Había concurrido a aquella maldita fiesta de disfraces solo para animar a Ceci que al fin había cortado con su novio, y a ver si se liaba con Juan que trabajaba con nosotras en la óptica, y la traía como loca.

Era el segundo viernes de un Agosto gélido y me arrepentí de adoptar nuevamente la identidad de Vilma Dinkley (Scooby Doo), más que nada por la corta falda escarlata.

El reloj rascaba las 11 cuando de la zona más alejada del estacionamiento subterráneo por fin atracamos el carro. El club era enorme, mucho más de lo que imaginaba la música cool y los tragos gratis, aunque como era quien manejaba no bebí más de dos, también me arrepiento de ello pero no tanto como de regresar sola al auto.

Ceci una de las treinta gatubelas desperdigadas en el sitio, se ligó a Juan otro clásico Zorro que abundaban en la parranda y faltando casi media hora para las 3 se fueron a probar la cama del motel Lujuria, un antro que quedaba demasiado cerca para no ir y apagar ahí la calentura que traían desde hace meses.

Diez minutos después me marché más mareada por el barullo que por el alcohol, las luces tiza del kilométrico corredor parecían más tenue que cuando llegamos., el frío escalaba desde abajo hasta encima de mis rodillas y apresure los pasos que retumbaban en esa calle lúgubre y subterránea pero no tanto como los latidos.

Delante vi la silueta de una pareja cómo a 70 metros y eso me regaló tranquilidad una que sin saber estaba a punto de perder. Una Van gris o blanca se desbloqueo y las figuras fueron engullidas por ella o eso creí, mi Fiat estaba pocos metros más adelante pero no llegaría hasta dos horas después. Alguien me halo por detrás y en tres segundos estaba en la parte trasera de la camioneta con dos desconocidos.

Recuerdo que grité, una de las personas descendió y el gordo Jason Vorhees cubrió mi boca con su mano enguantada, no les había visto en la fiesta pero seguro estaban en ella (pensé). Después de una breve resistencia el miedo me tomó de rehén y las palabras roncas y sabias de mi captor aun resuenan en mi. _Ningún pataleo… Ninguna resistencia evitará lo inevitable. Dos ligeros golpes a la chapa. _Rápido a la zona de restauración. Ordenó el gordo de mameluco grisáceo y careta de hockey, unos segundos más y la oscuridad se tornó más oscura el frío más frío y el miedo en terror. _Listo, llegamos. Dijo la voz femenina desde el volante.

Una tenue luz azulada se encendió desde el techo, y desde ahí también cayeron unas bofetadas qué me aterrizaron a la realidad, una realidad que dijo _Llora y grita todo lo que quieras. Acá no te escucha ni Dios. La dama que condujo escuchó mis súplicas de libertad y se apiado, claro que esa cuestión tenía una condición y fue muy explícita. _Sólo después que mi marido te garche. Prometió la mujer antes de encender un cigarrillo. El gordo se quitó los guantes y acarició mis rodillas lentamente, mis muslos, mi cola.

Su mano casi paternal estaba caliente y la respiración pesada, sus dedos jugaban en mi entrada por encima de la tanga rosa que no demoró en deslizar hasta mis tobillos qué la apartaron con suma tranquilidad, un espeluznante bulto emergió de su entrepierna y luchaba por salir.

Los dedos regordetes masajearon mis labios hasta nadar en ellos. _Apaga… Suplico el desconocido. Y las luz se esfumó con el click del tablero. Escuche cuando tiró la máscara.

Me acomodó con firmeza y dulzura para apartar mis piernas y propinarme la mamada más intensa de mi vida, quizá por el miedo no lo sé quizá nunca lo sepa lo cierto es que jamás lo volví a sentir, perdí la razón y no me acabe menos de tres veces en esa lengua experta, que me hizo gemir al compás del temblor y no por el frío, que pareció huir con el miedo pero que retornó junto con la luz y la careta, para que sea testigo del tremendo miembro que acercó a mi cara, le miré…

Sosteniendo los peludos testículos que parecían pesar toneladas de urgencia y los acaricie como una novia nueva a mis 24 años casi recién cumplidos, el pene se hinchaba de placer y apuntaba ligeramente arqueado al cielo ante los quejidos inconexos de su dueño quien imploro que lo chupara. _Por favooor… Dijo.

Cinco minutos antes de llamar a Dios y llenarme la boca de un espeso líquido salino casi grumoso, y desplomarse en el extenso piso de la Van hasta recobrar el aliento.

La mujer piloto encendió otro cigarrillo, creo que más para recordarnos qué estaba ahí que para otra cosa. Jason recobro el aliento y regresó con la misa virilidad pero a otros labios que se ensancharon para recibir el descomunal falo qué rozó la cueva y yo casi deseaba.

Olvide que me llamaba Laura que había ido a una fiesta y mucho menos que estaba siendo ultrajada, en ese espacio en ese tiempo era Vilma Dinkley siendo ferozmente penetrada por Jason Vorhees bajo la luz azulada mientras su esposa es testigo.

Aviso que se venía y aceleró sus caderas, yo hice lo mismo con las mías y creo que se equivoco cuando aseguró, que ni Dios me escucharía.