Al acabar el ruido del agua, oí su voz reclamándome... Rosa, te importaría ayudarme a secarme la cabeza? Entré al baño, y no pude por menos de admirar una vez más el espléndido cuerpo de Paula, torneado en las más suaves formas femeninas, con toda la juventud y madurez a la vez.
Las sales que acostumbraba a usar, daban al agua una una textura de por si suave, y el roce de nuestros cuerpos impregnados era una sensación imposible de imaginar, sentía cada centímetro de piel suya y mía, y nos besábamos los pechos sin descanso, con la excitación en puntos no imaginables.
Su cabello era negro azabache, le llegaba a la altura de los hombros, y enmarcaba una cara de belleza latina de ojos también negros y grandes, que le daban a su mirada un aire de ingenuidad que contrastaba con la malicia que su sonrisa pícara transmitía desde esa boca grande y sensual de labios carnosos tan de moda en los últimos años.