a masturbarlo. Suave al principio, rápido después. Yo miraba a la cara de Rodrigo, él cerró los ojos y gimió de placer. En apenas un minuto soltó un torrente de su savia, y creció una gran mancha en la sábana. Su excitación era enorme, no había resistido más.