Doctora Elizabeth Pain III: Unas pinzas de metal sujetan bien
Gracias por los comentarios, algunos de ustedes me han escrito y dado ideas, esta es la tercera continuación y habrá más, en cada una de ellas un castigo diferente.
¿Escapará nuestro protagonista de las garras de la doctora Elizabeth Pain?.
La doctora Elizabeth Pain me había dejado encerrado en su sótano o habitación de tortura, como se quiera llamar a su vieja estancia. Estaba completamente inmóvil, las manos esposadas a mi espalda, que me producían un fuerte dolor, ya sé ,que ya lo había mencionado anteriormente , pero ahora el dolor era mucho más intenso, llevaban mucho tiempo apretándome fuertemente las muñecas el metal , deseaba poder quitármelas como fuera, pero era imposible, si movía un poco las manos para intentarlo ,el dolor se hacía aún más intenso. La Señora sabía perfectamente por experiencia que cerrando las esposas tan apretadas me producirían un fuerte dolor con el tiempo, es lo que pretendía. Mis pies estaban sujetos por unas correas de cuero que impedían pudiese levantarme o mover los pies. Así que estaba inmóvil tumbado en el suelo y de lado, ya que la piel de mi culo me ardía, me había roto el culo a correazos tal como me prometió, tenía el culo completamente rojo y morado. No podría sentarme durante una buena temporada. Me hubiese encantado gritar o quejarme pero tampoco podía, mi boca seguía amordazada con sus sucias y malolientes bragas dentro de mi boca y muchas capas de cinta americana para que no pudiese escupirla. Había intentado escupirlas pero estaban muy profundas en mi boca hasta la campanilla, saboreando un apestoso sabor de orines y suciedad de su trasero, era repugnante, me sentía completamente humillado.
El tiempo pasaba lentamente, la doctora no venía a mi encuentro, seguía encerrado en el sótano completamente solo sin poder moverme ni emitir sonido alguno. Se me hizo una eternidad su ausencia , quizás fueron minutos, quitas horas, para mí fue muy largo el tiempo que estuve solo encerrado en aquel oscuro sótano hasta que escuché el sonido de la cerradura de la puerta de la entrada. La doctora entró en la habitación, encendió la luz y descolgó su bata blanca que había dejado colgada sobre un gancho en la pared junto a la puerta . Se colocó su bata blanca abotonada hasta las rodillas. Cerró la puerta con llave y se dirigió hacia mí a la vez que sacaba de su bolsillo sus largos guantes de goma amarillos de fregar cacharros. Comenzó a deshacer el ovillo de los guantes para enfundárselos en sus manos a la vez que dirigió su voz hacia mí:
– Espero hayas reflexionado sobre lo que te dije, ¿vas a contar a alguien lo que has visto? , espero que no, pero me aseguraré de que así sea. – Me dijo mientras comenzaba a enfundarse sus guantes de goma sucios y apretados en sus manos.
Se acercó hasta su armario, lo abrió y agarró un objeto con su mano. Al principio no sabía que era, pero según se acercó hacia mí vi que eran unas pinzas metálicas muy extrañas. Eran dos pinzas de metal gruesas unidas entre sí por una cadena de pequeño grosor metálico. Me enseñó las pinzas agarrándolas por un extremo y sonrió:
– Estas pinzas las llamo las » destroza pezones «, son muy dolorosas, las hice yo con mis manos, tienen tres niveles, cada uno más doloroso, se ajustan fuertemente a los pezones y provocan un gran dolor. El último nivel apenas le utilizó, solo para casos especiales y este lo es, es tan doloroso que sufrirás una verdadera pesadilla, desearas te las quite o las afloje, pero no lo haré, te las dejaré puestas hasta que me de la gana, jajaja – Me dijo con un tono de voz muy amenazante.
Se inclinó sobre mi cuerpo y atenazó una pinza a mi pezón, sentí un pequeño pellizco, a continuación hizo lo mismo con el otro pezón, sentí igualmente un pequeño pellizco. La señora acercó su pulgar enguantado hacia una pequeña palanca que había sobre las pinzas y al deslizar la palanca se apretaron más a mis pezones. Ya no fue un pellizco, ya fue un dolor más intenso. Sonrió de nuevo y deslizó su pulgar sobre la pequeña palanca de nuevo hasta bajarlo al siguiente nivel, el dolor ya fue intenso. Las pinzas apretaron fuertemente mis pezones, pegué un saltó a pesar de estar atado debido al dolor que me produjo.
La doctora Elizabeth Pain quedó pensativa y se dirigió de nuevo hacia el armario mientras yo sufría un fuerte dolor proveniente de sus apretadas pinzas en mis pezones. Agarró otro objeto y se dirigió de nuevo hacia mí. Era una horquilla grande para el pelo con púas para hacer coletas o mantener el cabello largo de una determinada forma. Se inclinó hacia mí y atenazó la horquilla a mis testículos, sentí una fuerte presión y como las púas de la horquilla se clavaban en mis testículos. El dolor se doblego, mis pezones sufrían un fuerte dolor y ahora mis testículos estaban apretados y las púas se clavaba sobre ellos.
Comencé a girarme de un lado a otro sobre el suelo de dolor, la señora plantó su enorme bota marrón de piel sobre mi cara aprisionándola contra el suelo:
– Estate quieto, deja de moverte – Me ordenó mientras apretaba su bota en la cara.
No la hice caso, el dolor era fuerte tanto en los pezones como en los testículos. La señora se enfadó y comenzó a apretar su bota sobre mi cara para que me estuviese quieto, pero no me detuve debido al dolor, su enfado aumentó:
– Eres estúpido, ahora te voy a enseñar a obedecerme, lo vas a lamentar – Me dijo aumentando el tono de su voz muy enfadada.
Se situó sobre mí, quedando mi cuerpo entre sus piernas y comenzó a inclinarse hasta sentarse sobre mí. Dejó caer su peso y trasero sobre mi sentándose sobre mi estómago. Ahora sí que no podía moverme, su gran peso me impedía moverme, apoyó sus rodillas y botas a ambos lados de mi cuerpo. Acercó su mano enguantada hacia las pinzas que atenazaba mis pezones y deslizó la ruleta ligeramente hasta situarla en el último nivel, lo que ella llamaba el nivel tres. Noté como aumentó la presión de las pinzas hasta un dolor muy fuerte. Hubiese gritado de dolor pero mi mordaza era completamente eficaz y no pude emitir sonido alguno. Hizo lo propio con la otra pinza hasta apretarla y el dolor se hizo insoportable.
– Te lo advertí estúpido, voy a causarte mucho dolor, nunca jamás volverás a colarte en mi casa, meter tus narices en mis asuntos y no te atreverás a contar a nadie lo que has visto en este sótano. – . Me dijo mientras me retorcía de dolor, las pinzas me apretaban duramente, el dolor era muy intenso. Deseaba suplicarle que se detuviese, pero no podía. Comenzaron a resbalar lágrimas de dolor de mis ojos por mis mejillas. La doctora Pain no sintió la mínima compasión y movió su mano hacia atrás hasta situarla sobre mis testículos, comenzó a apretar con su mano la horquilla que atenazaba mis testículos, el dolor aumento mas y mas. Era un dolor insoportable tanto en los pezones como en mis testículos.
– No eres más que una puta llorona, esto es lo único que te mereces, dolor y más dolor. Acostúmbrate porque vas a llevar las pinzas y la horquilla hasta que me plazca y te aseguro que va a pasar mucho tiempo -.
Comenzó a abofetearme con sus guantes de goma mi cara con gran fuerza, tenía un brazo poderoso y carnoso que lanzaba grandes bofetadas en mi rostro mientras continuaba sentada sobre mí. Sus guantes se estrellaban en mi cara una y otra vez a la vez que soportaba el dolor de las pinzas y la horquilla.
Plaaaaaffff Plaaaafffff resonaba en toda la habitación al estrellar la goma de su mano en mi cara con fuerza y furiosa.
Deseaba suplicar que se detuviese pero el dolor continuaba, las pinzas me apretaban causándome un dolor terrible en mis pezones y su mano apretaba las púas sobre mis testículos. Era terrible el dolor, era un verdadero sufrimiento, por favor que parase, pero no se detenía, abofetea una y otra vez haciendo caso omiso a mi dolor.
El castigo fue terriblemente doloroso, mis pezones me dolían mucho, no paraba de llorar a la vez que apretaba mis testículos y se clavaban las púas en ellos. Ahora sabía de verdad quien era la Doctora Elizabeth Pain.
Estuvo una hora o más castigándome de esa manera, hasta que se levantó sobre mi cuerpo, pensé que había terminado pero observé como la señora se dirigía hacia la puerta del sótano, pretendía dejarme allí con mi castigo. No daba crédito,¡¡ no iba a quitarme las pinzas ni las púas ¡¡¡ .
– permanecerás así hasta que yo quiera, aprenderás la lección, relájate porque van a pasar horas hasta mi regreso, cuando vuelva espero que hayas aprendido la lección, quizás te quite las pinzas… quizás no, ya veremos… – . Se inclinó de nuevo hacia mí y tiró de la cadena que uní las pinzas metálicas causándome mucho más dolor, un dolor insoportable a la vez que ella sonreía mientras tiraba de ellas.
– Eres un joven muy estúpido, creías que podas colarte en mi casa, descubrir lo que sucedía y contárselo a todo el mundo y serías un héroe. Voy a entretenerme mucho contigo, estoy disfrutando mucho, vas a sentir un dolor insoportable, vas a obedecerme en todo te lo prometo- tiró más y más de la cadena de las pinzas, el dolor era insoportable tal como me prometió.
Volvió a marcharse de la habitación dejándome allí encerrado, atado, amordazado y con un dolor intenso provocado por las apretadas pinzas metálicas y la horquilla de púas .
Continuará…