Jamás había hecho a nadie partícipe de sus fantasías, las cuales alimentaba en la contemplación de fotografías y videos en la red. El chat le atemorizaba, ante la posibilidad de que le propusieran un contacto real. Sin embargo, aquel anuncio captó su atención e hizo crecer su inquietud y sus deseos de probar.
SeaLord le ofreció trabajo y cobijo, le enseñó, pacientemente, un idioma del que no conocía más allá de diez o doce palabras y le mostró un mundo insospechado de perversión y de placer. Aquel era un lugar extraño, gobernado por un ser extraño, donde ocurrían cosas extrañas.
Aparentaba cuarenta y pocos años. El nunca consistió decirle su edad. "El mar es intemporal", le escribió en uno de sus mensajes. De fuerte complexión, se adivinaban unos brazos poderosos bajo aquella camisa azul que vestía. El Señor del Mar. Miriam lo había imaginado muchas veces, pero la realidad no se parecía en absoluto a sus creaciones mentales sobre él.
Con extrema suavidad, la verga fue penetrándola, hasta quedar atrapada por completo en la húmeda caverna de su ardiente sexo. Una oleada de placer sacudió a Miriam que, frenéticamente, cabalgó sobre el miembro de SeaLord, enloquecida, poseída por un deseo desmedido que aniquiló sus miedos y complejos.
Luchó por desprenderse de la imagen de aquel cuerpo desnudo, envuelto en la sensualidad de los tonos rojizos. Y sintió en el pecho un fugaz e hiriente vacío, como el que dejan los celos cuando aparecen.