Un día, al exigirle que me dejara en paz, me respondió de manera impertinente, que me fuera preparando, pues le venía calentando desde hacía mucho tiempo y yo sabía que le calentaba, que ya se cobraría él la manera en que había estado jugando con él. Me dejó estupefacta.
Tuve que hacer cosas por mi hermano, como comprarle las revistas pornográficas. Los vendedores me miraban de una manera que me humillaba. Encontré uno en el que me despachaba una mujer. Gerardo se percató y desde entonces me obligaba a comprar revistas con un gran contenido en escenas de lesbianas. La mujer me miraba despreciativamente.
Me bajó los pantalones de deporte y mi sexo quedó al descubierto. Entonces me acarició el conejo, húmedo por el sudor y alguna gotita de pis, pues no me había dejado limpiarme. Bajó su cara hasta mi conejo y tocó mi clítoris con la punta de su lengua. Miraba su cabeza al lado de mi sexo mientras aumentaba mi excitación.
Pero Laura tenía, a sus diecisiete años, una mano experta. Me ataron las manos a la espalda tras desnudarme, y mientras me comía el rabo de Gerardo, Laura me comía el coño, y tras provocar que estuviera lubricado, introdujo sus dedos. No pude evitarlo. Me follaba mientras me veía obligada a comerme el rabo de Gerardo.