Empezaré por explicar que me crié en una familia tradicional con una madre y un padre, aunque éste viajaba mucho, ya que tenía un buen puesto en un banco que no interesa el nombre, por lo que poco tiempo pasaba en casa y qué decir del poco caso que me hacía, ya no sólo por sus escasas visitas a casa sino que como todo hombre machista, lo que él quería era un niño, pero el destino hizo que me tuviese a mí, una niña algo tímida y con muchos problemas interiores que con el tiempo iría resolviendo.

Cuando tenía 18 me quedé huérfana de madre, así que mi padre tenía que decidir o llevarme con él de viaje y realizar una vida no muy conveniente para una chica, o la otra alternativa era ir a vivir con mi abuela paterna, que era igual de arisca que su hijo o la peor de todas ir a un colegio interno en Londres; al final eligió la última, ya que parecía la que más me convendría a futuro, eso pensó mi padre en ese momento, aunque no sabía lo que realmente experimentaría en aquel lugar y las consecuencias que acarrearía.

Ya de antemano me advirtió que en aquel colegio las cosas eran muy diferentes a las de aquí, y que allí impartían castigos corporales, lo cual me ayudarían en mi desarrollo como persona y a convertirme en una persona responsable.

Recuerdo que a estas indicaciones de mi padre no les presté mucha atención, ya que pensaba que a mí no me ocurriría nada de eso, ya que yo en el colegio era una chica que sacaba buenas notas y nunca había tenido problemas con nadie y mucho menos con ningún profesor, así que no hice mucho caso y me fui a Londres con intenciones de pasar allí los próximos cuatro años de mi vida recluida en una vieja mansión con todo chicas repipis y viejas profesoras crueles y amargadas por tener que educar a niñas que las aborrecían.

Cuál fue mi sorpresa que, al llegar allí con mi padre, a las puertas de tenebrosa mansión, me encontré con unas instalaciones totalmente modernas y no sólo con chicas, sino que también había chicos.

Entonces la cosa fue tomando otro color y ya no estaba tan asustada de tener que pasar allí el resto de mi adolescencia.

La directora salió a recibirnos, una mujer de 45 años, alta, rubia, toda ella muy estirada con aires y maneras típicas inglesas y un acento español muy forzado que daba algo de espanto escucharla.

Después de varias horas recorriendo el colegio, me di cuenta de que no era para tanto y sobre todo cuando mi padre se fue y la directora me llevó a mi habitación.

Allí estaba esperando una mujer de unos 30 años aproximadamente, vestida con un traje gris y una camisa negra con los botones del cuello y los dos que le seguían abiertos, el pelo negro y corto y unos rasgos que no parecían típicos de esa zona, y efectivamente era descendiente de italianos, y debido a su gran trayectoria como profesora de idiomas, sabía hablar perfectamente español, así que nos entendíamos de maravilla.

Bien, yo cuando llegué a mi habitación no sabía exactamente lo que estaba haciendo esa mujer allí, pero acabé sabiéndolo muy bien.

Era mi tutora, se llamaba Helen. Todos los alumnos teníamos un tutor asignado, pero no por clases como en España, sino que te asignaban uno durante todo el tiempo que fueses a estar internada. Y yo por suerte estuve cuatro años bajo su tutela.

Al principio, lo pasé un poco mal, porque no conocía a nadie, aunque el idioma no era un impedimento, ya que desde muy pequeñita mis padres insistieron en que aprendiese idiomas, y al final acabé por saber cuatro idiomas, que progresivamente mi tutora iría ampliando.

Pero después de un tiempo, conocí a Eric y a Alan, dos chicos ingleses que se convertirían en mis mejores amigos.

Con ellos pasé muy buenos ratos y me fueron introduciendo en el mundo de las gamberradas y malos hábitos.

La primera vez que me llevé una azotaina, fue por su culpa. Teníamos que ir a clase de preparación física, una clase terriblemente aburrida, donde lo único que hacíamos era correr durante 20 minutos y después una serie de estiramientos con la finalidad de conocer nuestros músculos y todas esos conocimientos, y de vez en cuando teníamos una serie de ejercicios como saltar el potro o andar por la barra de equilibrio.

Como mis amigos y yo éramos un poco rebeldes, decidimos que no vendría mal un poco de diversión asi que Eric y yo antes de empezar la clase, cuando no había nadie, sacamos un par de tuercas y tornillos al potro de saltos, donde también se imparten algunas zurras a alumnos desobedientes.

Lo que no sabíamos es que la primera persona que iba a saltar el potro aquel día era la misma profesora, cuando vimos que iba a ser ella, los tres nos quedamos blancos y asustados, aunque también ansiosos por ver la espectacular caída que tendría lugar, y en efecto así fue, la Miss Smith , con un chándal azul y una camiseta blanca sin mangas se propinó un tremendo batacazo contra el suelo mientras intentaba como podía agarrarse a una de las patas mientras caía.

La risotada que salió de nuestras tres bocas se hizo eco por todo el gimnasio, lo cual delató nuestro crimen y fuimos llevados cada uno a nuestros respectivos tutores para que tomaran las medidas oportunas por lo sucedido. Era la primera vez que iba a ser azotada y sentía mucho miedo y temor.

Helen, me miró con una mirada penetrante y muy autoritaria; estábamos en su despacho; y nada más irse la profesora Smith me pegó un bofetón en toda la cara que me tiró al suelo, solté una lágrima y le dije que no había sido yo, que simplemente me había reído pero que no tenía nada que ver, pero ella empezó a decirme que no tenía vergüenza, que además de ser una malcriada era una mentirosa y que recibiría el doble por intentar engañarla.

Me levanto del suelo de un tirón y me cogió por la oreja y me llevó hasta una puerta que estaba en la pared de detrás de su escritorio, sacó la llave de su bolsillo y la abrió, estaba todo oscuro, pero cuando cerró la puerta con llave y encendió la luz vi una especie de sala destinada a zurrar culos a alumnos.

Allí había una silla de madera escuálida, un sofá de cuero negro muy confortable sin brazos y otros con, y una vitrinas llenas de varas, cinturones, paletas, y demás artilugios, también había un potro como el que estaba en el gimnasio.

Me dijo: – Como es tu primera vez, no seré muy severa contigo, pero eso no significa que no te vaya a doler, así que ahora bájate los pantalones.

Llevaba un mini short negro para clases de preparación física, que tímidamente me baje, y ella en una me agarró por mi brazo y muy suavemente me puso sobre sus rodillas.

Estaba muerta de miedo, no sabía cómo era aquello, nunca había estado en esa postura, y yo creo que ella se dio cuenta, porque me dijo: – tranquila pequeña, esto te vendrá bien y nadie se ha muerto por una zurra.

La verdad es que sus palabras no me tranquilizaron, pero me sentí como una niña pequeña que iba a ser corregida por la travesura que había hecho, y lo acepté como tal, un castigo por algo que había hecho mal.

Me bajó las braguitas blancas que llevaba hasta los tobillos y después me las quitó y se las metió en el bolsillo derecho de su chaqueta.

No sabía por qué había hecho eso, pero después lo comprendería.

Empezó con el primer azote, que cayó sobre mi culito blanco y virgen , no fue muy fuerte, pero de todas formas se me escapó un quejido,: ayyy, ayyyy, ayyy…….pero ya cuando llevaba más de diez la intensidad empezó a subir, y el dolor también, por lo que no pude evitar abrir más las piernas y dejar ver gran parte de mí, y lo que no comprendía era que lo que me estaba haciendo me estaba gustando mucho, y me invadía una sensación de placer y dolor muy difícil de explicar, fue entonces cuando ella se dio cuenta de que me estaba poniendo húmeda, entonces me empezó a pegar cada vez más fuerte, cada azote que me daba me dolía más y no podía parar de gritar : ayyy, por favor para,zzzaaasss, ayyyyyy, zzzassssss,ayyyyyyy no lo volveré a hacer, pero Helen seguía calentándome el trasero.

Cuando llegó a 50 paró y me dijo: – esto sí que te va a gustar, pequeña mía.

Me cogió el brazo izquierdo y me lo agarró muy fuerte contra mi espalda, y con los dedos de su mano derecha se introdujo en mi vagina, la verdad es que mi coño se lo estaba siendo, no le costó nada, a pesar de que yo era virgen.

Después los sacó y con su dedo pulgar me lo metió por el culo, nunca había sentido nada igual. Me dijo:

-Como te muevas o grites, te pegaré hasta que no puedas sentarte, ¡¡ahora abre las piernas!!

Así que me quedé totalmente quieta y abrí más las piernas, como me había dicho. Estaba en esa postura tan humillante, sobre las rodillas de mi tutora y totalmente húmeda, y lo mejor es que me gustaba sentirme así, sumisa y bajo el control de una mujer que me doblaba la edad, y que tenía todo poder sobre mí.

Empezó a meter y sacarme el dedo muy suavemente y poco a poco lo fue haciendo más rápido y con fuerza, quería gritar y retorcerme, pero no por el dolor , sino por el placer que me producía su dedo al entrar y salir por mi ano, pero no me pude contener y solté un pequeño quejido:

ahhhh,

al ver que ella no le importó, seguí gimiendo, pero con más ganas:

aaahhh, aaaahhh, aaaaahhh,

parece que a ella le gustaba que me quejara, porque me metió dos o tres dedos, que había rozado por los labios y había tocado mi clítoris, eso me hizo aumentar mi excitación aún más, y después de que castigara mi ano de esa manera logre un orgasmo increíble, como nunca, era una sensación muy extraña, me convulsionaba sobre sus piernas sin poder moverme, y me corrí tanto que mojé sus pantalón.

Te ha gustado, verdad. Bien, pues vete a tu cuarto y después de la cena espérame desnuda y boca abajo sobre tu cama, que seguiré el castigo por mentirme ¡¡¡vamos!!!

Me recompuse como pude de aquella situación, me vestí y salí corriendo. Llegué a mi habitación y lo primero que hice fue pegarme una buena ducha, después me fui al resto de mis clases.

Cuando llegó la hora de la cena, la vi en el comedor sentada con el resto de profesores, apenas la mire y ella me devolvió la mirada con un gesto inequívoco y amenazante de lo que me esperaría esa noche, no le importó que alguien se diese cuenta, y alguna de mis compañeras ya me dijo en tono burlón: ¡¡ parece que te vas a ir con el culo caliente esta noche a la cama!!

Era muy normal la aplicación de castigo corporales durante la noche, porque durante la cena informaban a los tutores de las hazañas de sus alumnos que habían hecho durante el día, y era una forma segura de encontrar a los alumnos, cada uno en su habitación.

Los nervios me comían por dentro, tenía miedo de que me volviese a pegar, era todo muy confuso, pero también quería a volver a sentirme como una niña pequeña sobre sus rodillas.

Después de media hora en mi habitación desnuda y boca abajo, abrió la puerta que estaba cerrada con llave, y apareció mi tutora con una cara muy sádica:

muy bien, mi nena, ¡¡pensaba que te habrías olvidado!!

De repente se sacó el cinturón que llevaba puesto:

Esta es la segunda parte del castigo, por intentarme engañar esta mañana, pero ahora vas a contarlos en voz alta:

Zaassss

Ayyyyyy, uno

Zaaasssssss

Ayyyyyyy, dos

Zaaasssss

Ayyyyy, tres……..

Zasssss

Ayyyyyyyy, por favor, por favor,,,,,,paraaaa

Así hasta que conté 25, el castigo se me hizo eterno porque no sabía cuántos me iba a pegar.

Me hizo incorporarme y sentarme en la cama, yo lloraba desconsoladamente, entonces se sentó y me abrazo muy fuerte contra su pecho:

Espero que no vuelvas a intentar engañarme o si no seré muy dura contigo y no me compadeceré de ti, las travesuras al fin y al cabo son propias de la edad, pero que me faltes al respeto no lo consiento y menos a ti, ¿está claro?

Sí, Helen.

Después de esa vez, nunca se me ocurrió volver a mentirle, pero no por eso, no dejé de darle motivos para que me castigase en su cuarto «especial», incluso a veces me portaba mal para a propósito para ponerme voluntariamente sobre sus rodillas.