Ana y su cuñada Edith estaban jugando con la manguera esa calurosa tarde de verano, mojándose mutuamente mientras jugueteaban por el patio de la casa de verano de propiedad de Edith y su esposo, el que había ido esa mañana a la ciudad a cerrar unos negocios y las dejo solas por dos días.
Las dos mujeres dedicaron gran parte de la mañana a dormir y una vez que desayunaron, cerca de mediodía, Ana, que había despertado particularmente eufórica, sugirió tomarse un aperitivo antes de almorzar, el que se convirtió en más de tres, lo que motivo que Edith se pusiera tan alegre como su cuñada, tal vez por su poca costumbre de beber.
Con una expresión maliciosa en su rostro, Ana tomó la manguera y proyecto el chorro sobre la esposa de su hermano, mojándola completamente, lo que era un agrado si se considera el calor que reinaba en el ambiente.
Para no ser menos, Edith se fue sobre Ana y lucho con esta hasta que le arrebato la manguera y la dejo tan mojada como ella estaba. Se abrazaron y entre risas intentaron unos pasos de baile, tomándose ambas de la cintura.
El agua había pegado sus vestidos al cuerpo, haciendo resaltar sus formas, especialmente los senos, que en ambas mujeres se veían más generosos que de costumbre y sus muslos gruesos, firmes y tostados. Ambas cuñadas eran mujeres jóvenes, cercanas a los treinta años, bien formadas y hermosos rasgos. Mientras bailaban Edith notó que las piernas de su cuñada se apretaban a las suyas, cosa que le produjo una extraña sensación de placer, especialmente cuando sintió el roce de su muslo sobre el suyo.
Se recostaron en las hamacas de la terraza a descansar y beber el quinto aperitivo de la mañana. Edith se sentía ligeramente mareada, pero al mismo tiempo le agradaba la sensación de libertad que el licor le proporcionaba.
A ello se agregaba la curiosidad mezclada con placer que le produjo la intensidad con que su cuñada le apretó la cintura cuando bailaban al tiempo que sus piernas se juntaban y el seno de ella se unía al suyo. Lo sucedido no le había producido rechazo sino más bien una curiosidad un tanto morbosa por saber si su cuñada se atrevería a seguir más adelante.
Entre los vapores del alcohol ingerido tan tempranamente ese día intentó razonar respecto de la actitud de la hermana de su esposo, pero prontamente deshecho sus pensamientos y prefirió abandonarse a la sensación vertiginosa del placer que le producía esta situación tan inesperada como anormal.
Entregada gratamente a este abandono en que el licor la sumía, Edith se estiro en la hamaca, poniendo intencionadamente sus brazos por detrás de su cabeza y cerró los ojos, consciente del efecto que producía en Ana su cuerpo mojado, el vestido pegado a su cuerpo, como una segunda piel, insinuando sus senos parados, sus piernas bien moldeadas, sus nalgas gruesas y firmes y ese paquetito que se asomaba por entre sus piernas y que empezó a humedecerse poco a poco ante el efecto que le producía el saberse observada mientras ella se exponía insinuantemente.
No contenta aún con el efecto logrado sobre su cuñada y acicateada por el deseo de experimentar esa nueva sensación de sentirse deseada por otra mujer, se acomodó lenta e insinuantemente, entreabriendo sus piernas, haciendo más visible el bulto que se asomaba entre ellas, ya que sus calzones blancos completamente mojados no ocultaban nada y mostraban una mancha negra que haría derretirse a cualquiera que viera ese espectáculo. y ella estaba segura que su cuñada no se resistiría. En efecto, Ana se acercó a la hamaca donde reposaba voluptuosamente Edith y bromeando y riendo, pero con una mirada de determinación que inquietó a Ana, empezó a hacerle cosquillas en la cintura, como siguiendo la travesura que habían empezado con la manguera. En su rostro había una expresión que preocupó a Edith, pues las cosas tomaban un giro más allá de sus fantasías y que las riendas de la situación en este juego erótico había pasado de sus manos a las de Ana y ella no sabía cómo proceder ahora salvo dejarse llevar por su cuñada, intuyendo que este juego terminaría en la cama. Y ese pensamiento no le era desagradable y se sentía atraída a continuar con este coqueteo, aun presintiendo el final del mismo.
«mira como has quedado, mujer»
Dijo Ana mientras pasaba sus manos sobre el vestido de Edith como intentando limpiarlo del agua que tenía. Esta seguía riendo, aunque algo nerviosa cuando se percató de las manos de su cuñada posándose sobre sus muslos, de manera que quería parecer casual. Edith no perdía detalle de los movimientos de su cuñada, pero no podía hacer nada para impedir que continuara, ya que todo sucedía de manera natural y, por otro lado, era ella quien había iniciado todo con su actitud insinuante. En todo caso, a cada momento se sentía más a gusto con el manoseo a que la sometía la hermana de su esposo.
Las risas y las caricias de Ana se fueron aquietando, en la medida que el pecho de Edith se agitaba de emoción. La miró con un gesto serio en el rostro, su mano apretándole el muslo, muy cerca de su entrepierna, en tanto su cuñada, respirando agitadamente, se limitaba a mirarla fijamente, con la boca semi abierta y la lengua asomándose entre los labios secos. Ana siguió pasando sus manos, llevándolas cada vez más cerca del paquete de Edith, en movimientos cada vez más lentos, hasta dejar posada su mano sobre el sexo de su cuñada, a la que miró largamente, como esperando una respuesta, la que le llegó en una mirada directa e intensa de parte de su cuñada, mientras le tomaba la mano, que aprieta suave pero firmemente y se levanta, diciendo en tono insinuante: «voy a cambiarme al dormitorio». Se fue moviendo sus caderas acompasadamente, como invitando a su Ana a seguirla, cosa que esta hizo de inmediato.
Ya en su pieza, Edith se tiró en la cama, de espaldas, con su ropa mojada, como esperando. Ana entró, se paró a su lado y le dijo:
«¿Te ayudo?»
Pero Edith no respondió, limitándose a mirarla intensamente mientras se estiraba a lo largo de la cama, en actitud de espera y aceptación. Ana empezó a desabrochar el vestido de su cuñada, dejando al descubierto su cuerpo moreno cubierto solamente por unos calzones blancos y un diminuto brasier del mismo color, ambos completamente mojados, en parte por el agua y en parte por el deseo.
En silencio, Ana abrió las piernas de su cuñada, que se dejó hacer de muy buen grado a lo que intuía que iba a suceder. Ana puso su cabeza entre las piernas de Edith, tomando su calzón y empezó a bajarlo lentamente, mientras su cuñada apretaba sus manos sobre la cama, no atreviéndose aún a tocar a Ana. Después de sacarle los calzones, se acercó al sexo húmedo y palpitante de la esposa de su hermano y metió su lengua entre los labios carnosos. Paseó lentamente su lengua por la parte interior de la vulva mientras Edith empezaba a moverse de manera descontrolada, tomando la cabeza de Ana y apretándola contra su gruta, como queriendo fundir la lengua de esta con su sexo.
Después de un rato, Ana llego al clítoris de su cuñada, lo que fue como un golpe de corriente para ésta, que se arqueó y quedó en suspenso un rato para posteriormente emitir un grito que fue como un alarido de gozo y comenzó a respirar entrecortadamente mientras llenaba la boca de su cuñada de jugos, los que esta tragó con fruición mientras le mordía suavemente los labios vaginales, produciéndoles una sensación tan intensa que Edith tuvo otro clímax, cuando aún no terminaba con el primero.
Ana se recostó al lado de su cuñada, la que después de un rato logró reponerse a medias, se dio vuelta hacia ella, la miró profundamente con un gesto de satisfacción entre los labios y sin pronunciar palabra se decidió a jugar su parte en esta obra. Le subió lentamente la falda a Ana, la cual levantó el cuerpo para permitirle dejar al descubierto sus piernas y su sexo, el cual quedó palpitante cerca de su rostro, invitándola a gozarlo. Edith sucumbió al deseo lésbico y rápidamente le bajó los calzones para posteriormente regalarle una mamada que aunque no tan experimentada como la que le había dado recién Ana, no se quedaba a la zaga en entusiasmo, llevándola prontamente a un clímax tan intenso como el que ella había tenido.
Continuaron este juego durante una hora, tiempo en el cual Edith se prestó de muy buen grado a todo cuanto Ana le proponía. Así fue como ambas se masturbaron, tanto separadamente como al unísono. Incluso cuando Ana introdujo uno de sus dedos en el culo de Edith, ésta respondió entusiasmada metiendo a su vez un dedo en el hoyo de su cuñada, hasta que las dos acabaron en medio de gritos de hembras en celo. Después de un breve descanso se prepararon otro aperitivo y lo bebieron en la cama misma, donde Edith abrazó sin ningún recato a su cuñada y le prodigó besos con lengua que denotaban un nuevo tipo de deseo no satisfecho completamente. Al cabo de un rato, la puso de espaldas en la cama y se sentó encima de ella, poniendo su raja directamente en la boca de Ana, para que le proporcionara otra mamada, a lo que esta no se hizo esperar y tomándola de las nalgas, al tiempo que le introducía un dedo por atrás, metió su lengua lo más profundo que pudo, mientras Edith cabalgaba enloquecida, sin saber si era por la lengua en su sexo o por el dedo en su conducto trasero.
Mientras lengüeteaba el sexo de su cuñada y le exploraba el esfínter, Ana pensaba que su cuñada había resultado un excelente elemento para sus fantasías sexuales, pues mostraba una profunda inclinación a probar cosas nuevas y un entusiasmo que la hacía buscar cada vez algo más. Pensaba que podrían hacer un buen equipo en estas prácticas amatorias tan poco comprendidas.
Los líquidos de Edith la inundaron, sorprendiéndola en medio de sus pensamientos, centrados en la forma de conseguir que su cuñada la secundara en una aventura de perversión que había ideado mientras le chupaba el sexo.
Se abrazaron cubiertas de sudor, bebieron otra copa y Ana empezó a insinuar lo que pretendía de la esposa de su hermano:
«Nunca pensé que eras tan buena para la cama»
«Bueno, una nunca termina de conocerse, pues»
«Pobre Mario, lo debes tener al máximo de su capacidad sexual si eres tan apasionada como te mostraste conmigo»
«No te creas», dijo ella evasivamente.
«¿No te satisface?» intentó Edith, vislumbrando que había tocado un punto sensible que le daba una vía para plantear sus planes..
«Digamos que no está mal»
«Pero no está bien, ¿no?»
«Mmmmmm»
Edith no se abría como ella quería, por lo que se decidió a apuntar directo al blanco, segura de que su cuñada respondería al estímulo.
«Conmigo estuvo muy bien»
«¿Cómo?, ¿Tu y el?»
«Bueno fue antes de que se casara contigo, cuando ambos éramos unos adolescentes. Además, estas cosas suelen suceder entre hermanos cuando son jóvenes»
«Pero…..»
«La curiosidad te va a perder, hijita», pensó Ana.
Fue para unas vacaciones, cuando estaba guardando mi ropa de invierno en la buhardilla. Yo estaba….., pero a lo mejor tu no quieres escuchar, perdona»
«Tu estabas ¿qué?»
«Estaba subida en una escala de tijeras, como a tres metros de altura y de pronto vi de reojo que la cabeza de Mario se ocultaba tras la puerta de una pieza que había frente a donde yo estaba. Comprendí que el muy pícaro se estaba divirtiendo con mis piernas y mis nalgas, las que podía ver sin problemas y a su regalado gusto desde la posición en que se encontraba. Siendo Mario mayor que yo, al principio me dio temor, pero pronto sentí que la situación era oportuna para mostrar mis bondades a un hombre, lo que me excitó, ya que no era primera vez había sorprendido a mi hermano mirándome las piernas.
Pero esta vez estábamos solos en la casa y yo andaba particularmente excitada y deseosa de sexo. Me mantuve un rato en la escala, como buscando algo en la buhardilla, regalándole a mi hermanito la vista de mis calzones, para lo cual estiraba mis piernas. En un momento determinado me decidí y subí, dándole por un minuto a Mario el espectáculo de mis piernas y mis calzones en todo su esplendor antes de desaparecer en el interior de la buhardilla. Ya arriba, me puse de frente a la puerta y llamé a mi hermano para que me ayudara. Grité fuerte para no darle a entender que sabía dónde estaba y lo que estaba haciendo.
Este subió la escala y se asomó por la puerta de la buhardilla, encontrándose frente a sus ojos con el espectáculo de su hermana menor sentada frente a él, con las piernas abiertas y sin calzones, mientras le decía: «¿no te gustaría hacerlo en lugar de estar mirando?».
El superó rápidamente el estupor de encontrarse con mi sexo tan cerca de su cara y me tomo de los pies, me acercó a él y, sin dejar de la escala, me hizo una mamada de ensueño, para enseguida subir al cuarto y metérmelo hasta hacerme acabar tres veces. Después me bajó hasta su dormitorio y ahí me desnudo y me dio vuelta, metiéndome su herramienta por el culo. No contento con ello, me tomó y me metió su verga en la boca. Mi hermano me quito la virginidad por delante, por el culo y por la boca, todo el mismo día.»
«¿Esa fue la única vez?»
Preguntó Edith en un hilo de voz, ya que la excitación la había invadido nuevamente, pero ahora era por el relato que le hacia su cuñada y por su imaginación de los hechos.
«¿Como crees? estuvimos en esto varios años, hasta que te conoció»
«¿y ya de casado, nunca intento nada contigo?»
Ah, esta Edith resulto más degenerada de lo que imaginaba, se dijo Ana. No sabe la sorpresa que le espera. y mientras metía lentamente uno de sus dedos en el sexo de su cuñada, continuo:
«La verdad, soy yo la que he sentido en más de una ocasión el deseo de probar la verga de mi hermano nuevamente, pero pensaba que contigo estaba más que satisfecho»
Mientras así decía, introducía un segundo dedo en la vulva de su cuñada, la que ya se encontraba medio húmeda por la excitación que le produjera imaginar a los dos hermanos copulando.
«Debo confesarte que conmigo no es ninguna maravilla. quizás extraña a su hermanita»
«¿Y eso te molesta?»
Dijo, mientras aumentaba la intensidad de la penetración de sus dedos.
«Ahora que te probé, no quiero soltarte y no me importa compartirte. hmmmmmmmmmmm, que ricoooooo»
«¿Aunque sea con tu Mario?»
«Ayyyyy, m’hijita. ¿la verdad?, no me importaría»
Bueno, se dijo Ana, esta chiquita está a punto y lo único que desea es una experiencia nueva y eso es lo que le daré.
La puso de lado de manera de poder introducirle un tercer dedo, pero éste iría a explorar la retaguardia de su cuñadita, a lo que ésta respondió moviéndose pausadamente, haciendo durar la satisfacción que le producía sentirse penetrada por dos partes a la vez.
«Y…. ¿me compartirías con otro que no sea Mario?»
En lugar de sorprenderse y reaccionar molesta, Edith se limitó a aumentar el movimiento de su pelvis y preguntó:
«¿Quien?»
«Esa es una sorpresa. Tu solo di si te importa o no»
«¿Una sorpresa? ¿Entonces le conozco?»
Este pensamiento la excitó más de lo que estaba con los dedos de su cuñada, la que los movía con maestría, producto de los años de práctica.
A Ana no había pasado desapercibido el hecho de que Edith en ningún momento denotara rechazo a la idea. Al contrario, sus preguntas-respuestas indicaban una aceptación tácita.
«Si, y él te conoce muy bien»
Le dijo con voz apagada, mientras le chupaba un seno.
«¿Se puede confiar en él?»
Dijo Edith en medio de unos espasmos producto del clímax al que había llegado tanto por los dedos de Ana como por sus besos en los senos, pero por sobre todo por la posibilidad que le planteaba su cuñada y que excitaba su imaginación.
«¡Absolutamente, mi amor! Y vas a gozar como nunca con el»
Y Edith acabó intensa y largamente, quedando extenuada a lo ancho de la cama, con una sonrisa de satisfacción pensando en lo que la hermana de su esposo le había hecho vivir y en la sorpresa que le preparaba.
Al cabo de un rato, cuando al fin logro reponerse, la abrazó fuertemente, le dio un intenso y sonoro beso en la boca y mirándola fija e intensamente preguntó:
«¿Cuándo?»