Cuñadas amorosas II

Eran pasadas las 10 de la mañana y aun no se decidía a levantarse, retozando complacida entre las sabanas mientras recordaba los momentos vividos con Ana la tarde anterior, cuando la hermana de su esposo le diera a conocer las bondades de los placeres lesbianos.

No se consideraba anormal en cuestiones sexuales, pero las sensaciones que le hiciera vivir su cuñada no se comparaban con las que sentía cuando tenía relaciones con su esposo.

Aun cuando el placer de sentir un trozo de carne como el de su esposo penetrarla era único, las sensaciones que los labios y dedos de su cuñada le brindaran en esa misma cama tenían un sabor a prohibido, a algo nuevo, que la satisfacía mas que la penetración misma.

Recordaba con deleite cuando metió su lengua en la vulva de Ana, mientras esta la penetraba por atrás con su dedo hasta enloquecerla.

O cuando su cuñada la besó por vez primera en su sexo, regalándole el primero de muchos orgasmos, el que nunca olvidaría por lo intenso y novedoso

Las palabras de Ana vinieron a su mente con su carga de recuerdos y promesas.

La confidencia que le hiciera respecto de su iniciación sexual con su hermano, el que ahora era su esposo, no podía apartarla de sus pensamientos y cada vez que lo recordaba volvía a sentir que la excitación se apoderaba de ella, imaginando a Mario penetrando a su propia hermana, mientras esta gozaba con el instrumento de él en su interior.

Imaginaba el sexo de Ana dilatarse para darle paso a la verga de su hermano y el recuerdo de que ella había besado los sexos de ambos hermanos y que ambos la habían penetrado, cada uno de ellos a su manera, le hizo sonreir divertida.

Recordaba la promesa de Ana de tener un encuentro con otro hombre que no fuera su esposo, sin darle datos de él, excepto que la conocía y ella a él.

Pensar que su cuerpo era deseado por alguien que no fuera su marido le produjo nuevas emociones que se unieron a las que el recuerdo de su tarde de sexo con su cuñada le brindaba y le pareció natural llevar su mano a su sexo y empezar a acariciarlo con los ojos cerrados mientras revivía los momentos de deleite con Ana o se imaginaba cómo sería el ser penetrada por ese conocido aún desconocido.

Se imaginó con las piernas abiertas, esperando ansiosa el monstruo de carne, venas y sangre que se acercaba raudo a su monte de venus en pos de su vulva roja, de labios gruesos y húmedos por el deseo.

Esa verga pertenecía a un cuerpo bien formado, ligeramente atlético, pero sin rostro. Lo que la excitaba más era pensar en esa verga sin saber quien era su dueño.

Ella abre las piernas inconscientemente, como si la verga que en sus pensamientos avanza para penetrarla estuviera presente en la cama.

Le parece sentir la masa palpitante de carne que se pone en la entrada de su gruta y pugna por entrar.

Sus labios vaginales ceden y abren paso al visitante, que empieza a invadirla lentamente, ensanchando las paredes de su sexo al paso de la cabeza de ese intruso tronco.

Con sus ojos aún cerrados, una mano acariciando su vulva y la otra sobre uno de sus senos, Edith se imagina penetrada por ese hombre desconocido que le hace sentir el grosor de su herramienta en su interior.

Su excitación aumenta con el pensamiento de que su gruta se ensancha a medida que es invadida por esa verga descomunal que va en busca de su clítoris para producirle un orgasmo.

Le parece sentir el roce de ese pedazo de carne en las paredes de su túnel de amor, que se dilatan para brindar el cálido abrigo de su ardiente humedad.

Y abre más aún sus piernas, en tanto su mano acelera las caricias en su vulva, produciéndole una deliciosa sensación de abandono, de querer hacer durar este momento para siempre, mientras con los ojos cerrados y los dientes apretados comienza a emitir cada vez más fuertes quejidos de hembra en celo, a punto de acabar.

¿Sería así de deliciosa la sensación que sentiría cuando realmente fuera penetrada por el hombre que le presentaría su cuñada?

El cúmulo de sensaciones tuvo su recompensa y Edith empezó a sentir la exquisita corriente de vida que se habría paso desde su interior, embotándole los pensamientos y poniéndole la piel altamente sensible, como si un escalofrío la recorriera completamente.

Apretó más aún los dientes y aumentó los masajes en su vulva, metiendo y sacando con desesperación dos de sus dedos, en tanto intentaba subir uno de sus senos para chuparlo, pero no pudo a pesar del esfuerzo que hizo por alcanzar su pezón con sus labios.

En su desesperación por aumentar el goce, llevó su otra mano atrás e introdujo uno de sus dedos por el orificio posterior, metiéndolo apresuradamente, sin preocuparse de las consecuencias.

La doble invasión manual le produjo el orgasmo que ella buscaba y sus líquidos se derramaron con intensidad sobre las sábanas, en tanto retiraba el dedo de su parte posterior, que produjo un ligero ruido como de algo que fuera destapado.

Quedó totalmente agotada, respirando de manera entrecortada, mientras una sonrisa de satisfacción bailaba en sus labios.

Ya recuperada de tan deliciosa sensación, fue a la ducha para iniciar el día.

El agua que caía sobre su cuerpo le hizo meditar en lo mucho que había cambiado su vida desde que se pusiera a jugar con agua con su cuñada, la tarde anterior.

De ser una seria esposa dedicada a su hogar, en minutos se convirtió en una adicta al sexo, que había probado en su forma lesbiana y ahora el sólo pensamiento de tener otra verga en su interior le hacía masturbarse de manera anormalmente increíble.

¿Así era ella realmente?

¿Su cuñada había despertado en ella el verdadero ser que yacía dormido?

¿Era una viciosa del sexo, a la cual su esposo no lograba satisfacer y que necesitaba buscar satisfacerse fuera del lecho conyugal, en una verga que no fuera la de él?

Se preguntaba si su esposo se daría cuenta del cambio operado en ella, que ahora ansiaba experiencias que hasta ayer le eran desconocidas, como el ser penetrada por atrás, el besar una vulva, acariciar otros senos o desear ser penetrada por otra verga que no fuera la de él.

Con estos pensamientos volvió a su dormitorio donde se vistió lentamente.

Se sentía nerviosa por la posibilidad de que alguna actitud de ella la delatara cuando estuviera en la cama con él.

Debía poner toda su atención para no equivocarse cuando Mario la buscara, pues amaba a su esposo y no quería perderlo por una locura momentánea que no sabía si se repetiría o si tendría algún futuro.

Después de sopesar las circunstancias por un buen rato, decidió que lo mejor sería olvidarlo todo y optar por su vida anterior, guardando en lo más íntimo de su ser el recuerdo de los locos instantes pasados con su cuñada.

No era lógico llevar las cosas más adelante y poner en peligro su estabilidad matrimonial. Lo más sensato era tomar una decisión inteligente y debía adoptarla ahora mismo.

Sí, lo mejor sería dar un corte de inmediato a lo que estaba empezando con Ana, pues sus consecuencias podrían ser desastrosas, sin considerar el hecho de que si se dejaba seducir, se sentiría muy mal consigo misma cuando terminara esta espiral de sexo anormal.

Comprendía que ella sería la única afectada y que las consecuencias no valían la pena el peligro a que la sometía su ardiente y viciosa cuñada.

Ya más tranquila por la decisión adoptada, aunque no muy convencida de que tuviera las fuerzas suficientes como para resistir la tentación, se dirigió a la puerta para abordar su vehículo.

Estaba cerrando la puerta cuando la campanilla del teléfono le hizo volver y tomar el auricular.

¿Edith? Soy Ana.

Sintió que la sangre subía por su rostro a borbotones.

Hola, ¿Qué tal?

Bien, te llamaba por lo que conversamos ayer, ¿recuerdas?

Sí.

Ven a mi departamento esta tarde, a las 7, ¿te parece?

Se escuchó a si misma a lo lejos, como si fuera otra persona la que respondía y no ella, a la que el sudor perlaba su frente.

Bueno.

Un besito cariño.

Cuando colgó temblaba de pies a cabeza.

Todo lo que se había propuesto no sirvió de nada.

Bastó una llamada para que olvidara sus buenas intenciones y ahora no quería pensar en nada, solamente que esa tarde estaría con Ana nuevamente y con el hombre desconocido al que se entregaría.

Cerró su mente a cualquier otro pensamiento y sólo escuchaba los latidos apresurados de su corazón ante la proximidad de los hechos.

Se sentó para tranquilizarse y después de un rato salió y fue a hacer sus compras para recibir a Mario, que llegaba ese fin de semana, sin querer pensar en nada que le hiciera recordar sus buenas intenciones de hacía un momento.

No podía apartar de su mente los pensamientos y sensaciones que tuvo en la cama esa mañana ni el recuerdo de las horas de amor lésbico que le hiciera vivir Ana la tarde anterior.

Mientras iba manejando sus pensamientos iban de una al otro, mezclando el goce que le brindaran ambos, lo que le hizo excitarse y cada vez que frenaba o aceleraba, su pierna rozaba la otra aumentando la sensación que los pensamientos le producían.

Pronto el movimiento de sus piernas aumentó y los que se rozaban eran sus muslos, los que apretaba uno encima del otro de manera de que su sexo fuera acariciado por ambos, mientras sentía que un escalofrío la recorría completamente.

Antes de llegar al supermercado debió detener al auto pues tuvo un orgasmo que le impidió seguir conduciendo.

Con los ojos cerrados, las manos sobre el volante y sintiendo el frescor del aire matutino en su rostro, dejó fluir el líquido que salía de su sexo para escurrirse entre sus piernas.

Una vez calmada, emprendió nuevamente la marcha, tan deliciosamente interrumpidas.