El doctor me dijo que tenía que hacer algo para salir de ese pozo porque después sería demasiado tarde y que mi marido no se merecía tener al lado a una mujer como yo, tan trabajadora, hermosa y sensual. Parecía que me estaba seduciendo y valorándome como mujer como hacía rato no lo hacían.
Sandra se percata de la seriedad de mi mirada. Su sonrisa desaparece y me mira con una expresión mezcla de interrogación e incredulidad, pues presiente que yo no soy dueño de mi mismo. Y tiene razón, pues me domina el deseo de tocarla y nada me importa en ese momento que no sean sus senos. No hay fuerza ni razonamiento que me haga desistir. Sus senos están ahí y es lo único que puedo ver.
No podía creer que mis deseos de poseer a mi sobrina de veinte años se fueran a hacer realidad en pocos momentos más, a raíz de un encuentro casual que nos llevó a la oscura sala de un cine donde no supimos de la película, entretenidos como estábamos descubriendo nuestros cuerpos con las manos y la boca, ansiosos el uno por el otro.
Esos senos se convirtieron en mi obsesión, elevándome a fantasías increíbles cuando me los imaginaba entre mis manos o besándolos. Usaba blusas ceñidas que los hacían lucir en todo su esplendor, orgullosa y consciente de la atracción que ejercían. Y día que pasaba me parecían más seductores, más tentadores. ¡Cómo los imaginé entre mis manos, recorriéndolos suavemente, sintiendo sus pezones endurecidos en el hueco de mis palmas!
Sin exageración, sin intención alguna ella iba derramando sensualidad con cada paso. Lo que la hacia aún más atractiva no era la inocencia de su hermoso rostro, o los cautivantes ojazos color miel, ni esos labios carnosos; sino que se podía ver por la espontaneidad de su mirada, su bella sonrisa y amigable conversación que no sabía remotamente lo atractiva que era.
De pronto nos llegó el orgasmo casi al unísono y nos apretamos, nos hundimos uno en el otro, como queriendo fundir nuestros cuerpos, mientras nos regalábamos nuestros jugos en un intercambio de placer que agotó nuestras fuerzas. y acabamos entre besos, mordiscos y promesas de amor y deseo.
Me adelante unos diez minutos a la cita y me quede esperando dentro del coche, pensando que lo más probable era que nadie apareciese, cuando pasaban cinco minutos de la hora decidí dar otros cinco y marcharme solo, pero no fue necesario: A todo correr apareció por la plaza una persona enfundada en un chándal con capucha y una mochila amarilla y azul. Por su forma de correr adivine que era una mujer, que se acercó deprisa hacia donde yo estaba y empezó a mirar de un lado a otro. Me baje del coche y me acerque, acordándome que ni siquiera sabía cómo se llamaba.
Casi todos los varones habían intentando sin éxito algo con ella y de todo el personal de la empresa él fue designado para participar junto a ella y otros dos compañeros mas.
Luego noté su boca succionando mis senos, su lengua que los lamía delicadamente, provocándome oleadas de placer que recorrían mi vientre hasta mi húmeda vulva, ansiosa por recibir sus caricias. Y otra vez sus manos, que se deslizaban por el interior de mis muslos, rozando apenas los labios de mi sexo, hinchados al máximo.
Me pase la tarde en mi cuarto, tratando de olvidar lo sucedido, estuve en el ordenador casi todo el día, cuando mi padrastro llegó me dijo que si me lo estaba pasando bien con el ordenador yo le dije que sí, estuvimos charlando un momento y después bajamos a cenar.
Salí a la calle. Era noche cerrada. Fui caminando despacio, sintiendo en mi piel la sensación de frío. La humedad. Un pequeño murciélago evolucionaba casi invisible, devorando los últimos insectos de este frío otoño. A lo lejos el sonido de un pesado vehículo cuyos neumáticos chirriaban en una curva, cambiando de dirección.